Un comentario sobre su libro "Gotemburgo, destino final" Por: John Argerich
Soy un fiel lector de Maurico Aira, y sus artículos sobre la actualidad política
me han enseñado a verla con otra dimensión. Por eso esperé con sumo interés la
aparición de su libro autobiográfico. Algunos de cuyos capítulos tuve ocasión
de leer en manuscrito, al incluirlo en mi antología de autores latinoamericanos
exiliados "El libro de todos" publicada en 1999 con el patrocinio de Invandrarförlaget,
la editorial de los inmigrantes, de Borås, Suecia. Allí se hacía una vigorosa
defensa de los derechos humanos, avasallados por otra dictadura latinoamericana,
como la que me arrancó de Buenos Aires, mi ciudad natal. Literatura de denuncia,
para hacer pública la verdad, tan cínicamente desfigurada por los opresores de
nuestros pueblos.
Maurico Aira nos entrega un libro que deja huellas en la memoria, con una metodología
literaria solvente y bien planificada. Allí se describen el entorno que dió lugar
a la tragedia política de Bolivia, sus protagonistas, y los avatares impuestos
por el destino a la vida de este escritor. Un periplo que empieza en el atiplano
de las altas cumbres, para culminar en un mundo extraño, y ajeno a cualquier expectativa.
El país de acogida, el exilio, que impone un sello indeleble a sus protagonistas.
La presión cultural es enorme, y muchos han sucumbido a ella. Maurico no lo hizo.
Por el contrario, él fue durante todos estos años como un adalid que, con su incansable
prédica literaria, mantiene muy altos los valores de nuestra cultura común. Solamente
éso lo haría acreedor al respeto y al agradecimiento de sus compañeros de exilio.
El aporte que comentamos ahora, su excelente libro "Gotemburgo, destino final",
es un alegato lleno de paradojas. Por sus páginas desfilan el indio manso, el
hombre del pueblo en busca de liderazgo que lo saque de una vez por todas de la
sumisión. El soñador que plasma sus quimeras en una hoja de papel, el tiranuelo
inculto e inescrupuloso, el represor. Allí hallamos figuras clásicas, y prototípicas
de las prisiones políticas latinoamericanas. Chiqui, el neurópata. Miqui, el resentido
social. Roberto, víctima de su conciencia. El Archivero, reclutador de informantes
mediante el terror. Todos los que pasamos por las mazmorras del opresor los conocemos.
Aquí Mauricio desnuda sus corazones enfermos, y los pinta en toda la bajeza que
puede contener el alma humana.
Luego están el miedo, la incertidumbre, el golpe de suerte que salva la vida.
Es éste un testimonio valioso de una época que ya entró en la historia de nuestra
inconclusa patria común, signada por el sello del horror. Para que al leerlo,
nuestros hijos nos conozcan mejor, y sepan cuáles fueron nuestros ideales, y el
alto precio que debimos pagar por vivirlos con honor.
¡Gracias, Mauricio, por un libro que no hemos de olvidar!