27 de febrero del 2001
La
izquierda latinoamericana y
la construcción de alternativas
Marta Harnecker
Cuba Siglo XXI
I. INTRODUCCION SITUACION DEL MUNDO
Las reflexiones que aquí expongo han sido desarrolladas con mayor profundidad
en un libro que acabo de terminar que se titula Haciendo posible lo imposible.
La izquierda en el umbral del Siglo XXI, que será publicado pronto por
la editorial Siglo XXI. Pretende ser un texto para la reflexión y el
debate. ĄQué mejor forma de comenzarlo que someterlas a la consideración
de ustedes!
Estamos atravesando, en los últimos decenios del siglo XX por una etapa
ultraconservadora. Para el historiador y politólogo Inmmanuel Wallerstein
(1996: 246-247), la crisis del sistema histórico es tan profunda que
pasarán muchos años -como mínimo dos décadas- antes
de que pueda elaborarse una estrategia antisistémica coherente. No sólo
fracasó el socialismo soviético, sino que el capitalismo demostró
una sorprendente capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias y para
utilizar en beneficio propio los avances de la nueva revolución científico-técnica,
mientras los países socialistas, luego de haber alcanzado un notable
desarrollo económico, fueron cayendo en el estancamiento hasta terminar
en el desastre que conocemos. A esto se agregan las dificultades que comenzaron
a sufrir los gobiernos socialdemócratas europeos y sus regímenes
de "estado de bienestar": detención de crecimiento económico,
inflación, ineficiencia productiva.
Junto a esto, América Latina, tras la dolorosa reestructuración
de los años ochenta, ha comenzado a incorporarse a la nueva economía
global, y los sectores más dinámicos de todos los países
están sumergidos en la competencia internacional para vender bienes y
atraer capital.
El precio de esta incorporación ha sido muy elevado: una proporción
considerable de su población ha quedado excluida de esos sectores dinámicos,
como productores y como consumidores. En algunos casos, pueblos, países
y regiones se han vuelto a conectar mediante la economía local informal
y la economía criminal orientada al exterior [...]. (Castells 1997: 159)
Tenemos que reconocer que vivimos tiempos angustiosos, plenos de confusión
e incertidumbre. El deterioro del nivel de vida de la mayoría de la población
del planeta, incluyendo a sectores cada vez más amplios de las capas
medias, o lo que algunos han denominado la globalización de la pobreza
(Chossudovsky 1997), es alarmante; la amenaza del desempleo es una preocupación
presente tanto a los países desarrollados como a los países pobres;
la fragmentación social y organizativa ha alcanzado su nivel máximo,
mientras los sueños por la construcción de una nueva sociedad
se han reducido a su expresión más tímida [...]. (Dierckxsens
1997: 140). El deterioro del medio ambiente amenaza la supervivencia de las
futuras generaciones. La corrupción galopante produce un amplio efecto
desmoralizador (Ramonet 1997: 13). Sigue y seguirá estando presente el
peligro de guerra, incluso nuclear, a pesar de los avances en la marcha hacia
la paz, la distensión y el desarme hasta que no sean erradicadas para
siempre las causas que brotan de la naturaleza capitalista del orden internacional
y socio-económico imperantes. La acción política está
huérfana de modelos explicativos y orientadores, porque la mayoría
de los viejos modelos se han derrumbado y los nuevos no logran demostrar su
efectividad en términos de crecimiento con equidad. (Pérez 1998:
64). Los esfuerzos por revertir el retroceso suelen desembocar en la frustración
y la impotencia y para muchos la oscuridad del túnel parece no terminar
nunca. (Dierckxsens 1997: 140).
Una opción alternativa -socialista o como se la quiera llamar- se hace
más urgente que nunca si no estamos dispuestos a aceptar esta cultura
integral del desperdicio, material y humano, que -como dice el sociólogo
cubano Juan Antonio Blanco- no sólo genera basura no reciclable por la
ecología, sino también desechos humanos difíciles de reciclar
socialmente al empujar a grupos sociales y naciones enteras al desamparo colectivo
(Blanco 1995: 117).
Son enormes los desafíos que se nos plantean y no estamos en las mejores
condiciones para enfrentarlos. Hay que recordar que la izquierda del sur ya
venía muy golpeada por largos años de dictadura militar, y que
la centroamericana -que estuvo a la vanguardia de la lucha desde el triunfo
de la revolución sandinista- se vio muy afectada por la derrota electoral
del FSLN y el brutal cambio de la correlación mundial de fuerzas producto
de la desaparición del socialismo en los países del este europeo
y la desintegración de la Unión Soviética.
II. DIFICULTADES PARA UN PERFILAMIENTO ALTERNATIVO
Nuestra izquierda quedó desconcertada y sin proyecto alternativo. Existe
un exceso de diagnóstico y una ausencia de terapéutica.
Sin embargo, no podemos afirmar que en cuestiones programáticas la izquierda
se encuentra con las manos vacías, existen formulaciones y prácticas
alternativas, sólo que no se materializan en un proyecto totalmente acabado
y convincente.
A mi entender, entre las prácticas alternativas más interesantes,
están los experimentos sociales que está haciendo la izquierda
en varias alcaldías de América Latina. Pero evidentemente falta
un trabajo teórico que sistematice todas estas experiencias y dé
proyección y unidad a estas diversas prácticas.
Sabemos que las alternativas no se elaboran de un día para otro en un
congreso o en una mesa de trabajo, porque cualquier alternativa tiene que incluir
hoy consideraciones técnicas cada vez más complejas que requieren
de conocimientos especializados. Y en este momento la izquierda latinoamericana
cuenta con pocos intelectuales orgánicos dispuestos a realizar este trabajo.
Junto a la ausencia de una propuesta alternativa rigurosa y creíble,
dos otros elementos dificultan el perfilamiento alternativo de la izquierda.
Por una parte, el que ésta suela adoptar una práctica política
muy poco diferenciada de la práctica habitual de los partidos tradicionales,
sean de derecha o de centro. Y esto se da en el contexto de un creciente escepticismo
popular en relación con la política y los políticos. La
gente está harta de las prácticas partidarias poco transparentes
y corruptas; ya no quiere saber más de mensajes que se quedan en meras
palabras, que no se traducen en actos; exige prácticas coherentes con
el discurso.
La indiferencia es feroz. Constituye -como dice Viviane Forrester- el partido
más activo, sin duda el más poderoso de todos (Forrester 1997:
49). Y lo peor es que esta indiferencia general constituye, desde el punto de
vista de las clases dominantes una victoria mayor que la adhesión parcial
que ellas consiguen ganar.
La otra dificultad es el hecho de que la derecha se haya apropiado inescrupulosamente
del lenguaje de la izquierda, lo que es particularmente notorio en sus formulaciones
programáticas. Palabras como reformas, cambios de estructura, preocupación
por la pobreza, transición, forman hoy parte del discurso antipopular
y opresor (Hinkelammert 1995: 145-146).
A pesar de esta difícil situación en que se encuentra, no es descartable
que la izquierda llegue a conquistar en algunos países de América
Latina -como ya lo ha hecho- importantes gobiernos locales y, aún más,
sea capaz de acceder al gobierno de la nación, entre otras cosas debido
al creciente descontento popular producido por las medidas neoliberales que
afectan a sectores sociales cada vez más amplios. Pero existe el peligro
de que, una vez en el gobierno, se limite a administrar la crisis y a hacer
la misma política que los partidos de derecha. Este comportamiento no
sólo sería negativo en cuanto a que no resolvería el sufrimiento
de los sectores populares afectados por el modelo neoliberal, sino que, además
-y eso es lo más peligroso- puede llegar a pulverizar la opción
de izquierda por un largo período.
1. żES POSIBLE LEVANTAR UNA ALTERNATIVA?
żPuede la izquierda levantar una alternativa a pesar de la inmensamente desfavorable
correlación de fuerzas que existe a nivel mundial? Por supuesto que la
ideología dominante se encarga de decir que no existe alternativa (Vilas
1997: 34) los grupos hegemónicos no se quedan sólo en declaraciones,
hacen todo lo posible por hacer desaparecer toda alternativa que se les cruce
en el camino, como ocurrió con la Unidad Popular en Chile, la revolución
sandinista en Nicaragua y como ha tratado de hacerlo durante cuarenta años
-sin éxito- con la heroica revolución cubana (Hinkelammert 1995:
151-155).
Por desgracia, algunos sectores de la izquierda, usando el argumento de que
la política es el arte de lo posible, al constatar la imposibilidad inmediata
de cambiar las cosas debido a la tan desfavorable correlación de fuerzas
hoy existente, consideran que no les queda otro camino que ser realistas y reconocer
esa imposibilidad adaptándose oportunistamente a la situación
existente. La política así concebida excluye, de hecho, todo intento
por levantar una alternativa frente al capitalismo realmente existente (Hinkelammert
1995: 153).
2. LA POLÍTICA NO COMO EL ARTE DE LO POSIBLE, SINO COMO EL ARTE DE
VOLVER POSIBLE LO IMPOSIBLE
La izquierda, si quiere ser tal, no puede definir la política como el
arte de lo posible. A la realpolitik debe oponer una política que, sin
dejar de ser realista, sin negar la realidad, vaya creando las condiciones para
transformarla (Hinkelammert 1995: 153-154).
Ya Gramsci criticaba el realismo político "excesivo". Para el pensador
italiano, son los diplomáticos y no los políticos los que deben
moverse únicamente en la realidad efectiva, porque su actividad específica
no es crear nuevos equilibrios , sino conservar dentro de ciertos cuadros jurídicos
un equilibrio existente (Gramsci 1971: 78). Concebía al verdadero político
como Maquiavelo: un hombre de partido, de pasiones poderosas, un político
de acción que quiere crear nuevas relaciones de fuerzas y no puede por
ello dejar de ocuparse del "deber ser", no entendido por cierto en sentido moralista
(Gramsci 1971: 78-79).
Pero este político no crea de la nada, crea a partir de la realidad efectiva.
Aplica la voluntad a la creación de un nuevo equilibrio de fuerzas partiendo
de lo que en ella hay de progresista y reforzándolo. Se mueve siempre
en el terreno de la realidad efectiva, pero para dominarla y superarla (o contribuir
a ello) (Gramsci 1971: 79).
Para la izquierda, la política debe consistir, entonces, en el arte de
descubrir las potencialidades que existen en la situación concreta de
hoy para hacer posible mañana lo que en el presente aparece como imposible.
De lo que se trata, entonces, es de construir una correlación de fuerzas
favorable al movimiento popular, a partir de aquello que dentro de sus debilidades
constituye sus puntos fuertes.
Pensemos, por ejemplo, en los obreros de la época de Marx, sometidos
al inmenso poder de sus patrones capitalistas, que podían en cualquier
momento dejarlos en la calle sin medios para sobrevivir. La lucha en esas condiciones
era un suicidio. żQué hacer entonces? żAceptar la explotación
sometiéndose sumisamente a ella, porque en ese momento era imposible
ganar la batalla o luchar por cambiar esa situación aprovechando las
potencialidades inherentes a su condición de explotados: la existencia
de grandes concentraciones obreras, su capacidad de organización, su
identidad como clase oprimida? La organización y la unidad de los trabajadores,
cuantitativamente mucho más numerosos que sus enemigos de clase, era
su fuerza, pero era una fuerza que había que construir, y sólo
tomando ese camino se volvió posible aquello que inicialmente parecía
imposible.
3. CAMBIAR LA VISIÓN TRADICIONAL DE LA POLÍTICA
1) Reducir la política a lo institucional
Pensar en construcción de fuerzas y en correlación de fuerzas
es cambiar la visión tradicional de la política; esta tiende a
reducir la política a la lucha relacionada con las instituciones jurídico-políticas
y a exagerar el papel del estado; se piensa de inmediato en partidos políticos
y en la disputa en torno al control y la orientación de los instrumentos
formales de poder(Ruiz, 1998: 13); los sectores más radicales centran
toda la acción política en la toma del poder político y
la destrucción del estado y los más reformistas en la administración
del poder político o ejercicio de gobierno como forma fundamental y única
de la práctica política; los sectores populares y sus luchas son
los grandes ignorados. Esto es lo que Helio Gallardo denomina el politicismo
de la izquierda latinoamericana (Gallardo 1993: 25).
2) Superar concepción estrecha del poder
Pensar en construcción de fuerzas es también superar la estrecha
visión que reduce el poder a los aspectos represivos del estado. El poder
enemigo no es sólo represivo sino, como dice Carlos Ruiz, también
constructor, moldeador, disciplinante. Si el poder de las clases dominantes
sólo actuase como censura, exclusión, como instalación
de obstáculos o represión, sería más frágil.
Si es más fuerte es porque además de evitar lo que no quiere es
capaz de construir lo que quiere, de moldear conductas, de producir saberes,
racionalidades, conciencias, de forjar una forma de ver el mundo y de verlo
a él mismo. (1998: 14)
Pensar en construcción de fuerzas es también superar el antiguo
y arraigado error de pretender construir fuerza política -sea por las
armas o las urnas- sin construir fuerza social. (Ruiz 1998:.12)
3) La política como el arte de la construcción de una fuerza social
antisistémica
El surgimiento de una fuerza social antisistema es lo que más temen las
clases dominantes, de ahí su concepción estrecha de la política
como una lucha por conquistar espacios de poder en los aparatos jurídico-políticos
institucionales.
Para la izquierda, por el contrario, la política debe ser el arte de
la construcción de una fuerza social antisistémica.
La izquierda no debe, por lo tanto, concebir al pueblo o fuerza social popular
como algo ya dado que se puede manipular y que sólo basta agitar, sino
como algo que hay que construir (Ruiz 1998:.49). Si esto ha sido siempre válido,
lo es más aún hoy, bajo el neoliberalismo. Es sabido que un elemento
clave de su estrategia de poder es conseguir la máxima fragmentación
de la sociedad, porque una sociedad dividida en diferentes grupos minoritarios,
que no logran constituirse en una mayoría cuestionadora de la hegemonía
vigente, es la mejor fórmula para la reproducción del sistema.
(Binder 1992: 22-26).
De ahí que una de las tareas más fundamentales de la izquierda
sea la superación de la dispersión y atomización del pueblo
explotado y dominado y la construcción de la unidad del pueblo (Ruiz,
1998: 51-52) y para ellos es básico la recuperación de la capacidad
de encuentro (Binder 1992: 26).
Ahora bien, plantearse la política como arte de la construcción
de una fuerza social popular significa, al mismo tiempo, rechazar dos tipos
de estilo político que impiden este tipo de construcción: el manejo
populista de la derecha y la convocatoria espontaneísta de la izquierda
tradicional (Ruiz 1998:38).
Cuando hablo de "convocatoria espontaneísta" estoy pensando en un estilo
político que se limita a actuar sobre situaciones ya dadas, a subordinarse
a explosiones sociales que emergen espontáneamente en distintos sectores
sociales y que varían de acuerdo a la situación general de la
sociedad (huelgas, tomas de terrenos, manifestaciones callejeras de todo tipo).
Este es el estilo del agitador político que obra sobre posibilidades
que aparecen y que le quedan muy cerca, y lo hace no como resultado de su iniciativa
y de su acción, ni como resultado de un análisis político
global que le permita seleccionarlas [...], de ahí el rasgo espontaneísta
de su conducta (Ruiz 1998: 52).
Un estilo político consecuente con la concepción de la política
como arte de la construcción de una fuerza social popular, por el contrario,
parte de la base de que la fuerza social no es algo ya dado sino que hay que
construirla y que las clases dominantes tienen una determinada estrategia para
impedirlo. Esto implica no dejarse llevar por la situación sino actuar
sobre ella seleccionando entre los espacios y conflictos presentes aquellos
donde debe concentrar sus energías en función del objetivo central:
la construcción de fuerza popular. Esta construcción no se produce
espontáneamente, requiere de un sujeto constructor, de un sujeto político
capaz de orientar su acción en base a un análisis de la totalidad
de la dinámica política. Pero żcuál es la situación
de la izquierda al respecto?
III. UN SUJETO POLÍTICO ADECUADO A LOS NUEVOS DESAFÍOS
A mi entender, la izquierda no vive sólo una crisis teórica y
programática, sino que tampoco cuenta on un sujeto político adecuado
a los nuevos desafíos. Coincido plenamente con las apreciaciones de Clodomiro
Almeyda en cuanto a que los partidos de izquierda se encuentran hoy en una evidente
crisis, no sólo desde el punto de vista de las insuficiencias o carencias
de proyectos y programas, sino también, y no en menor medida, en lo relativo
a su naturaleza orgánica, relaciones con la sociedad civil, e identificación
de sus actuales funciones y de las formas de llevarlas a cabo. [...]
Esta crisis de la actual institucionalidad de los partidos de izquierda se expresa
tanto en la pérdida de su capacidad de atracción y convocatoria
ante las gentes y especialmente ante la juventud, como en una evidente disfuncionalidad
de sus actuales estructuras, hábitos, tradiciones y maneras de hacer
política , con las exigencias que la realidad social reclama de un actor
político de carácter popular y socialista, en proceso de renovación
sustantiva (Almeyda 1997: 13).
1) Por qué la izquierda no puede prescindir de una organización
política
Esta decepción de la política y los políticos que crece
día a día no es grave para la derecha, pero para la izquierda
sí lo es. La derecha puede perfectamente prescindir de los partidos políticos,
como lo demostró durante los períodos dictatoriales, pero la izquierda
-en la medida en que necesita construir una fuerza popular antisistémica
para transformar cualitativamente la sociedad no puede prescindir de un instrumento
político -sea éste un partido, un frente político u otra
fórmula-.
Y esto por una doble razón: en primer lugar, porque la transformación
no se produce espontáneamente, las ideas y valores que prevalecen en
la sociedad capitalista -y que racionalizan y justifican el orden existente-
invaden toda la sociedad e influyen muy especialmente en los sectores menos
provistos de armas teóricas de distanciamiento crítico (Harnecker
1990: 9-14; 59-61; 1991: 7-23; Almeyda 1994: 1-5). En segundo lugar, porque
es necesario que seamos capaces de vencer a fuerzas inmensamente más
poderosas que se oponen a esa transformación, y ello no es posible sin
una instancia política formuladora de propuestas, capaz de dotar a millones
de hombres de una voluntad única (Lenin t.22: 349; Harnecker 1990: 87),
al mismo tiempo que unificadora y articuladora de las diferentes prácticas
emancipatorias.
2) Copia del modelo bolchevique y desviaciones a las que condujo
Reconociendo la importancia de la organización política para conseguir
los objetivos de cambio social, la izquierda marxista, sin embargo, ha hecho
muy poco por adecuarla a las exigencias de los nuevos tiempos. Durante un largo
período esto tuvo mucho que ver con la copia acrítica del modelo
bolchevique de partido, ignorando lo que el propio Lenin planteaba al respecto.
No es de extrañar que este modelo atrajese tanto a los cuadros políticos
marxistas de América Latina: había sido el instrumento eficaz
para realizar la primera revolución exitosa de los oprimidos contra el
poder de las clases dominantes en el mundo. El cielo parecía haber sido
tomado por asalto.
Para el reconocido historiador inglés, Eric Hobsbawm, el "nuevo partido"
de Lenin [fue] una extraordinaria innovación de la ingeniería
social del siglo XX comparable a la innovación de las órdenes
monásticas cristianas en la Edad Media, que hacía posible que
incluso las organizaciones pequeñas hicieran gala de una extraordinaria
eficacia, porque el partido obtenía de sus miembros una gran dosis de
entrega y sacrificio, además de una disciplina militar y una concentración
total en la tarea de llevar a buen puerto las decisiones del partido a cualquier
precio (Hobsbawm 1995: 83).
Pero, por desgracia, esta gran "obra de ingeniería social", que tuvo
gran eficacia en realidades como la rusa -una sociedad muy atrasada y un régimen
político autocrático-, fue trasladada mecánicamente a la
realidad latinoamericana, una realidad muy diferente. Y no sólo eso,
sino que al mismo tiempo, se la trasladó en forma simplificada y dogmática.
Lo que la mayor parte de la izquierda latinoamericana conoció no fue
el pensamiento de Lenin en toda su complejidad, sino la versión simplificada
dada por Stalin.
La copia acrítica del modelo bolchevique de partido condujo a una serie
de errores, desviaciones y ausencias: vanguardismo, verticalismo, autoritarismo,
dogmatismo, teoricismo, estrategismo, reduccionismo clasista, sectarismo, etcétera.
IV. INSTRUMENTO POLÍTICO ADECUADO A LOS NUEVOS DESAFÍOS
Sin embargo, me parece necesario advertir que por muchas desviaciones y errores
que se hayan cometido, no se trata de tirar todo por la borda y empezar desde
cero. Existe una tendencia muy grande, y especialmente en la juventud, a criticar
destructivamente todo lo que existe y a pensar que se puede llegar a construir
algo perfecto si se empieza todo de nuevo, evitando mirar al pasado.
Muchas veces pensamos que podemos hacer aquella organización, aquel partido,
aquella sociedad que soñamos, sin conocer los esfuerzos realizados por
muchas otras generaciones que se han propuesto hacer cosas, que han iniciado
trabajos, que han cometido errores, que los han rectificado y que han dado su
vida por ese ideal. Yo creo que es imprescindible conocer ese caminar y aprender
de esos esfuerzos.
Olvidar el pasado, no aprender de las derrotas, dejar de lado las propias tradiciones
de lucha, es hacerle el juego a la derecha -es ella la más interesada
en que se borre la memoria histórica de nuestros pueblos-, porque esa
es la mejor forma de no acumular fuerzas, de volver a reincidir en los mismos
errores.
Por eso, antes de crear una nueva organización política habría
que examinar muy bien la capacidad de transformación que tienen las organizaciones
políticas actualmente existentes. Tal vez no se requiera construir una
nueva organización, a lo mejor de lo que se trata es de fundir varias
organizaciones ya existentes en una sola, siempre que ésta se estructure
de una manera diferente.
A continuación presentaré algunas ideas acerca de las características
que, a mi entender, debería tener una organización de izquierda
para ser capaz de enfrentar en mejores condiciones los nuevos desafíos
que plantea el mundo de hoy.
Muchas de estas ideas las he tomado de la propia práctica y de las reflexiones
que de ella han hecho varios de los dirigentes políticos de nuestro continente
en entrevistas que les hiciera desde el 79 en adelante.
No se trata, de manera alguna de un nuevo recetario. Debemos recordar que lo
que debemos buscar es ser eficaces en la conducción y articulación
de la lucha de clases, inserta hoy en el mundo de la revolución informacional
y de la globalización.
Analizaremos primero aquellas características que tienen que ver con
la relación de la organización política con la sociedad
y luego sus características internas.
1. LA ORGANIZACION HACIA AFUERA
1) Estrecha vinculación con la sociedad
Como ya hemos subrayado, para la izquierda la organización política
sólo tiene sentido en función de construcción de un sujeto
popular antisistémico y, por lo tanto, debe estar volcada a la sociedad.
La fuerza de la organización debe valorarse no tanto por la cantidad
de militantes que se tiene y las actividades internas que el partido realiza,
sino por la influencia que éste tiene en la sociedad.
No se trata -como dice Enrique Rubio- de meter a la gente en la organización
partidaria y a la sociedad en el proyecto partidario, sino de meter a la política
en la vida de la gente y a la organización partidaria en la sociedad
(Rubio 1991: 13). La identidad militante debe legitimarse hacia afuera, más
que hacia adentro. Eso significa que el militante de la nueva organización
debería ocupar la mayor parte de su tiempo en vincular al partido con
la sociedad (Almeyda 1997: 18-19). Las actividades internas deberían
reducirse a lo estrictamente necesario, evitando el reunionismo.
2) Defensa de todo tipo de opresión
*La nueva organización política debe tener en la mira no sólo
la explotación económica de los trabajadores, sino también
las diversas formas de opresión y de destrucción del hombre y
la naturaleza, que van más allá de la relación entre el
capital y la fuerza de trabajo.
Debe abandonar el reduccionismo clasista asumiendo la defensa de todos los sectores
sociales discriminados y excluidos económica, política, social
y culturalmente. Además de los problemas de clase, deben preocuparle
los problemas étnico-culturales, de raza, de género, de sexo,
de medio ambiente. No debe tener presente sólo la lucha de los trabajadores
organizados, sino también la lucha de las mujeres, de los indígenas,
negros, jóvenes, niños, jubilados, minusválidos, homosexuales,
etcétera. Y no se trata sólo de asumir la defensa de todos los
explotados y discriminados, sino de comprender el potencial político
radical y transformador que existe en las luchas de todos estos sectores (Gallardo
1993: 29).
Y dado que el movimiento ambientalista aborda un problema que afecta a toda
la humanidad: el deterioro del medio ambiente, coincido con Helio Gallardo en
que este movimiento puede servir de catalizador y eje de articulación
para que otras luchas se integren en la configuración de una sensibilidad
alternativa para la transformación [...] (Gallardo 1993: 31).
3) Instancia articuladora de las diferentes prácticas sociales emancipatorias
La organización política nueva no debería buscar contener
en su seno a los representantes legítimos de todos los que luchan por
la emancipación, sino esforzarse por articular sus prácticas en
un único proyecto político (Rubio y Pereira 1994: 151), generando
espacios de encuentro para que los diversos malestares sociales puedan reconocerse
y crecer en conciencia y en luchas específicas que cada uno tiene que
dar en su área determinada: barrio, universidad, escuela, fábrica,
etcétera (Gallardo 1997: 13).
Estas reflexiones nos plantean el tema de la hegemonía.
Debemos empezar diciendo que la hegemonía es lo opuesto al hegemonismo.
Nada tiene que ver con la política de aplanadora que algunas organizaciones
revolucionarias, aprovechándose de ser las más fuertes, han pretendido
emplear para sumar fuerzas a su política. Nada tiene que ver con pretender
imponer la dirección desde arriba, acaparando cargos e instrumentalizando
a los demás. Nada tiene que ver con la actitud de pretender cobrar derechos
de autor a las organizaciones que osan levantar sus banderas.
No se trata de instrumentalizar, sino, por el contrario, de sumar a todos los
que estén convencidos y atraídos por el proyecto que se pretende
realizar. Y sólo se suma si se respeta a los demás, si se es capaz
de compartir responsabilidades con otras fuerzas.
Por supuesto que esto es más fácil de decir que de practicar.
Suele ocurrir que cuando una organización es fuerte se tienda a minusvalorar
el aporte que puedan hacer otras organizaciones. Esto es algo que hay que combatir.
Una actitud hegemonista en lugar de sumar fuerzas produce el efecto contrario.
Por una parte, crea malestar en las otras organizaciones de izquierda que se
sienten manipuladas y obligadas a aceptar decisiones en las que no han tenido
participación alguna, y por otra, reduce el campo de los aliados, ya
que una organización que asume una posición de este tipo es incapaz
de captar los reales intereses de todos los sectores populares y crea en muchos
de ellos desconfianza y escepticismo. Por otra parte, el concepto de hegemonía
es un concepto dinámico, la hegemonía no se gana de una vez y
para siempre. Mantenerla es un proceso que tiene que ser recreado permanentemente.
La vida sigue su curso, aparecen nuevos problemas, y con ellos nuevos retos.
Hoy, sectores importantes de la izquierda han llegado a la comprensión
de que nuestra hegemonía será mayor cuando logremos que más
gente siga nuestra línea política, aun si ésta no aparece
bajo nuestro sello. Y lo más conveniente es lograr conquistar para esas
ideas al mayor número, no sólo de organizaciones políticas
y de masas, y a sus líderes naturales, sino también de personalidades
destacadas en el ámbito nacional.
El grado de hegemonía alcanzado no puede medirse entonces por la cantidad
de cargos que se logre conquistar. Lo fundamental es que quienes están
en cargos de dirección hagan suya e implementen nuestra línea,
aunque no sean de nuestra organización. Por el contrario, si se ha logrado
conquistar muchos cargos en una determinada organización se debe estar
atento a no caer en desviaciones hegemonistas. Es más fácil para
quien tiene un cargo imponer sus ideas que arriesgarse al desafío que
significa ganar la conciencia de la gente.
4) La democracia como bandera
3463b. 1. La nueva organización levanta la bandera de la democracia con
gran fuerza, porque entiende que la lucha por la democracia es inseparable de
la lucha por el socialismo. El socialismo como proyecto no puede separarse de
la democracia, no puede sino ser la mayor expresión de la democracia
y una expansión enorme de ésta en relación con la limitada
democracia burguesa. La bandera de la democracia es de la izquierda y no de
la burguesía, que se apoderó de ella aprovechándose de
las deficiencias que en este sentido tenían los países socialistas.
5) Relación de respeto al movimiento popular
Si la izquierda aspira a construir una fuerza social antisistémica necesita
contar con una organización que exprese un gran respeto por el movimiento
popular; que contribuya a su desarrollo autónomo, dejando atrás
todo intento de manipulación. Debe partir de la base de que ella no es
la única que tiene ideas y propuestas y que, por el contrario, el movimiento
popular tiene mucho que ofrecerle, porque en su práctica cotidiana de
lucha va también aprendiendo, descubriendo caminos, encontrando respuestas,
inventando métodos, que pueden ser muy enriquecedores.
Si la sociedad que la izquierda pretende construir es una sociedad plenamente
democrática desde ya debe empezar a ejercitar la democracia en todos
los terrenos. Donde sea posible debemos incorporar a las bases al proceso de
toma de decisiones, eso quiere decir que hay que abrir espacios a la participación
popular, debemos abandonar el método de llegar con esquemas prehechos.
Tenemos que luchar por eliminar todo verticalismo que anule la iniciativa de
las masas. Nuestro papel es el de orientadores y no el de suplantadores de las
masas (Berríos citado en Harnecker 1989: 149). Por otra parte, hay que
aprender a escuchar; hay que hablar con la gente y, de todo el pensamiento que
se recoge ser capaces de hacer un diagnóstico correcto de su estado de
ánimo, sintetizar aquello que puede unir y generar acción, combatiendo
el pensamiento pesimista, derrotista que también existe. Poner oído
atento a todas las soluciones que el propio pueblo gesta para defenderse o para
luchar por sus reivindicaciones.
Sólo entonces, las orientaciones que se lancen no se sentirán
como directivas externas al movimiento y permitirán construir un proceso
organizativo capaz de llevar, si no a todo el pueblo, al menos a una parte importante
de éste a incorporarse a la lucha y, a partir de ahí, se podrá
ir ganando a los sectores más atrasados, más pesimistas. Cuando
estos últimos sectores sientan que los objetivos por los que se lucha
no sólo son necesarios, sino que es posible conseguirlos -como decía
el Che-, se unirán a la lucha.
Cuando, por otra parte, la gente compruebe que son sus ideas, sus iniciativas,
las que están siendo implementadas, se sentirá protagonista de
los hechos, y su capacidad de lucha crecerá enormemente.
Los nuevos cuadros políticos deben ser fundamentalmente pedagogos populares,
capaces de potenciar toda la sabiduría que existe en el pueblo -tanto
la que proviene de sus tradiciones culturales y de lucha, como la que adquiere
en su diario bregar por la subsistencia- a través de la fusión
de ésta con los conocimientos más globales que la organización
política pueda aportar. Debe fomentar la iniciativa creadora, la búsqueda
de respuestas.
6) Adecuar su lenguaje a los nuevos tiempos
La militancia y los mensajes de la izquierda de hoy, de la era de la televisión,
no pueden ser los mismos que los de la década del sesenta; no son los
de la época de Gutenberg, estamos en la época de la imagen y de
la telenovela. La cultura del libro, la cultura de la palabra escrita -como
dice Atilio Borón- es hoy una cultura de élite, ya no es una cultura
de masas (Borón 1997: 17). La gente hoy lee muy poco o no lee, para poder
comunicarnos con el pueblo debemos dominar el lenguaje audiovisual. Y la izquierda
tiene el gran desafío de buscar cómo hacerlo cuando los principales
medios audiovisuales están absolutamente controlados por grandes empresas
monopólicas nacionales y transnacionales.
Pero, además de usar un lenguaje adaptado al nuevo desarrollo tecnológico
es fundamental que la izquierda rompa con el viejo estilo de pretender llevar
mensajes uniformes a gente con muy distintos intereses. No se puede estar pensando
en masas amorfas, lo que existe son individuos, hombres y mujeres que están
en distintos lugares, haciendo cosas diferentes y sometidos a influencias ideológicas
diferentes; el mensaje tiene que adoptar formas flexibles para llegar a ese
hombre concreto. Debemos ser capaces de individualizar el mensaje.
2. LA ORGANIZACIÓN HACIA ADENTRO
1) Reunir a su militancia en torno a una comunidad de valores y un programa
concreto
Lo que debe unir a la militancia en torno a una organización política
debe ser fundamentalmente el consenso en torno a una comunión cultural
de valores de la cual deben derivar sus proyectos y programas (Almeyda 1997:
18).
El programa político debe ser el elemento aglutinador y unificador por
excelencia y es lo que debe dar coherencia a su accionar político. La
aceptación o no aceptación del programa debe ser la línea
divisoria entre los que están dentro de la organización y los
que se excluyen de ella: sea ésta una instancia política de izquierda
o un frente político de carácter más amplio. Puede haber
divergencia en muchas cosas, pero debe existir consenso en las cuestiones programáticas.
Mucho se habla de la unidad de la izquierda. Sin duda ésta es fundamental
para avanzar, pero se trata de unidad para la lucha, de unidad para resistir,
de unidad para transformar. No se trata de una mera unidad de siglas de izquierda,
porque entre esas siglas puede haber quienes hayan llegado al convencimiento
que no queda otra cosa que adaptarse al régimen vigente y si es así
restarán fuerzas en lugar de sumar.
No hay que olvidar que hay sumas que suman, sumas que restan -este sería
el caso recién mencionado-, y sumas que multiplican. El más claro
ejemplo de este último tipo de suma es el Frente Amplio de Uruguay, coalición
política que reúne a todos los partidos de la izquierda uruguaya
y cuya militancia rebasa ampliamente la militancia que adhiere a uno de los
partidos que lo conforman. Ese gesto unitario de la izquierda logró convocar
a una gran cantidad de personas que anteriormente no militaban en ninguno de
los partidos que conformaron dicha coalición y que hoy militan en los
Comités de Base del Frente Amplio. Los militantes frenteamplistas sin
bandera partidista constituyen dos tercios del Frente y la militancia partidista
el tercio restante.
2) Contemplar formas variadas de militancia
Como es de todos conocidos, durante estos últimos años se ha producido
una crisis de militancia bastante generalizada, no sólo en los partidos
de izquierda sino también en los movimientos sociales y en las comunidades
cristianas de base, que no es ajena a los cambios que ha sufrido el mundo. Sin
embargo, junto a esta crisis de militancia en muchos de nuestros países
se ha dado paralelamente un crecimiento de la influencia de la izquierda en
la sociedad, y aumenta la sensibilidad de izquierda en los sectores populares.
Esto hace pensar que, además de los factores expuestos anteriormente
que pueden estar en el origen de esta crisis, es muy probable que también
influya en ella el tipo de exigencias que se plantean a la persona para que
ésta se pueda incorporar a una práctica militante organizada.
Habría que examinar si la izquierda ha sabido abrir cauces de militancia
para hacer fértil esa creciente sensibilidad de izquierda en la sociedad,
porque no todas las personas tienen la misma vocación militante ni se
sienten inclinadas a militar en forma permanente. Eso fluctúa dependiendo
mucho de los momentos políticos que se viven. No estar atentos a ello
y exigir una militancia uniforme es autolimitar y debilitar a la organización
política.
Tenemos que crear un tipo de organización que dé cabida a los
más diferentes tipos de militancia: por grupos de interés, militancia
estable y militancia de coyuntura, donde se admitan diversos grados de formalización.
Las estructuras orgánicas deben abandonar su rigidez y flexibilizarse
para optimizar este compromiso militante diferenciado.
Pero la organización política no sólo debe trabajar con
la militancia que adquiere un compromiso partidario, debe también lograr
incluir en muchas tareas a los no militantes. Una forma de hacerlo es la de
propiciar la creación o la utilización de entidades fuera de las
estructuras internas del partido que sean útiles a la organización
política y que le permitan aprovechar las potencialidades teóricas
o técnicas existentes: centros de investigación, de difusión
y propaganda, etcétera. También en esta línea de trabajar
con los no militantes, considero muy interesante la iniciativa de convocar a
todas las personas dispuestas a aportar ideas -y especialmente a los especialistas-
a discutir determinadas cuestiones temáticas: cuestión agraria,
petrolera, vivienda, educación, deuda externa. Experiencias de este tipo
tuvo la ex Causa R de Venezuela en la última campaña electoral
presidencial, las ha tenido el FMLN desde 1993 en El Salvador y el EZLN en México,
entre otros.
La lucha revolucionaria ha tendido a reducir sus objetivos transformadores a
lo relacionado con la economía y el estado, pero poco se ha hecho por
incluir la lucha contra la cultura y la civilización enajenada en que
se vive, olvidando que aun en el socialismo la nueva sociedad tiene que competir
muy duramente con el pasado, porque las taras de pasado se trasladan al presente
en la conciencia individual y, por lo tanto, hay que hacer un trabajo continuo
por erradicarlas (Guevara 1985: 257-258). Y esta lucha tiene su principal campo
de batalla en la vida cotidiana (Núñez 1988: 20). Durante mucho
tiempo se subestimó el valor político de lo cotidiano. No se veía
lo cotidiano como un espacio también político en el sentido amplio
de la palabra.
La transformación de lo cotidiano sólo puede surgir cuando el
individuo arranca o encuentra en lo social un espacio y un tiempo para su individualidad
(Núñez 1988: 144). Este planteamiento del sociólogo nicaragüense
me parece muy importante, porque si esto no se logra el militante se va deshumanizando,
va perdiendo sensibilidad y va distanciándose cada vez más del
resto de los mortales. Combatir el individualismo, tarea en la que todos debemos
estar empeñados, no significa negar las necesidades individuales de cada
ser humano. Los intereses individuales no son antagónicos con los sociales;
se presuponen mutuamente (González y Al. 1988: 48).
De ahí que considero que también debe cambiar la incorrecta relación
entre militancia y sacrificio. Para ser militante en décadas pasadas
había que tener espíritu de mártir: sufrir era revolucionario,
gozar era visto como algo sospechoso (Poniatowska 1992). De alguna manera eran
los ecos de la desviación colectivista del socialismo real: el militante
era un tornillo más de la máquina partidaria; sus intereses individuales
no eran considerados. Esto no quiere decir que desvaloricemos el fervor revolucionario,
la pasión militante, el sentido del deber, de rebeldía, de responsabilidad,
el espíritu de renuncia que deben tener los militantes, y más
aún los dirigentes, pero éstos deben procurar combinar, dentro
de lo posible, sus tareas militantes con el desarrollo de una vida humana lo
más plena posible. Y si las tareas políticas les impiden llevar
una vida más humana, deben estar conscientes que eso los puede llevar
a caer, como señalaba el Che, en extremos dogmáticos, en escolasticismos
fríos, en aislamiento de las masas (Guevara 1985: 270).
3) Abandono de los métodos autoritarios
Los partidos de izquierda fueron durante mucho tiempo muy autoritarios. Lo que
se practicaba habitualmente no era el centralismo democrático (Harnecker
1990: 63-69;79), sino el centralismo burocrático muy influido por las
experiencias del socialismo soviético; no la aplicación de una
línea general de acción discutida previamente por todos los miembros
y acordada por la mayoría, sino una línea de acción decidida
por la cúpula partidaria, sin conocimiento ni debate con la militancia,
limitándose ésta a acatar órdenes que nunca discutía
y muchas veces no comprendía.
Pero al luchar contra esta desviación centralista burocrática
se debe evitar caer en desviaciones de ultrademocratismo, que llevan a que se
gaste más tiempo en discutir que en actuar, porque todo, aún lo
innecesario, se somete a discusiones que muchas veces esterilizan toda acción
concreta.
Personalmente no veo cómo se puede concebir una acción política
exitosa si no se logra una acción unificada y para ello no creo que exista
otro método que éste, salvo que se decida actuar por consenso,
método aparentemente más democrático porque busca el acuerdo
de todos, pero que en la práctica a veces es mucho más antidemocrático,
porque otorga derecho a veto a una minoría: al extremo que una sola persona
puede impedir que se lleguen a implementar acuerdos que cuentan con un apoyo
inmensamente mayoritario.
Por otra parte, la complejidad de los problemas, la amplitud de la organización
y los tiempos de la política -que obligan a tomar decisiones rápidas
en determinadas coyunturas- hacen casi imposible la utilización de la
vía del consenso en muchas ocasiones, aunque se descarte su uso manipulador.
No hay entonces eficacia política sin conducción unificada que
defina las acciones a realizar en los distintos momentos de la lucha. Esta conducción
única se hace posible, porque ella refleja una línea general de
acción que ha sido discutida por todos los miembros y acordada por la
mayoría. Aquéllos cuyas posiciones han quedado en minoría
deben someterse en la acción a la línea que triunfa, desarrollando
junto a los demás miembros las tareas que se desprenden de ella.
Esta combinación de dirección central única y discusión
democrática en los distintos niveles de la organización es lo
que se llama centralismo democrático. Se trata de una combinación
dialéctica: en períodos políticos complicados, de auge
revolucionario o de guerra, se debe acentuar el polo centralista; en períodos
de calma, donde el ritmo de los acontecimientos es más lento, debe acentuarse
el polo democrático.
Una correcta combinación del centralismo y la democracia debe estimular
la iniciativa de los dirigentes y de todos los militantes. Sólo la acción
creadora en todos los niveles del partido es capaz de asegurar el triunfo de
la lucha de clases. En la práctica esta iniciativa se manifiesta en energía
creadora, en sentido de responsabilidad, en orden en el trabajo, en coraje y
aptitud para resolver problemas, para expresar opiniones, para criticar defectos,
así como en el control ejercido, con esmero de camarada, sobre los organismos
superiores.
Si esto no es así, el partido como organización dejaría
de tener sentido al no cumplir con el principio de la democracia interna. Una
vida democrática insuficiente impide desplegar toda la iniciativa creadora
de los militantes, con la consiguiente baja de su rendimiento político.
Crear espacios para el debate
Para que una organización tenga una vida interna democrática
es fundamental que ésta cree espacios para el debate, la construcción
de posiciones, el enriquecimiento mutuo mediante el intercambio de opiniones.
Para ello es fundamental que evite sancionar las posiciones discrepantes.
Pienso que es normal que dentro de una misma organización política
surjan diversas corrientes de opinión, que de hecho no expresan sino
las distintas sensibilidades políticas de la militancia. Por otra parte,
creo que el agrupamiento de la militancia en torno a determinadas tesis puede
contribuir a profundizar el pensamiento de la organización. Lo que hay
que evitar es que estas corrientes de opinión se conviertan en agrupamientos
estancos, en fracciones (Harnecker 1990: 64-67), es decir, en verdaderos partidos
dentro del partido; y que los debates teóricos sean el pretexto para
imponer correlaciones de fuerzas que nada tienen que ver con las tesis que se
debaten. Lo primero se puede lograr mediante una legislación interna
que reconozca la legalidad de las corrientes de opinión y sanciones y
la existencia de fracciones. 622b. Por otra parte, si de lo que se trata es
de democratizar el debate, lo lógico sería que no hubiese agrupamientos
permanentes, o que, al menos en algunos temas, especialmente en temas nuevos,
las personas pudiesen reagruparse de diferente manera. No siempre, por ejemplo,
tendrían que coincidir en un mismo agrupamiento las personas que tienen
una determinada posición frente al papel del estado en la economía,
con las que tienen una determinada posición respecto a la forma en que
el partido debe estimular la participación política de la mujer.
Constituir una dirección que respete la composición interna
del partido
La nueva cultura de la izquierda debe reflejarse también en una
forma diferente de componer la dirección de la organización política.
Durante mucho tiempo se pensó que si una determinada corriente o sector
del partido ganaba las elecciones internas en forma mayoritaria, eran los cuadros
de esa corriente los que debían ocupar todos los cargos de dirección.
De alguna manera primaba entonces la concepción de que la gobernabilidad
se lograba teniendo una dirección lo más homogénea posible.
Hoy tiende a primar un criterio diferente: una dirección que refleje
mejor la correlación de fuerzas dentro del partido parece ser más
adecuada, porque eso ayuda a que la militancia se sienta más involucrada
en las tareas. Pero este criterio sólo puede ser eficaz si el partido
ya ha logrado adquirir esa nueva cultura democrática, porque si no es
así, se produce una olla de grillos y el partido se hace ingobernable.
Consultas o plebiscitos
Por otra parte, me parece muy conveniente la participación directa
de los militantes en la toma de las decisiones más relevantes, a través
de consultas o plebiscitos internos. Y subrayamos "decisiones más relevantes",
ya que no tiene sentido y sería absolutamente inoperante estar consultando
a la militancia sobre decisiones que se deben adoptar en la gestión política
cotidiana, de alta dedicación, que corresponde a opciones necesariamente
no masivas. Estas consultas directas a las bases -que pueden extenderse más
allá del partida- son una manera bastante efectiva de democratizar las
decisiones partidarias.
La organización política de la que hablamos no sólo debe
ser democrática hacia adentro, sino que también debe serlo hacia
afuera. Debe reconocerse lo importante que son las iniciativas suprapartidarias
sin que esto signifique devaluar la importancia decisiva de renovar y potenciar
las organizaciones partidarias (Rubio 1991: 12).
4) Organización política de los explotados por el capitalismo
y de los excluidos
Si, como veíamos anteriormente, la clase obrera industrial clásica
ha ido reduciendo su contingente en América Latina, en contraste con
el sector de los trabajadores sometidos a trabajos precarios, inseguros, y a
los marginados o excluidos por el sistema que aumentan día a día,
parece necesario que la organización política tome en cuenta esta
realidad y que deje de ser una instancia que reúna sólo a la clase
obrera clásica para transformarse en la organización de todos
los oprimidos.
5) Una organización política no ingenua, que se prepara para todas
las situaciones
La posibilidad actual que tiene la izquierda de disputar muchos espacios abierta
y legalmente no debe hacerla perder de vista que la derecha respeta las reglas
del juego sólo hasta donde le conviene. Hasta ahora no se ha visto ninguna
experiencia en el mundo en que los grupos dominantes estén dispuestos
a renunciar a sus privilegios. El hecho de que acepten retirarse de la arena
política cuando consideran que su repliegue puede ser más conveniente,
no debe llevarnos a engaño. Pueden perfectamente tolerar y hasta propiciar
la presencia de un gobierno de izquierda, si este pone en práctica su
política y se limita a administrar la crisis. Lo que tratará de
impedir siempre -y en eso no hay que ser ilusos- es que se pretenda construir
una sociedad alternativa.
De esto se deduce que en la medida en que la izquierda crezca y acceda a posiciones
de poder debe estar preparada para hacer frente a la fuerte resistencia que
opondrán los núcleos más apegados al capital financiero,
que se van a valer de medios legales o ilegales para evitar que se lleve adelante
un programa de transformaciones democráticas y populares; debe ser capaz
de defender las conquistas alcanzadas democráticamente.
No hay que olvidar, como dice el teórico marxista inglés Perry
Anderson, refiriéndose a las democracias burguesas, que en las más
tranquilas el ejército puede permanecer invisible en sus cuarteles [pero
que] el resorte "fundamental" del poder de clase burgués en un sistema
parlamentario sigue siendo la coerción, aunque aparezca como "preponderante'
la cultura". Históricamente esto es lo esencial, y por eso cuando se
desarrolla una crisis revolucionaria en el seno de la estructura del poder burgués,
el elemento dominante se desplaza necesariamente "de la ideología hacia
la violencia. La coerción llega a ser a la vez determinante y dominante
en la crisis suprema, y el ejército toma, inevitablemente, la delantera
de la escena en toda lucha de clases en la perspectiva de la instauración
real del socialismo." (Anderson, 1978: 75).
Tener en cuenta esta situación no significa volver a los métodos
clandestinos de la época de las dictaduras, los que han perdido vigencia
con los procesos de apertura democrática que América Latina está
viviendo hoy, pero sí parece necesario no abandonar los métodos
de autodefensa cuando las circunstancias lo requieren y tener un buen trabajo
de inteligencia para saber muy bien cuáles son los pasos que se propone
dar el enemigo y preparar a tiempo la contrarrespuesta (Genro 1996a: 104).
6) Una nueva práctica internacionalista en un mundo globalizado
En un mundo en que el ejercicio de la dominación se realiza a escala
global, parece aún más necesario que ayer establecer coordinaciones
y estrategias de lucha a nivel regional y suprarregional.
Como dice Enrique Rubio, debemos buscar una articulación de los excluidos,
postergados, dominados y explotados a escala mundial, incluyendo a los que viven
en los países desarrollados; una coordinación, cooperación
y alianzas entre los sujetos políticos y sociales que participan en las
luchas emancipadoras buscando la construcción de identidades mundiales
. Es necesario que elaboremos una estrategia que incluya la articulación
con fuerzas que operan en los tres grandes bloques de poder mundiales, y establecer
relaciones multilaterales con cada uno de ellos como una manera de dislocar
el reparto político de zonas de influencia entre los mismos. Es preciso
[...] jaquear al capitalismo desde lo político, estatal o no estatal,
militante o no militante, partidario o no partidario, desde los movimientos
sociales, desde los complejos científico-técnicos, desde los centros
culturales y comunicacionales en los cuales se moldean, de modo decisivo, las
formas de sensibilidad, y desde las organizaciones autogestionarias [...]. Para
decirlo en una forma un poco esquemática y quizá chocante, la
revolución será internacional, democrática, múltiple
y profunda, o no será (Rubio y Pereira 1994: 149-150).
7) Encarnación de los valores éticos de la nueva sociedad que
se pretende construir
En un mundo en que reina la corrupción y existe, como veíamos
anteriormente, un creciente descrédito en los partidos políticos
y, en general, en la política, es fundamental que la organización
de izquierda se presente con un perfil ético netamente diferente, que
sea capaz de encarnar en su vida cotidiana los valores que dice defender, que
su práctica sea coherente con su discurso político, como lo era
la del Che, de ahí el gran atractivo que representa para la juventud
cansada de discursos que no se corresponden con los hechos.
La gente rechaza esas iglesias, que prometen democracia sin discriminaciones
para todas las clases sociales y que niegan a sus propios fieles la más
elemental libertad de expresión cuando no aceptan ciegamente sus consignas
[...], estados mayores que negocian y pactan por su cuenta el bienestar de todos;
[...] máquinas gigantes que confiscan la iniciativa, la acción
y la palabra del individuo [...] (Alberola 1978: 35).
Y como el objetivo de la revolución social no es solamente luchar para
sobrevivir sino transformar la forma de vivir, como dice Orlando Nuñez
(Núñez 1988: 29), es necesario que incursionemos en el mundo de
la moral y del amor buscando la transformación directa y cotidiana del
modo de vivir, pensar y sentir (1988: 60), creando una nueva estructura de valores.
Esperar que todo esto ocurra por la simple transformación de las relaciones
de producción es apostar al evolucionismo mecanicista que rechazamos.
La nueva moral debe tender a hacer desaparecer las contradicciones entre los
valores sociales y los valores individuales, aspirando a construir un mundo
de cooperación, solidaridad y amor.
Se trata de aprender a luchar cotidianamente contra toda institución
o estructura enajenante, buscando cómo substituirlas [e] inventando otras
nuevas, lo que no excluye la lucha por las grandes transformaciones sociales
y políticas (Núñez 1988: 139). Si luchamos por la liberación
social de la mujer, debemos empezar desde ya por transformar la relación
hombre-mujer en el seno de la familia, superar la división del trabajo
en el hogar, la cultura machista; si consideramos que la arcilla fundamental
de nuestra obra es la juventud (Guevara 1985: 272), debemos educarla para que
piense por sí misma, adopte posiciones propias y sea capaz de defenderlas
sobre la base de lo que siente y piensa; si luchamos contra la discriminación
racial debemos ser coherentes con ello en nuestra propia vida; si luchamos contra
la enajenación del consumismo, debemos materializar esto en una vida
personal austera. Uno de los valores fundamentales en los que hay que educar
y autoeducarse es el de la consecuencia entre el pensamiento y la acción,
en el rechazo a la doble moral, uno de cuyos mayores ejemplos es la figura del
Che.
Es fundamental, por otra parte, que la organización que construyamos
encarne los valores de la honestidad y de la transparencia. En este terreno
no puede permitirse el más leve comportamiento que pueda empañar
su imagen. Debe crear condiciones para mantener una estricta vigilancia en cuanto
a la honestidad de sus cuadros y mandatarios.
Por último, además de las banderas enarboladas por la revolución
francesa: libertad, igualdad y fraternidad, que conservan toda su vigencia,
pienso que habría que agregar una cuarta bandera: la de la austeridad.
Y no por un sentido ascético cristiano, sino para oponerse al consumismo
suicida y alienante de fines de siglo.
V. GOBIERNOS LOCALES: SEÑALES DE UN CAMINO ALTERNATIVO
Luego de exponer algunas ideas sobre el tipo de organización que a mi
entender necesitaríamos para enfrentar los nuevos desafíos que
nos plantea el mundo actual, quisiera detenerme en los experimentos sociales
que un sector de la izquierda latinoamericana está haciendo en varias
alcaldías del subcontinente, porque estoy convencida de que estas experiencias
prácticas nos otorgan valiosas enseñanzas, no sólo para
continuar avanzar en este terreno sino para construir un proyecto de sociedad
alternativo al capitalismo; un proyecto socialista esencialmente democrático,
donde el pueblo juegue realmente un papel protagónico.
Me estoy refiriendo a experiencias relativamente recientes -y no ajenas a los
cambios actuales del mundo- que estudié entre los años 1991 y
1994 y que me servirán de base para las reflexiones que a continuación
expondré. Se trata de ocho experiencias de gestión municipal:
la Intendencia de Montevideo del Frente Amplio de Uruguay, cinco alcaldías
gobernadas por el Partido de los Trabajadores de Brasil (Sao Paulo, Porto Alegre,
Vitoria. Santos y Diadema) y dos por la ex Causa R de Venezuela (Caracas y Caroní).
Elegí estas experiencias porque no eran gobiernos "francotiradores",
sino que, por el contrario, respondían a un proyecto político
partidario o frentista que les otorgaba una fisonomía propia y permitía
a un observador externo identificarlos como expresiones de tal o cual agrupación
política. Se trata de un primer intento de sistematización que
debería ser profundizado.
Pero no toda la izquierda comparte mi visión de la trascendencia del
trabajo en los gobiernos locales. Los sectores más radicales son muy
escépticos en cuanto al papel que pueden jugar los gobiernos locales
en la acumulación de fuerzas para el cambio social: sostienen que lo
que estos gobiernos hacen es simplemente administrar el capitalismo, que sólo
sirven de parachoques a las políticas neoliberales y los acusan además
de intentar cooptar a los líderes del movimiento popular, con lo que
este movimiento en lugar de fortalecerse con dicha experiencia se debilitaría.
Estas opiniones tienen mucho que ver con la percepción que se tenga de
la actual situación política y del papel que se otorgue al estado
en ella. Quienes piensan que puede abrirse una situación insurreccional
y que de lo que se trata es de demoler el estado burgués, es decir, que
existe una posibilidad de ruptura revolucionaria en el horizonte inmediato,
tenderán a minusvalorar este espacio. Quienes pensamos, por el contrario,
que vivimos un período ultraconservador y que estamos en grandes desventajas
en cuanto a la correlación de fuerzas a nivel mundial y local, pensamos
que de lo que se trata es de acumular experiencia política y organizativa
dentro del marco de relaciones jurídico-institucionales burguesas para
preparar las condiciones de un cambio ulterior y, por lo tanto, valoramos positivamente
el acceso a la administración de un gobierno local por parte de la izquierda.
Lo consideramos un espacio que permite crear condiciones culturales y políticas
para ir avanzando en la organización autónoma de la sociedad.
Pero para que los gobiernos de la izquierda representen una práctica
realmente alternativa, es necesario que se diferencien nítidamente de
los gobiernos autoritarios de derecha y de los populistas de derecha o de izquierda
que hasta ahora han sido y siguen siendo inmensamente mayoritarios en América
Latina.
Los gobiernos que he estudiado y que he denominado "gobierno de participación
popular" se proponen superar el estilo tradicional profundamente antidemocrático
de gobierno, que concentra el poder en pocas manos e ignora a la gran mayoría
de la población, decidiendo por ella. En ellos se busca que la gente
juega un papel protagónico. Se trata de poner en práctica una
forma de ejercicio del poder a nivel local que combata las desviaciones tradicionales:
abusos de poder, favores de poder, eternización del poder, pero, sobretodo;
que delegue poder en la gente.
Se orientan además por el lema artiguista: "los infelices deben ser los
privilegiados" y tratan de buscar prioritariamente soluciones para los que siempre
fueron humillados y estuvieron desamparados, sin que ello signifique que abandonen
su preocupación por la ciudad como un todo. Procuran invertir las prioridades,
para pagar la deuda social acumulada con los sectores más desvalidos
-sin por ello abandonar a los que siempre fueron atendidos- Y practican una
plena transparencia administrativa, rindiendo cuenta periódicamente de
su gestión a la ciudadanía.
Por otra parte, son gobiernos que valoran el papel del estado en la atención
a las necesidades de la población. Consideran que no se trata de disminuir
su papel, sino de desprivatizarlo, es decir, de impedir que el aparato estatal
sea usado en función de los intereses privados de un grupo de privilegiados
y, por lo tanto, lo que hacen es democratizarlo.
Es interesante constatar que gobiernos provenientes de agrupaciones políticas
tan diferentes como el Partido de los Trabajadores de Brasil, un partido de
masas con fuerte arraigo en los trabajadores industriales y entre los campesinos;
el Frente Amplio de Uruguay, un frente político constituido por diversos
partidos de izquierda e independientes; y la ex Causa R de Venezuela, un partido-movimiento
de cuadros, han experimentado problemas similares y han encontrado caminos muy
parecidos para resolverlos, sin haber establecido previamente un intercambio
de experiencias. Veamos a continuación algunos de ellos.
1. El problema de la gobernabilidad
Una de las primeras cuestiones que se les plantea cuando asumen el gobierno
es el de gobernabilidad, problema completamente ajeno a una izquierda acostumbrada
a ser siempre oposición. Muchas veces han ganado las elecciones con la
idea de hacer un gobierno exclusivamente de trabajadores, pero muy pronto perciben
que tal política los inviabilizaría, porque -además de
aislarlos social y políticamente- tendría un reflejo directo en
el parlamento, donde se aprueban las reformas fundamentales que les permiten
gobernar, por ejemplo, los impuestos, la ley del presupuesto, etcétera.
En muchos casos el acceso al gobierno se da por mayoría relativa -con
algo más de un tercio de los votos se puede llegar a ser alcalde-. Por
otra parte, no es fácil que en los primeros mandatos se cuente con una
correlación favorable en la cámara legislativa. Esto quiere decir
que inicialmente la mayoría de la sociedad no comparte el proyecto político
del la izquierda y que es necesario buscar cómo gobernar en esas condiciones.
Y la única forma de lograrlo es con una correcta política de alianzas
(Harnecker 1995c: 39-68), cosa que los sectores de la izquierda más radical
no suelen entender.
Esta política de alianzas se ha construido en torno a una propuesta política
de gobierno para la ciudad, propuesta que interpreta los intereses de la mayoría
de la sociedad enfrentándolos a los intereses de la minoría privilegiada.
Esta minoría suele oponerse a ella y trata de sabotearla; pero ha habido
sectores sociales con los que se ha podido negociar y otros a los que sólo
se ha podido neutralizar. La base natural de apoyo estos gobiernos son los sectores
populares, pero no todos ellos parten apoyándolos -recordemos que, en
América Latina y el Caribe, la derecha logra obtener muchos votos entre
los sectores más oprimidos de izquierda-; la adhesión de estos
sectores tiende a crecer en forma muy significativa cuando constatan que efectivamente
-y no sólo de palabra- favorecen a los intereses populares.
La práctica les ha hecho comprender que el grado de hegemonía
no se mide por la cantidad de personas que la organización política
tenga en la administración, sino por la cantidad de personas que se sienten
interpretadas por el proyecto político de ese organización. Y
esto se traduce, a nivel de gobierno, en una actitud no sectaria, que busca
incorporar a los cargos de dirección a las personas más adecuadas
para desempeñarlos, ya sea personas que representan a otros partidos
de la coalición política que permitió el triunfo electoral
o personas independientes.
Por otra parte, para lograr la mayoría necesaria para aprobar sus proyectos
en la cámara municipal -donde los representantes de la coalición
de izquierda se encuentran en minoría-, las alcaldías estudiadas
usaron tres tipos de movimientos: el primero, consiste en levantar proyectos
muy bien elaborados y tan atractivos y de tanta acogida popular que torne difícil
a los concejales de la posición adoptar una actitud en su contra si quieren
mantener su apoyo electoral; el segundo consiste en tratar de
negociar directamente con los concejales de las diferentes bancadas para que
ellos incluyan propuestas de la alcaldía en proyectos de su autoría;
y el tercero consiste en movilizar a los sectores sociales interesados en esos
proyectos para que presionen a la cámara.
Por supuesto que lo mejor sería contar con una correlación favorable
en la cámara municipal, de ahí que en las elecciones ahora se
ponga el acento en que no basta elegir al alcalde, que hay que conseguir también
una mayoría en el órgano legislativo municipal. El problema de
las alianzas se desplaza entonces al terreno electoral: una alianza electoral
más amplia asegura una mejor correlación de fuerzas en este órgano.
2. Debilidad del partido en relación con el gobierno
Cuando la izquierda gana por primera vez un gobierno local se produce de inmediato
un drenaje de los mejores cuadros de las organizaciones políticas y de
masas hacia el gobierno. Estos cuadros son llamados a asumir tareas de dirección
o de asesoría en las distintas direcciones administrativas.
Las nuevas tareas institucionales y las enormes dificultades que deben enfrentar
para poner en práctica un programa de gobierno alternativo les hacen
ganar experiencia en un terreno que no conocían: aprenden cómo
funciona, cómo se organiza el aparato de estado. Se dan cuenta por primera
vez en carne propia de las enormes trabas que el tan denunciado aparato burocrático
heredado plantea a un proyecto transformador. Esto les hace madurar y muy pronto
aprenden que una cosa es ser oposición y otra ser gobierno.
Las relaciones entre estos gobiernos y sus respectivas agrupaciones políticas
no han sido las más felices, al menos en los períodos iniciales
(Harnecker 1995c: 69-117). Estas, debilitadas por el drenaje de cuadros sufrido,
impotentes de seguir el ritmo de la toma de decisiones que requiere un órgano
ejecutivo de esas características, e incapaces de entender la diferencia
entre ser oposición y ser gobierno, en lugar de cumplir el papel de instancias
orientadoras del accionar institucional, suelen limitarse a tomar una actitud
de oposición crítica a veces más dura que la de la propia
derecha.
La experiencia ha llevado a concluir que estos gobiernos requieren de un órgano
de interlocución partidaria al más alto nivel -nacional o estadual-
para resolver las divergencias que suelen surgir con las respectivas direcciones
políticas municipales y un equipo político que reflexione más
allá de lo cotidiano, que piense en las grandes líneas de trabajo
y que, cada cierto tiempo, haga una evaluación crítica de la marcha
del gobierno, para poder corregir a tiempo el rumbo si éste ha perdido
la dirección o si aparecen nuevas situaciones que exigen un viraje no
planificado.
Si bien el gobierno debe tener autonomía respecto del partido, esta no
puede ser absoluta, no puede extenderse a cuestiones de principios, ya que de
hecho el primero compromete con su accionar al segundo. No se trata de consultar
todas las decisiones, porque hay que ser operativos y el ritmo de la alcaldía
es mucho más dinámico que el del partido, pero sí habría
que discutir colectivamente las grandes líneas de trabajo.
Y como en ese margen de autonomía el gobierno puede poner en práctica
medidas con las que la organización política no esté de
acuerdo y que la comprometen ante la opinión pública se plantea
el dilema de plantear públicamente críticas para deslindar responsabilidades
-sabiendo que esto será aprovechado por la derecha para desprestigiar
al gobierno-, o aparecer comprometido con una política que no es la del
partido.
Si no existe suficiente madurez en la organización política y
si sus críticas son meramente destructivas en lugar de señalar
la forma en que se podrían subsanar los errores cometidos, las críticas
públicas pueden ser contraproducentes y terminan por debilitar la gestión
popular.
3. No basta cambiar el chófer, hay que cambiar el vehículo
1) LO QUE SE HEREDA Y LA FORMA DE ENFRENTARLO
Uno de los mayores desafíos de estos inexpertos gobiernos es tratar de
dominar el aparato burocrático que heredan (Harnecker 1995c: 119-198).
A las trabas legales, las dificultades económicas, la animadversión
de los gobiernos centrales que no tienen ningún interés en apoyarlos;
se une el problema que provoca el exceso de personal, producto del fenómeno
del clientelismo político, el desinterés de los servidores públicos
más antiguos por cambiar sus hábitos porque están ya acomodados
a su viejo estilo de trabajo y la falta de voluntad de aquellos que no concuerdan
políticamente con la administración. Se hace cada vez más
evidente que no basta cambiar al chofer para que el mismo vehículo transite
por los empedrados caminos de la participación popular. Se hace imprescindible
cambiar también el vehículo (Harnecker 1995c: 15).
Por otra parte, estos gobiernos deben hacer frente a las tesis neoliberales
que -usando como principal argumento la ineficiencia estatal- plantean la necesidad
de reducir el estado privatizando los servicios públicos. Deben demostrar
eficacia y para eso necesitan racionalizar y modernizar los servicios sin despedir
funcionarios.
2) RACIONALIZACIÓNN Y MODERNIZACIÓN SIN DESPIDOS
Se trata, sin duda, de un problema complejo que no se resuelve sólo con
buenas intenciones. Sin embargo, ya existen experiencias interesantes en algunas
de estas alcaldías. Se ha logrado modernizar sin crear cesantía
reciclando a sus trabajadores: se les reubica en otras actividades y se les
imparte cursos para prepararlos, probando de esta manera que la preocupación
humanista que procura defender las condiciones de vida de los trabajadores,
no es contradictoria con la posibilidad de modernizar las empresas estatales
y servicios públicos (Harnecker 1993a: 9-10).
3) CORREGIR MALA DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DE LOS SERVICIOS
En algunas alcaldías el problema no ha sido tanto la existencia de trabajadores
sobrantes en determinadas empresas o servicios, sino su inadecuada distribución
geográfica. Suelen existir, especialmente en las grandes ciudades, sectores
de la población que son marginados de los servicios municipales por su
lejanía del centro de la ciudad debido a que muchos funcionarios públicos
no están dispuestos a prestar sus servicios en lugares muy alejados.
Una forma de resolver este problema fue abrir un concurso público dirigido
a personas que no pertenecían a la máquina de la alcaldía
y otorgar la ubicación geográfica a partir del puntaje obtenido.
Quienes obtuvieron los puntajes más altos pudieron escoger el lugar en
que deseaban trabajar, los restantes debieron desplazarse a los lugares asignados
para no perder su puesto de trabajo. Paralelamente a esta medida la alcaldía
se preocupó, de estimular a quienes decidían irse a trabajar a
lugares más alejados pagando una cantidad adicional al salario base del
trabajador, de acuerdo a la distancia (Harnecker 1993d: 89-90).
4) REIVINDICACIONES SALARIALES Y RECURSOS ESCASOS
Uno de los aprendizajes más difíciles para la izquierda ha sido
el manejo del personal municipal.
Las organizaciones políticas de izquierda generalmente sólo tienen
experiencia en el trabajo reivindicativo sindical y con una orientación
generalmente muy economicista. Tradicionalmente los mejores dirigentes han sido
los que más logros materiales conseguían para los trabajadores.
A esto se une la deteriorada situación en la que se encuentran generalmente
los trabajadores municipales y las enormes expectativas que genera el acceso
de la izquierda al gobierno local. El resultado es una creciente presión
de estos trabajadores para lograr un alza en los salarios. Las alcaldías
de izquierda son muy sensibles a esta situación: saben que el pago de
un salario justo es un medio para que esos trabajadores recuperen la dignidad.
żCómo resolver, con los limitados recursos materiales con los que se
cuenta, esta cuestión y al mismo tiempo la necesidad de destinar recursos
a obras sociales dirigidas a satisfacer las necesidades de los más desvalidos?
-Vinculación de salarios con las recaudaciones
En este terreno ha habido dos iniciativas que me parecen interesantes: la primera
se refiere a la vinculación de los aumentos salariales al aumento de
las recaudaciones. Con esta política se trata de hacer conciencia en
los trabajadores municipales de que su trabajo forma parte de un todo más
global que es la ciudad y sus necesidades. Al mismo tiempo, al realizarse esta
vinculación se pretende buscar en ellos aliados firmes para lograr aumentar
los impuestos y mejorar, en general, las recaudaciones de la alcaldía.
En la medida en que mejoren los servicios la gente estará más
dispuesta a pagar impuestos.
-Las comisiones tripartitas
Otra iniciativa interesante ha sido la de formar comisiones tripartitas administración-funcionarios-movimientos
populares, para discutir conjuntamente la política salarial de los funcionarios.
Los movimientos populares entienden muy bien la necesidad de que los funcionarios
obtengan mejores salarios, pero esa compresión no implica que estén
dispuestos a renunciar a las obras sociales que necesitan. Para estar dispuestos
a hacerlo estos movimientos han exigido obtener por parte de funcionarios un
mejor servicio. El servidor público debe entender que la defensa de los
servicios públicos pasa por conseguir mantener su calidad, porque, es
la población usuaria, la que, si es bien atendida, estará motivada
para sumarse al funcionarismo en la defensa de los servicios públicos
contra la privatización.
5) INVOLUCRAR A LOS SERVIDORES EN LA TOMA DE DECISIONES
Por otra parte, estas administraciones se han dado cuenta que no es con autoritarismo,
utilizando un estilo verticalista y estableciendo controles represivos como
se puede conseguir superar las deficiencias y faltas de disciplina de los servidores
públicos. Lo que se ha hecho es discutir con los propios funcionarios
las medidas a adoptar, porque si las personas participan de las decisiones se
sienten involucradas y comprometidas. La actitud que tenga la administración
con respecto a sus trabajadores es de vital importancia para que éstos
se sientan corresponsables de los servicios que prestan y estén dispuestos
a trabajar con mayor eficiencia. El gran desafío que tuvieron estos alcaldes
fue el de hacerse respetar sin ser autoritarios y combinar esto con el respeto
de la autonomía que deben tener los movimientos sociales. Han debido
aprender a resolver correctamente la contradicción que se plantea entre
tener que facilitar la autoorganización y la movilización de los
trabajadores -aún cuando esta movilización pueda tener por objetivo
criticar a la alcaldía o presionar para conseguir sus reivindicaciones-
y, al mismo tiempo, mantener su autoridad frente a la sociedad, porque sin autoridad,
sin respeto, no se puede gobernar. Este desafío es grande porque si los
dirigentes sindicales son de derecha, lo que buscan, muchas veces, es causar
problemas a un gobierno de izquierda.
Al preocuparse por las condiciones de trabajo y de vida de los funcionarios,
al valorizar su aporte a la sociedad, al permitirles recuperar su dignidad,
se modifica la imagen que el propio servidor tiene de sí mismo, con el
consiguiente aumento de su autoestima y esto, a su vez, repercute positivamente
sobre su eficiencia. Al mismo tiempo, al mejorar la calidad del servicio que
presta, el trabajador se siente más satisfecho consigo mismo y recibe
el aprecio de la población. Este se expresa de diversas maneras y constituye
un gran estímulo para continuar perfeccionando el servicio.
4. La participación popular en el gobierno
1). DIFICULTADES
INICIALES
Como ya hemos expuesto, las alcaldías a las que aquí nos referimos
se han planteado como meta la construcción de un proyecto social en que
la sociedad civil, y especialmente los sectores populares, tengan un papel protagónico.
Y para ser consecuentes con estas formulaciones, al asumir el gobierno, han
debido encontrar fórmulas para que el pueblo participe en la gestión
administrativa: discutiendo las medidas a adoptar, definiendo prioridades y
fiscalizando el quehacer del gobierno y de sus diversas direcciones administrativas.
Por otra parte, al mismo tiempo que creaban espacios institucionales para la
participación popular, han debido contribuir al desarrollo de la organización
autónoma del pueblo, única garantía de que el proyecto
estratégico de una sociedad socialista sea viable en el futuro.
Esta no ha sido una tarea fácil (Harnecker 1995c: 199-239). Cuando estos
gobiernos populares triunfaron, no sólo se encontraron con un gran escepticismo
y apatía en la gente, sino que, al mismo tiempo, con movimientos populares
débiles, fragmentados, despolitizados. Se encontraron con un pueblo acostumbrado
al populismo, al clientelismo, a no razonar políticamente, a pedir cosas.
En las asambleas populares que organizaban lo que hacían era recoger
un listado de peticiones que sobrepasaba la capacidad de respuesta del municipio.
Esa experiencia los llevó a concluir que no toda asamblea era sinónimo
de democracia; que las asambleas no eran productivas si la gente no tenía
la información adecuada, si no está politizada. La politización
se convirtió, entonces, en el problema fundamental. Para profundizar
la democracia era necesario politizar. El problema fue cómo bajar a la
gente -expresa el ex alcalde de Caracas, Aristóbulo Istúriz-,
cómo acercar hasta el más humilde de los ciudadanos la posibilidad
de politizarse y de adquirir la capacidad para tomar decisiones. Para lograr
eso era fundamental darle información a la gente: sólo existe
democracia con gente igualmente informada (Harnecker 1995b: 17).
Un problema serio que se les presenta a estos gobiernos cuando intentan ponerse
en contacto con la población es que sólo encuentran a los activistas:
el trabajador, presidente de su asociación de vecinos; una ama de casa
líder en la comunidad, activistas que sí estaban politizados pero
mal politizados, pues cargaban con los vicios y los defectos fundamentales del
sistema político tradicional: populismo, caciquismo, verticalismo, corrupción,
manipulación del movimiento popular. żCómo hacer entonces para
llegar realmente a ese pueblo, interesarlo en su participación en la
gestión estatal?
2) ELEMENTOS A TENER EN CUENTA
Una de las cosas que estos gobiernos aprendieron es que es fundamental partir
de las necesidades inmediatas de la gente y, aunque parezca de perogrullo, es
necesario subrayar que estamos hablando de las necesidades de la gente y no
de lo que nosotros creemos que son sus necesidades.
También es importante que los dirigentes administrativos, y todos aquellos
que impulsan la organización de las comunidades, sepan escuchar y sean
flexibles para aceptar los criterios de la gente, aunque no sean sus propios
criterios. Pueden existir criterios técnicos muy válidos para
situar, por ejemplo, la parada de una línea de ómnibus en un determinado
lugar, pero la población tiene otro criterio. Si el técnico no
es capaz de convencer a la población con argumentos ésta se sentirá
avasallada en su soberanía. Por otra parte, no siempre el criterio técnico
es el más correcto.
Para lograr que la gente participe se requiere también contar con un
mínimo de organización de la comunidad y de elementos técnicos
y materiales para poder implementar las ideas que surjan. De ahí la importancia
de las experiencias autogestionarias en algunos municipios.
Y es necesario tener una gran confianza en la iniciativa creadora del pueblo,
considerando que éste puede llegar a elaborar soluciones que quizá
no han sido pensadas por la administración.
3) EL PRESUPUESTO PARTICIPATIVO, LA LLAVE MAESTRA PARA LA PARTICIPACIÓN
Y POLITIZACIÓN
Pero la llave maestra para llegar a la base y motivar la participación
de la gente en el gobierno de la ciudad en todas las administraciones que he
estudiado ha sido convocarla a la población a discutir y decidir acerca
de las obras que la alcaldía, de acuerdo con sus recursos, debía
priorizar. A este proceso de participación de la gente en la elaboración
del destino de los recursos de la alcaldía el Partido de los Trabajadores
de Brasil le ha dado el nombre de presupuesto participativo y es en sus gobiernos
locales donde la experiencia se ha consolidado más.
La novedad del presupuesto participativo es que en este caso no son sólo
los técnicos o los gobernantes, a puertas cerradas, los que toman decisiones
sobre la recaudación y los gastos públicos. Es la población
la que, a través de un proceso de debates y consultas, define los valores
de los ingresos y gastos, y decide dónde serán hechas las inversiones,
cuáles deben ser las prioridades, y las acciones y obras que deberán
ser desarrolladas por el gobierno, de ahí que el presupuesto sea participativo
(Harnecker 1995c: 201-206).
Es interesante observar que a través de la puesta en práctica
de este proceso de discusión con los vecinos del destino de los recursos
para obras de las alcaldías, es como se logra transformar la lógica
tradicional de distribución de los recursos públicos que siempre
había favorecido a los sectores de mayores ingresos. El presupuesto participativo,
al fomentar la participación popular, especialmente los sectores más
necesitados, es un arma poderosa para una mejor redistribución de la
renta de la ciudad.
El presupuesto participativo se transforma también en un instrumento
de planificación y de control sobre la administración. El problema
del control es quizá uno de los elementos más olvidados, pero
a la vez quizá uno de los más fundamentales para que exista una
gestión democrática, porque nada se saca con decidir determinadas
prioridades, ni conseguir recursos para determinadas obras, si la gente no se
organiza para dar seguimiento a estas iniciativas, para vigilar que los recursos
se empleen en las obras a las que estaban destinados, que no se desvíen
a otros objetivos y que las obras se ejecuten con la calidad requerida. La falta
de control organizado por parte de la gente es lo que facilita no sólo
la corrupción y el desvío de recursos, sino el que los propios
vecinos no hagan las cosas como deben hacerlas para favorecer los intereses
colectivos.
El presupuesto participativo es también un instrumento muy eficaz en
la lucha y de lucha contra el clientelismo y el intercambio de favores. Como
la definición de las obras a ejecutar la hacen los propios vecinos, se
neutraliza así la influencia de los dirigentes administrativos, concejales,
caudillos locales, en la distribución de los recursos.
Es, además, un eficaz medio para agilizar la máquina administrativa,
hacerla más competente y disminuir la burocracia; aumenta el nivel de
satisfacción por las obras realizadas y disminuye la demanda de otras
obras, al mismo tiempo que mejora la calidad de vida en esos lugares; por otra
parte, las personas, al ver la eficiencia y la transparencia en la utilización
de recursos provenientes de su tributación, tienen una mejor disposición
para cumplir con las normas tributarias y no evadir impuestos; por último,
quizá el logro más significativo sea el haber conseguido motivar
la participación ciudadana en las tareas de gobierno de la ciudad: el
que los vecinos conozcan y decidan sobre las cuestiones públicas es la
forma concreta en la que el pueblo puede gobernar y eso hace crecer humanamente
a las personas, las dignifica -la gente deja de sentirse mendigo-, las politiza
en el sentido amplio de la palabra, les permite tener opinión independiente
que ya no puede ser manipulada; y las convierte cada vez más en sujetos
de su propio destino.
Según Tarso Genro, este proceso permite romper con aquella alienación
tradicional de los liderazgos comunitarios que entienden que su problema es
un problema que afecta exclusivamente a su calle y a su barrio. Las personas
comienzan a comprender que sus problemas no son ajenos a la situación
global de la economía, a la situación social nacional, inclusive
a la situación internacional. Esto nada tiene que ver con la cooptación
de esas organizaciones populares por el estado o de su disolución en
el estado. Por el contrario, se forma un núcleo de poder fuera del estado,
fuera del ejecutivo y fuera del legislativo y por eso pienso que se trata de
una experiencia altamente positiva y altamente revolucionaria.
Esta experiencia se apoya además, en múltiples otras iniciativas
de estas alcaldías que van creando más y más espacios de
participación popular. En Porto Alegre, por ejemplo, existen hoy decenas
de foros más allá del Consejo del Presupuesto Participativo -que
es el más famoso, porque es el que moviliza a los sectores más
oprimidos y más explotados de la sociedad-: los Consejos de la Ciudadanía,
los Consejos contra la Discriminación y el Racismo, el Consejo Municipal
de Cultura, el Consejo Municipal de Salud, el Consejo de Asistencia Social,
los Consejos Tutelares. A través de todos ellos se ejerce ese proceso
de participación directa del ciudadano (Harnecker 1995c: 199-317).
Para terminar este tema quisiera expresar que estoy convencida que -en momentos
en que la política y los políticos sufren un gran descrédito
y que esto afecta también a los partidos de izquierda- gobiernos locales
en manos de una izquierda transformadora pueden ser un arma muy importante como
contraejemplo al neoliberalismo, demostrándole a la gente que la izquierda
no sólo dice ser mejor, sino que realmente es mejor (Vilas 1996: 52).
Y -algo no menos importante-, pueden servir, como ya decía al comienzo,
de señales de un camino alternativo.
Su responsabilidad, por lo tanto, es muy grande. En ellos no sólo se
juegan los sueños de la gente sino, en parte, también el futuro
político de la izquierda.