La disyuntiva: Bloque Regional de Poder o Destrucción Militar (III y último)
Heinz Dieterich
La necesidad de sustituir los convenios bilaterales como mecanismo de integración por la política multilateral de un sujeto estatal integracionista, formado por los cuatro Presidentes latinoamericanos, es una cuestión de vida o muerte para la coyuntura de la Segunda Emancipación que vivimos.
Las cooperaciones bilaterales que ha habido entre los Jefes de Estado progresistas, han resuelto problemas puntuales en varios países, algunos de ellos en situaciones críticas. Por ejemplo, el envío de un buquetanque brasileño con petróleo para Venezuela, en el momento neurálgico del Segundo Golpe de Estado, fue de suma importancia política-sicológica para derrotar a los mercenarios petroleros de Washington.
En la actual crisis energética argentina, los posibles apoyos de Venezuela y Brasil son igualmente de gran significado, para romper la política de chantaje y bloqueo económico de las empresas transnacionales, particularmente las del subimperialismo español (Endesa y Repsol).
De la misma manera, el proveo cubano de tecnología medicinal y recursos humanos para Venezuela, es un elemento imprescindible para la consolidación de la revolución bolivariana; como, a su vez, lo es el suministro seguro y a precios previsibles del crudo venezolano, para el desarrollo de la revolución cubana.
Tal política bilateral, sin embargo, no está a la altura del peligro que corre el BRP y, sobre todo, no se adecua a los tiempos disponibles para que la hazaña integracionista triunfe definitivamente. La amenaza destructiva para el proceso de integración emana de dos enemigos principales: el imperialismo estadounidense y las corporaciones transnacionales, particularmente las del capital financiero, extractivo y mediático.
Ninguno de los Estados del Bloque Regional de Poder (BPR) tiene, por sí solo, la capacidad para derrotar a esos enemigos, pese a que la ilusión del desarrollismo nacional viable sigue cabalgando fuerte en la cultura de algunos de los Estados involucrados, llevando los políticos a la sobreestimación del propio poder y llegando incluso a aires de chovinismo que conducen hacia derrotas dolorosas.
El vendepatria Menem explotó sistemáticamente esta veta de la cultura nacional, cuando en 1994 ató el peso argentino al dólar estadounidense, convirtiendo a la nación en el espejismo y el simulacro de un país del Primer Mundo, hasta que el mercado mundial ---las transnacionales del Primer Mundo--- le bajaron los humos a los estafadores de la clase política argentina que acompañaron al "turco" en sus piruetas chovinistas.
Desde entonces, ese peligro ha disminuido sustancialmente de la Patria de San Martín, cosa que no se puede afirmar del Brasil. La idea de la grandeza nacional, capaz de enfrentarse al mundo, estaba también fuertemente anclada en el software del Presidente Fernando Henríque Cardoso, quién, creyendo en sus extraordinarios "dotes intelectuales" y la noción del Wall Street Journal de los años treinta, de que América estaba repartida entre el Coloso del Norte (Estados Unidos) y el Coloso del Sur (Brasil), tuvo la osadía de desafiar a los megaespeculadores financieros del Primer Mundo.
Confiando en las grandes reservas de devisas internacionales de la "octava economía del mundo", y en un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco Mundial (BM) por 41 mil millones de dólares, solía negar categóricamente el peligro de una devaluación de la moneda brasileña durante la crisis bursátil y monetaria de mediados de 1998.
En un quijotesco acto de desafío del capital financiero global, perdió en seis semanas 20 mil millones de dólares de las reservas internacionales; provocó una reducción del 50 por ciento del valor de la moneda nacional en un mes; hizo caer a la Bolsa de Sao Paulo en el mismo tiempo en un 40 por ciento y tuvo que aceptar, finalmente, una devaluación que volatizó a 75 mil millones de dólares.
Esa lección sobre la correlación de fuerzas en la economía mundial y el peligro del espíritu de sobreestimación parecen no haber dejado profundas raíces en los nuevos gobernantes, si recordamos que el candidato presidencial Luis Inazio "Lula" da Silva formuló la siguiente frase ante una nueva situación económica de inestabilidad del Brasil, en septiembre del 2002: "Brasil no es una republiqueta cualquiera. Brasil no es Argentina. Este país no quiebra."
Es esa sobreestimación nacional que puede llevar a errores graves en la política bilateral o unilateral, como cuando el actual gobierno brasileño quiso formar un "grupo de amigos" de Venezuela y terminó de conformar lo que más bien era un "grupo de enemigos".
La necesidad de integrar una dirección presidencial latinoamericana para evitar errores garrafales unilaterales y presentar un frente común vis-à-vis las corporaciones transnacionales y Washington es, hablando sin dramatismos, trascendental.
Esta dirección integrada, que viene a ser una especie de Estado Mayor Conjunto de los asuntos públicos de la Patria Grande, debería conformarse a la mayor brevedad posible, porque los tiempos de la coyuntura libertadora se están acabando, por dos razones.
En primer lugar, los movimientos sociales que sostienen a los gobiernos progresistas, quieren ver de manera inmediata resultados concretos de los nuevos gobiernos, en su calidad de vida.
El retorno del Movimiento de los sin Tierra (MST) a las ocupaciones masivas de latifundios brasileños, al igual que la conformación de un nuevo "Partido de Izquierda Socialista y Democrática" (26.3.) y la creciente opinión entre los movimientos sociales, de que ni dentro del gobierno, ni dentro del PT se pueden cambiar ya las cosas, son señales de alarma inconfundibles.
La polarización clasista que acompaña los avances de todo proyecto desarrollista, obligará a Lula a escoger entre la poderosa oligarquía latifundista y el MST, por una parte, y entre el financiamento masivo de nuevas fuentes de empleo para abatir la pobreza y el desempleo, y masivos paros de los trabajadores, por otra.
Ambos problemas sólo pueden resolverse mediante un enfrentamiento con el capital financiero internacional y nacional, que el gobierno de Lula jamás podrá ganar en una guerra solitaria.
Y lo mismo es válido para el gobierno de Kirchner que tendrá que cortar el nudo gordiano del capital financiero y extractivo, para financiar la reestatización del patrimonio nacional energético y de servicios y dar atención adecuada al tejido productivo y a las masas de desprotegidos.
Ninguna de esas batallas contra el capital financiero se puede librar exitosamente, de manera unilateral. El eventual intento del gobierno argentino o brasileño, de arreglárselas a solas con los delincuentes de cuello blanco transnacional, terminará en la erosión terminal de su gobernabilidad o en un golpe militar.
La enorme presión del tiempo sobre la integración se deriva también de la determinación del gobierno de Bush, de destruir el Bloque Regional de Poder a sangre y fuego, si fuera necesario.
El golpe de Estado contra Joa Goulart, que recordamos en estos días (31 de marzo de 1964), fue orquestado por el gobierno de Lyndon B. Johnson, incluyendo una armada de invasión completa con un portaaviones y siete buques de guerra, porque Washington jamás iba a permitir la pérdida de control sobre el "coloso del sur".
Como tampoco iba a permitir, doce años después, la pérdida de control sobre la Argentina, organizando junto con los militares cipayos el golpe de Estado de 1976; o, como en diciembre de 2002-febrero de 2003, cuando no iba a permitir la pérdida del control del petróleo venezolano, ni en 2004 el control de Haití.
En la actualidad, Washington trata de organizar fracciones golpistas en las Fuerzas Armadas de Venezuela, particularmente en la Marina de Guerra; en Brasil y en Argentina, para destruir el naciente Bloque Regional de Poder, cuya concreción exitosa sería el fin de la Doctrina Monroe y la conquista de la Segunda Emancipación de Nuestra América.
Como siempre ha sucedido en la historia latinoamericana, el imperialismo comprendió muy tempranamente el peligro del BRP que el sectarismo y la "ultraizquierda" criolla ---enjaulados en sus ilusiones nacionales y de revolución proletaria-campesina--- no han entendido hasta el día de hoy.
Aún antes de las elecciones de Lula y Kirchner, en septiembre del 2002, el exasesor de Seguridad Nacional de Ronald Reagan, Constantin Menges, advirtió públicamente en Washington, que un triunfo electoral de "Lula" llevaría a la constitución de "un poderoso eje del mal justo en el Hemisferio Occidental", constituido por "Castro-Chávez-Lula"; que haría alianzas con los "países terroristas" Irán e Irak y con la comunista China; que sería una "plataforma de agresión contra Estados Unidos" y que tendría un "efecto dominó" en América Latina.
Si Washington no impide este desarrollo, señalaba Menges, "George Bush será responsable de la pérdida de América del Sur". A fin de impedir el Bloque de Poder Sudamericano, Menges recomendaba utilizar todas las capacidades de inteligencia de Estados Unidos para "tratar de entender la realidad" del verdadero proyecto de Lula, incluyendo la realización de una especie de "ejercicio de guerra política" con las simulaciones correspondientes.
El 24 de marzo, el general James T. Hill, Comandante de las fuerzas estadounidenses en América Latina (Southern Command), declaró ante el Comité de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes que la seguridad hemisférica está siendo cuestionada por la "amenaza emergente" del "populismo radical".
Algunos líderes en la región "explotan frustraciones profundas por el fracaso de las reformas democráticas en entregar los bienes y servicios esperados". Adicionalmente, "otros actores buscan minar los intereses estadounidenses en la región al apoyar estos movimientos" de descontentos.
Venezuela, Haití y Bolivia son ejemplos de esta amenaza, al igual que el Consenso de Buenos Aires, firmado en octubre del 2003 entre Kirchner y Lula que cuestiona "la validez de las reformas neoliberales" y hace énfasis en el "respeto por los países pobres".
No se ha hecho lo suficiente para frenar "el crecimiento del populismo radical", señala el General y advierte que "continuaremos trabajando para mejorar tanto las capacidades como el profesionalismo de los militares de nuestros aliados, para que puedan mantener su propia seguridad y ayudar a combatir las amenazas transnacionales comunes".
"Mantendremos la vigilancia" y "tenemos que mantener y ampliar nuestros contactos de militar a militar, a manera de institucionalizar de forma irrevocable el carácter institucional de estas fuerzas militares con las que hemos trabajado tan de cerca en las últimas décadas".
Más claro ni el agua. La "amenaza transnacional común" es el Bloque Regional de Poder, y la manera de destruirlo, la preparación de facciones golpistas dentro de los ejércitos latinoamericanos. En este sentido, el acto de Kirchner en la ESMA y las medidas contra los militares terroristas del pasado, no fueron sólo actos de memoria, de derechos humanos y justicia, sino, concientemente o no, medidas de prevención contra los nuevos terroristas de Estado que Washington está preparando para el próximo coup dī etat en Argentina.
El "nacional-desarrollismo" brasileño, inaugurado por Getulio Vargas en los años treinta, llegó a inicios de los años sesenta a su fase de crisis-polarización, tal como había sucedido un lustro antes con el desarrollismo nacional de Perón en la Argentina.
En ambos casos, la crisis terminó en golpes de Estado imperialistas que desembocaron en Argentina en la dictadura de 1976-83 y en Brasil, en la dictadura militar de 1964 que retomó en 1968 el sendero del "nacional-desarrollismo", tan solo para ser liquidado definitivamente por los gobiernos civiles neoliberales, a partir de los ochenta.
Los gobiernos de Kirchner, Lula y Hugo Chávez están dentro de la tradición del desarrollismo nacional latinoamericano que, de hecho, tiene sus raíces en la Guerra de Independencia. Pero ostentan una diferencia notable entre su proyecto y el del pasado: su desarrollismo es democrático, no autoritario o corporativo.
Comparten, sin embargo, también un elemento común: desde la declaración de la Doctrina Monroe (1823), el nacionalismo económico es una forma de gobierno subversiva que inevitablemente será atacada y destruida por Washington, frecuentemente en alianza con Europa.
De la comprensión de la amenaza militar de Washington se derivan dos imperativos evidentes para todos los patriotas latinoamericanos: los protagonistas estatales están obligados a concentrar todos sus recursos disponibles en una acelerada integración del Bloque Regional de Poder, en sus dimensiones económicas, políticas, culturales y militares, so pena de correr el sangriento destino de Allende, Vargas, Arbenz, Antonio José de Sucre y Simón Bolívar.
Las fuerzas de la sociedad civil latinoamericana, a su vez, tienen el deber y el interés propio de apoyar ese proceso y empujarlo, dotándolo con elementos de la democracia participativa y actuando con madurez, sin sectarismos infantiles, con plena conciencia de que su fracaso significará el retorno del terror de Estado.
La Central de Inteligencia (CIA) estadounidense tiene plena razón: estamos en un juego de dominó, tal como sucedió en la primera independencia de la Patria Grande. Procuremos, que esta vez las fichas caigan en la dirección correcta, enterrando a las fuerzas del imperio.
Si no logramos esta meta, el imperio enterrará nuevamente a las fuerzas de liberación.