Marginales
Por Juan Gelman
Es curioso. O no: escritores que padecieron el socialismo real en la antigua
RDA, la Alemania Oriental, redactan sus memorias o publican autobiografías
apenas disfrazadas de novela. Son textos íntimamente entrelazados con
la experiencia social y política vivida, como si explorar ese pasado
fuera la puerta que, una vez franqueada, permitiría el acceso a otros
territorios, nuevos. Se trata de autores que el régimen de Walter Ulbricht
y los sucesivos confinaron en el renglón "disidentes". Su obra cuestiona
la opinión en boga de que toda la literatura alemana oriental era propagandística,
dogmática y carente de valor. También el ex canciller de Alemania
Occidental, Helmut Kohl, simplificó lo sucedido cuando declaró
que la RDA había sido "una aberración criminal", olvidando –entre
otras cosas– que se había convertido en la décima potencia industrial
del mundo y el país más próspero del Comecon, el mercado
común de la Unión Soviética y las naciones del Este europeo.
Gunter Kunert, el gran poeta nacido en 1929, conoció la marginación
en la Alemania nazi primero. En su libro de memorias Erwachsenenspiele (Juego
de adultos, 1998), narra que cuando era alumno de primaria su maestro le preguntó
por qué había puesto "disidente" en el rubro "religión"
del formulario de ingreso. El niño explicó sin vacilar: "Soy un
mestizo", y la clase entera rió de lo que creía una broma. Kunert
había usado la palabra "mischling", que también significa "perro
cruzado", y el maestro no acompañó la carcajada general: conocía
muy bien la ley nazi de Nuremberg de 1935 por la que se calificaba de "mischling"
a todo matrimonio entre un "ario puro" y una judía o viceversa. Cuarenta
años después, en la Alemania "comunista", volvió a habitar
la condición de disidente, aunque por razones bien diversas.
Kunert empezó a escribir poesía a fines de los años ‘40
y un amigo lo presentó a Johannes Robert Becher, también poeta,
crítico literario y sobre todo miembro influyente del partido y del gobierno
que en 1954 fue designado ministro de Cultura de la RDA. En su diario, Becher
describe así al joven poeta: "Vestido pobremente, casi de manera grotesca,
con gestos torpes y tímidos, un rostro de pájaro con hambre. Sólo
un muchacho, un niño, y sin embargo, qué poeta". Kunert compartía
el ideal del socialismo y a principios de los ‘50 fue invitado a asistir a un
curso para escritores organizado por el Partido de la Unidad Socialista de Alemania
(comunista). Favoritos del régimen como Armin Muller, Walter Stranka
y otros plumíferos olvidables impartían el dogma de que el escritor
debía apoyar con su obra la construcción del socialismo y la línea
del partido en consecuencia, según el asombroso apotegma staliniano de
que los escritores "son los ingenieros del alma". Kunert redactó un texto
ridiculizándolos y Muller, furioso, le espetó: "Deberías
estar en un campo de concentración". Lo mismo hubiera pensado Hitler,
en vista de la ascendencia judía del burlón.
En 1963 Kunert publicó un libro de poemas en Alemania Occidental y esto
aceleró su caída en desgracia. Trabajó como guionista de
cine y escribió radionovelas, y poesía para el cajón. En
1976 lo sacudió la abrupta expulsión del cantautor Wolf Biermann
y fue uno de los primeros en firmar la carta de protesta que el hecho provocó.
En 1977 expresa con nitidez su desencanto con el régimen: "Porque dije:
aquí apesta,/vaciaron orinales/sobre mi cabeza;/como prueba de lo contrario".
La Stasi, el servicio secreto de la RDA, vigiliaba abiertamente su domicilio
con claros fines de intimidación. En 1979, con su mujer y siete gatos,
cruzaba el Muro de Berlín gracias a un permiso transitorio de estadía
en el extranjero. Las autoridades se lo concedieron sabiendo que no volvería.
Fue una expulsión disimulada.
Kunert cursaba el preescolar cuando la madre le prohibió decir "Moscú",
un nombre que él había escuchado en una emisión radial
clandestina. La palabra y el acto eran absolutamente ilegales en la Alemania
nazi y susceptibles de atraer la indeseada atención de la Gestapo. El
niño creció sintiéndose el portador de un secreto que lo
distanciaba y diferenciaba de sus compañeros, y esa suerte de fiebre
fría quizás incubó al poeta. Los rusos tomaron Berlín,
el Ejército Rojo ocupó el barrio donde Kunert vivía y él
pudo entonces excarcelar a la palabra secreta y convertirla en búsqueda
del secreto de la palabra. "Moscú" encarnaba la esperanza de liberación
del yugo hitleriano. Con los años, ese nombre se le volvió pesadilla.
Pero nunca abandonó a Kunert el deseo de un indecible más bello.
Léase "Ad Icaro", poema de quien se autocalifica de individualista extremo,
marginal y desconfiado de toda ideología: "Volar es difícil/abre
sin embargo tus brazos/y toma carrera/hacia lo imposible./Toma mucha carrera/para
poder volar/a tu cielo/donde todas las estrellas desaparecen/porque se instala
el día./Un horizonte es visible siempre./Toma carrera."