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La máquina
Sigmund Freud lo había aprendido de Jean-Martin Charcot: las ideas
pueden ser implantadas, por hipnotismo, en la mente humana.
Ha pasado más de un siglo. Mucho se ha desarrollado, desde entonces,
la tecnología de la manipulación. Una máquina colosal,
del tamaño del planeta, nos manda repetir los mensajes que nos mete
adentro. Es la máquina de traicionar palabras.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, había sido electo,
y reelecto por abrumadora mayoría en comicios mucho más transparentes
que la elección que consagró a George W. Bush en Estados Unidos.
La máquina dio manija al golpe de Estado que intentó voltearlo.
No por su estilo mesiánico, ni por su tendencia a la verborragia, sino
por las reformas que propuso y las herejías que cometió. Chávez
tocó a los intocables. Los intocables, dueños de los medios
de comunicación y de casi todo lo demás, pusieron el grito en
el cielo. Con toda libertad denunciaron el exterminio de la libertad. Dentro
y fuera de fronteras, la máquina convirtió a Chávez en
un "tirano", un "autócrata delirante" y un "enemigo de la democracia".
Contra él estaba "la ciudadanía". Con él, "las turbas",
que no se reunían en locales sino en "guaridas".
La campaña mediática fue decisiva para la avalancha que desembocó
en el golpe de Estado, programado desde lejos contra esta feroz dictadura
que no tenía ni un solo preso político. Entonces, ocupó
la presidencia un empresario, votado por nadie. Democráticamente, como
primera medida de gobierno, disolvió el Parlamento. Al día siguiente,
subió la Bolsa; pero una pueblada devolvió a Chávez a
su lugar legítimo. El golpe mediático sólo había
podido generar un poder virtual, como comentó el escritor venezolano
Luis Britto García, y poco duró. La televisión venezolana,
baluarte de la libertad de información, no se enteró de la desagradable
noticia.
Mientras tanto, otro votado por nadie, que también llegó al
poder por golpe de Estado, luce con éxito su nuevo look: el general
Pervez Musharraf, dictador militar de Pakistán, transfigurado por el
beso mágico de los grandes medios de comunicación. Musharraf
dice y repite que ni se le pasa por la cabeza la idea de que su pueblo pueda
votar, pero él ha hecho voto de obediencia a la llamada "comunidad
internacional", y ése es el único voto que de veras importa,
al fin y al cabo, a la hora de la verdad.
Quién te ha visto y quién te ve: ayer Musharraf era el mejor
amigo de sus vecinos, los talibanes, y hoy se ha convertido en "el líder
liberal y valiente de la modernización de Pakistán".
Y a todo esto, continúa la matanza de palestinos, que las fábricas
de la opinión pública mundial llaman "cacería de terroristas".
Palestino es sinónimo de "terrorista", pero el adjetivo jamás
se adjudica al ejército de Israel. Los territorios usurpados por las
continuas invasiones militares se llaman siempre "territorios en disputa".
Y los palestinos, que son semitas, resultan ser "antisemitas". Desde hace
más de un siglo, ellos están condenados a expiar las culpas
del antisemitismo europeo y a pagar, con su tierra y con su sangre, el holocausto
que no cometieron.
Concurso de agachados en la Comisión de Derechos Humanos de la Organización
de Naciones Unidas, que apunta siempre al sur y nunca al norte.
La comisión está especializada en disparar contra Cuba, y este
año le ha tocado al Uruguay el honor de encabezar el pelotón.
Otros gobiernos latinoamericanos lo han acompañado. Ninguno dijo: "lo
hago para que me compren lo que vendo", ni: "lo hago para que me presten lo
que necesito", ni: "lo hago para que aflojen la cuerda que me aprieta el pescuezo".
El arte del buen gobierno permite no pensar lo que se dice, pero prohíbe
decir lo que se piensa. Y los medios han aprovechado la ocasión para
confirmar, una vez más, que la isla bloqueada sigue siendo la mala
de la película.
En el diccionario de la máquina, se llaman "contribuciones" los sobornos
que los políticos reciben, y "pragmatismo" las traiciones que cometen.
Las "buenas acciones" ya no son los nobles gestos del corazón, sino
las acciones que cotizan bien en la Bolsa, y en la Bolsa ocurren las "crisis
de valores". Donde dice "la comunidad internacional exige", debe decir: la
dictadura financiera impone.
"Comunidad internacional" es, también, el seudónimo que ampara
a las grandes potencias en sus operaciones militares de exterminio, o "misiones
de pacificación". Los "pacificados" son los muertos. Ya se prepara
la tercera guerra contra Irak. Como en las dos anteriores, los bombardeadores
serán "fuerzas aliadas" y los bombardeados "hordas de fanáticos
al servicio del carnicero de Bagdad". Y los atacantes dejarán en el
suelo atacado un reguero de cadáveres civiles, que se llamarán
"daños colaterales".
Para explicar esta próxima guerra, el presidente Bush no dice: "El
petróleo y las armas la están necesitando, y mi gobierno es
un oleoducto y un arsenal". Y tampoco dice, para explicar su multimillonario
proyecto de militarización del espacio: "Vamos a anexar el cielo, como
anexamos Texas". Nada de eso: es el mundo libre el que debe defenderse de
la amenaza terrorista, aquí en la tierra y más allá de
las nubes, aunque el terrorismo haya demostrado que prefiere los cuchillos
de cocina a los misiles. Y aunque Estados Unidos se oponga, como también
se opone Irak, al Tribunal Penal Internacional que acaba de nacer para castigar
los crímenes contra la humanidad.
Por regla general, las palabras del poder no expresan sus actos, sino que
los disfrazan; y eso no tiene nada de nuevo. Hace más de un siglo,
en la gloriosa batalla de Omdurman, en Sudán, donde Winston Churchill
fue cronista y soldado, 48 británicos ofrendaron sus vidas. Además,
murieron 27 mil salvajes. La corona británica llevaba adelante a sangre
y fuego su expansión colonial, y la justificaba diciendo: "estamos
civilizando Africa a través del comercio". No decía: "estamos
comercializando Africa a través de la civilización". Y nadie
preguntaba a los africanos qué opinaban del asunto.
Pero nosotros tenemos la suerte de vivir en la era de la información,
y los gigantes de la comunicación masiva aman la objetividad. Ellos
permiten que se exprese, también, el punto de vista del enemigo. Durante
la guerra de Vietnam, pongamos por caso, el punto de vista enemigo ocupó
3 por ciento de las noticias difundidas por las cadenas ABC, CBS y NBC.
La propaganda, confiesa el Pentágono, forma parte del gasto bélico.
Y la Casa Blanca ha incorporado al gabinete de gobierno a la experta publicitaria
Charlotte Beers, que había impuesto en el mercado local ciertas marcas
de comida para perros y de arroz para personas. Ella se está ocupando,
ahora, de imponer en el mercado mundial la cruzada terrorista contra el terrorismo.
"Estamos vendiendo un producto", explica Colin Powell.
"Para no ver la realidad, el avestruz hunde la cabeza en el televisor", comprueba
el escritor brasileño Millor Fernandes.
La máquina dicta órdenes, la máquina aturde.
Pero el 11 de septiembre también dictaron órdenes, también
aturdieron, los altavoces de la segunda torre gemela de Nueva York, cuando
empezó a crujir. Mientras huía la gente, volando escaleras abajo,
los altavoces mandaban que los empleados volvieran a sus puestos de trabajo.
Se salvaron los que no obedecieron.