Juan Gelman
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21 de noviembre del 2002
Defensas
Juan Gelman
Página 12
No es que no tardaron mucho: no tardaron nada. Aun antes de que el lunes próximo pise suelo iraquí el grupo de inspectores de Naciones Unidas encargado de detectar las armas de destrucción masiva que poseería Saddam Hussein, Washington aseguró que Bagdad ya había violado la resolución 1441 del Consejo de Seguridad que impuso la inspección. Más: hace semanas que los "halcones" de la Casa Blanca acusan a Hans Blix, jefe de la misión, de ineptitud y blandura. Richard Perle, asesor del Pentágono, declaró en Londres que "si por mí fuera, tomando en cuenta sus antecedentes, nunca hubiera elegido a Hans Blix" para ese puesto. El vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld señalaron paladinamente que no creían que el cuerpo de inspectores pudiera desarmar al autócrata iraquí. El subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz suele arrojar luces rotundas sobre el tema: "Creo –manifestó el domingo 17 en el Centro de Estudios de Cultura Popular de Palm Beach– que el presidente (Bush hijo) ha dejado en claro que si podemos tener (para atacar a Irak) el apoyo de Naciones Unidas, estupendo, y que si no podemos tenerlo, no nos vamos a quedar con las manos cruzadas". Es decir, con inspecciones exitosas o no, tenga Hussein armas de destrucción masiva o no, se las destruya o no, el plan de invadirlo sigue intacto.
Se ha informado en estas páginas que el designio de Bush hijo de dominar el Golfo Pérsico y el mundo imponiendo una Pax Americana fue plasmado con anterioridad a los brutales atentados del 11 de septiembre en un par de documentos por lo menos: "Reconstruir las defensas de EE.UU." y "Retos estratégicos de la política energética en el siglo XXI", ambos del 2000. En septiembre del año que corre el Instituto de Estudios Estratégicos Nacionales de la Universidad de Defensa Nacional dio a conocer un tercer documento que disipa cualquier duda, si las hubo, a ese respecto. Se titula "Más allá de la contención: defender los intereses de EE.UU. en el Golfo Pérsico", puede leerse en el sitio www.ndu.edu/inss/press/Spel reprts/SR_03.htm y explica por qué Washington va por Irak, con Naciones Unidas o no: petróleo y geopolítica.
"Para EE.UU. es ineludible el papel de garante de la seguridad del Golfo (Pérsico) en un futuro previsible", asesta el informe de entrada. Claro que para ello "eliminar la capacidad de Irak de amenazar a sus vecinos y desestabilizar la región es condición sine qua non para lograr la seguridad del Golfo y a la vez reducir el costo político que la presencia militar de EE.UU. impone a otros intereses estadounidenses y a asociados del Golfo". Porque esa presencia –advierte– "socavará las relaciones en materia de seguridad con los Estados clave del Golfo, impedirá las reformas políticas necesarias, alentará la oposición local en Arabia Saudita y otros Estados del Golfo y alimentará el extremismo islámico antinorteamericano". En cambio, derrocar a Saddam y su entorno "producirá un beneficio enorme. No eliminará todos los problemas de la región, pero reduciría drásticamente la necesidad de emplear fuerzas militares de EE.UU. para resolver los problemas pendientes".
El informe profetiza que el cambio del régimen de Bagdad "requerirá un incremento sustancial de las fuerzas que desplegará EE.UU., probablemente seguido de una ocupación multinacional de Irak que incluiría un componente militar estadounidense significativo... A menos que un régimen estable, moderado y no expansionista asuma el poder en Bagdad, fuerzas estadounidenses se 'fijarán' estratégicamente en la zona del Golfo como contención".
¿Por qué tanto interés en el dominio geopolítico del Golfo exige la ocupación de Irak? El documento "Orientaciones para la planificación de la defensa", elaborado por el entonces secretario de Defensa Cheney y su asistente Wolfowitz, aseveraba en 1982 que "nuestro objetivo general es mantenernos como la potencia extranjera predominante en la región (delGolfo) y preservar el acceso de EE.UU. y Occidente al petróleo de la región". El hecho es que hoy EE.UU. no puede casi contar con el petróleo iraquí o iraní, y deponer a Saddam Hussein no sólo le permitiría explotar el oro negro del país: también aumentaría su capacidad de presionar a Irán, no necesitaría ya las bases saudíes para bombardear Irak y aliviaría las tensiones con Riyadh que la ocupación de terrenos sacros para el Islam engorda cada día.
El informe alerta contra la introducción de reformas democráticas y el respeto a los derechos humanos en los países del Golfo. Si presionara en ese sentido –lo que viene es notable– "Estados Unidos sería acusado de imperialismo ... y, lo que quizá sea aún más importante... podría ser contraproducente. Para muchos países, por ejemplo, dejar de lado las prácticas represivas podría tener consecuencias inesperadas e indeseables, entre otras, el florecimiento de movimientos radicales, incluyendo aquellos que predican la violencia contra EE.UU. y Occidente. Asimismo, garantizar la plena libertad de expresión a los medios, que ya expresan sentimientos antinorteamericanos vitriólicos, aumentaría en vez de disminuir esa retórica. Y lo que es más preocupante, la liberalización podría desatar pasiones difíciles de controlar o de canalizar hacia un cambio político significativo". Eso sí que es defender la democracia. El informe no ha despertado mayores inquietudes o polémicas en la tierra de Washington y Jefferson.