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S.O.S.
Por Eduardo Galeano
¿Quién se queda con el agua? El mono que tiene el garrote. El mono
desarmado muere de sed. Esta lección de la prehistoria abre la película
2001, Odisea del espacio. Para la odisea 2003, el presidente Bush anuncia
un presupuesto militar de mil millones de dólares por día. La
industria armamentista es la única inversión digna de confianza:
hay argumentos que son irrebatibles, en la próxima Cumbre de la Tierra
en Johannesburgo o en cualquier otra conferencia internacional.
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Las potencias dueñas del planeta razonan bombardeando. Ellas son el
poder, un poder genéticamente modificado, un gigantesco Frankenpower
que humilla a la naturaleza: ejerce la libertad de convertir el aire en mugre
y el derecho de dejar a la humanidad sin casa; llama errores a sus horrores,
aplasta a quien se pone en su camino, es sordo a las alarmas y rompe lo que
toca.
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Se alza la mar, y las tierras bajitas quedan por siempre sepultadas bajo las
aguas. Esto parece una metáfora sobre el desarrollo económico
en el mundo tal cual es, pero no: se trata de una fotografía del mundo
tal cual será, en un futuro no tan lejano, según las previsiones
de los científicos consultados por las Naciones Unidas.
Durante más de dos décadas, las profecías de los ecologistas
merecieron burla o silencio. Ahora, los científicos les dan la razón.
Y el 3 de junio de este año, hasta el propio presidente Bush no tuvo
más remedio que admitir, por primera vez, que ocurrirán desastres
si el recalentamiento global continúa dañando el planeta. El
Vaticano reconoce que Galileo no estaba equivocado, comentó el periodista
Bill McKibben. Pero nadie es perfecto: al mismo tiempo, Bush anunció
que los Estados Unidos aumentarán en un 43 por ciento, en los próximos
dieciocho años, la emisión de los gases que intoxican la atmósfera.
Al fin y al cabo, él preside un país de máquinas que
ruedan comiendo petróleo y vomitando veneno: más de doscientos
millones de automóviles, y menos mal que los bebés no manejan.
A fines del año pasado, en un discurso, Bush exhortó a la solidaridad,
y fue capaz de definirla: "Deja que tus niños laven el auto del
vecino".
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La política energética del país líder del mundo
está dictada por los negocios terrenales, que dicen obedecer al alto
cielo. Trasmitía mensajes divinos la finada empresa Enron, fallecida
por estafa, que fue la principal asesora del gobierno y la principal financista
de las campañas de Bush y de la mayoría de los senadores. El
gran jefe de Enron, Kenneth Lay, solía decir: "Creo en Dios y
creo en el mercado". Y el mandamás anterior tenía un lema
parecido: "Nosotros estamos del lado de los ángeles".
Los Estados Unidos practican el terrorismo ambiental sin el menor remordimiento,
como si el Señor les hubiera otorgado un certificado de impunidad porque
han dejado de fumar.
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"La naturaleza está ya muy cansada", escribió el fraile
español Luis Alfonso de Carvallo. Fue en 1695. Si nos viera ahora.
Una gran parte del mapa de España se está quedando sin tierra.
La tierra se va; y más temprano que tarde, entrará la arena
por las rendijas de las ventanas. De los bosques mediterráneos, queda
en pie un quince por ciento. Hace un siglo, los bosques cubrían la
mitad de Etiopía, que hoy es un vasto desierto. La Amazonia brasileña
ha perdido florestas del tamaño del mapa de Francia. En América
Central, a este paso, pronto se contarán los árboles como el
calvo cuenta sus pelos.
La erosión expulsa a los campesinos de México, que se marchan
del campo o del país. Cuanto más se degrada la tierra en el
mundo, más fertilizantesy pesticidas hay que usar. Según la
Organización Mundial de la Salud, estas ayudas químicas matan
tres millones de agricultores por año.
Como las lenguas humanas y las humanas culturas, van muriendo las plantas
y los animales. Las especies desaparecen a un ritmo de tres por hora, según
el biólogo Edward O. Wilson. Y no sólo por la deforestación
y la contaminación: la producción en gran escala, la agricultura
de exportación y la uniformización del consumo están
aniquilando la diversidad. Cuesta creer que hace apenas un siglo había
en el mundo más de quinientas variedades de lechuga y 287 tipos de
zanahoria. Y 220 variedades de papa, sólo en Bolivia.
***
Se pelan los bosques, la tierra se hace desierto, se envenenan los ríos,
se derriten los hielos de los polos y las nieves de las altas cumbres. En
muchos lugares la lluvia ha dejado de llover, y en muchos llueve como si se
partiera el cielo. El clima del mundo está para el manicomio.
Las inundaciones y las sequías, los ciclones y los incendios incontrolables
son cada vez menos naturales, aunque los medios insisten, contra toda evidencia,
en llamarlos así. Y parece un chiste de humor negro que las Naciones
Unidas hayan llamado a los años noventa Década Internacional
para la Reducción de los Desastres Naturales. ¿Reducción? Esa
fue la década más desastrosa. Hubo ochenta y seis catástrofes,
que dejaron cinco veces más muertos que los muchos muertos de las guerras
en ese período. Casi todos, el 96 por ciento para ser precisos, murieron
en los países pobres, que los expertos insisten en llamar "países
en vías de desarrollo".
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Con devoción y entusiasmo, el sur del mundo copia, y multiplica, las
peores costumbres del norte. Y del norte no recibe las virtudes, sino lo peor:
hace suya la religión norteamericana del automóvil y su desprecio
por el transporte público, y toda la mitología de la libertad
de mercado y la sociedad de consumo. Y el sur también recibe, con los
brazos abiertos, las fábricas más cochinas, las más enemigas
de la naturaleza, a cambio de salarios que dan nostalgia de la esclavitud.
Sin embargo, cada habitante del norte consume, en promedio, diez veces más
petróleo, gas y carbón; y en el sur sólo una de cada
cien personas tiene auto propio. Gula y ayuno del menú ambiental: el
75 por ciento de la contaminación del mundo proviene del 25 por ciento
de la población. Y en esa minoría no figuran, bueno fuera, los
mil doscientos millones que viven sin agua potable, ni los mil cien millones
que cada noche se van a dormir sin nada en la barriga. No es "la humanidad"
la responsable de la devoración de los recursos naturales, ni de la
pudrición del aire, la tierra y el agua.
El poder se alza de hombros: cuando este planeta deje de ser rentable, me
mudo a otro.
***
La belleza es bella si se puede vender y la justicia es justa si se puede
comprar. El planeta está siendo asesinado por los modelos de vida,
como nos paralizan las máquinas inventadas para acelerar el movimiento
y nos aíslan las ciudades nacidas para el encuentro.
Las palabras pierden sentido, mientras pierden su color la mar verde y el
cielo azul, que habían sido pintados por gentileza de las algas que
echaron oxígeno durante tres mil millones de años.
***
Esas lucecitas de la noche, ¿nos están espiando? Las estrellas tiemblan
de estupor y de miedo. Ellas no consiguen entender cómo sigue dando
vueltas, todavía vivo, este mundo nuestro, tan fervorosamente dedicado
a su propia aniquilación. Y se estremecen de susto, porque han visto
que ya este mundo anda invadiendo otros astros del cielo.
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