Rebelión Traducido para Rebelión por María Poumier
Se escuchan los ritmos cubanos en Montparnasse; en Tel Aviv, Buena Vista es una película que siempre está programada, y Europa entera toma mojito: un chorrito de limón dulce con Carta blanca sobre hojas de hierbabuena. Los tabacos cubanos están en todas las tiendas de categoría, suecos y canadienses ostentan su tez bronceada a la vuelta de sus vacaciones a la isla caribeña. Cuba está en primer plano después de diez años de olvido sombrío, como un submarino atómico que rompe una chapa de hielo. Cuba está de moda, y, siguiendo la moda, hace unos meses me subí a un avión con destino al aeropuerto internacional José Martí.
La Habana se abre como una flor a la entrada de su honda bahía, y los antiguos cañones de la fortaleza de los tres reyes moros vigilan la entrada estrecha. Unos Cadillac enormes y limosinas Buick de los años treinta a cuarenta, suavizados por el tiempo, como dinosaurios mansos, taxis de Jurassic Park, ruedan solemnes por sus calles, lentos como buques de guerra. Las mansiones de los antiguos latifundistas y las casas de recreo de los mafiosos norteamericanos, ocupados ahora por gente común y corriente, o convertidos en centros culturales, también están domesticados y suavizados.
Gastada como un buen pulóver muy querido, sin pretensiones y cómoda, como la ciudad de nuestra juventud, La Habana está a salvo. Uno puede caminar por sus calles a cualquier hora, de noche y de día, sobrio o borracho. En la guerra de clases permanente que abarca todo el planeta, Cuba permaneció en manos de su pueblo. No hay tipos armados y musculosos amagando frente a los palacetes. Es el único lugar fuera de Europa donde no hay una policía corrupta y ásperos guardaespaldas con espejuelos ahumados. El ojo extraña los signos ubicuos de la globalización, aquí no hay cocacola ni macdonald. Mejor aún, sencillamente no hay publicidad. Nada le invita a uno a comprar un nuevo Hoover o el nuevo polvo de lavar tan pero tan imprescindible. La televisión no muestra publicidad. Esta Cuba pobre paga doble para transmitir los eventos deportivos sin sponsor alguno. Este país ha optado por permanecer fuera del engranaje, no le debe nada al Fondo monetario internacional, no busca los préstamos norteamericanos, y sus dirigentes no son traficantes de maletas pesadas con notas de Franklin para los bancos suizos.
Cuba me resultó una sorpresa total. Años de propaganda me habían convencido de que se trataba de un pobre país totalitario encabezado por un viejo caudillo. La realidad era completamente diferente. Los cubanos escriben una poesía maravillosa, se mandan unas películas originales, discuten o escriben libremente sobre cualquier tema. Gracias al bloqueo norteamericano, permanecen inmunes a la influencia de los medios masivos americanos. En confortables teatros, proyectan filmes franceses, españoles y hasta iraníes. Uno quisiera que el bloqueo de Cuba se extendiera al resto del mundo. Y sin embargo, no hay rencor hacia estados unidos en la calle, porque de dos cubanos, uno siempre tiene algún familiar en Miami.
No hay escándalos ni peleas callejeras; caballeros y compañeros ni siquiera parecen tener ganas de discutir. Durante un mes, nunca los oí alzar la voz con ira. Al dejar de encauzar sus energías hacia la adquisición material, la canalizaron hacia el amor y la música. La perfecta belleza de los hombres y mujeres de Cuba subraya la naturaleza utópica del socialismo cubano. Parecen criaturas ideales del futuro, según la visión de Campanella o de Thomas Moore. Los hombres son apuestos y varoniles. Cabalgan por la sierra con sus sombreros alones, miran amistosa y animadamente con sus ojos azules de hidalgos gallegos. Las piernas implacablemente torneadas de las chicas en minifalda, resultado del sol, de la buena dieta, del cuidado médico y de los genes bien combinados, hace de Cuba el lugar ideal para restaurar la vulnerada creencia de uno en la naturaleza buena del ser humano. Este es el lugar para reponerse de la manía de las compras, en vez de correr de una a otra tienda, para vivir y valorar la vida. La utopía existe, y está en el mar Caribe.
Esquivando la acusación esperada de ser parcial, busqué compulsivamente alguna mancha oscura en el cuadro incomprensiblemente positivo y lo encontré. En mi opinión, los cubanos son malos cocineros. No hay manera de comer bien, por amor o por dinero, ni siquiera con un montón de plata. Los cubanos son capaces de realizar lo imposible pero echan a perder hasta la tortilla. La comida local es mala para el estómago, pero buena para la cintura. Este defecto es un signo de la Providencia, para que no se nos ocurra confundirlos con seres angelicales.
A una sociedad se le puede juzgar por su actitud con los niños, meditaba Chesterton, el pensador original, injustamente recordado por sus Cuentos del padre Brown. Él hubiese considerado a Cuba como la única sociedad correcta en el mundo. Los niños cubanos no mendigan ni roban, no se les explota, no trabajan para vivir, no conocen el hambre. Los lindos, limpios y alegres niños en pantalones cortos y pañoletas caminan por las calles de La Habana en formación de cocodrilo, como dicen los ingleses, tomados de las manos. Llevan unos uniformes de color codificado, los de la primaria de rojo, los de la segundaria realzan su suave tez morena con el color mostaza.
Quiero espantar la pesadilla de que Cuba podría un día parecerse a sus vecinos de Latinoamérica; estos muchachos tendrían que lavar los carros de los que trafican en la bolsa en vez de asistir a la escuela, estas espléndidas muchachas se entregarían por dinero y no por amor. Lo mismo que en la Rusia soviética, hay chicas que buscan la diversión, la aventura y un pasaje de avión para otras tierras, pero no es lo mismo que la sórdida prostitución.
A veces se cumplen sus sueños, tal vez debido a que, como dijo Fidel, las cubanas son las mejores amantes del mundo, de la misma manera que, a escala nacional, los cubanos son los mejores músicos del mundo. Pero La Habana se mantuvo inquebrantable después del colapso de Moscú, Berlín y Varsovia a principios de los noventa. Hasta entonces, la Rusia soviética era el principal tesorero de Cuba, abasteciendo a la isla con petróleo y equipo técnico, comprándole el azúcar y garantizando cierto nivel de vida en la república rebelde. El golpe de estado pro- occidental de 1991 puso término a esta situación. La nomenclatura triunfante convenció al pueblo de que los rusos iban a vivir tan bien como los suizos, con tal de que le cortaran la ayuda a los cubanos. Cuba era el aliado confiable y la vanguardia del socialismo en el continente americano. La Rusia de Yeltsin no necesitaba ninguna vanguardia. Con la sentida aprobación del New York Times, Moscú cortó la corriente.
Cuaba se encontró sin petróleo, su tecnología soviética enmohecida sin piezas de repuesto. Cuba ya no podía vender su azúcar. El mundillo oficial de Washington empezó a contar los días que faltaban para el derrumbe de la Habana. Radio Martí transmitiendo desde Miami prometía un futuro color de rosa a los cubanos, si se daban por vencidos. Los cubanos se apegaron más a sus plátanos fritos con arroz, escasearon el agua y la luz, hubo que aplazar proyectos importantes. En semejantes circunstancias, las elites de los países pobres abandonan a los pobres a su suerte, se roban el erario público y vuelan a Ginebra.
La elite cubana, los barbudos aquellos, era diferentes. Rechazaron a los mercenarios entrenados por la CIA en Playa Girón, aplastaron al ejército surafricano en Angola, no aflojaron frente a la amenaza nuclear. Y ahora tampoco han abandonado a su pueblo, no se han cruzado al bando de los vencedores. Como una gran familia, todos los cubanos se volvieron pobres, pero no perdieron su dignidad. Siguieron más pobres aún, pero más iguales, pobres pero orgullosos. Compartieron su arroz con una sonrisa. Resistieron la tentación que no resistió nadie.
Para un visitante procedente del país donde la diferencia entre el pobre campamento de Deheishe cerca de Belén y la rica Ramat Aviv es mayor que la que media entre Alto Volta y las cumbres del East Side, fue una lección de humildad. Descubrí el país donde los niños no piden, donde no hay desahuciados, donde todos tienen acceso a la salud y a la educación. Por cierto, es un país desprovisto de nuevos ricos con abalorios de oro y yuppies pavoneándose en deslumbrantes carros Mercedes, sin generales sobrepagados y codiciosos bandidos.
Hay una razón que explica el renovado interés por Cuba. Están soplando vientos nuevos sobre el mundo. La década del ascenso neoliberal ha concluido. Fue una década horrible, aún si Tom Friedman dijo otra cosa. Empezó con el colapso de la Unión Soviética y la destrucción de Irak. Le siguió el tratado de Oslo, que estableció el apartheid en Palestina, y el bombardeo de Serbia. En América, la democracia se encontró supeditada a la regla de las multinacionales, apenas enmascarada con elecciones en torno a figuras irrelevantes. La prensa hegemónica de Estados Unidos se volvió tan dócil ante los nuevos amos como en Chile durante la era Pinochet. Ni una palabra para el débil y el derrotado, trátese de palestinos o de iraquíes o haitianos, de los propios trabajadores norteamericanos. El increíble poder de los medios masivos y el de los medios de recreo se unieron para proyectar Beverly Hills hacia el mundo que se volvía cada vez más pobre, mientras que los ricos se volvían fabulosamente ricos. La diferencia entre los estratos más ricos y más pobres en la sociedad alcanzó el nivel del imperio romano. El elevado estatus de los banqueros ricos y su séquito lo pagaba la pobreza de millones de gente.
Si esto siguiera así, dejaríamos a nuestros hijos el mundo de los trabajadores emigrantes sin techo, sin raíces por un lado, y los ricachones con sus guardaespaldas por otro. Como sucedió otras veces en la historia, las fuerzas oscuras se sobrepasaron. El sueño dorado de la economía de mercado se terminó con el bang de Seattle. El pueblo halló sus voceros en el web, mientras Seattle y Praga demostraban que el Oeste no ha muerto espiritualmente. El asedio a Irak concluyó, el espíritu de Madeleine Albright se alejó. Como dijo Churchill después de al- Alamein, no es el principio del final, sino el final del principio.
Por eso es que Cuba se convirtió en un laboratorio social, una tentativa de desarrollo alternativo. Cuba es un ensayo de sociedad igualitaria, creado por aquellos que no desean solamente atesorar para sí mismos. Los yuppies potenciales se marcharon en pos del sueño americano de Miami. Otros que se marcharon se suicidan, o tratan de volver a Cuba, porque la estancia allá les hace descubrir que no son los cínicos que querían ser, sino patéticos seres humanos derrotados en medio del humillante "Mejor de los mundos". La sociedad cubana, liberada de este elemento excesivamente ambicioso e individualista, se planteó una nueva serie de metas : menos trabajo pesado, el fin de la vorágine, una vida humana ya y para todos. Los cubanos no están agotados por el trabajo intensivo, les encanta reunirse y hablar, bailar, cantar y enamorarse. Su vida es un continuo concierto, donde el espectador y los actores no están divididos por la luz tajante. Mientras los europeos y norteamericanos vuelven a casa y al televisor, los cubanos se reúnen y tocan su música maravillosa.
Fidel llama a la gente a no soñar con el estilo de vida de Beverly Hills, sino a tomar más tiempo para pescar, para el deporte, para estar juntos. Uno no puede prescindir de los discursos de Fidel a la hora de hacerse una imagen del país. Suena como un cruce de Demóstenes y Berthold Brecht. Él se dirige a la mente y al corazón de sus oyentes. Sus intervenciones son largas, pero uno desea que él pueda seguir más todavía.
Fidel es estrictamente anti Fondo monetario. En su opinión, los países que aceptan el asesoramiento del Fondo crecieron lentamente y pagaron costos sociales elevados. Cree que el actual sistema económico basado en el elevado juego de la bolsa es insostenible, y espera el derrumbe. Cuando esto suceda, la crisis de 1929 parecerá un episodio frívolo, dice. El libro de los últimos discursos de Fidel, Capitalismo en crisis (Ocean Press, 2000) me conquistó con su lógica y su humanidad. Lo considero inmejorable.
Fidel y su compañero de armas el Che han sido gigantes espirituales. Rejuvenecieron el socialismo, que se iba poniendo mustio en manos de los ancianos del Kremlin. Cuba era generosa dentro de la familia de las naciones: sus médicos curaron a los enfermos y salvaron niños en la jungla de Nicaragua y el desierto de Namibia. Sus soldados aplastaron la voluntad de instaurar regímenes de apartheid. Aunque ya no se mencione casi nunca ahora, Mandela hubiera permanecido preso hasta el final de sus días, sin los cubanos. Todas las resoluciones de la ONU contra el apartheid hubieran permanecido sobre el papel, como las resoluciones propalestinas, si no fuera por la valentía de los cubanos. Cuba no sacó provecho de su gesta en la liberación de Suráfrica, y sin embargo no asoma la menor queja al respeto en los discursos de Fidel. Para este mensajero de la solidaridad, una buena acción lleva en sí misma su recompensa. En El Señor de los anillos de Tolkien, hay tres magos poderosos y benéficos que defienden la Tierra del medio frente a la ofensiva de Mordor. La vida real copia a los libros en muchos casos, y yo veo a Fidel, al Dr Mahatir de Malasia y al Papa como estos tres magos buenos para nuestro mundo. Se conocen unos a otros, y encuentran un montón de cosas que compartir estos dirigentes, católico, nacionalista y comunista.
Para los latinos, Cuba es la esperanza de la libertad cultural y política y la igualdad social. En el traspatio de los Estados Unidos, la gente del pueblo, que le tiene miedo a la palabra "comunista", habla con gran pasión de Fidel y de la revolución cubana. No sin razón, La Habana alberga un magnífico festival de cine latinoamericano. La Cuba pobre ayuda a todos sin dinero. Después de la revolución, hubo una gran campaña para liquidar el analfabetismo en la isla. Muchos cubanos recibieron atención médica, se hicieron médicos y científicos. Los médicos cubanos ayudan a los pueblos de Latinoamérica y de África, en lugares donde nadie había visto a un médico jamás. Cuba llamó a Europa a resolver juntos los problemas de salud en África, una combinación de medicina europea y especialistas cubanos podría aliviar el sufrimiento del continente entero.
La Cuba de Castro está naturalmente al frente del Tercer mundo, pues demuestra que un país puede arreglárselas mejor sin los consejos del Fondo monetario. Las clases medias de Latinoamérica entendieron la sabiduría de Fidel después del derrumbe de Argentina. Eduardo Galeano, el destacado escritor uruguayo, repitió literalmente unas palabras de Fidel, en una entrevista reciente. Dijo así : "Argentina cumplió con todo lo que el Fondo monetario le ordenaba, y está en ruinas. La lección es no caer en la trampa del discurso dl F fondo, que conduce no sólo a la destrucción de las economías nacionales, sino a consecuencias monstruosas que no son simplemente económicas. Un discurso que no sólo deriva en el empobrecimiento de las masas, sino que conlleva los bofetones, los insultos diarios que son la ostentación del poder de unos pocos frente a los desamparados innumerables. Esto desacredita a la democracia. Últimamente, la democracia está identificada con la corrupción, la ineficiencia, la injusticia, lo cual es la peor cosa que le pudo suceder a la democracia. Otra llaga tremenda es el gran daño sufrido por la cultura de la solidaridad en estos años. Actualmente la cultura predominante es la de "cada cual por su cuenta". El nuevo nombre de la dictadura financiera es "comunidad internacional"; cualquier cosa que uno haga para defender lo poco que queda de la soberanía nacional se vuelve "ataque contra la comunidad internacional" en vez de un acto de legítima defensa contra la usura practicada por el sistema bancario que rige un mundo en el cual cuánto más pagas, más debes. Por esto es que en un país como Argentina todo ha sido desmantelado: economía, estado, identidad colectiva de un pueblo que ya no sabe quien es, de dónde viene y hacia dónde va".
El apoyo a Cuba es casi universal en América latina, no necesariamente entre la izquierda. En Perú, la clase media local no gusta mucho de su Sendero Luminoso, y dicen : si hubieran seguido el camino cubano, otro gallo cantaría...
Si los Estados Unidos gastasen menos esfuerzos en tratar de contener a Cuba, posiblemente sus logros en el campo más importante de todos, el de la dignidad humana, serían mejor conocidos y apreciados. La globalización dirigida por las multinacionales se comió el mundo, instaurando el desempleo y los niveles de vida ínfimos para los trabajadores, acarreando enormes ganancias para las corporaciones. La globalización es inevitable, dice Fidel, pero debería ser la globalización para el pueblo, no para las multinacionales. Mientras el mundo va despertando después del pesado empantanamiento de la última década, esta isla asombrosa se está convirtiendo rápidamente en importante centro estratégico para los poderes que se oponen a la globalización según el Fondo monetario. Mientras tanto, Cuba es un arca de Noé, que rumbea sobre el oleaje del flujo multinacional. En los años treinta, los socialistas del mundo entero consideraban a Rusia como su segunda tierra madre. Hoy, La Habana es el segundo hogar para los que creen en la bondad inherente al género humano, una nueva capital de la internacional sin proclamar aún, que ha empuñado la bandera de Moscú.
En un tiempo los enemigos de Cuba la tachaban de satélite de Rusia. Pero los nuevos socialistas rusos, los que crecieron después del derrumbe de 1991, miran hacia Cuba, y editan los libros de Fidel costeándolos ellos mismos. La decisión del presidente Putin de cortar las vías de retransmisión a partir de la isla ha cancelado sus esperanzas de que Rusia pueda jugar un papel independiente en el futuro próximo. La sobrevivencia de Cuba tras el colapso de la Unión Soviética ha demostrado que la utopía cubana no era algo prestado, a partir de pensadores o potencias lejanas, sino que tiene sus raíces en el pensamiento y en la acción política del gran luchador y santo José Martí, quien anunció que Cuba se convertiría en "el fiel de América", y le dio fuerzas a su pueblo declarándole la guerra en España en 1895. Con esto, demostró que aún una islita tropical, algo así como un largo lagarto verde y perezoso, es capaz de liberarse de amos poderosos, y de su propia natural flaqueza. Habana-París, enero 2003
Israel Shamir, escritor y periodista, es ruso y judío de nacimiento, ciudadano israelí, y cristiano palestino por elección. Se pueden leer sus artículos recientes traducidos a varios idiomas en www.israelshamir.net