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Eduardo Galeano

Noticias del mundo al revés

Por Eduardo Galeano

El cumpleaños

Llamé a un amigo que vive en Austin, Texas. Era el día de su cumpleaños, pero la voz no sonaba muy bien. Esa mañana había recibido algunas cartas que le deseaban un feliz aniversario y de paso le recordaban, amablemente, su destino final. Le ofrecían un funeral prepago, ataúd, velorio, embalsamamiento, entierro, cremación, a pagar en cuotas, a precios increíbles, una atención de primera, para que usted no se convierta en un problema para sus hijos. 
En estos últimos años, las grandes corporaciones han invadido el ramo fúnebre, que antes estaba a cargo de pequeñas empresas familiares. Pero las cosas no marchan bien. La competencia es dura, y la demanda está estancada o disminuye. Este negocio exige, como todos los negocios, un mercado en expansión y en Estados Unidos la gente muere poco. 
Según Thomas Lynch, director de una empresita de servicios fúnebres que heredó de sus abuelos, la tradicional publicidad por correspondencia ya no es útil para los negocios en gran escala: las corporaciones no tendrán más remedio que invertir un dineral en una nueva campaña publicitaria destinada a que cada ciudadano acepte morir dos veces. 

En tu día, mamá

En mi casa, en Montevideo, recibí un folleto de ofertas para el Día de la Madre.
Ahí estaba todo lo mejor de lo mejor que uno puede regalar a la abnegada autora de sus días: Noches tranquilas, muy tranquilas, prometía el folleto, que a precios razonables vendía alarmas de control remoto, sirenas antivándalos, llaves electrónicas, barreras contra todo riesgo, sensores infrarrojos con lente triple y sensores magnéticos para puertas y portones.

La felicidad

Ya se sabe que el dinero no produce la felicidad, pero también se sabe que produce algo tan parecido que la diferencia es asunto de especialistas. 
Sin embargo, la peste de la tristeza está haciendo estragos en los países más ricos. Las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud informan que la depresión nerviosa es, ahora, diez veces más frecuente que hace cincuenta años en Estados Unidos y en Europa Occidental.
Las estadísticas revelan los vertiginosos cambios ocurridos, en el último medio siglo, en los prósperos países que todos quieren imitar. Ansiedad de comprar y ser comprado, angustia de perder y ser desechado: en los centros del privilegio, la gente dura más, gana más y tiene más, pero se deprime más, enloquece más, se emborracha más, se droga más, se suicida más y mata más. 

Pedagogía de la violencia

Según el general Marshall, sólo dos de cada diez soldados de su ejército utilizaban los fusiles durante la Segunda Guerra Mundial. Los otros ocho tenían el arma de adorno. Años después, en la guerra de Vietnam, la realidad era muy otra: nueve de cada diez soldados de las tropas invasoras hacían fuego, y tiraban a matar.
La diferencia estaba en la educación que habían recibido. El teniente coronel David Grossman, especialista en pedagogía militar, sostiene que el hombre no está naturalmente inclinado a la violencia. Contra lo que se supone, no es nada fácil enseñar a matar al prójimo. La educación para la violencia exige un intenso y prolongado adiestramiento, destinado a brutalizar a los soldados y a desmantelar sistemáticamente su sensibilidad humana. Según Grossman, esa enseñanza comienza, en los cuarteles, a los–dieciocho años de edad, pero fuera de los cuarteles empieza a los dieciocho meses: la televisión dicta esos cursos a domicilio. 
–Fue como en la tele–. declaró el niño de seis años que asesinó a una compañerita de su edad, en Michigan, en el invierno de este año. 

La libertad de comercio

Las noticias de rutina no tienen difusión. En marzo de este año, sesenta haitianos se lanzaron hacia las costas de Estados Unidos, en un destartalado barquito, con la ilusión de ser recibidos como si fueran balseros cubanos. Nunca llegaron. Los sesenta murieron ahogados en el mar Caribe.
Estos fugitivos de la miseria habían sido, todos, cultivadores de arroz.
Mucha gente vivía de eso, en Haití, hasta que el Fondo Monetario Internacional contribuyó al desarrollo de este pobrísimo país, el país más pobre del hemisferio occidental, prohibiendo los subsidios a la producción nacional de arroz.
Así, Haití pasó de país productor a país importador, los agricultores del arroz haitiano se convirtieron en mendigos o balseros y Haití pasó a ser, créase o no, uno de los cuatro mercados más importantes del arroz norteamericano en el mundo. El Fondo Monetario Internacional nunca ha prohibido, que se sepa, los enormes subsidios a la producción de arroz en Estados Unidos.