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Derrota del Nazi-Fascismo



A 60 AÑOS DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA
Nazismo derrotado pero no desaparecido

Emilio Marín

Entre el 7 y el 9 de mayo de 1945 los ejércitos hitlerianos capitularon ante generales aliados. Lo hicieron primero ante el norteamericano Dwigt Eisenhower en Reims y luego ante el soviético Gueorgi Zhukov en Berlín. Así habían concluido casi seis años de destrucción en masa de vidas humanas y recursos materiales y culturales, tomando como fecha de inicio de la Segunda Guerra a la invasión de Polonia por Alemania. Sin embargo el nazismo derrotado aún no desapareció y tiene a George Bush como émulo contemporáneo.
LA RENDICIÓN
Adolfo Hitler comenzó la guerra como si fuera un paseo militar. Ocupar completamente Polonia le demoró tres semanas. A París llegó en dos, el mismo lapso que tardó en deglutir Bélgica. Holanda no le significó esfuerzo pues la tomó sin disparar ni un tiro de fusil.
Los problemas militares del Tercer Reich comenzaron cuando sus tropas quisieron tomar la Unión Soviética en dos meses, tras poner en marcha la "Operación Barbarroja" el 22 de junio de 1941. Fue concebida por Hitler en el pináculo de su gloria, cuando tenía a buena parte de Europa bajo su bota y consideraba que podía aplastar a los soviets mientras mantenía cierta presión -sobre todo aérea- contra el Reino Unido.
Esa campaña hacia el Este fue el principio del fin para el Fürher. Su guerra relámpago (Blitzkrieg) no iba a funcionar contra el Ejército Rojo y la población de la URSS conducida por José Stalin.
Al principio la mayoría de los expertos internacionales creía que las tropas germanas tomarían en poco tiempo Moscú y las principales regiones económicas del país, como el carbón del Donetz y el petróleo de Bakú. Parecía una deducción lógica de la impresionante maquinaria bélica que Hitler había montado contra los soviéticos: "casi cinco millones de hombres, 190 divisiones, 4.300 tanques, 4.980 aviones de combate, 47.200 cañones y morteros, y 192 buques de guerra" ("El fracaso de la operación ´Tifón´", Dadó Muriev).
En la URSS se libraron las tres batallas que decidieron el curso de la Segunda Guerra. Una fue la defensa de Moscú, lograda tras varios meses de resistencia desesperada, entre 1941 y 1942: los alemanes del Grupo Central de Ejércitos lanzaron tres ofensivas sin lograr su objetivo. Otra fue la gloriosa resistencia de Stalingrado, entre setiembre de 1942 y febrero del año siguiente, que fue la tumba del VI Cuerpo de Ejército conducido por el mariscal de campo Frederick Von Paulus. Finalmente, allí comenzó la contraofensiva del Ejército Rojo que culminó con la toma de Berlín el 2 de mayo de 1945 y la liberación de media Europa donde vivían 113 millones de habitantes.
El almirante Friedeburg, por órdenes del gran almirante Doenitz, y el general Jodl firmaron la rendición el 7 de mayo en el cuartel del general Eisenhower en Reims. Dos días más tarde, el mariscal alemán Keitel firmó la capitulación en Berlín ante el general Zhukov y el mariscal del aire Tedder, representante del general estadounidense que llegaría a presidente ("Memorias de la Segunda Guerra Mundial, Winston S. Churchill).
EL ROL DE STALIN
En esos años de contienda, luego durante la "Guerra Fría" y aún hoy los analistas occidentales quieren menospreciar el rol decisivo de la URSS en la hecatombre alemana. Hasta llegaron a repetir la imbecilidad de que los ejércitos de Von Bock, Guderian, Hoepner, Von Paulus y otros altos jefes germanos no habían sido vencidos por el Ejército Rojo sino "por el general Invierno". Como si los fenómenos meteorológicos hubieran dificultado a sólo uno de los oponentes. En noviembre de 1941, cuando las tropas de Von Bock avanzaban hacia Moscú, la temperatura promedio mensual era de 6 grados bajo cero. En diciembre, cuando los soviéticos habían pasado a la ofensiva, hacía 30 grados bajo cero.
No es que los ejércitos estadounidense y británico no hubieran aportado nada a la pelea. Pero lo cierto es que durante tres años Hitler machacó contra la URSS sin que se le abriera a su espalda el famoso "Segundo Frente" reclamado por Stalin a Franklin Roosevelt y Churchill. Recién en junio de 1944 las tropas aliadas desembarcaron en Normandía y avanzaron de oeste a este en dirección a Berlín. Por supuesto que también fueron piedras en el camino de Hitler las operaciones de los ingleses en el norte de Africa y su avance junto con los norteamericanos en Italia.
Pero esos aportes occidentales no pueden disimular el hecho objetivo de que la mayor contribución a la victoria sobre la Wehrmacht (Fuerzas Armadas Alemanas) la hicieron los soviéticos. "Las pérdidas de Alemania en la lucha contra la URSS constituyeron más del 73 por ciento del total de Hitler en la guerra, cerca del 70 por ciento de aviones, el 75 por ciento de los tanques y más de 2.500 buques y lanchas de guerra", consigna Vladimir Abizov en "Creadas para defender la revolución".
Por cierto que las proezas de los ejércitos conducidos por Gueorgi Zhukov, Konstantin Rokossovsky e Iván Konev tuvieron un altísimo costo humano y material, para sus tropas y la población. La cifra de muertos en la Segunda Guerra fue de 60 millones aproximadamente y de éstos 29 millones fueron soviéticos (12 millones de militares y 17 millones de ciudadanos). Alemania tuvo 3.250.000 soldados muertos y 2.440.000 civiles, redondeando un total de 5.700.000. Estados Unidos llevó la parte más aliviada pues sufrió 407.000 bajas militares y apenas 6.000 civiles.
Pese a tantas barbaridades escritas contra Stalin por sus enemigos exteriores e interiores, incluyendo entre éstos a los trotskistas, jruschovistas y gorbachovianos, es imposible escindir la victoria de la "Guerra Patria" de la conducción del georgiano que tomó las riendas del PCUS en 1924 tras el fallecimiento de Vladimir Ilich Uliánov (Lenin). Quien desee profundizar el análisis de la dirección soviética de entonces puede consultar "Otra visión sobre Stalin" (Ediciones EPO) del marxista belga Ludo Martens.
LOS NEONAZIS HOY
En cierto modo los actos de ayer en Moscú, donde se festejaron los 60 años de la victoria con la asistencia de 50 jefes de gobierno de diversos países, corroboraron que la URSS fue artífice de la derrota hitleriana.
Sin embargo en esos festejos participó George W. Bush, quien -más allá de las formalidades- personifica hoy el neonazismo. Como su antecesor austríaco, el texano invade Irak y Afganistán para robar sus recursos naturales e instalar bases militares con vistas a su campaña hacia el Este.
Los pretextos de esas invasiones son tan falsos como los esgrimidos por el Reichstag. Bush, Donald Rumsfeld y Condoleezza Rice no tienen nada que envidiarle a Josep Goebbels, el jefe de la propaganda nazi que recomendaba machacar con mentiras en la seguridad de que "algo queda".
La metodología de "guerras preventivas" alegando que determinados países ponen en riesgo la "seguridad e intereses nacionales" de EE.UU., tiene reminiscencias nazi-fascistas. La actuación unilateral y "manu militari", al margen de las leyes y organizaciones internacionales, también.
Como la "Legión Cóndor" alemana que bombardeó la localidad vasca de Guernica durante la Guerra Civil Española y las hordas pardas que destruyeron más de 1.700 ciudades y 70.000 aldeas soviéticas, hoy el Pentágono arrasa con ciudades iraquíes como Faluja.
Más aún, no hace falta ser adivino para intuir que la superpotencia está creando las bases para desatar en el futuro una Tercera Guerra Mundial. Como la Wehrmacht, marcha hacia el Este: China, Rusia e India. A tal fin se arma hasta los dientes, incluidos sus colmillos atómicos, y gasta presupuestos de guerra de 500.000 millones de dólares anuales.
A diferencia del nacionalsocialismo alemán, los republicanos de Washington no invocarán el "espacio vital", "la superioridad aria" y "el resurgimiento de Alemania". Ellos revisten su hegemonismo mundial con una pátina de "democracia y libertad", "intervenciones humanitarias" y "rechazo de las tiranías y el terrorismo internacional", etc. Pero el resultado puede ser similar en términos de guerras de agresión contra naciones que tengan recursos ambicionados por el nuevo Hitler, sea petróleo o agua potable, o bien impliquen competencia comercial o económica, o tengan posiciones geopolíticas en la zona Asia-Pacífico (que el Pentágono definió ya en 1997 como el centro de su atención por ser el posible teatro de desafíos a su hegemonía mundial).
Si las sobrevivencias de nazis fueran sólo los que en la Alemania actual actúan por medio del Partido Nacional Democrático (9 por ciento de los votos en Sajonia) y la Unión del Pueblo Alemán (6 por ciento en Brandemburgo), el peligro sería menor.
Nostálgicos nazis hay en todas partes, incluída Argentina. Aquí operan el Partido Nuevo Triunfo, el Partido Nuevo Orden Social Patriótico, Morera, Agrupación Custodia, la revista Cabildo y otras capillas rebosantes de esvásticas. Ex jefes fascistas gozan de prisión domiciliaria como los generales retirados Jorge R. Videla, Luciano B. Menéndez y Antonio D. Bussi. Estos genocidas y sus protectores eclesiásticos, como el obispo castrense Antonio Baseotto, y políticos, como Carlos Menem y Luis Patti, no deben ser subestimados.
Pero el gran peligro de neonazismo no viene de allí, de los nostálgicos que hacen actos en conmemoración de Rudolf Hess o el propio Hitler. El riesgo viene de la Casa Blanca y, paradojalmente, del país con el ícono de la Estatua de la Libertad.
EMILIO MARÍN