Libros sí, Alpargatas también
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Antonio José Quesada Sánchez
Rebelión
No es la primera vez que me siento para escribir algo sobre Alfonso Sastre. Ya escribí algo por ahí donde hablaba de él y de Buero Vallejo como representantes, cada uno a su manera, de ese país que no terminaba de asimilar la paz de los cuarteles que impuso el Caudillo de los Tres Ejércitos, que para eso ganó una guerra y se concedió el derecho de limpiar España de rojos y masones. Y se condecoraba por ello, además. Pinochet diseñaba por las mañanas las condecoraciones que se colgaba por la tarde, pero nuestro Salvador del comunismo en los campos de batalla era más soso: se limitaba a inagurar pantanos y otras cosas y a entrar bajo palio en las catedrales. Y a que los obispos le metieran en la cabeza que eso que montó era una Cruzada y que había salvado a la Iglesia y a los buenos españoles de la barbarie rusa.
Ya entonces expuse motivadamente mi admiración por Sastre, no tengo que reiterar cuestiones tan obvias como ésa. Recordé sus obras, lo mucho que me han servido y todo eso. Debo añadir, para mi fichero personal, que recientemente he comprado “La taberna fantástica” en edición barata (las que puedo pagar, claro, que además ahora me he quedado en la calle y no tengo un duro). Y he releído los “Cuatro dramas vascos”, imprescindibles en muchos sentidos.
El otro día me bajé de esta revista una entrevista que le realizaron y en la que se apuntaba un tema que, no por sabido, deja de ser menos doloroso: el olvido de Sastre. Olvido intencionado, claro, no se equivoquen.
Hoy creo que debemos detenernos a pensar en esto un poco. Crítico, rojo y abertzale, casi ná. Decía un director de cine, durante los años de la transición (¿Eloy de la Iglesia?, no puedo asegurarlo, me lío con todos los De la Iglesia que llevo en el coco), que tenía todas las papeletas para que le discriminasen en nombre de lo que fuera, pues era “rojo, vasco y maricón”. Pues algo parecido pasa con Sastre, salvando lo sexual (Forest, no soy homosexual, pero te envidio: envidio compartir cama y vida con alguien así, que lo sepas; tomar café en tu casa debe ser todo un orgasmo literario; por cierto, en la última fiesta del PCE, en la que me dieron un premio poético y estaba yo más rumboso que de costumbre por la alegría, compré “Operación Ogro”; enhorabuena por el trabajo). No interesa ese hombre, y cuando menos se le nombre, mejor. Al enemigo ni agua. Bueno, antes les daban “garrote y prensa”, así que algo hemos avanzado.
Cuando estudié Literatura en el instituto (a pesar de lo cual me sigue apasionando la Literatura), nos obligaban a estudiar unos apuntes del Teatro posterior a 1936, nos hacían leer algo de Mihura y en las clases nos educaban en la creencia de que ese tal Sastre tuvo un enemigo con el que debía de llegar a la torta limpia, que era al tal Buero. No entendíamos ni jota de posibilismo, rupturismo y esas cosas, pues estábamos más interesados en adivinar el tanga de la que teníamos delante en clase (¡menudo anacronismo!, mis compañeras de instituto no usaban tanga, a mirar tangas es a lo que me dedico ahora, de mayor; si es que se me va la cabeza...), mejor que en esas peleas de viejos (porque TODO lo que nos llegaba encuadernado en libro de texto no podía ser sino viejo, sin vida, material de disección académica). Tuve que aprobar Literatura, con la máxima nota además, para que empezara a interesarme, y me diera cuenta de que, pese a que tuve una gran profesora, no entendía ni jota sobre eso de coger un libro y quedarte una noche en vela, sin poder parar hasta terminarlo. Eso es la literatura, no preparar un comentario para clase, copiado de aquí y de allá (o de algún compañero más listo).
Y entonces cogí a Sastre por banda, espigando en las bibliotecas. Bastantes de sus cosas se pueden conseguir en las bibliotecas públicas (las obras más clásicas), aunque NADA de sus ensayos ni de sus obras más vascas. Eso no, que pueden corromper a inocentes.
Y me hice una idea de que este hombre no era contradictorio con Buero, sino complementario, aunque se llevara más tortas que el otro por su postura.
Y comencé a comprar sus obras, porque había tanto por subrayar que no podía leerlos de biblioteca (uno está bien educado y ni subraya libros de biblioteca ni le falta un pañuelo en el bolsillo; bueno, a veces falta).
Y cuando escribí el poco teatro que he escrito en mi vida, soñaba con ser un poco Sastre, reflejando contradicciones con la misma naturalidad con la que otro desayuna un café con leche y tostadas. Es lo que me guió tanto en “La novela inacabada de Sísifo” como en “La boda”, las dos cosas que he escrito (ahora van a representar la primera en Madrid, en mi tierra ni de koña).
Pero sus tomas de posición éticas (la ética, esa extraña estética) y políticas han provocado que no sea simpático, sobre todo en esa España que se asoma debajo de la España del siglo XXI que nos venden (por cierto, este año casamos al Príncipe heredero de todo esto, que no se me olvide). Una España de toros y misas de domingo, que huele a arroz a la cubana (no de la Cuba de Fidel, claro, sino de la de Miami), a incienso en Semana Santa y a tortilla de patatas el domingo, con carrusel deportivo de fondo y gente durmiendo la siesta en el campo (cagoenlaputa, ha empatado el Celta en el Calderón, esto me jode la quiniela). Ya no sólo es rojo, que ya tiene delito (fanático, resentido, politiquero, analfabeto, ya saben, todo eso), sino encima abertzale, ahí es nada. Encima se va pa’l norte, con esos vascos, esa gente tan suya que habla esa lengua ininteligible y que no tiene respeto por nuestras Instituciones. Un conde Don Julián de la postmodernidad, con txapela y todo, llevando la contraria al Imperio.
Pues si el Don Julián histórico fue reivindicado por Goytisolo (escribió hace poco un artículo insuperable sobre lo de meter a Dios en la Constitución Europea; no, si eso de que estaba en todas partes no era una habladuría), yo reivindico al Don Julián postmoderno, al Maestro del teatro, al intelectual comprometido. A ése que mete el dedo en el ojo cuando todos callan. Al que admiro por todo lo que me ha dado, y por haberme tratado, como lector, como una persona inteligente.
Igual nos vemos un día todos en la Audiencia Nacional prestando declaración. Cuando escribir en Rebelión sea también colaboración con alguna banda armada de ésas que gustan tanto allí y nos toque declarar sobre eso que escribíamos, aunque tengamos derecho a permanecer en silencio, a no declarar contra nosotros mismos, y a todo eso que repiten en las películas. Ese día, cuando nos lean los derechos y nos caiga la prisión preventiva de rigor, como Dios manda, me pido compartir celda con Sastre. Antes de que otro se me adelante.
Y voy cerrando ya esto, por si acaso. A seguir bien, Maestro, a seguir metiendo el dedo en el ojo al respetable y a la opinión pública. Y yo que lo lea. Y un beso para la señora/compañera de mi parte.