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Piqueteros. Apuntes para una tipología.
Daniel Campione
Este escrito sirve de prólogo a un libro de Miguel Mazzeo, de idéntico título, aparecido hace pocos días.
Este no es un trabajo recubierto de real o supuesta objetividad académica, sino un escrito que aúna el rigor, la referencia teórica actualizada y elaborada, con el compromiso militante con el tema. Vinculado a los sectores piqueteros que ponen el énfasis en la autonomía frente a estado y partidos políticos, y en una construcción desde la base que no reproduzca las jerarquías y los modos de construcción política sistémicos, esto no le impide alcanzar la distancia crítica necesaria para señalar tanto las potencialidades como los límites de todo el movimiento.
No tenemos aquí un análisis sociológico que sigue todas las ‘reglas del arte’ ni un ensayo en el sentido tradicional del término. Lo vertebra un enfoque crítico, con el eje puesto en un conocimiento productivo en el campo mismo de la acción política concreta. Es el que guía el conjunto del trabajo, que se inscribe entre los abordajes saludablemente heterodoxos y políticamente comprometidos que han engendrado los dos últimos años de Argentina. No ha estudiado a los piqueteros desde afuera, no ha reflexionado ‘sobre’ ellos, sino que escribe desde la participación activa, la inclusión en cursos de formación, el diálogo frecuente y prolongado, el compartir actividades y movilizaciones. Nada de eso se explicita en el análisis, pero forma su sólido trasfondo.
Todo el examen gira, nos parece, sobre un eje: El de los esfuerzos por la construcción de movimientos sociales autónomos, en un ámbito social donde las desventajas para hacer tal cosa se acumulan de modo inusitado, ya que la acción impulsada desde el poder para configurar el sometimiento clientelista se desarrolla día a día con amplios recursos. Sin embargo, los movimientos siguen desarrollándose, multiplicándose en capacidad de organización y movilización.
Se afirma al comienzo: "Este trabajo no pretende analizar el desarrollo de las redes clientelares o asistencialistas...Por el contrario nos centramos específicamente en el momento de ruptura de ese vínculo o en el momento que imposibilita su constitución a partir de la irrupción de una (contra) organización popular de base que nuclea fundamentalmente a trabajadores desocupados."
El piquete aparece así como negación superadora del vínculo clientelar, como vehículo de constitución de una organización de los desocupados que no depende del poder, que parte desde el llano, y que contiene a menudo una aspiración de ruptura con el aparato estatal, y en potencia, con el sistema social entero que somete echando fuera de la relación laboral. El ‘pobre’, el ‘desocupado’ se convierte en piquetero, se adjetiva ‘desocupado’ para dar el lugar sustantivo a ‘trabajador’, como reclamo de una condición activa que tal vez no es el regreso al mundo laboral anterior, sino la aspiración a un trabajo nuevo: "...la huida del trabajo enajenado y la reivindicación del "trabajo digno" o más específicamente...trabajo igualitario, solidario, libre y compartido."
A lo largo del análisis no quedan dudas que nos encontramos frente a una manifestación concreta de la lucha de clases, una disputa en la que los moviientos de trabajadores desocupados se definen "en relación a..." o mejor "een contra de..." las tentativas de cooptación y neutralización por parte del poder, pero también como portadores de la pre-figuración de una sociedad nueva, que no libra todo a la ocurrencia del "milenio" identificado con la toma del poder. "Pretenden fundar una sociedad basada en la autoactividad de los hombres y las mujeres, en el trabajo concreto orientado a la producción de los bienes socialmente necesarios, en fin: en el trabajo social emancipado." Un proceso de superación de la lógica mercantil, del imperio del valor de cambio, el rescate de la imagen primigenia de la sociedad comunista, en un proceso de liberacion social en el que la toma del poder no es el punto de partida de la revolución social, sino un paso en el camino hacia la meta. La sociedad nueva queda prefigurada en la sociedad actual, los vínculos emancipados no son los que se dan al interior de la organización política, sino en la trama de la vida social cotidiana orientada con un criterio liberador.
Es que a la hora de concebir las relaciones sociales y el poder dentro de ellas, Mazzeo se adscribe con claridad a un enfoque "relacional", que coloca el énfasis en lo móvil y dialéctico de esas relaciones y, por tanto, no concibe el conflicto social como un juego de suma cero en el que todo se reduce a ocupar los espacios existentes, sino como un proceso de construcción-destrucción-reconstrucción, en el que la creatividad volcada a lograr el imperio real de lo nuevo ocupa un lugar fundamental, no reductible a esquemas preconcebidos.
Se señala la diversidad de actividades y luchas de los movimientos piqueteros, en lugar de centrar todo en la intermediación de planes sociales otorgados por el Estado, un flanco que suele enfatizarse justamente para menoscabar a los movimientos, presentándolos como cooptados por el aparato estatal, o reproduciendo prácticas clientelistas de la ‘vieja política’. "La organización popular de base ...es un medio de emancipación porque no reproduce las relaciones de poder hegemónicas y favorece la conformación de subjetividades activas."
Pero eso no le impide destacar los elementos de reproducción de la cultura política dominante realmente existentes, de descreimiento en la capacidad de iniciativa popular que recorre a un sector importante del movimiento piquetero, que tiende a re-crear liderazgos caudillistas y a mantener a la base por fuera de la elaboración conceptual y la toma de decisiones, circunscripta a un estrecho liderazgo sólo ampliable por ‘cooptación’. Mas allá de esas críticas, su mirada se centra en los valores de las organizaciones populares de base, su capacidad para generar relaciones no basadas en la jerarquía y el sometimiento. Y a partir de allí se dispone a indagar sobre la necesidad de una articulación política del movimiento, requerimiento que de no asumirse conlleva el riesgo de convertir la autonomía en un valor absoluto, en un fin en sí mismo que no se detiene en la no-dependencia de los sectores de poder, sino que se torna particularista y hace del aislamiento un culto. Y tiende a ignorar al poder existene, su capacidad de asimilación y destrucción, así como la certera posibilidad de que el desarrollo del movimiento social lleva en su propia lógica, sino abdica de su autonomía y de su aspiración a construir una sociedad nueva, la confrontación abierta con el poder existente. O peor aún , a fuerza de repudiar toda proximidad con los partidos o con cualquier instancia de coordinación, concluye por aceptar la del Estado, la de organizaciones ‘desinteresadas’ (ONGs y afines), y hasta la de los partidos del sistema, presentados en plan ‘no partidario’.
En términos de articulación política, existen distintas corrientes entre los autónomos, y el análisis se acerca con mas interés a la que plantea la necesidad de construir una herramienta política, pero invirtiendo la relación tradicional movimiento social-partido. Una suerte de partido-movimiento que proporciona una entrada específica al mundo político que rechaza tanto la delegación de la representación tradicional como el aislamiento que implica, a la larga, dejar la política en las manos de los que ya tienen el poder. Estas apreciaciones le permiten lanzar una advertencia capital: "Muchas veces, el afán por evitar reproducir las lógicas del sistema y por la preservación de una autonomía mal entendida, precipita en la funcionalidad con el sistema y con los procesos de reproducción de las condiciones de dominación."
Su afinidad con estas corrientes no le impide establecer críticas, señalar la existencia de ‘folklorismo setentista’, sectarismo, exacerbación del autonomismo que se confunde con individualismo, o el estereotipo del militante full time.
Desde esa toma de posición efectúa la crítica a los partidos de izquierda en su creencia de estar provistos de un saber revolucionario esencial, inmutable, que les permite adoctrinar a las masas y ‘medir’ el avance de ellas en función de su cercanía al programa y las prácticas preconizadas por la organización partidaria. La conciencia ‘verdadera’ está almacenada en cada uno de sus documentos, en todas sus acciones, las ‘masas’ deben incorporarla, aceptando además la dirección de la organización. "El trabajo de masas del partido apunta a que éstas adopten su programa, lo que denota toda una concepción del papel de las masas en los procesos históricos. El partido no propone jamás una construcción dialéctica del mismo (del partido y del programa)". El partido se piensa como vanguardia desde su constitución, puede ‘desviarse’ de la línea correcta, y eso puede llevarlo a replantear su análisis de la sociedad, casi nunca su inserción en el movimiento social.
Hasta allí el examen de los sectores que buscan una salida emancipatoria, aun en profunda divergencia entre ellos. Pero los piqueteros tienen un enemigo concreto en el terreno, de una práctica antagónica con la suya, que cobra vida a partir del fomento del conformismo, la despolitización, las tendencias al individualismo egoísta: el puntero. Tal como los movimientos de trabajadores desocupados, la práctica ‘punteril’ es una respuesta a la dispersión de la clase obrera, a la pérdida de la posibilidad de trabajo efectivo, y a la pérdida de peso social y político de la dirigencia sindical. Es de signo totalmente opuesto a la de los piquetes, impulsada por un Estado y un sistema político dispuesto a perpetuar las condiciones económicas, sociales, culturales y políticas de la prolongada ofensiva de la clase dominante, desarrollada en la Argentina en los últimos treinta años.
El ‘puntero’ no sólo en tanto que representante del aparato estatal, sino en el de quién desarrolla prácticas paternalistas con rasgos autoritarios, insolidarias, y atadas a una lógica de intercambio que despolitiza o bien mercantiliza lo político, disputa, en el mismo territorio, y en la misma porción de la sociedad, con los piqueteros. Es la encarnación de las políticas que en el plano micro se ha dado el régimen para administrar a quiénes quedan al margen del sistema de producción. Constituye un reemplazo degradado de la burocracia sindical.
Frente a ellos se plantan los movimientos piqueteros. El trabajo contrapone a punteros y piqueteros como representaciones de dos culturas políticas contrapuestas. Las dos responden al mismo fenómeno (pérdida de trabajo, declinación de formas de organización tradicionales de las clases subalternas) pero en direcciones inversas: Los punteros son la respuesta desde el poder político, altamente funcional a los objetivos e ideologías de las clases dominantes, despolitizadora y desmovilizadora. Los piqueteros fluyen desde el seno mismo de las clases subalternas, con un impulso politizador, que forma y organiza desde el desamparo y la pobreza, y desde allí se enfrenta al puntero, que viene a aprovecharse de ellas, que las necesita para existir.
En esta contraposición está uno de los puntos fuertes del trabajo, al ubicarla como un claro escenario de lucha de clases, en el que la disputa se da incluso por el sentido y los efectos de los instrumentos que propone el aparato estatal (los planes sociales), hasta transformarlos, como en una declaración que se transcribe: "...en un incentivo y un desafío para avanzar en la construcción del poder popular hacia el cambio social."
El territorio, lo "local"..se ha erigido en el espacio de cuestionamiento concreto y directo al modelo de dominación política y social. Se forma un ‘microscosmo reproductivo social’ que plantea una articulación territorial distinta a la implantada por el capitalismo neoliberal, destructiva de ámbitos y vínculos, promotora de la individualidad aislada y aislante. "Ocupar el territorio es un imperativo estratégico, ocuparlo con cuerpos vinculados solidariamente...la crítica al desempleo ...no es el eje...sino la crítica al trabajo capitalista y a la sociedad que lo sostiene." Desde lo local se cuestiona lo global, no se lucha contra la ‘exclusión’ sino contra la sociedad alienante y explotadora, en su conjunto y desde su raíz.
Se cierra el trabajo con la reflexión sobre el surgimiento de este movimiento aparecido desde la completa desposesión, desde las figuras sociales tradicionalmente identificadas con el ‘lumpenproletariado’, con la marginalidad despolitizada, que si entra en la escena política es para ser manipulada por los patrones y por el poder político. A la lumpenización propuesta por los punteros, a la escasa atención inicial de algunas corrientes de izquierda, se le encontró la respuesta de un movimiento activo y creativo, constituido en sí mismo en una desmentida práctica a viejas certidumbres. Un particular cruce generacional, social e ideológico ‘incubó’ ese movimiento desde los años 80’, e hizo aparecer una forma organizativa nueva y una identidad diferenciada del seno mismo de la desarticulación, de lo que parecía un ‘desierto’ destinado a perdurar; hasta ir "mucho mas allá del reclamo en pos de la sobrevida" Su mera existencia es un desafío no sólo a las lógicas del poder, sino incluso a las predominantes entre sus críticos (se recuerda en el texto que nada menos que Pierre Bourdieu habló de "milagro sociológico" para referirse a la organización y movilización autónoma de ciertas capas de los sectores dominados). La valoración de estos movimientos como una gran contestación desde abajo a las reformas estructurales del capitalismo concentrador y excluyente, pero también al vaciamiento de contenido de la democracia representativa y a la virtual ‘muerte de la política’, vertebra el trabajo. La apuesta a su desarrollo, a que gane en complejidad y articulación hasta convertirse en la matriz de una nueva alternativa social y política, tendencialmente horizontalista y basada en mandatos imperativos y revocables le otorga, creemos, su sentido más profundo.