|
10 de junio de 2002
El rey
Eduardo Galeano
La Jornada
En las noches de los parques, desde las copas de los árboles, alguien
grita.
Cuando todos duermen y callan, y no se escucha nada más que los susurros
de la brisa en el follaje, rompe el silencio este grito que suena como un
alarido humano.
Es el grito de la noche del pavo real.
Durante el día, el pavo real pasea sus resplandores. Arrastrando su
larga cola de plumas, siempre vestido de fiesta, se pavonea el pavo. Cuando
gira sobre sí mismo y despliega la cola, frondosa corona verdiazul,
él vibra aplaudiéndose y el relampagueo de su belleza encanta
a los caminantes y humilla a las otras aves. Las otras aves del parque, patos,
ánades, cisnes, gansos, palomas, gaviotas, gallinas, gorriones, vuelan
juntas o juntas caminan o navegan por el lago; juntas charlan, comen, duermen.
Pero el pavo real vive sin nadie, lejos de los demás pavos reales,
y con nadie se junta. A nadie mira el que nació para ser mirado y admirado.
Cuando llega la noche, el público se va. El pavo real vuela hacia la
alta rama de algún árbol vacío, y se echa a dormir. Solo.
Entonces, grita.