1 de febrero del 2003
Bush y las vacas europeas
Heinz Dieterich Steffan
Rebelión
Hay un extraño país, donde "las ovejas comen a los seres
humanos", observaba Jonathan Swift a inicios del siglo XVIII, refiriéndose
a la destrucción del campesinado inglés. Ante la floreciente industria
textil europea, era más lucrativo producir lana que hortalizas y los
dueños del poder económico no dudaron en convertir violentamente
las parcelas campesinas en pastizales. Mientras los campesinos desplazados se
morían de hambre o fueron ahorcados como vagabundos por el Estado modernizador
del capital, los animales disfrutaban de una subsistencia protegida y asegurada.
Doscientos años después, la burguesía repite esa experiencia
a escala mundial. La Unión Europea (UE) subsidia cada vaca diariamente
con 2.20 dólares, con lo cual sus ciudadanos cuadrúpedos tienen
un ingreso diario superior al que disfruta la mitad de los 6.4 mil millones
de seres humanos, que habitan el planeta azul. Es preferible nacer como vaca
en la Unión Europea que como campesino en el Tercer Mundo.
Pero si a algún homo sapiens no le gustara la bruta subjetividad de los
cornudos, podría pedir a Dios todopoderoso que naciera como perro faldero
de las elites y clases medias, para escapar del duro destino que sufren los
miserables de la sociedad global. Comida balanceada, rica en vitaminas y minerales,
sin grasa para el delicado estomago bestial y con mucha fibra para fomentar
la digestión, se compra diariamente por unos tres dólares en los
supermercados de nuestras democracias representativas. Y qué decir de
la higiene del animal. Esta garantizada. Un shampoo especial permite que se
le bañe diariamente sin afectar su ph, evitándose la irritación
de su delicada piel. Y qué decir de los tan necesarios servicios de la
salud. Cuando se enferma, recibe inmediatamente atención especial del
medico (veterinario) y todos los medicamentos necesarios.
Vivir de esta manera es un sueño, una utopía inalcanzable para
los campesinos y marginados de la burguesía global, cuyos lideres Bush,
Blair, Schroeder, Chirac, Berlusconi, Aznar y Putin sienten un gran amor para
los perros y vacas del Primer Mundo y una gran sensibilidad que les obliga a
garantizarle a esas bestias una calidad de vida, que los miserables humanos
no se merecen.
Otro gran líder del mundo civilizado mostraba las mismas cualidades humanas.
Adolf Hitler quería mucho a su pastor alemán y le proporcionaba
una calidad de vida que era muy superior a la de los ciudadanos polacos y rusos
sometidos por el ejército nazi, para no hablar de los "infrahumanos"
detenidos en los campos de concentración y los trabajadores forzados
de las grandes transnacionales alemanas. Hitler pudo gasear a cinco millones
de judíos, pero no hubiera podido gasear a cinco millones de pastores
alemanes, sin causar su caída, recuerda sarcásticamente la sabiduría
popular alemana esa horrenda verdad de la burguesía.
Es una horrenda verdad que revela la avanzada corrupción de la ética
en la civilización burguesa. Mientras sus constituciones de papel rezan
con sumo patos sobre la dignidad del ser humano y el imperativo categórico
de defenderla, en la constitución real de su sistema económico
y político y de sus sujetos conductores, la dignidad humana no tiene
ninguna importancia práctica.
Hoy día, los nuevos Fuehrer de Occidente, Bush, Blair y Sharon, secundados
por sus comparsas europeos, están decididos a defender el homo sapiens
sub-animal y la sociedad global capitalista que lo genera, bajo la amenaza de
evaporar en el holocausto termonuclear a cualquiera que se opone a la barbarie
de la universalidad negativa, que representan. Su escala de valores, que humaniza
a vacas y perros y animaliza a la mitad de los ciudadanos globales, es el principal
obstáculo en la evolución de la humanidad hacia la universalidad
positiva, en la cual Eros y civilización dejan de ser antagónicos.
Son los intereses de valorización del capital en la producción
y su realización en la esfera de circulación, el mercado, que
destruyen los derechos del hombre y la ética más existencial.
Ante esta degradación de su dignidad y de su existencia, la población
marginada de la aldea global, que es la mayoría, se resiste. Es por eso,
que Bush y Blair han resuelto utilizar las armas más horrendas que haya
conocido la historia y que hayan decidido plasmar esa temible determinación
en una nueva doctrina militar y jurídica que es el espejismo ideológico
de su amenaza de aniquilación física: la doctrina de la guerra
preventiva nuclear.
Históricamente, la romántica idea medieval del Bellum iustum,
de la guerra justa, que cedió su lugar al frío calculo del expansionismo
renacentista europeo en el Ius ad Bellum, el derecho exclusivo del soberano
a la guerra, se consumó en la doctrina del equilibrio de los poderes
de los Estados, que rigió el destino militar y político de la
humanidad durante los últimos cuatro siglos.
De ese pensamiento nació la doctrina de la guerra preventiva, que Bush
ha convertido en la doctrina de la guerra preventiva nuclear, que es el fin
de todo derecho de guerra y el regreso a la ley de la selva social de la burguesía:
al fascismo.