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Libros sí, Alpargatas también

14 de marzo de 2003

«Éxodos» , de Sebastiao Salgado

José Ramón Rodríguez Martín
Rebelión .

Sólo la excepcional genialidad creadora de Sebastiao Salgado hace posible que el espectador sienta, sufra, dude, reflexione, sueñe, evoque y llore con los protagonistas de esta exposición: los emigrantes, los refugiados y los exiliados, víctimas de unas vidas robadas por la pobreza, la injusticia, la represión, las guerras y de un olvido del que trata de rescatarlos el fotógrafo brasileño. .
En marcha, en una eterna huída, sin patria, siempre extraños, solos y anónimos, fuera de todo. Mujeres que cargan con sus vidas a cuestas por las montañas andinas, hombres que hacen de un vagón de tren abandonado en la nieve croata o de los andamios de alguna ciudad asiática un hogar, niños que se sumergen en el pegamento que les evade de las crueles calles de las urbes latinoamericanas, agonizantes en los improvisados hospitales de los campos de refugiados kurdos, jóvenes de rostros ancianos que mueres anónimos entre desconocidos en la cola para conseguir agua en un pozo o alimento de una ayuda humanitaria en cualquier país africano, hileras que se pierden en los inhóspitos desiertos, buscadores incansables de algo que se nos escapa en paisajes de horizontes inalcanzables. Son tierra con la tierra que les acoge, son la chapa de las paredes de sus casas en las chabolas, son la lona de las tiendas de campaña de los campos, son la madera y el barro y la piedra y la arena y el mar. .
Bombardeados, perseguidos, abandonados, humillados, asustados, debilitados, desesperados, reducidos, ignorados, incomprendidos, perdidos. Diferentes razas, diferentes colores, diferentes lenguas, diferentes etnias, diferentes culturas y diferentes oportunidades pero, por encima de todo eso, hay una cosa que es más importante: «los mismos sentimientos y las mismas reacciones», explica el autor y continúa afirmando que «la gente huye de las guerras para escapar de la muerte, emigran para mejorar su destino, rehacen sus vidas en tierra extraña, se adaptan a condiciones de vida extremadamente duras. Las reglas del instinto de supervivencia individual se ponen de manifiesto en todas partes. Sin embargo, en tanto que raza, se diría que hemos elegido la autodestrucción». Es este concepto, el de la supervivencia, el punto de partida que propone Salgado para nuestra reflexión.
Y se pregunta Salgado, nos pregunta, si estamos condenados a ser espectadores de esta realidad, si es suficiente. .
Sus fotografías nos informan de las dictaduras, de las enfermedades, epidemias y pandemias, de las masacres étnicas, de las guerras civiles, de las revoluciones... todo a través de sus consecuencias: las fosas comunes, las bolsas de pobreza en las grandes metrópolis, las casas sin paredes en ciudades en ruinas, los niños sin infancia ni futuro en las calles y los campos, los indígenas negados, las pateras hacinadas, las fronteras cerradas, los huérfanos y los ojos, siempre los ojos, siempre sus ojos.
Nos convoca con sus fotografías a hacernos conscientes de nuestro presente, sin huir de él, sin quitar la mirada de la realidad, para poder ser constructores de un futuro que está en nuestras manos.
El trabajo, realizado en 40 países durante 6 años, se clasifica en cuatro bloques:
1.- Emigrantes y refugiados: el instinto de supervivencia. Víctimas de la violencia y la pobreza, los emigrantes viven aterrorizados con los ojos puestos en un futuro incierto, un viaje largo plagado de peligros. Mexicanos, marroquíes, vietnamitas, rusos... Por su parte, los refugiados son forzados a emigrar por una guerra, que han arrancado de sus tierras a kurdos, afganos, bosnios, servios y kosovares. De refugiados pasan a ser exiliados y, luego, a emigrantes.
2.- La tragedia de África: un continente abandonado. La historia de unos pueblos cicatrizados por la corrupción, el sufrimiento, el hambre, la pobreza, el despotismo, la guerra, los genocidios, el olvido y la desesperación. Los ninguneados de la tierra, los borrados del mapa.
3.- América Latina: éxodo rural, caos urbanístico. La injusticia en el reparto de la tierra, que da las grandes extensiones a las pocas manos ricas, provoca el éxodo de los campesinos a las ciudades. La resistencia (el Movimiento Sin TIerra en Brasil, los zapatistas en México o los indígenas del Amazonas), la impotencia (pueblos ecuatorianos de mujeres y niños, todos los hombres han emigrado) y el caos infernal de las grandes metrópolis (Sao Paulo, México D.F.) trazan el dibujo del subcontinente de la desigualdad.
4.- Asia: la nueva cara del mundo urbanizado. Campesinos, pescadores y granjeros huyen de los campos a las grandes ciudades. Yakarta, El Cairo, Shangai, Manila, Estambul o Bombay son los nombres de los nuevos mastodontes urbanos, donde los contrastes son impresionantes. .
Colección «Niños».
Escribe Sebastiao Salgado: «El cualquier situación de crisis, ya se trate de guerras, pobreza o catástrofes naturales, los niños son las mayores víctimas. Son los más débiles físicamente, y siempre son los primeros en sucumbir a las enfermedades o al hambre. Muy vulnerables emocionalmente, los niños son incapaces de entender por qué les obligan a abandonar sus casas, por qué sus vecinos se convierten en enemigos, por qué de repente tienen que vivir en un arrabal rodeados de basura o en un campo de refugiados sumido en la desgracia. No son responsables de su destino, ya que, por definición, son inocentes». Por eso, ellos son los protagonistas de una sección especial, de una colección que forma parte de los «Éxodos» pero que, a su vez, es algo independiente. Cuenta el fotógrafo que los niños son los primeros a los que se ve, su energía, sus juegos, sus sonrisas, sus carreras... Este contraste, esta paradoja entre la desgracia y la incomprensión en que viven y su alegría propia por ser niño (juguetón, cariñoso, inquieto) es la esencia y el génesis de esta colección.
La historia de estos retratos se remonta a Mozambique, cuando estando rodeado por niños, les propuso que se pusieran en fila para hacerles fotos a ellos solos y, así, se podrían ir ellos a jugar con su ilusión de ser fotografiados conseguida, y él a seguir trabajando con más tranquilidad. Esto mismo, lo repitió a todos los lugares a los que iba. Estos niños, por un lado, representan a cualquier niño víctima de una guerra, de un exilio, de una emigración, de un genocidio o de una injusticia pero, por otro, son dueños de su individualidad, cada uno se presenta ante el objetivo como es y como quiere salir fotografiado, es su instante, su momento. Hermosos, felices, orgullosos, pensativos o tristes, son ellos. Y los ojos, siempre los ojos...
Las niños nacidos en las cárceles de Hong Kong, los huérfanos del sur de Sudán reclutados por la guerrilla, los niños de éxodo kosovar a Albania o Macedonia, los hijos de los refugiados guatemaltecos o palestinos, los adolescentes y niños adictos al pegamento -mendigos y rateros- en Sao Paulo o México, los niños trabajadores del campo asiático, las víctimas de la hambruna, la sequía y el SIDA en las sabanas y los desiertos africanos, las prostitutas de las grandes ciudades asiáticas son, en el fondo, niños forzados a ser adultos que nos miran para decirnos, en un momento: «Existo». .
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Han dicho de él...
«Dante, hoy, descendería al infierno con una cámara fotográfica. Quizá aún le sobrase alguna película cuando entrase en el purgatorio, pero es dudoso que encontrara un cielo para fotografiar. Sin embargo, para el viaje que esta exposición es, no necesitamos de un Virgilio que nos indique el camino. Sebastião Salgado, solo con su cámara, es el guía y el narrados. O dicho de otra manera: el guía y el poeta». José Saramago.
«Él es un artista: en hombre que ve y viendo nos ayuda a ver. En esta monumental obra de arte, Salgado descubre y revela el mundo del fin del milenio: he aquí esta gran odisea de nuestro tiempo, este viaje con más náufragos que navegantes». Eduardo Galeano.