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Modernidad y Revoluci�n en Am�rica Latina: reflexiones carpenterianas

Enrique Ubieta G�mez
Rebeli�n

Hace apenas unas d�cadas Alejo Carpentier nos acompa�aba f�sicamente. Puedo recordar c�mo atrapaba al auditorio con su portentosa erudici�n y su peculiar acento, en alguna de las tertulias sabatinas de la calle Obispo, junto a La Moderna Poes�a, la emblem�tica librer�a habanera. Habr�a yo le�do el anuncio de la presentaci�n de uno de sus libros en la prensa y estar�a all� probablemente vestido a�n de uniforme azul, reci�n salido de la Escuela en pase de fin de semana. Ser�a acaso el a�o 1976 o 1977. Ya nos acerc�bamos al final del siglo, pero como toda buena novela no imagin�bamos el desenlace. De cualquier manera, parec�a lejano. La adolescencia no sabe distinguir los matices de las sucesivas edades humanas: se es joven o se es viejo. Y el siglo XXI me reservaba una madurez que no ten�a cabida a�n en mis expectativas de vida. He vuelto ahora a leer textos del gran novelista y pensador -s�, �por qu� no llamarlo tambi�n as�, ya que siempre sinti� la necesidad de explicar, de explicarse el mundo que lo rodeaba, el mundo que trataba de expresar?--, escritos en esos a�os, en los que abordaba los retos de su tiempo (que es acaso el nuestro) y los proyectaba al espacio de la centuria por llegar. He vuelto a leer esos textos, a confrontarlos deslealmente con realidades que no vivi� su autor, y a preguntarme si son actuales, es decir, si el gran escritor pudo construir una teor�a est�tica, que estuviese apegada a las realidades hist�ricas de su vida y que lo trascendiera. Y lo que cuenta realmente no es su fecha de nacimiento, sino los veinte o veinticinco a�os posteriores a su muerte..
Hombre moderno, en el sentido americano --peculiarmente hist�rico--, del t�rmino. Actor y cronista de la �pica revolucionaria del siglo XX, hab�a dicho en 1975, antes de que el ingl�s Eric Hobsbawm escribiera su Historia del siglo XX: "Hay siglos largos y siglos cortos (�) Si tomamos el siglo XV, por ejemplo, vemos que es un siglo de 50 a�os. Y es un siglo de 50 a�os porque lo que cuenta en el siglo XV, por su valor de universalidad, por su trascendencia, es el perfeccionamiento de la imprenta, la toma de Constantinopla por los turcos que nos hace recuperar toda la vieja cultura griega, y el descubrimiento de Am�rica (�) Del mismo modo el siglo XIX fue un siglo largu�simo; fue un siglo de casi 130 a�os, porque empieza con la toma de la Bastilla y termina realmente con la Revoluci�n de Octubre, en Rusia (...) El siglo XX comienza con los ca�onazos del acorazado 'Aurora' y ser� hasta muy rebasado el a�o 2000, el de una transformaci�n total de la sociedad" (1). En 1994, menos de veinte a�os despu�s, Hobsbawm declaraba muerto el siglo XX con la ca�da del socialismo sovi�tico, un "siglo corto", que seg�n su periodizaci�n nac�a en 1914 y conclu�a en 1991. La palabra siglo --in�til fuera de su convencional significado cronol�gico--, es para ambos autores sin�nimo de �poca. Significa esto que para Hobsbawm, el a�o 1991 marca el fin de una �poca hist�rica. Examinaremos m�s adelante esta "discrepancia", respaldada por hechos aparentemente incontestables..
Deteng�monos primero en el concepto carpenteriano de modernidad. Una modernidad que se asienta sobre avances t�cnicos y cient�ficos, que acepta el progreso como categor�a hist�rica, pero cuya definici�n radica en el surgimiento de una Historia compartida por todos los seres humanos. "Y, de repente -se�alaba--, he aqu� que las amodorradas capitales nuestras se hacen ciudades de verdad (...) y el hombre nuestro, consustanciado con la urbe, se nos hace hombre-ciudad, hombre- ciudad-del siglo XX, valga decir: hombre-Historia-del siglo XX" (2). La ciudad es s�mbolo de modernidad no s�lo porque es compendio de modernidades (t�cnicas, art�sticas, cient�ficas) sino porque es escenario de nuevas relaciones sociales. El progreso hist�rico existe sin dudas para Carpentier, pero en sus peculiaridades americanas se desentiende del r�gido Orden de la raz�n ilustrada. El pasado, el presente y el futuro, las tres categor�as agustinianas, se entrelazan en Am�rica. En el Viejo Continente "todo eso est� presente pero en piedra: lo que ha desaparecido es el hombre medieval, el renacentista, el del Concilio de Trento, el de los cortesanos de Luis XIV, el de los burgueses encarnados arquet�picamente en un Napole�n III (...) En Am�rica Latina, en cambio, tenemos las piedras y los hombres (...) El hombre de 1975, el futur�logo que ya vive en 1980, se codea cada d�a, en M�xico, a lo largo de los Andes, con hombres que hablan los idiomas anteriores a la Conquista..." (3) .
Esta convivencia en simultaneidad de tiempos humanos no es pasiva. Implica, eso s�, la aceptaci�n de un devenir lineal que establece el ascenso, un antes y un despu�s universales (sucesi�n de sistemas socio clasistas), reconocible en la amalgama de formas superpuestas: el personaje de Los pasos perdidos retrocede en el tiempo, va de la ciudad moderna a la Edad Media, y de �sta a la comunidad primitiva. Pero no significa por ello que abandona el tiempo de la felicidad. Para Carpentier, cada tiempo humano porta sus propios valores, muchas veces complementarios. Por supuesto, el personaje de Los pasos perdidos viene, tiene que venir de Europa, de Par�s: es esa procedencia -aunque sus ra�ces sean americanas-- la que determina su deslumbramiento, su asombro ante el encuentro con seres de otros tiempos (estoy tentado a decir, de otros planetas). Es ese el camino para el redescubrimiento de s� mismo, para su extra�a recuperaci�n de lo perdido. Perm�taseme citar en este caso una vivencia personal: en las entra�as de la Mosquitia hondure�a conoc� a un m�dico cubano citadino en misi�n internacionalista, que se enamor� de una misquita, madre de tres ni�os que jam�s usaban zapatos ni asist�an a la escuela. El m�dico abandon� las pocas comodidades de que dispon�a, construy� una casa sobre pilotes con los materiales usuales del lugar y se instal� all� con ella, sin luz el�ctrica. Fui durante tres d�as su hu�sped y conversamos sobre la novela de Carpentier. Pero �l no se debat�a entre dos tiempos, no percib�a la existencia de dos espacios hist�ricos, m�s que en el abandono gubernamental, en las desigualdades sociales y nunca fue visto all� como extra�o. Aceptaba, eso s�, la existencia de otro mundo, uno interno, otro externo; justamente otro mundo, no otro tiempo. Hoy, ese (tercer) mundo preterido invade el espacio geogr�fico del otro (primer) mundo; en las calles de Par�s o Nueva York, deambulan seres de todas las �pocas, es decir, de todos los mundos. A pesar de ello, tomar un avi�n en Nueva York y volar hasta Port au Prince puede parecer un viaje intergal�ctico. La visi�n diacr�nica de los tiempos hist�ricos que se expone en Los pasos perdidos es un recurso literario v�lido para explorar una realidad mucho m�s compleja: el hombre latinoamericano convive en esa ciudad-siglo XX -de forma posiblemente m�s directa e interrelacionada que en otros continentes, pero no exclusiva-- con ciudadanos del XIX o del XV. En realidad, esos contempor�neos que c�modamente clasificamos en otras centurias o �pocas, pertenecen todos al XX, al XXI. Los ni�os de la Mosquitia mueren de enfermedades curables, pero toman Coca Cola. La modernidad capitalista es un ajiaco de tiempos hist�ricos, para usar el t�rmino con que Fernando Ortiz define la nacionalidad cubana: algunos de esos tiempos son m�s visibles que otros, pero todos, en estado "puro" o impuro, son ya modernos, ellos todos conforman lo que entendemos por modernidad. La Modernidad capitalista -y la Humanidad no conoce otra--, incluye la riqueza y la pobreza, colosales avances y tr�gicos retrocesos tecnol�gicos, cosificaci�n, deshumanizaci�n de las relaciones y los valores sociales, y afianzamiento popular de la solidaridad..
La modernidad carpenteriana (latinoamericana) acepta sin alardes te�ricos el pastiche postmoderno y reivindica la racionalidad premoderna. Carpentier, ajeno a los afamados te�ricos de la postmodernidad, no vacila en aceptar una modernidad abierta, flexible, contradictoria. Se atreve incluso a dudar de ella. En su obra, hace que la modernidad dude de s� misma. Si en Los pasos perdidos delimita los espacios geogr�ficos de cada tiempo hist�rico, en otras de sus novelas estos se hallan en interrelaci�n. "Personalmente he tratado de especular a mi manera con el tiempo -nos habla el escritor preocupado por resolver literariamente las necesidades expresivas de su mundo--, con el tiempo circular, regreso al punto de partida, es decir, un relato que se cierra sobre s� mismo, en Los pasos perdidos y en El camino de Santiago; el tiempo recurrente, o sea el tiempo invertido, en retroceso, en el Viaje a la semilla; el tiempo de ayer en hoy, es decir, un ayer significado presente en un hoy significante, en El siglo de las luces, en el Recurso del m�todo, en el Concierto barroco; un tiempo que gira en torno al hombre sin alterar su esencia, en mi relato 'Semejante a la noche'�" (4) Resultar�a un ejercicio fecundo el estudio comparativo de las novelas El reino de este mundo y El siglo de las luces, no para la detecci�n de semejanzas estil�sticas o de logros formales, sino para seguir el hilo racional de dos revoluciones cercanas en �poca y espacio (la haitiana y la francesa, en su aplicaci�n caribe�a), conducidas por racionalidades aparentemente distantes. V�ctor Hugues, el personaje de El siglo de las luces (recreado, pero real) en franco proceso de involuci�n como revolucionario, acata la orden metropolitana de restituir la esclavitud que �l mismo hab�a abolido en las colonias francesas del Caribe. Sin embargo, cuando Napole�n Bonaparte (y este es un hecho hist�rico) ante la beligerancia de los insurgentes, decreta la abolici�n de la esclavitud en la colonia de Saint Domingue -y s�lo en ella-- Toussaint Louverture, el pr�cer haitiano, protesta: "Lo que queremos no es una libertad de circunstancia concedida a nosotros solos -dice--, lo que queremos es la adopci�n absoluta del principio de que todo hombre nacido rojo, negro o blanco no puede ser la propiedad de su pr�jimo. El C�nsul mantiene la esclavitud en la Martinica y en la isla de Bourbon; por tanto seremos esclavos cuando �l sea el m�s fuerte" (5). Imprevista radicalizaci�n del discurso revolucionario: todos significa todos. Pero veamos ahora la manera en que Carpentier entiende el concepto de revoluci�n, �ntimamente vinculado al de modernidad..
Las dos categor�as que definen su obra literaria son reivindicadas por Carpentier como constantes del esp�ritu: lo barroco (universal) y lo real maravilloso (americano). Ambas expresan una realidad en movimiento. �Por qu� es barroca la realidad latinoamericana? Primero: "el barroco -dice Carpentier--(�) se manifiesta donde hay transformaci�n, mutaci�n, innovaci�n; (�) el barroquismo siempre est� proyectado hacia delante y suele presentarse precisamente en expansi�n en el momento culminante de una civilizaci�n o cuando va a nacer un nuevo orden en la sociedad " (6). Las revoluciones son radicalmente (de ra�z) barrocas. Segundo: "toda simbiosis, todo mestizaje engendra barroquismo" (7). Los grandes movimientos hist�ricos s�lo pueden ser aprehendidos por una mirada totalizadora, esencialmente �pica. "Los libros de caballer�a se escribieron en Europa, pero se vivieron en Am�rica" --repite (8). Las revoluciones son sucesos �picos, en las que lo imposible se torna posible; constante de lo americano que expresa el car�cter revolucionario, real maravilloso, de su historia..
En Cuba, la ideolog�a de la Restauraci�n capitalista le rinde culto a la quietud (aunque hable de tr�nsitos), al Orden (l�gico y estamental, aunque emplee un lenguaje libertario) y en todo caso, al movimiento comedido. Se refugia donde pueda, donde encuentre cobija por una noche: en el pensamiento postmoderno, en el sentido com�n al que nos induce el cansancio. El �mpetu revolucionario es calificado, indistintamente, de ut�pico y antimoderno. Antimoderno s�, porque la contrarrevoluci�n asume como cierta una conclusi�n marxista: la modernidad es el eufemismo que utiliza la historiograf�a burguesa para nombrar el proceso de instauraci�n del capitalismo. Y porque los restauradores ya olvidaron que el capitalismo fue alguna vez revolucionario: ellos son esencialmente conservadores. No pueden entender que el socialismo se propone redibujar la modernidad, no eludirla; que pretende destruir el orden burgu�s, para sustituirlo por otro (nuevo) orden, salido de sus entra�as. Ubican de una parte el esp�ritu revolucionario (radical, extremista, violento, totalitario) y de la otra, el esp�ritu reformista (moderado, gradual, civilizado, moderno, tolerante). Puede formularse seg�n sea el caso, o la necesidad discursiva, como la oposici�n de dos "izquierdas", una aut�ntica, consecuente, "democr�tica"; otra falsa, totalitaria, revolucionaria. Carpentier, ajeno a estos malabarismos ret�ricos de fin de siglo, nos revela en sus novelas el sentido revolucionario de la modernidad. Modernidad y revoluci�n son conceptos que se entrelazan en la historia: la modernidad, que es movimiento, nace y se alimenta de sucesivas revoluciones. Uno de los temas centrales de la novel�stica carpenteriana es la revoluci�n (triunfante o fallida): la francesa, la haitiana, la rusa, la espa�ola, la cubana. Se sit�a frente a ellas como un Cronista de Indias, pero su descripci�n no es ingenua; tras los comportamientos humanos indaga en los m�viles de la Historia. El escritor-cronista no reproduce pasivamente los hechos de la realidad; los interpreta, los nombra..
La realidad sobrepasa a la literatura, pero esta la nombra y la ordena. Sorprende entonces que el racionalista, el fil�sofo que subyace en el escritor Carpentier proclame abiertamente la aceptaci�n del melodrama y del manique�smo como elementos ineludibles de la sociedad contempor�nea y consecuentemente, de la novela. El melodrama social, por supuesto no psicol�gico, que institucionaliza "la tortura, el secuestro nocturno, la desaparici�n misteriosa, el asesinato espectacular" -- comenta. "�Temor a lo excesivo, a lo sangriento, a lo tremebundo? Todo est� en el modo de tratar los temas" (9). Los ejemplos que cita son definitorios: Zola, Dostoievski, Tolstoi, Pirandello, Thomas Mann, Chejov, Faulkner, Malraux, entre otros. En cuanto al manique�smo, recuerda sus dos posibilidades: como lucha global y como lucha individual, interior, en cada ser humano, entre el Bien y el Mal. A�n as� afirma: "Nos cuesta trabajo observar que la Historia toda no es sino la cr�nica de una inacabable lucha entre buenos y malos. Lo que equivale a decir: entre opresores y oprimidos. Opresores que constituyen una minor�a poderosa y oprimidos que pertenecen a una mayor�a inerme."(10) �Terminolog�a en desuso? Curiosamente, el minoritario Opresor se declara hoy, sin rubor alguno, representante del Bien. No es de extra�ar entonces que el tercer elemento que identifique al hombre contempor�neo, y al escritor, por supuesto, sea el compromiso pol�tico. Un compromiso que no es reciente, ni coyuntural en Am�rica: "Desde sus guerras de independencia, Am�rica toda vive en funci�n del acontecer pol�tico. La Am�rica nuestra es un continente pol�tico" (11)..
�Cu�l es el tiempo humano que define la vida y la obra de Alejo Carpentier? " Hemos entrado en la era de la lucha, de las transformaciones, de las mutaciones, de las revoluciones", dice. "En cuanto a m�, habiendo asistido a un proceso revolucionario que se produjo en el lugar de Am�rica donde menos se pensaba que pudiera producirse, no puedo ni podr� sustraerme ya a la intensidad, a la fuerza, por no decir embrujo, de la tem�tica revolucionaria. Hombre de mi tiempo, soy de mi tiempo y mi tiempo trascendente es el de la Revoluci�n Cubana" (12). Nacido en 1904, la Revoluci�n de 1959 es para Carpentier la culminaci�n de una sucesi�n de acontecimientos que comienzan con el minorismo, la lucha antimachadista en Cuba, antifranquista en Espa�a y antifascista en el mundo, que tienen como referentes hist�ricos a la Revoluci�n de Octubre y a la guerra civil espa�ola. Asentado en Caracas por m�s de diez a�os, regresa a La Habana cuando triunfa la esperanza: " hab�a voces que me llamaban. Voces que hab�an vuelto a alzarse sobre la tierra que las hab�a sepultado". (13)..
Siempre en la piel de sus propios personajes, Carpentier descubre los tiempos de Am�rica en el Orinoco (Los pasos perdidos), se deslumbra ante la magia revolucionaria de los mitos haitianos (El reino de este mundo), corre dispuesto como Esteban o Sof�a, los personajes de El siglo de las luces tras las voces que anuncian la esperanza en Europa o en el Caribe. Conoce los peligros que entra�a una Revoluci�n: Henri Christophe y V�ctor Hugues no son personajes esquem�ticos, pero s� maniqueos en el sentido carpenteriano, es decir, en lucha perenne consigo mismo. A veces limpios, incorruptibles, a veces oscuros, vacilantes. Siempre que un personaje suyo pierde la fe en la Revoluci�n, aparece otro que la enarbola; siempre que un proceso revolucionario se estanca es sustituido por otro. Revoluciones que estallan de la desesperaci�n o de la l�gica racionalista, para luego conducirse por senderos irracionales o trazar en el aire las se�ales inequ�vocas de una nueva l�gica. Vidas �picas en novelas �picas, situadas en un punto medio entre el destino y la voluntad. Vidas abigarradas, barrocas, cambiantes, plet�ricas de acontecimientos. Nada es igual al d�a siguiente, ni los hombres, ni las ciudades: "nunca regreso a la casa de la que sal� en busca de una mejor", dec�a Sof�a a punto de abandonar nuevamente el lugar que ya no complac�a sus expectativas. Vidas, en fin, maravillosas, reales. Vidas de todos los siglos anteriores, pero dispuestas seg�n la voluntad transformadora del siglo XX. Carpentier fue un creador, un revolucionario del siglo XX. �Quiere esto decir que ya pas� su tiempo? .
Pareciera que s�. No es sencillo, ni aconsejable, que intente clasificar a la actual novel�stica latinoamericana. La decepci�n de los noventa ha conducido a puertos dis�miles, y el mercado editorial, conformador de gustos y orientador ideol�gico, la estimula, la renueva, la "eterniza". No han transcurrido todav�a tres lustros del fallecimiento del gran escritor, y el mundo parece otro. Eso cre�amos. He dicho que parece. Hobsbawm decret� la muerte del siglo sobre el cad�ver de la revoluci�n rusa. Pero s� miramos bien, los puntos de inicio y fin de siglo seleccionados por �l, son consecuencias y no causas: una guerra mundial y el derrumbe de un estado socialista multinacional son, por supuesto, causa de muchas otras cosas, pero no explican el sentido de una �poca. �Por qu� estall� una primera y luego una segunda guerra mundial? �por qu� se produjo una revoluci�n socialista en la Rusia de los zares? Varias generaciones de defensores del socialismo aprendieron a definir la nuestra como �poca de tr�nsito hacia el llamado socialismo real. Hobsbawm tambi�n. El fin de ese socialismo establece para ellos el fin de esa �poca. Es posible sin embargo determinar un comienzo de siglo diferente, m�s universal, porque define con m�s exactitud acontecimientos sociales ocurridos en Asia, �frica y Am�rica Latina, que han sido tendenciosamente enmarcados en la guerra fr�a y porque se�ala y explica sus bases socio econ�micas. Me refiero al desbordamiento hist�rico del imperialismo norteamericano en la guerra hispano cubano estadounidense de 1898, previsto por Jos� Mart�. El siglo XX es la �poca del imperialismo, que renueva e intensifica las contradicciones entre los minoritarios pa�ses opresores y los mayoritarios pa�ses oprimidos, entre el Norte y el Sur geopol�ticos. Estados Unidos, Espa�a y Cuba est�n ubicados por azar, quiz�s por destino y voluntad, en el v�rtice inici�tico de los acontecimientos..
Una de las caracter�sticas del pensamiento carpenteriano es que no intenta definir la identidad nacional de Cuba desde s� misma. Recordemos que es contempor�neo de los grandes tratados sobre la argentinidad o la mexicanidad (Samuel Ramos: El perfil del hombre y la cultura en M�xico, 1934, Octavio Paz: El laberinto de la soledad, 1950 y Ezequiel Mart�nez Estrada: Radiograf�a de la pampa, 1933), o incluso de la cubanidad (Cintio Vitier: Lo cubano en la poes�a, 1958), para s�lo citar algunos ejemplos. Jam�s habla de lo cubano, sino como parte de lo latinoamericano. Consecuente con su percepci�n de que la modernidad reside en la inserci�n de los hombres en la ciudad- Historia-siglo XX, Carpentier coloca a Cuba en el Caribe primero, y despu�s en el mundo. Define sus contornos por contraste. No acepta los aldeanismos que tanto critic� Mart�. "Ni el 'nuestroamericanismo' astutamente explotador de citas de Bol�var, de Rivadavia, de un Mart� le�do a retazo (�) -escribe--, ni el mito de la latinidad, de una hispanidad que ninguna falta nos hace para entender cabalmente El Quijote, vendr�n a resolver nuestros problemas agrarios, pol�ticos, sociales" (14). Y a�ade unas palabras premonitorias de lo que suceder� de modo especialmente intenso en los a�os noventa con motivo de conmemorarse el centenario de aquella primera guerra imperialista y la p�rdida (esa es la palabra que todav�a usan algunos en Espa�a y es la palabra que define el sentimiento norteamericano posterior al 59) de Cuba, pero que fue una constante de todo el siglo XX, desde que en sus primeras d�cadas, Carlos Altamirano recorriera las capitales latinoamericanas enarbolando la doctrina del panhispanismo. "En nombre de la hispanidad -e invoc�ndose a veces la generosidad de Mart� hacia Espa�a-- se procede a un revisionismo hist�rico que tiene sus visos de 'malinchismo'" (15)..
Pero si pregunto por la actualidad de las concepciones carpenterianas sobre la literatura, no es porque espere encontrar autores que imiten hoy su estilo. Ya es suficiente con que esa teor�a haya sustentado (o haya intentado explicar) una obra narrativa monumental, la suya, no en extensi�n sino en alcances est�ticos y filos�ficos. La buena literatura siempre es actual por definici�n. M�s bien pregunto por la actualidad del hombre, de sus preocupaciones sociales, de su concepci�n de la vida como un duro oficio de responsabilidades, de su esp�ritu. Si el inicio de siglo fuese el que propongo (no soy el �nico, ni el primero) como creo, el siglo XX no ha terminado; sus contradicciones siguen sustentando la cotidianidad de nuestras vidas. Parad�jicamente, no son las fuerzas revolucionarias las que dividen hoy el mundo en buenos y malos. De ello se encarg� recientemente el emperador Bush II: no s�lo enumer� m�s de cincuenta oscuros rincones del planeta que pueden ser invadidos sin conmiseraci�n, sino que traz� sobre el mapa un denominado eje del mal. Si existen buenos y malos, si el mal eventualmente podemos ser nosotros mismos, seg�n la definici�n de alguien que no es mi coterr�neo ni es vecino de mi ciudad, y esa persona o entidad (que no es abstracta) puede ordenar la desaparici�n de mi entorno ciudadano, mi muerte y la de mis seres queridos, �c�mo puedo permanecer indiferente? �c�mo podr�a cultivar el no comprometimiento pol�tico? �Alguien puede refugiarse hoy (si vive en el Sur, o si en el Norte lo env�an en misiones de conquista al Sur) en los libros, en el amor de una mujer, en el exotismo de un paisaje? El problema real es que el Mal existe s�, pero en virtud de su poder medi�tico y militar se ha erigido en juez, o en aliado del juez. �Dudar�a alguien del melodramatismo cong�nito de nuestras vidas? No ha cesado de moverse la esperanza. Y los cubanos no hemos perdido la confianza en la Revoluci�n. Como en las novelas de Carpentier, algunos perdieron la fe y otros la enarbolan..
Vivimos tiempos maravillosos -lo maravilloso no es necesariamente lo bello, dec�a Carpentier--, en su dramatismo, en su barroca textura, en su epicidad impl�cita. Puedo dar fe de ello. Durante los a�os 1999 y 2000, recorr� algunos rincones verdaderamente oscuros de Nicaragua, Honduras, Guatemala y Hait�, junto a m�dicos internacionalistas cubanos. Jugamos f�tbol, cubanos e ixiles, en la cumbre de una monta�a que se empinaba, entre ancestrales tumbas mayas y otras m�s recientes que abri� la guerra, sobre la selva guatemalteca. Un lugar a donde �nicamente llegaban los brigadistas cubanos... y la Coca Cola. �No es �se un episodio real maravilloso? �No lo es tambi�n que los ex comandantes misquitos de la contra nicarag�ense despidieran a los m�dicos cubanos cesados por el nuevo gobierno liberal con salvas de homenaje, con los mismos fusiles que Estados Unidos les dio para combatir el sandinismo? �o que en plena selva hondure�a, junto a un poblado misquito donde la poblaci�n sobreviv�a sin atenci�n m�dica, se hallara un hospital norteamericano cerrado --de mamposter�a y bien abastecido--, porque hab�a sido concebido �nicamente para auxiliar a la contra nicarag�ense en tiempos de guerra antisandinista? "Hombre soy, y s�lo me siento hombre cuando mi p�lpito, mi pulsi�n profunda, se sincronizan con el p�lpito, la pulsi�n, de todos los hombres que me rodean" (16), hab�a escrito Carpentier, en su af�n de cumplir satisfactoriamente el duro oficio de hombre, seg�n la l�cida expresi�n del humanista Montaigne. Los latinoamericanos de hoy somos parte del mundo maravilloso que nos descubre en su obra Carpentier, caminamos por sus calles, navegamos por sus r�os, compartimos sus sue�os. Somos sus contempor�neos.


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Notas .
1. Alejo Carpentier: "Un camino de medio siglo", en Raz�n de ser, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1980, pp. 11-37. Cita en p.36; .
2. ______________: "Conciencia e identidad de Am�rica", en Ob. Cit., pp. 1-10. Cita en p.2; .
3. ______________: "Problem�tica del tiempo y el idioma en la moderna novela latinoamericana", Ibidem, pp. 66-91. Cita en p.88; .
4. ______________: Idem, cita en p.89; .
5. Aim� C�saire: Toussant Louverture. La Revoluci�n francesa y el problema colonial, La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1967, p.336; .
6. Alejo Carpentier: "Lo barroco y lo real maravilloso", Idem, pp. 38-65. Cita en p.51; .
7. Idem, cita en p.54; .
8. Idem, cita en p.60; .
9. _______________: "La novela latinoamericana en v�speras de un nuevo siglo", en Ensayos, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1984, pp. 148-167. Cita en p. 162-163;.
10. Ibidem, cita en p. 163;.
11. _______________: "Problem�tica del tiempo y del idioma en la nueva novela latinoamericana", Ed. Cit. Cita en p. 87;.
12. _______________: "Un camino de medio siglo", Ed. Cit. Cita en p. 36-37;.
13. _______________: "Conciencia e identidad de Am�rica", Ed. Cit. Cita en p. 8;.
14. _______________: "Literatura y conciencia pol�tica en Am�rica Latina", en Ensayos, Ed. Cit. Cita en p. 56;.
15. Idem;.
16. _______________: "Conciencia e identidad de Am�rica", Ed. Cit. Cita en p. 10 .




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