1 de febrero de 2003
Cultura y Zapatismo
El asalto al castillo a cargo de las hordas bárbaras
Ramón Vera
http://www.revistarebeldia.org/
La etiqueta world (como todas las etiquetas) se quedó
chica, circunscrita, acotada. Sirvió al objetivo de mostrarnos el presunto
"exotismo" de todo lo que no naciera con la santificación de un flujo
central de la cultura (que los gringos nombran main stream) y nos dejó
ver que tal división no se sostendría mucho tiempo.
World music quería decir en un principio música africana que saltaba
al frente para reivindicar sus raíces desde los sujetos mismos que la
producían, y el adjetivo se extendió a todo grupo o intérprete
que revindicara desde sí mismo su modo particular de afrontar su música
y sus modos de interpretarla. La gente cuestiona hoy los criterios usados para
catalogar o acomodar lo que Occidente no entendió, no quiso entender
o ni pudo soñar, aunque se fascinara y sintiera que el cuerpo le cosquilleaba
de otra manera.
Tal diversificación era inevitable en un mundo donde conviven tantas
influencias y en el que uno puede escuchar reggae, sukus, fados, techno-pop,
son, blues, jazz o madrigales renacentistas, música electrónica
o espirituales sudafricanos, cante jondo o cantos magrebíes con sintonizar
una buena radio. Ese cúmulo de influencias ya no permanece separado ni
en los entornos en donde se volcaba cada vertiente como modo propio, porque
los modos propios son apropiaciones perpetuas. El entretejido actual de muchas
de ellas toma contorno en una propuesta global alternativa a lo que se venía
haciendo y está más viva que nunca.
Y si el letrero de world quedaba chico, las propias clasificaciones del rock
también empiezan a patinar.
El impulso de apropiación de las tantas influencias en el aire estuvo
en el rock como clave profunda desde sus inicios y así Beatles, Stones,
Pink Floyd o King Crimson le hiceron un guiño a sus influencias y se
atrevieron a ponerlas. Mongo Santamaría, Blues Magoos o Carlos Santana
abrieron otros cruces y lo latino pasó al main stream, al igual que Coltrane
y todos los beboperos anteriores a él introdujeron lo africano y lo musulmán
al jazz revolucionario de los cincuenta y los sesenta. El mismo hip-hop no puede
entenderse sin la voz de un poeta beat que desfloraba parrafadas lúcidas
ancladas a lo cotidiano y a lo testimonial en tono de poesía experimental
y ácida, mientras los instrumentos del grupo bebopero contrapunteaban
delineando una escultura evanescente colectiva que sería free-jazz, es
decir, gritos, exaltaciones, rumor, mascullo, bravata o enamoramiento como en
las conversaciones normales entre varias personas.
Es falaz afirmar que se pueden rastrear todas las influencias de un grupo en
particular, pero sí se puede emprender una valoración de los géneros
y ritmos presentes en la música contemporánea popular urbana globalizante
y entender que estamos en la hora de los calificados de bárbaros, la
hora de los turcos, de los sudacas, de los argelinos, de los vascos, de los
indios, de los rastas que se colaron a Jamaica, de los gallegos, de los migrantes.
Estamos ante un rock migrante, un rock del extranjero que en hordas asalta ya
los muros del castillo (como dijera Mauricio Hammer) de la música que
se suponía occidental (como si la música llamada "occidental"
no hubiera también abrevado de los modos ambrosianos medievales que de
por sí eran orientales). Mary Farquharson y Eduardo Llerenas sostienen
que también ocurre así de lo rural a lo urbano, en un proceso
de migración histórica que coincide con la apropiación
barrial de los modos de la comunidad en el campo.
Pero no para ahí. Los moldes tienden a romperse y entonces el género
blues, el género rock and roll, el mismo género rock con toda
su ductibilidad, se han roto y asistimos a músicas a las que los reseñistas
siguen tratando de clasificar en speak, hip-hop, ska, punk-reggae, salsa, merengue
o rap, raggamuffin, trip-hop o trash y que en realidad se escapan a una clasificación.
Cada vez más música local, música de tal grupo o ese barrio,
porque quienes la promueven se relacionan con ella, creen o no en sus influencias,
impulsan sus cruces y guiños, vislumbran o no sus referencias culturales
y nadan de lo más a gusto alternando los instrumentos utilizables y buscando
ritmos nada condescendientes. Y si las fusiones torpes de los Swingle Singers
skateando a Juan Sebastian Bach eran, como todas las fusiones, postizas, algo
que no pegaba y a lo que se le veían las costuras, las reapropiaciones
y recreaciones que fluyen de absorber, digerir y reacomodar lo escuchado en
la esquina son asombro por sutileza y arraigo.
Grupos como Mano Negra fueron los nuevos profetas de algo que tendría
que pasar y que ellos entrevieron -en especial Manu Chao. Y si en los lejanos
sesenta el atrevimiento era incluir un sitar o un conjunto de cámara,
el milenio nada en una mezcla de géneros que van y vienen, que se intercambian,
que se desfloran en raps salseros, ska o reggae que deriva en son montuno, o
en heavy metal con liras bluseras o bajos funky. Y se canta como hablando, o
se habla con la idea de la canción al fondo: nomás resbalar las
palabras y se tornan armas para reivindicar el momento de una resistencia o
la constatación de una opresión. (Y si alguna vez Dylan tuvo,
sin proponérselo, el record de frases más largas en una canción,
o incluso por respiración melódica) hoy los compositores, los
merolicos, los nuevos trovadores, vuelcan en raudales de palabras toda su experiencia,
cotidiana o panfletaria, narrativa o rollera, pero al fin y al cabo postura
crítica, o incluso cultura política sofisticada y autogestionaria.
Sea cual sea la vertiente o el sesgo, por las rendijas asoma la vida de los
jodidos, la vida en los barrios una vez más para decirle al mundo de
su existencia y su gozo carnal, su empuje de no dejarse de la violencia de ser
juzgados con los criterios de quienes los oprimen, de quienes los diluyen, de
quienes los borronean.
Seguro The Clash estarán muy contentos de constatar cómo sus ideas
impulsaron a tantos a romperlo todo para ser, reconociendo lo que viene de atrás
desde tantos lados, en tantos canales, más su propia historia personal,
su propia tradición local, y le entran con su voz a un movimiento global
por reivindicar lo local contribuyendo todos a una figura alternativa de un
rock del tercer mundo que se coló al primero porque ya no aceptará
digerir únicamente.
Europa quizá fue el primer espacio para este impulso y ahí está
Kortatu o Negu Gorriak del país vasco y sobre todo Fermín Muguruza,
promotor de tanta gente (en él se aplica eso de que la mejor creatividad
es hacer creativos a otros). Mano Negra que es a la vez Galicia, Francia, Colombia,
Venezuela, México, Gran Bretaña y tantos universos dentro de un
corte que incluye la televisión, el ruido de la calle, las películas
piratas, los bailes de salón, las baladas medievales o la tambora que
pide dinero tocando el timbre de casa en casa.
Con estos detonantes todo se tornó posible y hoy estamos en tantos sitios
a la vez: Zebda en Francia remite a Argelia, a los barrios parisinos de migrantes
y sus conejeras por vivienda; Hechos contra el Decoro en un viaje del ska al
son montuno, a la "guerrilla musical" desde Madrid o Argentina. Todos tus Muertos,
Los Fabulosos Cadillacs, Aterciopelados, Tijuana No, El Gran Silencio, Ozomatli,
Los de Abajo, La Maldita Vecindad o Bersuit: grupos de varios barrios colindantes
del habla castellana; y todos tocan a la puerta: aquí estamos, no nos
vamos a ir y nos van a escuchar porque hay buti-cosas qué decir.
Así sea, y que las hordas salvajes asalten el sitial de la pureza de
manual para estallar el siglo XXI desde tantos frentes abiertos, tantos como
surcos tienen los árboles, tantos como rayas hay en el agua, tantos como
clandestinos, tantos como ilegales, tantos como voces que se cuelan por los
entrepisos y de las alcantarillas, de las azoteas, los callejones y los subterráneosstify">Así
sea, y que las hordas salvajes asalten el sitial de la pureza de manual para
estallar el siglo XXI desde tantos frentes abiertos, tantos como surcos tienen
los árboles, tantos como rayas hay en el agua, tantos como clandestinos,
tantos como ilegales, tantos como voces que se cuelan por los entrepisos y de
las alcantarillas, de las azoteas, los callejones y los subterráneos.
Y nunca antes fue tan cierta la frase de Paul Simon -otro Paul Simon ya muerto-
que hace mucho, cuando buscaba sin hacerse güey, cantaba: "y las palabras
de los profetas están escritas en las paredes del metro y las vecindades"