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El
teatro del Bien y del Mal
Eduardo Galeano
Página 12
En la lucha del Bien contra el Mal, siempre es el pueblo quien pone los muertos.
Los terroristas han matado a trabajadores de cincuenta países, en Nueva
York y en Washington, en nombre del Bien contra el Mal. Y en nombre del Bien
contra el Mal, el presidente Bush jura venganza: "Vamos a eliminar el Mal
de este mundo", anuncia.
¿Eliminar el Mal? ¿Qué sería del Bien sin el Mal? No sólo
los fanáticos religiosos necesitan enemigos para justificar su locura.
También necesitan enemigos, para justificar su existencia, la industria
de armamentos y el gigantesco aparato militar de los Estados Unidos. Buenos
y malos, malos y buenos: los actores cambian de máscaras, los héroes
pasan a ser monstruos y los monstruos héroes, según exigen los
que escriben el drama.
Eso no tiene nada de nuevo. El científico alemán Werner von
Braun fue malo cuando inventó los cohetes V-2, que Hitler descargó
sobre Londres, pero se convirtió en bueno el día en que puso
su talento al servicio de los Estados Unidos.
Stalin fue bueno durante la Segunda Guerra Mundial y malo después,
cuando pasó a dirigir el Imperio del Mal. En los años de la
guerra fría, escribió John Steinbeck: "Quizá todo el
mundo necesita rusos. Apuesto a que también en Rusia necesitan rusos.
Quizá ellos los llaman americanos". Después, los rusos se abuenaron.
Ahora, también Putin dice: "El Mal debe ser castigado".
Saddam Hussein era bueno, y buenas eran las armas químicas que empleó
contra los iraníes y los kurdos. Después, se amaló. Ya
se llamaba Satán Hussein cuando los Estados Unidos, que venían
de invadir Panamá, invadieron Irak porque Irak había invadido
Kuwait. Bush Padre tuvo a su cargo esta guerra contra el Mal. Con el espíritu
humanitario y compasivo que caracteriza a su familia, mató a más
de cien mil iraquíes, civiles en su gran mayoría.
Satán Hussein sigue estando donde estaba, pero este enemigo número
uno de la humanidad ha caído a la categoría de enemigo número
dos. El flagelo del mundo se llama, ahora, Osama Bin Laden. La CIA le había
enseñado todo lo sabe en materia de terrorismo: Bin Laden, amado y
armado por el gobierno de los Estados Unidos, era uno de los principales "guerreros
de la libertad" contra el comunismo en Afganistán. Bush Padre ocupaba
la vicepresidencia cuando el presidente Reagan dijo que estos héroes
eran "el equivalente moral de los Padres Fundadores de América". Hollywood
estaba de acuerdo con la Casa Blanca. En esos tiempos, se filmó Rambo
3: los afganos musulmanes eran los buenos. Ahora son malos malísimos,
en tiempos de Bush Hijo, trece años después.
Henry Kissinger fue de los primeros en reaccionar ante la reciente tragedia.
"Tan culpables como los terroristas son quienes les brindan apoyo, financiación
e inspiración", sentenció, con palabras que el presidente Bush
repitió horas después.
Si eso es así, habría que empezar por bombardear a Kissinger.
El resultaría culpable de muchos más crímenes que los
cometidos por Bin Laden y por todos los terroristas que en el mundo son.
Y en muchos más países: actuando al servicio de varios gobiernos
norteamericanos, brindó "apoyo, financiación e inspiración"
al terror de estado en Indonesia, Camboya, Chipre, Irán, Africa del
Sur, Bangladesh y en los países sudamericanos que sufrieron la guerra
sucia del Plan Cóndor.
El 11 de setiembre de 1973, exactamente 28 años antes de los fuegos
de ahora, había ardido el palacio presidencial en Chile. Kissinger
había anticipado el epitafio de Salvador Allende y de la democracia
chilena, al comentar el resultado de las elecciones: "No tenemos por qué
aceptar que un país se haga marxista por la irresponsabilidad de su
pueblo". El desprecio por la voluntad popular es una de las muchas coincidencias
entre el terrorismo de estado y el terrorismo privado. Por poner un ejemplo,
la ETA, que mata gente en nombre de la independencia del País Vasco,
dice a través de uno de sus voceros: "Los derechos no tienen nada que
ver con mayorías y minorías".
Mucho se parecen entre sí el terrorismo artesanal y el de alto nivel
tecnológico, el de los fundamentalistas religiosos y el de los fundamentalistas
del mercado, el de los desesperados y el de los poderosos, el de los locos
sueltos y el de los profesionales de uniforme. Todos comparten el mismo desprecio
por la vida humana: los asesinos de los seis mil seiscientos ciudadanos triturados
bajo los escombros de las torres gemelas, que se desplomaron como castillos
de arena seca, y los asesinos de los doscientos mil guatemaltecos, en su mayoría
indígenas, que han sido exterminados sin que jamás la tele ni
los diarios del mundo les prestaran la menor atención. Ellos, los guatemaltecos,
no fueron sacrificados por ningún fanático musulmán,
sino por los militares terroristas que recibieron "apoyo, financiación
e inspiración" de los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos.
Todos los enamorados de la muerte coinciden también en su obsesión
por reducir a términos militares las contradicciones sociales, culturales
y nacionales. En nombre del Bien contra el Mal, en nombre de la Unica Verdad,
todos resuelven todo matando primero y preguntando después.
Y por ese camino terminan alimentando al enemigo que combaten. Fueron las
atrocidades de Sendero Luminoso las que en gran medida incubaron al presidente
Fujimori, que con considerable apoyo popular implantó un régimen
de terror y vendió el Perú a precio de banana. Fueron las atrocidades
de los Estados Unidos en Medio Oriente las que en gran medida incubaron la
guerra santa del terrorismo de Alá.
Aunque ahora el líder de la Civilización esté exhortando
a una nueva Cruzada, Alá es inocente de los crímenes que se
cometen en su nombre. Al fin y al cabo, Dios no ordenó el holocausto
nazi contra los fieles de Jehová y no fue Jehová quien dictó
la matanza de Sabra y Chatila ni quien mandó expulsar a los palestinos
de su tierra. ¿Acaso Jehová, Alá y Dios a secas no son tres
nombres de una misma divinidad? Una tragedia de equívocos: ya no se
sabe quién es quién. El humo de las explosiones forma parte
de una mucho más enorme cortina de humo que nos impide ver. De venganza
en venganza, los terrorismos nos obligan a caminar a los tumbos. Veo una foto,
publicada recientemente: en una pared de Nueva York, alguna mano escribió:
"Ojo por ojo deja al mundo ciego".
La espiral de la violencia engendra violencia y también confusión:
dolor, miedo, intolerancia, odio, locura. En Porto Alegre, a comienzos de
este año, el argelino Ahmed Ben Bella advirtió:
"Este sistema, que ya enloqueció a las vacas, está enloqueciendo
a la gente". Y los locos, locos de odio, actúan igual que el poder
que los genera.
Un niño de tres años, llamado Luca, comentó en estos
días: "El mundo no sabe dónde está su casa". El estaba
mirando un mapa. Podía haber estado mirando un noticiero.