Heinz Dieterich Steffan
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12 de abril del 2003
George Bush: Mein Kampf
Heinz Dieterich Steffan
Todo proyecto histórico requiere de una guía doctrinaria. La de Adolf Hitler era Mein Kampf -- Mi Lucha, escrita en 1924. La del nuevo fascismo se llama "La cuarta guerra mundial".
James Woolsey, exdirector de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA), la dio a conocer en una conferencia en la Universidad de California, el 2 de abril. Al igual que Hitler, Woolsey ve a Estados Unidos en una escenografía de guerras y agresiones que amenazan su existencia. Por ejemplo, en Medio Oriente, excepto por Turquía e Israel, no hay democracias. Hay dos tipos de gobiernos: "los depredadores patológicos y los autócratas vulnerables. No es una buena mezcla. No sólo Irak, sino también Irán, Siria, Sudán y Libia patrocinan y apoyan el terrorismo".
En ese Parque Jurásico, Hitler tenía que defender con las armas la pureza de la "raza aria", su "espacio vital" (Lebensraum) y la supremacía de la cultura germánica, frente a los infrahumanos, creando "el reino de los mil años". Washington está en la misma lucha, y "Sadam Hussein, los autócratas de la familia real de Arabia Saudita y los terroristas deben darse cuenta de que ahora, por cuarta vez en 100 años, EU ha despertado".
Estados Unidos no escogió esta lucha, sino que fue obligado a ella por "los fascistas baathistas, los chiítas islámicos y los sunnis islámicos". Pero, ya que está en la conflagración, tiene que ganarla como ganó la Primera Guerra Mundial por los 14 puntos del presidente Woodrow Wilson, la Segunda Guerra Mundial por la Carta del Atlántico y la Tercera Guerra Mundial, peleando por las "nobles ideas expresadas por el presidente Ronald Reagan".
Es una guerra de la libertad contra la tiranía que exige en Medio Oriente transformar "el rostro" de la región, tarea que ya se ha comenzado en Irak. Esto es difícil, pero no tanto como lo que "ya hemos logrado en las guerras mundiales anteriores".
Se entiende que en este mundo socialdarwinista de depredadores patológicos y autócratas Washington no puede ofrecer a la humanidad lo que más desea, paz, prosperidad y bienestar, sino sólo décadas de guerra.
La "cuarta guerra mundial" es, más que una guerra contra el terrorismo, una guerra para "extender la democracia hacia aquellas regiones del mundo árabe y musulmán que amenazan a la civilización liberal que tanto nos esforzamos por construir y defender a lo largo del siglo XX, en la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial y la Tercera Guerra Mundial (la llamada Guerra Fría)".
"Espero que esta nueva guerra no dure tanto como la Tercera Guerra Mundial (más de 40 años), pero ciertamente será más larga que la Primera o la Segunda guerras mundiales. Probablemente se llevará décadas."
Este es el proyecto histórico que la fracción más fuerte y terrorista de la burguesía mundial tiene para la sociedad global. No es menos peligroso que el de Hitler y tiene sus raíces en el mismo "eje del mal", el complejo militar-industrial del capitalismo metropolitano. Normalmente, para el gran capital es suficiente controlar el Estado y los medios de adoctrinación, para realizar sus intereses. Sin embargo, un proyecto fascista de este tipo requiere, además, una base social de masas. En el caso de Hitler, se reclutó esa base entre los desempleados, los lumpen y la pequeña burguesía. En Estados Unidos, el gran capital la ha formado mediante el fundamentalismo cristiano, el racismo y el suprematismo blanco.
George Walker Bush, que representa el 25 por ciento del electorado nacional y quién no ha podido disipar convincentemente las dudas de robo electoral, que han estigmatizado su presidencia desde el comienzo, no es, por supuesto, el autor del Mein Kampf estadounidense. Como la mayoría de los presidentes actuales, no es más que el vendedor televisivo de un proyecto de inversionistas de la elite económica.
El verdadero poder del nuevo fascismo radica en el "complejo militar-industrial", considerado por el presidente y general Dwight D. Eisenhower en 1961, como el mayor peligro para la democracia formal estadounidense y, en particular, en un grupo secretivo, conocido como el Defense Policy Board (DPB, Grupo de Política de Defensa), que es un grupo clandestino de 30 grandes capitalistas y funcionarios, seleccionados por el Pentágono para "asesorarlo".
A esa camarilla pertenecen Woolsey, que es parte de un grupo de capitalistas que trabajan con compañías de seguridad privada y para quien se prevé un papel importante en la "reconstrucción" de Irak; Richard Perle, uno de los principales ideólogos del nuevo fascismo, quien tuvo que dejar la coordinación del DPB por acusaciones de corrupción; al menos nueve mercaderes de la muerte que han ganado en los últimos dos años contratos armamentistas por un valor de 76 mil millones de dólares, así como otros magnates del capital que ahora van por los 100 mil millones de dólares de reconstrucción del Irak, tratando de desplazar al capital inglés que está mendigando al capo mayor el 20 por ciento del negocio y a las transnacionales europeas, que ya están movilizando a la Organización Mundial de Comercio (OMC), para impedir su exclusión del negocio.
El Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, es la eminencia gris de la camarilla, junto con su subsecretario Paul Wolfowitz y el vicepresidente Dick Cheney, cuyo ideólogo militar, Victor Davis Hanson, sostiene en su libro "An Autumn of War", que la guerra puede ser buena y que a veces le conviene más a una nación la devastación que la persuasión. Tal como demostraron en su operación en Irak.
Un proyecto fascista de una elite nacional siempre es un peligró para otros países y pueblos, porque desconoce al derecho internacional y a la ética. Pero, en su esencia es una guerra contra los pobres dentro y fuera de las fronteras nacionales. Por eso se dirige no sólo contra el tercer mundo, sino también contra la propia población necesitada de los Estados Unidos.
Bush acaba de presentar un presupuesto y el parlamento estadounidense lo ratificó, en el cual hay recortes multimillonarios en la tasa fiscal de los ricos, de las grandes transnacionales y de los inversionistas. ¿Cómo se financia ese recorte impositivo, con un déficit fiscal de alrededor de 400 mil millones de dólares y en un escenario de recesión que ha destruido a más de dos millones de puestos de trabajo desde marzo del 2001?
Muy sencillo: mediante profundas reducciones en programas de salud pública, ayuda alimenticia a los indigentes (food stamps), comida para los niños de las escuelas públicas y ---en medio de la guerra de Irak--- sustanciales recortes en beneficios para los veteranos de guerra.
La cruzada por la libertad y contra las tiranías requiere sacrificios. Y todos jalan parejos. Los ricos sacrifican su impulso moral de pagar impuestos a la par de los pobres, y éstos sacrifican su calidad de vida. Los que no están de acuerdo pueden protestar. También encuentran un lugar en la democracia de los libertadores. Ya hay más de dos millones de ciudadanos detrás de las rejas. Entre ellos, el 12 por ciento de todos los hombres afroestadounidenses entre 20 y 34 años de edad, siete veces más que la tasa para la misma edad de los blancos.
Mientras tanto, uno de los favoritos políticos de la camarilla neofascista para la reconstrucción de Irak, ha llegado al país para llenar el vacío que ha dejado la caída del tirano. Es un hombre a la altura democrática de su padrinos: el banquero iraquí Ahmad Chalabi, exiliado en Estados Unidos y prófugo de la justicia de Jordania, donde había sido condenado por un fraude multimillonario.
Este es el "capital humano" que requieren los Fuehrer de Occidente, para construir las democracias del futuro. ¿Alguien podrá creer que apenas hace dos siglos esa clase social irrumpió en la historia, prometiendo al genero humano "igualdad, fraternidad y libertad"?