26 de julio del 2002
Dilemas
Juan Gelman
Página 12
Las noticias del lunes último informaron que Ariel Sharon ordenó
atacar un barrio popular de Gaza con aviones F-16. Los misiles alcanzaron casas
donde vivían decenas de familias, pero el objetivo israelí, ajusticiar
a Sala Shehade –jefe del brazo armado de Hamas– se logró. También
murieron otros 14 palestinos por lo menos, ocho niños entre ellos, y
140 resultaron heridos. Sharon calificó el operativo de "gran éxito"
y lamentó las bajas civiles aunque –dijo– "no hay compromiso posible
con el terror". Los ocho niños serían entonces terroristas. Según
la BBC, el ataque israelí se produjo cuando representantes de Hamas participaban
en una reunión con otros movimientos palestinos para analizar la posibilidad
de cesar su propio terrorismo. Eso ya no está a la vista.
Un pueblo que nunca cesa de luchar con sus vecinos beligerantes no puede observar
todos los mandamientos de la Torá, libro sagrado de los judíos.
Este concepto, referido al pasado, pertenece a Isaac Bashevis Singer (1904-1991),
quien tampoco creía en guerras justas: pensaba que se convertían
en maldad "desde el momento en que los inocentes son tan a menudo castigados
por las malas acciones de los culpables". El Nobel de Literatura 1978 se declaraba
sionista laico y lo fascinaba la contradicción entre los 2000 años
de exilio judío y el Estado de Israel, el primero sostenido por una espiritualidad
ascética, y el último dedicado a emular otras culturas, casi siempre
violentas. Esto "lleva al judío de vuelta a sus orígenes bíblicos,
no al Final de los Días".
El Antiguo Testamento le creaba no pequeños problemas a Isaac niño,
criado en un hogar jasídico muy ortodoxo de Radzymin, aldea de la Polonia
que anexó el zarismo. Asediaba al padre rabino con preguntas: no entendía
por qué eran santos o héroes Abraham, que tenía dos esposas;
Jacobo, dos hermanas como esposas y dos concubinas; Yehuda, que copulaba con
su nuera; el rey David y su pasión por Betsabé y Abigail; el rey
Salomón, esposo de mil esposas, una, hija de faraón. ¿No se comportaban
como gentiles? Tal vez no recibió respuestas muy satisfactorias: a diferencia
de otros grandes escritores de la literatura yiddish, Singer exploró
las caminos del erotismo en sus cuentos y novelas. En la vida también.
Hay mucho de autobiográfico en su novela Meshugah (Loco), escrita a comienzos
de los años 50 en Nueva York, donde se estableció en 1935 alejándose
de una Polonia en que se respiraban ya los aires de la guerra. El protagonista
es Greidinger, un narrador que urde tramas lascivas que transcurren en los bajos
fondos de Varsovia o en aldeas-ghetto, y que recibe centenares de cartas de
sus paisanos y de rabinos que le reprochan "echar aceite al fuego del antisemitismo".
Loco tiene, sin embargo, otra dimensión. Max Aberdam, el personaje que
abre la novela, es un fantasma del pasado, un "dibuk" o alma en pena encarnada,
que muestra a Greidinger, también hijo de rabino, víctimas de
la Shoá: están vivos los que creía muertos. En la obra
de Singer asoman obsesiones similares: durante largos años, ya instalado
en EE.UU., escribió sobre pueblos y ghettos que no existían ya,
habitados por gente que la matanza nazi había desaparecido para siempre.
No otra cosa hizo Nabokov con un mundo que sólo tenía domicilio
en su memoria. Pero Singer deseaba desesperadamente librarse de "la superstición,
el oscurantismo, la insularidad y la intolerancia" de la mentalidad de ghetto.
Lo consiguió despellejándola hasta sacarle las entrañas.
Loco trajo para Singer nuevas acusaciones de traidor al credo de sus padres.
Greidinger se enamora de Miriam, la amante de Aberdam, pero no lo incomoda el
triángulo sino el descubrimiento paulatino del pasado de la mujer, ex
prostituta del ghetto de Varsovia y probable colaboradora de los nazis. Se pregunta
si debe continuar la relación o cortarla, un dilemamoral que late –de
otro modo– en la narrativa de Singer. La política deshumanizadora de
los nazis produjo "ladrones, estafadores, proxenetas y prostitutas" en la comunidad
judía de Polonia y los lectores de Greidinger lo instan a ignorar esas
desdichas. Pero él vuelve a Miriam una y otra vez, una elección
penosa similar a la de Singer: éste nunca idealizó las consecuencias
de la pobreza, el antisemitismo y la segregación en los judíos.
Habla, en realidad, de la miseria humana, que no tiene bandera ni raza.
La novela apareció póstumamente como libro en 1994 y su texto
carece de la prolija supervisión de Singer, que había creado un
canon propio para la traducción de sus obras al inglés. El escribía
solamente en yiddish, el único idioma –explicó– en que podía
verter su experiencia y su espíritu porque era para él "un lenguaje
de lo judío, la expresión de aquellos que todavía ven el
comportamiento de los hombres desde el punto de vista de lo 'kosher' y lo 'no-kosher',
lo permitido y lo prohibido". Pensaba que el yiddish "permanecerá oculto
hasta que haya justicia para todos", pero sobrevivirá porque "ha de llegar
un tiempo en que las culturas no necesitarán ejércitos para mantener
su singularidad y en que las mayorías no intentarán más
engullir a las minorías... cuando las mayorías descubran que ellas
también son minorías, la minoría será la regla y
no la excepción". Singer no se engañaba sobre el tiempo que falta
para ese tiempo.