25 de junio de 2000
Textos preliminares del libro:
"La izquierda en el umbral del Siglo XXI".
Tercera y última parte
Los
desafíos de la izquierda latinoamericana
Marta Harnecker / Rebelión
La
situación de América Latina y del mundo ha cambiado enormemente
en relación con la época que le tocó vivir al Che y en
la que dimos nuestros primeros pasos militantes. Y como estoy convencida de
que si la izquierda quiere tomar el cielo por asalto debe tener los pies muy
firmes en la tierra, considero que para abordar los desafíos que hoy
se nos presentan debemos comenzar por analizar brevemente cuál es la
situación del mundo en que nos toca vivir. Los desafíos que enfrentó
el Che ayer no son los mismos que los que hoy debería enfrentar si pudiese
estar todavía entre nosotros.
En los últimos decenios
del siglo XX estamos atravesando por una etapa ultraconservadora. No sólo
fracasó el socialismo en Europa del Este, sino que el capitalismo demostró
una sorprendente capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias y para
utilizar en beneficio propio los avances de la nueva revolución científico
técnica; mientras los países socialistas de Europa del Este, luego
de haber alcanzado un notable desarrollo económico, fueron cayendo en
el estancamiento hasta terminar en el desastre que conocemos. A esto se agregan
las dificultades que comenzaron a sufrir los gobiernos socialdemócratas
europeos y sus regímenes de "estado de bienestar": detención del
crecimiento económico, inflación, ineficiencia productiva.
Junto a esto, en América
Latina, se agotaba el modelo cepaliano de desarrollo hacia adentro o sustitutivo
de importaciones. En la mayoría de los casos esta crisis del desarrollismo
populista desembocó en dictaduras militares contrarrevolucionarias.
Y cuando éstas terminan
no se regresa al sistema político democrático pre dictadura. Se
establece un sistema de democracia restringida, tutelada, donde las decisiones
fundamentales acerca de la dirección de los procesos económicos,
sociales y culturales se construyen fuera del sistema político formal
de los partidos, quedan en manos de grupos de presión más conocidos
como "poderes fácticos" (fuerzas armadas, grupos empresariales, iglesias,
entidades internacionales como el FMI y el Banco Mundial, conglomerados que
controlan los medios de comunicación, etcétera).
Tanto la izquierda latinoamericana
del sur, que ya venía muy golpeada por largos años de dictadura
militar, como la izquierda de Centroamérica, que estuvo a la vanguardia
de la lucha desde el triunfo de la revolución sandinista, se ven muy
afectadas por los últimos acontecimientos mundiales.
Tenemos que aceptar que
vivimos en un mundo en que el capitalismo ha demostrado una vitalidad mucho
mayor de la que esperábamos, logrando sobrevivir y recuperarse hasta
ahora de sus crisis. Pero al mismo tiempo, no podemos dejar de constatar que
ha creado situaciones inaceptables que parecen no ser superables dentro de sus
límites. La brecha entre el capitalismo desarrollado y el llamado Tercer
Mundo no cesa de agrandarse; que no da señales de detenerse el derroche
del enorme potencial productivo alcanzado por la humanidad debido a los avances
de la ciencia y la técnica; que continúa el funcionamiento de
la economía sobre la base del deterioro del entorno natural del hombre
y de la destrucción de los supuestos físicos y biológicos
en los que se sustenta la civilización actual; que sigue y seguirá
estando presente el peligro de guerra, incluso nuclear. A pesar de los avances
en la marcha hacia la paz, la distensión y el desarme, hasta que no sean
erradicadas para siempre las causas que brotan de la naturaleza capitalista
del orden internacional y socioeconómico imperantes. Todo esto constituye
la más elocuente expresión de la irracionalidad que subyace en
el trasfondo de la sociedad contemporánea.
Una opción alternativa
socialista o como se la quiera llamar se hace más urgente que nunca si
no estamos dispuestos a aceptar esta cultura integral del desperdicio, material
y humano que, como dice un economista cubano no sólo genera basura no
reciclable por la ecología, sino también desechos humanos difíciles
de reciclar socialmente al empujar a grupos sociales y naciones enteras al desamparo
colectivo.
Son enormes los desafíos
que se nos plantean y no estamos en las mejores condiciones para enfrentarlos.
Producto de todo lo que
señaláramos anteriormente, la izquierda latinoamericana quedó
desconcertada y sin proyecto alternativo; está viviendo una profunda
crisis que abarca tres terrenos: el teórico, el programático y
el orgánico.
Crisis teórica
La crisis teórica de la izquierda latinoamericana tiene, a mi entender,
un doble origen: por un parte, su incapacidad histórica de elaborar un
pensamiento propio, que parta del análisis de la realidad del subcontinente
y de cada país, de sus tradiciones de lucha y de sus potencialidades
de cambio. Salvo escasos esfuerzos en este sentido entre los que cabe destacar
muy especialmente los de Mariátegui en los años veinte y los del
Che Guevara en los años sesenta, la tendencia de la izquierda latinoamericana
fue más bien la de extrapolar modelos de otras latitudes: el soviético,
el chino. Se analizaba la realidad con parámetros europeos: se aplicaba,
por ejemplo, el esquema de análisis clasista europeo a países
que tenían una población mayoritariamente indígena, lo
que llevaba a desconocer la importancia del factor étnico cultural.
Otra de los elementos que
la explican es la inexistencia de un estudio crítico del capitalismo
de fines del siglo XX el capitalismo de la revolución electrónico
informática. No estoy hablando de estudios parciales sobre determinados
aspectos de la producción capitalista actual que sin duda existen , me
estoy refiriendo a un estudio con la integralidad y la rigurosidad con la que
Marx estudió el capitalismo de la revolución industrial.
Un análisis de este
tipo es fundamental, porque una sociedad alternativa no puede surgir sino de
las potencialidades que emerjan en la actual sociedad en que vivimos. Y no veo
cómo hacer este análisis si no es con el propio instrumental científico
que Marx nos legó.
Por desgracia, algunos sectores
de la izquierda han sido excesivamente permeables a la propaganda antimarxista
del neoliberalismo que responsabiliza indebidamente a la teoría de Marx
por lo ocurrido en los países socialistas de Europa del Este; nadie,
sin embargo, le echaría la culpa a la receta de cocina por el flan que
se quemó al poner muy fuerte el horno. Reconozco que la imagen no es
muy feliz, porque los aportes de Marx no pretendieron nunca ser receta de nada,
pero la uso porque creo que ilustra lo que quiero decir. La crisis del socialismo
no significa como muchos ideólogos burgueses se han esforzado por pregonar
, la muerte del marxismo.
Y quiero hacer una aclaración:
de aquí en adelante ocuparé el término "marxismo" sólo
para simplificar mi exposición, ya que no olvido que Marx fue reacio
a usar ese término para denominar sus investigaciones científicas
y con toda razón, porque un dogma puede reclamar derechos de autor, pero
jamás una ciencia. Se habla de matemática, de física, de
antropología, de sicoanálisis, pero esas ciencias no se denominan:
galileísmo, newtonismo, levystraussismo, freudismo, porque toda ciencia
tiene un desarrollo que trasciende su fundador. Puede hablarse de los descubrimientos
de uno u otro autor, pero la ciencia como tal no lleva apellido, es siempre
una construcción colectiva.
Por otra parte, cuando me
refiero al marxismo estoy pensando únicamente en los aportes científicos
de Marx, es decir, en lo que Louis Althusser considera su gran descubierto científico:
la ciencia de la historia y no en otras acepciones como aquella que se refiere
al movimiento histórico al que dio origen.
Ahora, si consideramos el
aporte de Marx como una ciencia , es lógico que su desarrollo deba ser
permanente y que si éste se detiene, la ciencia entre en crisis. Si su
objeto es la sociedad y su cambio, y se han producido cambios notables en este
terreno desde Marx hasta hoy, es lógico que se vayan creando nuevos instrumentos
para dar cuenta de las nuevas realidades y que para crearlos se tenga presente
los más recientes descubrimientos científicos de todas las disciplinas
del saber. Es esto lo que no se ha hecho. De ahí que podamos hablar de
una crisis del marxismo o crisis de la ciencia de la historia inaugurada por
Marx. Esta crisis ha sido más profunda en los países socialistas
debido a que desde la época de Stalin se transformó al marxismo
en ciencia oficial, es decir, en una anticiencia, en un dogma, permaneciendo
estancada durante décadas.
La crisis del marxismo no
significa, sin embargo, que lo fundamental del instrumental teórico creado
por Marx haya perdido validez como instrumento analítico de la sociedad
y su cambio. ¿Quién ha hecho una crítica más profunda y
acertada del capitalismo de su época? ¿Quién mejor que él
fue capaz de vislumbrar dentro de lo que era posible en su época hacia
dónde marchaba la humanidad sujeta a las relaciones capitalistas de producción?
Es interesante además observar que la ciencia social contemporánea
no puede prescindir de sus aportes. Es paradójico, pero los capitalistas
usan más el marxismo para elaborar su estrategia contrarrevolucionaria
que nosotros para nuestra estrategia revolucionaria. Basta examinar a fondo
la estrategia de la guerra de baja intensidad para ver cuán útiles
les han sido las categorías marxistas, y más aún si se
examinan las reflexiones que plantea el documento Santa Fe II acerca de las
instituciones permanentes del Estado.
Pero reivindicar los aportes
de Marx es reivindicar también el determinismo histórico, y quiero
aclarar que cuando hablo de determinismo, este determinismo nada tiene que ver
con el evolucionismo mecanicista de las ciencias naturales aunque algunas de
sus afirmaciones aisladas del contexto global de su pensamiento se presten a
ello.
Se trata de un determinismo
de nuevo tipo, que deja un espacio para la acción del hombre en la historia.
Lo que Marx hace es proporcionarnos los conocimientos que nos permiten ver en
qué lugar tenemos que combatir para que nuestro actuar sea más
eficaz, porque sí debemos combatir para transformar el mundo contra lo
que parece deducirse de la tesis evolucionistas, mecanicistas, que esperaban
el advenimiento del socialismo como fruto de las contradicciones inherentes
al capitalismo.
Negar el determinismo marxista
es negar todo el andamiaje teórico que el autor de El Capital construyó
con tanta pasión y esfuerzo con el único objetivo de poner a disposición
de la clase obrera las armas conceptuales de su liberación. Haciéndole
entender cómo funciona el régimen de producción capitalista,
qué leyes lo rigen, cuáles son sus contradicciones internas, le
permite organizar su lucha contra la explotación de una manera mucho
más eficaz.
Si nosotros queremos transformar
el mundo tenemos que ser capaces de elaborar una estrategia y una táctica,
¿y qué son la estrategia y la táctica sino el fruto del análisis
de una realidad objetiva? Tenemos que ser capaces de detectar las potencialidades
de lucha de los distintos sectores sociales que van a conformar el sujeto del
cambio social: ¿dónde está hoy ese potencial?, ¿dónde tenemos
que trabajar?, ¿cómo tenemos que organizarlo?, ¿dónde están
las contradicciones del sistema?, ¿cuál es el eslabón más
débil? Y sólo podremos dar una respuesta seria a estas preguntas
si hacemos un análisis científico de esta sociedad.
Por último, quiero
aclarar que mi defensa del aporte de Marx no significa que considere que todo
lo que escribió Marx es un dogma de fe.
La izquierda debe, según
mi opinión, revalorizar la teoría como un arma imprescindible
para la transformación social: destinando tiempo a la formación
teórica, recon-quistando a cuadros intelectuales, formando comunidades
científicas de investigadores, realizando escuelas populares permanentes
de cuadros.
Crisis programática
Por otro lado, la izquierda latinoamericana vive una profunda crisis programática,
que no es ajena a la crisis teórica anteriormente descripta. Luego del
fracaso del desarrollismo populista en América Latina, de la caída
del socialismo y del éxito del neoliberalismo, la izquierda no ha elaborado
un programa alternativo que, partiendo de las nuevas características
del mundo, permita hacer confluir en un solo haz a todos los sectores sociales
afectados por el régimen imperante.
Sabemos, sin embargo, que
las alternativas no se elaboran de un día para otro en un congreso o
en una mesa de trabajo, porque cualquier alternativa tiene que incluir consideraciones
técnicas cada vez más complejas que requieren de conocimientos
especializados. Y hoy la izquierda latinoamericana cuenta con pocos intelectuales
orgánicos dispuestos a realizar este trabajo.
Dificultades para un perfilamiento alternativo
Junto a la ausencia de una propuesta alternativa rigurosa y creíble,
dos otros elementos dificultan el perfilamiento alternativo de la izquierda.
Por una parte, el que ésta suela adoptar una práctica política
muy poco diferenciada de la práctica habitual de los partidos tradicionales,
sean de derecha o de centro y, por otra, el hecho de que la derecha se haya
apropiado inescrupulosamente del lenguaje de la izquierda, lo que es particularmente
notorio en sus formulaciones programáticas.
Peligro de ser sólo buenos administradores de la crisis
A pesar de este déficit programático no es descartable que, en
algunos países de América Latina, la izquierda llegue a conquistar
importantes gobiernos locales y, aún más, sea capaz de acceder
al gobierno de la nación, entre otras cosas debido al creciente descontento
popular producido por las medidas neoliberales que afectan a sectores sociales
cada vez más amplios. Pero existe el peligro de que una vez en el gobierno
se limite a administrar la crisis y hacer la misma política que los partidos
de derecha.
Pero aceptar que existe
una crisis programática ¿significa quedarse con los brazos cruzados?
¿Puede la izquierda levantar una alternativa a pesar de la inmensamente desfavorable
correlación de fuerzas que existe a nivel mundial? Por supuesto que la
ideología dominante se encarga de decir que no existe alternativa, y
los grupos hegemónicos no se quedan sólo en declaraciones, hacen
todo lo posible por hacer desaparecer toda alternativa que se les cruce en el
camino, como ocurrió con la Unidad Popular en Chile, la revolución
sandinista en Nicaragua y como ha tratado de hacerlo durante treintiocho años
sin éxito con la heroica revolución cubana.
Por desgracia, algunos sectores
de la izquierda latinoamericana han terminado por caer en la trampa de considerar
que la política es el arte de lo posible y al constatar la imposibilidad
inmediata de cambiar las cosas debido a la tan desfavorable correlación
de fuerzas hoy existente, consideran que no les queda otro camino que ser realistas
y reconocer esa imposibilidad adaptándose oportunistamente a la situación
existente.
La política así
concebida excluye de hecho todo intento por levantar una alternativa frente
al capitalismo realmente existente.
La política no es
el arte de lo posible, es el arte de descubrir las potencialidades que existen
en la situación concreta para hacer posible lo que en ese momento aparece
como imposible. La política entonces no puede ser realpolitik, porque
eso significa de hecho resignarse a no actuar sobre la realidad, limitarse a
adaptarse a ella; renunciar de hecho a hacer política y doblegarse a
la política que otros hacen.
A la realpolitik debemos
oponer una política que sin dejar de ser realista, sin negar la realidad,
vaya creando las condiciones para la transformación de esa realidad,
es decir, para que lo imposible hoy se vuelva posible mañana.
Por ejemplo, partiendo del
dato objetivo de que hoy en América Latina ha disminuido enormemente
el poder de negociación de la clase obrera, tanto por el fantasma del
despido, son privilegiados los que pueden acceder a un trabajo asalariado estable,
como por la fragmentación que ha sufrido con el nuevo modelo de desarrollo
neoliberal, hay quienes predican la imposibilidad de luchar en esas condiciones.
Es evidente que la clásica táctica de lucha sindical: la huelga
que se basa en la unidad de la clase obrera industrial y su capacidad de parar
las empresas no parece dar hoy frutos positivos y los oportunistas se aprovechan
de ello para tratar de inmovilizar al movimiento obrero y convencerlo de que
debe aceptar pasivamente sus actuales condiciones de sobre explotación.
El arte de la política, por el contrario, consiste en descubrir a través
de qué vías se pueden superar las debilidades actuales de la clase
obrera industrial, que son debilidades reales, para ir cambiando la correlación
de fuerzas. Ahí surge una nueva táctica: ya no se trata de la
solidaridad de clase del Siglo XIX, si entonces era fundamental la unidad de
los proletarios explotados por el capital, hoy es fundamental la unidad de los
explotados por el capital con el resto de los sectores sociales perjudicados
por el sistema neoliberal. Sólo así se puede lograr ese poder
de negociación que la clase obrera por sí sola ya no tiene, y
que mucho menos tiene el resto de la población.
Esta salida ya ha sido probada
en la práctica. Los sindicalistas argentinos han logrado avances en su
lucha justamente cuando han sabido involucrar en su movimiento a amplios sectores
de la sociedad, como lo hicieron los sindicalistas de Río Turbio en la
provincia de Santa Cruz.
Esta ha sido también
la experiencia del Movimiento Sin Tierra de Brasil. Mientras este movimiento
trabajó sólo a nivel campesino, estaba aislado y no tenía
gran fuerza; pero cuando muy lúcidamente comprendió que tenía
que hacer un viraje en su forma de trabajar, y que era necesario lograr que
los habitantes de la ciudad comprendiesen que la lucha por la tierra no era
sólo la lucha a favor de unos pocos campesinos, sino que significaba
la solución de muchos problemas críticos de la propia ciudad,
comenzó a tener un apoyo cada vez más amplio y hoy se ha transformado
en un punto de referencia de todas las luchas sociales en Brasil. Hoy está
proponiendo acciones que permitan organizar a todos los excluidos de Brasil.
El programa alternativo
tiene que elaborarse entonces teniendo en cuenta las cosas anteriormente señaladas.
Por otra parte, en cuestiones
programáticas, la izquierda no se encuentra con las manos vacías,
existen formulaciones y prácticas de proyectos alternativos, sólo
que no están acabadas, pero ya se pueden dibujar aquellas cosas que no
pueden estar ausentes.
Así como la comuna
de París permitió hacer ciertas sistematizaciones, igual ocurre,
estima Raúl Pont, con la experiencia en los gobiernos locales.
Por otra parte, coincido
con Helio Gallardo en criticar a quienes plantean que no puede haber protesta
sin propuesta, porque la protesta es ya una propuesta popular. El mero hecho
de resistir al neoliberalismo es plantear un rechazo a este modelo de sociedad
y empezar a caminar por otro sendero.
La resistencia organizada
ha logrado de hecho frenar la aplicación del modelo en algunos países
de América Latina.
¿Qué sino eso fue
el plebiscito organizado por el Frente Amplio de Uruguay en 1992 para derogar
la ley aprobada en 1991 que autorizaba la privatización de las más
grandes empresas públicas del país?
Crisis orgánica e Instrumento político adecuado a los nuevos desafíos
Pero la izquierda no vive sólo una crisis teórica y prográmatica,
sino también una crisis orgánica. Esta crisis se da en un contexto
de un cada vez mayor escepticismo popular en relación con la política
y los políticos. La gente está harta de las prácticas partidarias
poco transparentes y corruptas; ya no quiere saber más de mensajes que
se quedan en meras palabras, que no se traducen en actos; exige prácticas
coherentes con el discurso.
Esta decepción de
la política y los políticos no es grave para la derecha, pero
para la izquierda sí lo es. La derecha puede perfectamente prescindir
de los partidos políticos, como lo demostró durante los períodos
dictatoriales, pero la izquierda en la medida en que busca transformar cualitativamente
la sociedad no puede prescindir de un sujeto organizador, necesita de un instrumento
político sea éste un partido, un frente político u otra
fórmula .
Y esto por una doble razón:
en primer lugar, porque la transformación no se produce espontáneamente,
las ideas y valores que prevalecen en la sociedad capitalista y que racionalizan
y justifican el orden existente invaden toda la sociedad e influyen muy especialmente
en los sectores menos provistos de armas teóricas de distanciamiento
crítico. En segundo lugar, porque es necesario ser capaz de vencer a
fuerzas inmensamente más poderosas que se oponen a esa transformación,
y ello no es posible sin una instancia política formuladora de propuestas,
capaz de dotar a millones de hombres de una voluntad única , es decir,
de una instancia unificadora y articuladora de las diferentes prácticas
emancipadoras.
Esa instancia política
es, como decía Trotsky, el pistón que comprime al vapor en el
momento decisivo y permite que éste no sea desperdiciado y se convierta
en fuerza impulsora de la locomotora.
Reconociendo la importancia
de la organización política para conseguir los objetivos de cambio
social, la izquierda, sin embargo, ha hecho muy poco por adecuarla a las exigencias
de los nuevos tiempos.
Durante un largo período
esto tuvo mucho que ver con la copia acrítica del modelo de partido bolchevique,
ignorando lo que el propio Lenin planteaba al respecto. Esto se tradujo en América
Latina en la construcción de organizaciones prepotentes, que se sentían
dueñas de la verdad, que funcionaban siguiendo un modelo militar, que
proclamaban ser organizaciones obrera aunque la mayor parte de sus cuadros provenían
de otros sectores sociales, que se autoproclamaban la única vanguardia
con todo lo que ello significa de actitud sectaria, dogmática, hegemonista
y verticalista. Este modelo parece haber caducado definitivamente. La gente
dispuesta a luchar por un cambio social profundo se siente cada vez menos motivada
a militar en una organización de este tipo.
Esta crisis orgánica
aparece a su vez acompañada de una crisis de militancia bastante generalizada,
no sólo en los partidos de izquierda sino también en los movimientos
sociales y en las comunidades cristianas de base y no es ajena a los cambios
que ha sufrido el mundo y, entre ellos, los sujetos sociales del cambio.
En América Latina,
durante las últimas décadas, se han producido cambios muy importantes
dentro de las fuerzas populares: una reducción absoluta del campesinado;
una reducción de la población laboral empleada en la industria,
amenazada constantemente de quedar excluida del proceso industrial; precarización
de la fuerza laboral y fragmentación social, acentuada por los proceso
de maquila en varios países, con la consecuente pérdida de identidad;
crecimiento enorme del trabajo informal. Han aparecido igualmente nuevos sujetos
sociales: las mujeres han adquirido una importancia creciente en las distintas
esferas: económicas, sociales y políticas; la juventud ha adquirido
una mayor autonomía; los índígenas han llegado a representar
un papel protagónico en algunos países; los cristianos progresistas
y sus organizaciones de base han ido desempeñando un papel significativo
en las luchas populares; los jubilados han aumentado notablemente en número
y en muchos países han pasado a ser uno de los sectores más combativos;
crecen los movimientos ecológicos, étnicos, raciales, por la libertad
sexual; de la misma manera crece el número de emigrados que llegan a
constituir verdaderas colonias en algunos países más desarrollados.
Y al mismo tiempo que se
modifican los sujetos sociales se producen importantes cambios culturales. Los
medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, difunden
la omnipresente ideología neoliberal con su cultura individualista, egocéntrica,
del sálvese quien pueda: la telenovela se han transformado en el opio
del pueblo del mundo de hoy. Por otra parte, todo conduce a fomentar el consumismo:
el "hombre tarjeta de crédito": la servidumbre de fines del siglo XX.
Sin embargo, parece interesante
constatar que, junto a esta crisis de militancia en muchos de nuestros países
se da un crecimiento de la influencia de la izquierda en la sociedad y aumenta
la sensibilidad de izquierda en los sectores populares.
Esto me hace pensar que,
además de los factores expuestos anteriormente que pueden estar en su
origen, es muy probable que también influya en la crisis de militancia
el tipo de exigencias que se plantean a la persona para que ésta se pueda
incorporar a una práctica militante organizada. Habría que examinar
si la izquierda ha sabido abrir cauces de militancia adecuados para hacer fértil
esa creciente sensibilidad de izquierda en la sociedad.
La izquierda necesita, entonces,
urgentemente un instrumento político adecuado a los nuevos desafíos.
Sin embargo, me parece necesario
advertir que no se trata de tirar todo por la borda y empezar desde cero. Existe
una tendencia muy grande, especialmente en la juventud, a criticar destructivamente
todo lo que existe y a pensar que se puede llegar a construir algo perfecto
si se empieza todo de nuevo, evitando mirar al pasado.
Olvidar el pasado, no aprender
de las derrotas, dejar de lado las propias tradiciones de lucha, es hacerle
el juego a la derecha porque esa es la mejor forma de no acumular fuerzas, de
volver a reincidir en los mismos errores.
Por ello mismo, antes de
crear una nueva organización política habría que examinar
muy bien la capacidad de transformación que tienen las organizaciones
políticas actualmente existentes. Tal vez no se requiera construir una
nueva organización, a lo mejor de lo que se trata es de fundir varias
organizaciones ya existentes en una sola siempre que ésta se estructure
de una manera diferente.
Algunas ideas sobre organización para los nuevos desafíos
A continuación
señalaré algunas ideas acerca de cómo la izquierda latinoamericana
podría organizarse para enfrentar los nuevos desafíos.
Muchas de estas ideas han
surgido de la propia práctica y de las reflexiones que de ella han hecho
varios de los dirigentes políticos de nuestro continente en entrevistas
que les hiciera desde el '79 en adelante, y de los escritos de dos compañeros
con los cuales me siento muy identificada en esta materia: Clodomiro Almeyda
dirigente socialista chileno, ex canciller de Salvador Allende, recientemente
fallecido y el uruguayo Enrique Rubio dirigente de la Vertiente Artiguista y
diputado nacional .
No se trata, de manera alguna,
de un nuevo recetario, debemos recordar nuevamente que lo que debemos buscar
es ser eficaces en la conducción de la lucha de clases para transformar
nuestras sociedades particulares insertas hoy, es cierto, en un marco mucho
más globalizado que antaño.
Reunir a su militancia en torno a un proyecto de sociedad y a un programa concreto
La aceptación o no aceptación del programa debe ser la línea
divisoria entre los que están dentro de la organización y los
que se excluyen de ella. Puede haber disenso en muchas cosas, pero debe existir
consenso en las cuestiones programáticas. El programa político
debe ser el elemento aglutinador y unificador por excelencia y es lo que debe
dar coherencia a su accionar político.
Mucho se habla de la unidad
de la izquierda. Sin duda ésta es fundamental para avanzar, pero se trata
de unidad para la lucha, de unidad para resistir, de unidad para transformar.
No se trata de una mera unidad de siglas de izquierda porque entre esas siglas
puede haber quienes hayan llegado al convencimiento que no queda otra cosa que
adaptarse al régimen vigente y si es así restarán fuerzas
en lugar de sumar.
No hay que olvidar que hay
sumas que suman, sumas que restan, éste sería el caso recién
mencionado, y sumas que multiplican. El más claro ejemplo de este último
tipo de suma es el Frente Amplio de Uruguay, coalición política
que reúne a todos los partidos de la izquierda uruguaya y cuya militancia
rebasa ampliamente la militancia que adhiere a los partidos que lo conforman.
Ese gesto unitario de la izquierda logró convocar a una gran cantidad
de personas que anteriormente no militaban en ninguno de los partidos que conformaron
dicha coalición y que hoy militan en los Comités de Base del Frente
Amplio. Los militantes frenteamplistas sin bandera partidista constituyen dos
tercios del Frente y la militancia partidista el tercio restante.
Contemplar variadas formas de militancia
No todas las personas tienen la misma vocación militante ni se sienten
inclinadas a militar en forma permanente. Eso fluctúa dependiendo mucho
de los momentos políticos que se viven. No estar atentos a ello y exigir
una militancia uniforme es autolimitar y debilitar a la organización
política.
Hay, por ejemplo, quienes
están dispuestos a militar en una área temática: salud,
educación, cultura, y no en un núcleo de su centro de trabajo
o en una estructura territorial. Hay otros que se sienten llamados a militar
sólo en determinadas coyunturas (electorales u otras) y que no están
dispuestos a hacerlo todo el año. Tratar de encasillar a la militancia
en una norma única, igual para todos, en una militancia de las veinticuatro
horas del día y los siete días de la semana, es dejar fuera a
todo este potencial militante.
Las estructuras orgánicas
deben abandonar su rigidez y flexibilizarse para optimizar este compromiso militante
diferenciado, sin que se establezca un valor jerárquico entre ellas.
Pero la organización
política no sólo debe trabajar con la militancia que adquiere
un compromiso partidario, debe también lograr incluir en muchas tareas
a los no militantes. Una forma de hacerlo es la de propiciar la creación
o la utilización de entidades fuera de las estructuras internas del partido,
que sean útiles a la organización política y que le permitan
aprovechar las potencialidades teóricas o técnicas existentes:
centros de investigación, de difusión y propaganda, etcétera.
Por otra parte, el militante
de la nueva organización debería ocupar la mayor parte de su tiempo
en vincular al partido con la sociedad. Las actividades internas deberían
reducirse a lo estrictamente necesario.
Considero que también
debe cambiar la incorrecta relación entre militancia y sacrificio. Para
ser militante en décadas pasadas había que tener espíritu
de mártir: sufrir era revolucionario, gozar era visto como algo sospechoso.
De alguna manera eran los ecos de la desviación colectivista del socialismo
real: el militante era un tornillo más de la máquina partidaria;
sus intereses individuales no eran considerados. Esto no quiere decir que desvaloricemos
el espíritu de renuncia que debe tener el militante, pero éste
debe buscar, dentro de lo posible, combinar sus tareas militantes con el desarrollo
de una vida humana lo más plena posible.
Abandono de los métodos autoritarios
Los partidos de izquierda fueron durante mucho tiempo muy autoritarios, la cúpula
del partido era la que decidía y los militantes acataban órdenes
que nunca discutían y muchas veces no comprendían. Al criticar
esta desviación se ha tendido a rechazar la utilización del método
del centralismo democrático. Personalmente no veo cómo se puede
concebir una acción política unificada y exitosa sin emplear este
método, salvo que se decida actuar por consenso, método aparentemente
más democrático porque busca el acuerdo de todos, pero que en
la práctica a veces es mucho más antidemocrático, porque
otorga de hecho derecho a veto a una minoría: al extremo que una sola
persona puede impedir que se lleguen a implementar acuerdos con apoyo inmensamente
mayoritario.
La izquierda tiene que aceptar
que los problemas que se le plantean son cada vez más complejos y que
ella no es dueña de la verdad, que la otra parte también puede
tener parte de la verdad. En el diálogo siempre tiene que otorgar al
otro al menos el beneficio de la duda y debe a aprender a construir el consenso
y no a manipular el consenso como muchas veces se ha hecho.
Para que una organización
tenga una vida interna democrática es fundamental que ésta cree
espacios para el debate, la construcción de posiciones, el enriquecimiento
mutuo mediante el intercambio de opiniones.
Por otra parte, pienso que
no es malo sino deseable que se reconozca y legalice la existencia, dentro de
una misma organización política, de diversas corrientes de opinión.
Comparto con Tarso Genro la idea de que ello permite que dentro de una misma
organización se expresen las distintas sensibilidades políticas
de la militancia. Pienso que el agrupamiento de la militancia en torno a determinadas
tesis puede contribuir a profundizar el pensamiento de la organización.
Lo que hay que evitar es
que estas tendencias se conviertan en agrupamientos estancos, en fracciones,
en verdaderos partidos dentro del partido y que los debates teóricos
sean el pretexto para imponer correlaciones de fuerzas que nada tienen que ver
con las tesis que se debaten. Por otra parte, si de lo que se trata es de democratizar
el debate, lo lógico sería que no hubiese tendencias permanentes,
o que, al menos en algunos temas, especialmente en temas nuevos, las personas
pudiesen reagruparse de diferente manera. No siempre, por ejemplo, tendrían
que coincidir en un mismo agrupamiento las personas que tienen una determinada
posición frente al papel del Estado en la economía, con las que
tienen una determinada posición respecto a la forma en que el partido
debe estimular la participación política de la mujer.
Respecto a este tema de
las tendencias y al respeto a las posiciones de los demás, me parece
que en Porto Alegre se da una ejemplar práctica democrática. En
el gobierno de la ciudad ganado por tercera vez consecutiva por el Partido de
los Trabajadores las distintas tendencias del PT se van alternando en el cargo
de alcalde y estos alcaldes forman su equipos de gobierno con representantes
de las diversas tendencias.
Según Tarso Genro,
ex alcalde de Porto Alegre, esto sólo es posible si se parte del presupuesto
de que las posiciones de la corriente a la que uno pertenece tendrán
que ser complementadas por la dialéctica del diálogo y debate
con las otras. Si se partiera de la vieja posición tradicional de que
uno es el representante del proletariado y el resto es el enemigo, la actitud
necesariamente sería diferente: ese resto tendría que ser neutralizado
o aplastado.
Ahora bien, ser abierto,
respetuoso y flexible en el debate no significa de ninguna manera renunciar
a luchar porque las ideas propias triunfen si uno queda en minoría. Si
luego del debate interno uno sigue convencido que ellas son las correctas, debe
continuar defendiéndolas con el único requisito de que esa defensa
respete la unidad de acción del partido en torno a las posiciones que
fueron mayoritarias.
Y, hablando de debate, creo
importante que se tenga en cuenta de que hoy es casi imposible que un debate
interno deje de ser al mismo tiempo público y, por lo tanto, la izquierda
tiene que aprender a debatir tomando en cuenta esa realidad.
La nueva cultura de la izquierda
debe reflejarse también en un forma diferente de componer la dirección
de la organización política. Durante mucho tiempo se pensó
que si una determinada corriente o sector del partido ganaba las elecciones
internas en forma mayoritaria, eran los cuadros de esa corriente los que debían
ocupar todos los cargos de dirección. De alguna manera primaba entonces
la concepción de que la gobernabilidad se lograba teniendo una dirección
lo más homogénea posible. Hoy tiende a primar un criterio diferente:
una dirección con representación proporcional, que refleje la
correlación de fuerzas dentro de ella, parece ser más adecuada
porque eso ayuda a que la militancia se sienta más involucrada en las
tareas. Pero este criterio sólo puede ser eficaz si el partido ya ha
logrado adquirir esa nueva cultura democrática, porque si no es así,
se produce una olla de grillos y el partido se hace ingobernable.
Por otra parte, me parece
muy conveniente la participación directa de los militantes en la toma
de las decisiones más relevantes, a través de consultas o plebiscitos
internos. Y subrayamos "decisiones más relevantes", ya que no tiene sentido
y sería absolutamente inoperante estar consultando a la militancia sobre
decisiones que se deben adoptar en la gestión política cotidiana,
de alta dedicación, que corresponde a opciones necesariamente no masivas.
Estas consultas directas a las bases son una manera bastante efectiva de democratizar
las decisiones partidarias.
Consultas del tipo recién
mencionado podrían realizarse no sólo con los militantes, sino
también con los simpatizantes o a lo que pudiéramos llamar el
ámbito electoral del partido. Pienso que este método es especialmente
útil para designar a los candidatos de izquierda a los gobiernos locales,
si de lo que se trata es de ganar el gobierno y no de usar las elecciones sólo
para propagandizar las ideas del partido. Una consulta popular al electorado
acerca de los varios candidatos que la organización política propone,
puede ser un método muy conveniente para no errar el tiro. A veces se
han perdido elecciones por levantar candidatos usando un criterio netamente
partidista: prestigio interno, expresión de una determinada correlación
de fuerzas internas, sin tener en cuenta la opinión de la población
sobre ese candidato.
Consultas a la población
se han realizado con éxito en América Latina. La Causa R de Venezuela
realizó un plebiscito sobre el parlamento y logró que se acercaran
a votar en improvisadas urnas en la calle cerca de 500 mil personas. Otro ejemplo
es la Consulta Nacional por la Paz y la Democracia, realizada por el Movimiento
Civil Zapatista en el segundo semestre de 1995: una consulta muy original acerca
de varios temas de interés, entre otros, si la organización debería
unirse a otras y conformar un frente político, o si debía mantenerse
como una organización independiente.
Cosas como éstas
nos hacen pensar que la izquierda suele moverse en la dicotomía entre
lo legal y lo ilegal, y no tiene suficientemente en cuenta un sinnúmero
de otros espacios que yo denominaría alegales , porque no entran en la
dicotomía antes señalada, que pueden ser aprovechados para concientizar,
movilizar y hacer participar a la población.
Necesidad de construir una relación de respeto al movimiento popular
Hay que reconocer que ha existido una tendencia a considerar a las organizaciones
populares como elementos manipulables, como meras correas de transmisión
de la línea del partido. Esta posición se ha apoyado en la tesis
de Lenin en relación con los sindicatos de los inicios de la revolución
rusa, cuando parecía existir una muy estrecha relación entre clase
obrera-partido de vanguardia-Estado. Esta concepción fue abandonada por
Lenin en los años finales de su vida, cuando en medio de la aplicación
de la Nueva Política Económica (NEP) y sus consecuencias en el
ámbito laboral, prevé el surgimiento de posibles contradicciones
entre los trabajadores de las empresas estatales y los directores de dichas
empresas y sostiene que el sindicato debe defender los intereses de clase de
los trabajadores contra los empleadores, utilizando, si considera necesario:
la lucha huelguística que, en un estado proletario no estaría
dirigida a destruirlo sino a corregir sus desviaciones burocráticas.
Este cambio pasó
desapercibido para los partidos marxistas leninistas quienes hasta hace muy
poco pensaban que la cuestión de la correa de transmisión era
la tesis leninista para la relación partido- organización social.
Esta tesis mal digerida
fue aplicada por la izquierda en su trabajo con el movimiento sindical primero,
y luego con los movimientos sociales. La dirección del movimiento, los
cargos en los organismos de dirección, la plataforma de lucha, en fin,
todo, se resolvía en las direcciones partidarias y luego se bajaba la
línea a seguir por el movimiento social en cuestión, sin que éste
pudiese participar en la gestación de ninguna de las cosas que más
le atañían.
Esta situación fue
cambiando. De alguna manera la crisis de las organizaciones políticas
de izquierda, producto del terrorismo de los gobiernos militares que se ensañó
contra ellas, y el auge simultáneo de muchos movimientos sociales contribuyeron
a ello. Los movimientos sociales maduraron, cobraron confianza en sus propias
fuerzas, se dieron cuenta que con sus propias iniciativas -más cercanas
a su realidad que las que podían promover dirigentes políticos
que decidían el destino de sus luchas sentados en un escritorio- podían
lograr con más facilidad sus objetivos reivindicativos. Los dirigentes
políticos, a su vez, fueron dándose cuenta de que el estilo verticalista
de conducción funcionaba cada vez menos y rendía cada vez menos
frutos. Comenzaron a entender que los ritmos, los momentos de la lucha de cada
movimiento no puede estar completamente subordinada a su proyecto político,
porque existen dinámicas distintas y que es importante respetar estas
dinámicas y encauzarlas en un gran movimiento contra el enemigo común.
Se han ido convenciendo que esto no se logra imponiendo desde arriba una línea,
sino ganando desde abajo la conducción.
Por otra parte, se han ido
dando cuenta de que la organización política no es la única
que tiene ideas y propuestas y que, por el contrario, el movimiento popular
tiene mucho que ofrecerle, porque en su práctica cotidiana de lucha va
también aprendiendo, descubriendo caminos, encontrando respuestas, inventando
métodos, que pueden ser muy enriquecedores.
Por otra parte, es un error
garrafal pretender conducir al movimiento de masas desde arriba, por órdenes,
porque la participación popular no es algo que se pueda decretar desde
arriba. Sólo si se parte de las motivaciones de la gente, sólo
si se le hace descubrir a ella misma la necesidad de realizar determinadas tareas,
estas personas estarán dispuesta a comprometerse plenamente con las acciones
que emprendan.
Esta revalorización
de los movimientos sociales y la comprensión de que la conducción
se gana y no se impone, ha llevado a algunos sectores de la izquierda a buscar
nuevas fórmulas para conformar los frentes políticos que no sean
una mera alianza entre partidos políticos, sino que, a su vez, den cabida
a la expresión de los movimientos sociales.
Después de lo dicho
hasta aquí podemos comprender por qué los cuadros políticos
de la nueva época no pueden ser cuadros con mentalidad militar: hoy no
se trata de conducir a un ejército, ni tampoco demagogos populistas porque
no se trata de conducir a un rebaño de ovejas ; los cuadros políticos
deben ser fundamentalmente pedagogos populares, capaces de potenciar toda la
sabiduría que existe en el pueblo, tanto la que proviene de sus tradiciones
culturales y de lucha, como la que adquiere en su diario bregar por la subsistencia
a través de la fusión de ésta con los conocimientos más
globales que la organización política pueda aportar. Debe fomentar
la iniciativa creadora la búsqueda de respuestas.
La organización política
no debería buscar contener en su seno a los representantes legítimos
de todos los que lucha por la emancipación social, sino esforzarse por
articular sus prácticas en un único proyecto político.
Adecuar su lenguaje a los nuevos tiempos
La militancia y los mensajes de la izquierda de hoy, de la era de la televisión,
no pueden ser los mismos que los de la década del 60; no son los de la
época de Gutenberg, el inventor de la tipografía que dio origen
a la imprenta, estamos en la época de la imagen y de la telenovela. La
cultura del libro, la cultura de la palabra escrita, como dice Atilio Borón
, es hoy una cultura de élite, ya no es una cultura de masas. La gente
hoy lee muy poco o no lee, para poder comunicarnos con el pueblo debemos dominar
el lenguaje audiovisual. Y la izquierda tiene el gran desafío de buscar
cómo hacerlo cuando los principales medios audiovisuales están
absolutamente controlados por gran empresas monopólicas nacionales y
transnacionales.
Muchas veces se quiere competir
en el eslabón más fuerte de la cadena y eso es evidentemente imposible,
no sólo por los recursos financieros que eso significa, sino también
porque, aunque se dispusiese de esos recursos, como es el caso de la CUT en
Brasil, los grupos económicos que monopolizan esos medios impiden cualquier
tipo de incursión de la izquierda en éstos. La CUT ha querido
tener un espacio propio y no se le ha otorgado.
Pero hay otras formas alternativas
de comunicación en nuestro subcontinente que no han sido suficientemente
trabajadas por la izquierda, como las radios comunitarias, los periódicos
barriales, los canales municipales de televisión, y más accesibles
aún a cualquier grupo que trabaja en el ámbito comunitario: el
uso de videocasseteras para llevar a pequeños grupos de personas experiencias
de interés que les permitan aprender y formarse una conciencia crítica
frente a los mensajes e informaciones que transmiten las grandes trasnacionales
de la información.
Aquí también
está el desafío de crear videos pedagógicos que permitan
intercambiar experiencias y aprender de otras experiencias populares.
Y en este intercambio de
experiencias empiezan a jugar hoy un papel importante las radios populares conectadas
a redes que transmiten por satélite y permiten que los actores populares
se comuniquen entre sí de un país a otro y puedan dialogar sobre
sus experiencias.
Organización política de los explotados por el capitalismo y de
los excluidos
Si, como veíamos anteriormente, la clase obrera industrial ha ido disminuyendo
en América Latina, en contraste con el sector de los marginados o excluidos
por el sistema que está en constante aumento, parece necesario que la
organización política tome en cuenta esta realidad y que deje
de ser una instancia que reúna sólo a la clase obrera clásica
para transformarse en la organización de todos los trabajadores y sectores
sociales oprimidos.
Una organización política no ingenua, que se prepara para todas
las situaciones
La posibilidad actual que tiene la izquierda de disputar abierta y legalmente
muchos espacios, no debe hacerle perder de vista que la derecha respeta las
reglas del juego sólo hasta donde le conviene. Hasta ahora no se ha visto
ninguna experiencia en el mundo en que los grupos dominantes estén dispuestos
a renunciar a sus privilegios. El hecho de que estén dispuestos a retirarse
de la arena política cuando consideran que su repliegue puede ser más
conveniente, no debe llevarnos a engaño. Pueden perfectamente tolerar
y hasta propiciar la presencia de un gobierno de izquierda, siempre que éste
se limite a administrar la crisis. Lo que no permitirán nunca y en eso
no hay que ser ilusos, es que se pretenda construir una sociedad alternativa.
En la medida en que crezca
y acceda a posiciones de poder, la izquierda debe estar preparada para hacer
frente a la fuerte resistencia que opondrán los núcleos más
apegados al capital financiero, más apegados a privilegios de toda índole,
que se van a valer de medios legales o ilegales para evitar que se lleve adelante
un programa de transformaciones democráticas y populares.
De ahí que la izquierda,
como toda fuerza política que tiene el poder en la mira, no puede dejar
de incluir en su estrategia la constitución de una fuerza material que
le permita defender las conquistas alcanzadas democráticamente.
Una nueva práctica internacionalista en un mundo globalizado
En un mundo en que el ejercicio de la dominación se realiza a escala
global, parece aún más necesario que ayer establecer coordinaciones
y estrategias de lucha a nivel regional y supra regional.
Encarnación de los valores éticos de la nueva sociedad que se
pretende construir
Por último, En un mundo en que reina la corrupción y existe, como
veíamos anteriormente, un creciente descrédito en los partidos
políticos y, en general, en la política, es fundamental que la
organización de izquierda se presente con un perfil ético netamente
diferente, que sea capaz de encarnar en su vida cotidiana los valores que dice
defender, que su práctica sea coherente con el discurso político.
De ahí el auge que ha tenido la figura del Che.
Es fundamental, por otra
parte, que la organización que construyamos encarne los valores de la
honestidad y de la transparencia. En este terreno no puede permitirse el más
leve comportamiento que pueda empañar su imagen. Debe crear condiciones
para mantener una estricta vigilancia en cuanto a la honestidad de sus cuadros
y mandatarios.
Debe luchar también
contra todo tipo de discriminación de raza, etnia, género, sexo,
empezando por casa.
Por último, además
de las banderas enarboladas por la Revolución Francesa: libertad, igualdad
y fraternidad, que conservan toda su vigencia, pienso que habría que
agregar una cuarta bandera: la de la austeridad. Y no por un sentido ascético
cristiano, sino para oponerse al consumismo suicida y alienante de fines de
siglo.
Conclusión
Desde el '95 comenzaron a sentirse la primeras protestas masivas contra los
desastrosos efectos del neoliberalismo, y lo interesante es que varias de ellas
se dieron en los propios países desarrollados. Francia no veía
una huelga general desde el '68. La ciudad canadiense de Toronto fue conmovida,
en noviembre de 1996, por la manifestación popular más grande
de su historia: cerca de doscientas mil personas recorrieron disciplinadamente
las calles de la ciudad durante largas horas.
Más recientemente
este rechazo se refleja en los resultados electorales en varios países:
mientras en Europa los laboristas en Inglaterra y los socialistas apoyados por
los comunistas en Francia, ganaban las elecciones; en América Latina
el FMLN ganaba la alcaldía de San Salvador y varias de las principales
ciudades del país, disputando muy de cerca la correlación de fuerzas
con ARENA; y Cuauhtémoc Cárdenas ganaba las elecciones del Distrito
Federal.
También han crecido
las protestas populares en América Latina en los últimos meses:
la gran marcha del MST en Brasil, las manifestaciones contra el gobierno en
Nicaragua, el inicio de protestas estudiantiles en Chile, las recientes manifestaciones
masivas contra Fujimori en Perú, las explosiones urbanas en varias ciudades
argentinas.
Todo esto hace pensar a
algunos que la situación está cambiando, que estamos entrando
a una nueva ola expansiva. Sea cual fuera la interpretación, los desafíos
para la izquierda son enormes, porque si no se logra canalizar esta creciente
resistencia en una voluntad única, sus efectos se desvanecerán
como pompas de jabón.
Cuando iniciábamos
este trabajo decíamos que aunque la revolución no se veía
en el horizonte cercano, la revolución era ahora más necesaria
que nunca, no sólo para los pobres de este mundo sino para la humanidad
toda. Quizá la revolución no sea hoy el motor de la historia,
como afirmaba Marx, sino el "freno de emergencia" de la historia, como dice
el historiador Walter Benjamin; un freno que nos impida caer en el abismo al
que nos conduce inexorablemente el neoliberalismo.
Martha Harnecker es educadora
popular chilena. Autora de numerosos trabajos de investigación sobre
la izquierda latinoamericana.
La izquierda en el umbral
del siglo XXI
Marta Harnecker
Editorial Siglo XXI - Madrid
Febrero 2000
Segunda edición