VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Heinz Dieterich Steffan

24 de enero del 2004

Con gratitud y cariño para l@s compañer@s, cuya solidaridad está causando problemas de digestión al tiburón que tragó a la sardina
 
Sociopatología de la prensa burguesa (I)

Heinz Dieterich

En la sociopatología de la prensa burguesa contemporánea pueden diagnosticarse tres procesos estructurales de atrofia democrática y cinco mecanismos degenerativos del tejido democrático de la institución. Ambas tendencias tienen el mismo efecto y la misma función: revertir en los hechos la escasa participación del ciudadano en los asuntos públicos, que la burguesía le ha concedido en lo formal: es decir, en el papel.

El primer proceso estructural de involución se operó con la conversión de la burguesía de una clase ascendente en el siglo XIX, a una clase conservadora en el XX y una clase descendiente en el siglo XXI. Lo que fue posible propagar en su fase revolucionaria, en la lucha contra los resabios feudales en la economía y superestructura del sistema, se vuelve difícil de publicar en su etapa conservadora y prácticamente imposible, en su época reaccionaria y decadente, actual.

Es difícil imaginarse, por ejemplo, que los artículos publicados por Karl Marx y Friedrich Engels en el New York Daily Tribune (1852-61), sobre la corrupción electoral y parlamentaria en Gran Bretaña, la explotación terrorista de la India, la revolución en España, las crisis monetarias y económicas del capitalismo europeo o las Guerras del Opio contra China, en las cuales el gobierno de Su Majestad impone a cañonazos a los chinos el consumo de su opio producido en la India, encontraran, hoy día, una tribuna importante de la burguesía, a su disposición.

La segunda tendencia estructural involutiva es inherente a la economía política del sistema. La ineludible presión hacia la centralización y concentración del capital, impulsada por las leyes de valorización del capital, que se manifiestan en la esfera de circulación en forma de la despiadada competencia por el control de los mercados, han sometido a los medios de comunicación a la misma lógica de actuación que caracteriza a todas las grandes corporaciones transnacionales.

El proceso actual de centralización y concentración del capital en la dicotómica industria de la información, de la cual la prensa escrita forma parte en su área de software, es comparable a la transición del capitalismo de las pequeñas empresas del siglo XIX hacia el capitalismo de las grandes empresas globales.

La pequeña y mediana empresa familiar cede en el último cuarto del siglo XIX su importancia a la sociedad anónima de capital variable. Cien años después, el proceso se ha desplazado de la industria, vía el tercer sector, hacia los medios de comunicación.

Esa reconfiguración interna del idílico capitalismo de monadas de Adam Smith hacia los gigantes corporativos, es el resultado de sendas innovaciones revolucionarias en las tecnologías de producción, las cuales reflejan, a su vez, el implacable imperativo de aumentar el plusvalor relativo. Sin embargo, las consecuencias políticas y culturales de este imperativo son distintas en las diferentes esferas de la economía.

Por lo general, la concentración de los capitales en unas cuantas grandes empresas y su tendencia, de controlar el mercado mediante cárteles y trusts, afectan negativamente a los precios y a la calidad de las mercancías. En algunos mercados, sin embargo, se genera una contratendencia, por la posibilidad de mercantilizar el producto en el mercado mundial entero. Esto, por ejemplo, es el caso de los automóviles, las computadoras, los teléfonos celulares o los farmacéuticos que son relativamente independientes de las idiosincrasias culturales nacionales.

Tal "inelasticidad" cultural, como podríamos decir en la jerga de los economistas, no existe, de la misma manera, en la prensa. Un periódico está limitado en su ruta de expansión por el código lingüístico (el idioma) en que se produce, la lingua franca mundial y los códigos culturales nacionales, entre otros factores. Los primeros dos factores explican, porque el The New York Times nunca será una competencia mercantil seria para los diarios latinoamericanos, pero también, porque su diario internacional, International Herald Tribune, puede ser un éxito económico global.

Y el tercer factor explica, porque Le Monde Diplomatique o El País nunca podrán venderse en volúmenes adecuadas para su rentabilidad en la mayoría de los países de América Latina, porque su snobismo intelectual eurocentrista ---que es la faz positiva de su negatividad de empatía con las tradiciones y sensibilidades de los pueblos de la Patria Grande--- los hace simplemente repugnantes a las identidades latinoamericanas.

La concentración del capital en el sector periodístico de la industria del software deriva en dos consecuencias. Los altos costos fijos del aparato productivo y distributivo imposibilitan que un periódico se financie sobre el precio de venta. Por lo general, el precio de mercado no cubre más que el 35 por ciento de los costos totales. La sobrevivencia del medio depende, por lo tanto, de la publicidad y de los subsidios directos e indirectos de las grandes empresas privadas y del Estado.

Por otra parte, la oligopolización del mercado y la combinación de multimedias (tv, radio, prensa, etc.) en una sola empresa transnacional, le confieren a esta un extraordinario poder de influir sobre la opinión pública.

Ambas tendencias generan, en un matrimonio de conveniencia, el tercer proceso estructural involutivo que es, quizás, el más preocupante para el futuro de los pueblos del mundo: la oligarquización de las democracias formales de Occidente.

El problema de la clase dominante en toda democracia formal es el control y la subordinación de las masas explotadas. Aristóteles planteó ese dilema y su solución fáctica hace dos mil trescientos años en los siguientes términos: "La ley de la democracia exige que los ricos no tengan ningún privilegio frente a los pobres... Sin embargo, se garantizan sus ventajas de tal manera que, mientras el pueblo es el dueño de todo, ellos mismos son los dueños del pensamiento del pueblo".

Adolf Hitler resolvió ese problema en los países ocupados mediante el hardware : repartió radios marca Philips que tenían un solo canal de recepción: el de la propaganda de los nazis.

Para la democracia formal, la solución estaba en el software, como descubrió el fundador de la ciencia del control ideológico de la población en condiciones de libertad de información, Edward Bernay.

Los medios son las "puertas abiertas a la mente pública", escribía en un clásico ensayo en 1947, y la esencia del proceso democrático radica en que los líderes sepan aprovechar "este enorme sistema de amplificación" que son los medios, mediante "la fabricación del consenso"; tarea, de la cual es incapaz la chusma .

Entre la estrategia de la dictadura burguesa de Hitler, el canal único, a la estrategia de la democracia burguesa estadounidense, el discurso único, han oscilado las soluciones de las clases dominantes al problema planteado por Aristóteles. La oligarquización de la democracia formal nos regresa a la praxis de la democracia griega.

Es la cercanía entre los intereses de la elite que detenta el poder económico, y la clase política que detenta el poder político, pero que por investidura y ética debe ser el guardián del funcionamiento real de la democracia, la que genera la convergencia de sus políticas de dominación y los amalgama en una oligarquía, es decir, un grupo de poder unificado, compuesto por unos cuantos clanes o segmentos sociales poderosos que determinan los asuntos de la res publica, por encima y a espaldas de las estructuras formal-democráticas.

Para Aristóteles, la oligarquía era una degeneración del régimen aristocrático, es decir, una corrupción de la meritocracia. Para la democracia formal burguesa contemporánea, la oligarquización es una señal premonitoria del agotamiento definitivo de su papel histórico, en la medida en que revela la regresión del citoyen (ciudadano) soberano hacia el vasallo político de la monarquía feudal, y la suya misma hacia el poder absoluto.

El íntimo contubernio entre los conglomerados comunicativos y los respectivos gobiernos es evidente a nivel global. La simbiosis entre el español Jesús Polanco, dueño del Grupo Prisa, los gobiernos de Felipe González y José María Aznar, Ricardo Lagos en Chile, los golpistas de Miami y Venezuela y otros presidentes lacayos de Washington, son conocidos.

Los grandes conglomerados mediáticos en Brasil (Rede O Globo), en Argentina (Grupo Clarín), en México (Televisa y TV Azteca), en Venezuela (Cisneros), en Estados Unidos (America Online, a la cual pertenece CNN), en Inglaterra, Estados Unidos y Australia (Rupert Murdoch y Fox), en Alemania (Der Spiegel), reflejan esa tendencia, que ha encontrado su forma consumada en Italia, con la descarada entronización de uno de los más importantes y corruptos empresarios mediáticos del país, Silvio Berlusconi, en la presidencia de la República.

La liberación de la legislación que restringía el grado de control de los mercados monomedios y multimedios por las grandes corporaciones, en el año 2003, en Estados Unidos e Italia, entre otros países, indica la tendencia de la involución oligárquica: la clase política en el poder remueve los obstáculos legales a la monopolización de la esfera mediática por unos cuantos conglomerados, y estos, en contrapartida, usan sus "puertas abiertas a la mente pública", para programar las cabezas de la chusma con el software, que garantizan que no salga de la raya.

Cinco mecanismos operativos integrales del periodismo burgués garantizan que esa tarea se realice con gran eficiencia. Estos serán tema de la próxima entrega.