Eduardo Galeano
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Los
derechos de los trabajadores,
¿un tema para los arqueólogos?
Eduardo
Galeano
Tomado del diario La Jornada México 15/4/2001
Más de 90 millones de clientes acuden, cada semana, a las tiendas Wal-Mart. Sus
más de novecientos mil empleados tienen prohibida la afiliación a cualquier sindicato.
Cuando a alguno se le ocurre la idea, pasa a ser un desempleado más. La exitosa
empresa niega sin disimulo uno de los derechos humanos proclamados por la Organización
de Naciones Unidas: la libertad de asociación. El fundador de Wal-Mart, Sam Walton,
recibió en 1992 la medalla de la libertad, una de las más altas condecoraciones
que otorga Estados Unidos.
Uno de cada cuatro adultos
estadunidenses, y nueve de cada diez niños, engullen en McDonald's la comida plástica
que los engorda. Los trabajadores de McDonald's son tan desechables como la comida
que sirven: los pica la misma máquina. Tampoco ellos tienen el derecho de sindicalizarse.
En Malasia, donde los sindicatos
obreros todavía existen y actúan, las empresas Intel, Motorola, Texas Instruments
y Hewlett Packard lograron evitar esa molestia. El gobierno de Malasia declaró
"union free", libre de sindicatos, el sector electrónico. Tampoco tenían ninguna
posibilidad de agremiarse las 190 obreras que murieron quemadas en Tailandia,
en 1993, en el galpón trancado por fuera, donde fabricaban los muñecos de Sesame
Street, Bart Simpson y los Muppets.
Bush y Gore coincidieron,
durante la campaña electoral del año pasado, en la necesidad de seguir imponiendo
en el mundo el modelo estadunidense de relaciones laborales. "Nuestro estilo de
trabajo", como ambos lo llamaron, es el que está marcando el paso de la globalización,
que avanza con botas de siete leguas y entra hasta en los más remotos rincones
del planeta.
La tecnología, que ha abolido
las distancias, permite ahora que un obrero de Nike en Indonesia deba trabajar
100 mil años para ganar lo que gana, en un año, un ejecutivo de Nike en Estados
Unidos, y que un obrero de la IBM en Filipinas fabrique computadoras que él no
puede comprar.
Es la continuación de la época
colonial, en una escala jamás conocida. Los pobres del mundo siguen cumpliendo
su función tradicional: proporcionan brazos baratos y productos baratos, aunque
ahora produzcan muñecos, zapatos deportivos, computadoras o instrumentos de alta
tecnología, además de producir, como antes, caucho, arroz, café, azúcar y otras
cosas malditas por el mercado mundial.
Desde 1919, se han firmado
183 convenios internacionales que regulan las relaciones de trabajo en el mundo.
Según la Organización Internacional del Trabajo, de esos 183 acuerdos Francia
ratificó 115, Noruega 106, Alemania 76 y Estados Unidos... 14. El país que encabeza
el proceso de globalización sólo obedece sus propias órdenes. Así garantiza suficiente
impunidad a sus grandes corporaciones, lanzadas a la cacería de mano de obra barata
y a la conquista de territorios que las industrias sucias pueden contaminar a
su antojo. Paradójicamente, este país que no reconoce más ley que la ley del trabajo
fuera de la ley es el que ahora dice que no habrá más remedio que incluir "cláusulas
sociales" y de "protección ambiental" en los acuerdos de libre comercio. ¿Qué
sería de la realidad sin la publicidad que la enmascara?
Esas cláusulas son meros impuestos
que el vicio paga a la virtud con cargo al rubro de relaciones públicas, pero
la sola mención de los derechos obreros pone los pelos de punta a los más fervorosos
abogados del salario de hambre, el horario de goma y el despido libre. Desde que
Ernesto Zedillo dejó la presidencia de México pasó a integrar los directorios
de la Union Pacific Corporation y del consorcio Procter & Gamble, que opera
en 140 países. Además, encabeza una comisión de las Naciones Unidas y difunde
sus pensamientos en la revista Forbes. En idioma tecnocratés, se indigna contra
"la imposición de estándares laborales homogéneos en los nuevos acuerdos comerciales".
Traducido, eso significa: arrojemos de una buena vez al tacho de la basura toda
la legislación internacional que todavía protege a los trabajadores. El presidente
jubilado cobra por predicar la esclavitud. Pero el principal director ejecutivo
de General Electric lo dice más claro: "Para competir, hay que exprimir los limones".
Los hechos son los hechos.
Ante las denuncias y las protestas,
las empresas se lavan las manos: yo no fui. En la industria posmoderna, el trabajo
ya no está concentrado. Así es en todas partes, y no sólo en la actividad privada.
Los contratistas fabrican las tres cuartas partes de los autos de Toyota. De cada
cinco obreros de volkswagen en Brasil, sólo uno es empleado de la empresa. De
los 81 obreros de Petrobrás muertos en accidentes de trabajo en los últimos tres
años, 66 estaban al servicio de contratistas que no cumplen las normas de seguridad.
A través de 300 empresas contratistas, China produce la mitad de todas las muñecas
Barbie para las niñas en todo el mundo. En China sí hay sindicatos, pero obedecen
a un estado que en nombre del socialismo se ocupa de la disciplina de la mano
de obra: "Nosotros combatimos la agitación obrera y la inestabilidad social, para
asegurar un clima favorable a los inversores", explicó recientemente Bo Xilai,
secretario general del Partido Comunista en uno de los mayores puertos del país.
El poder económico está más
monopolizado que nunca, pero los países y las personas compiten en lo que pueden:
a ver quién ofrece más a cambio de menos, a ver quién trabaja el doble a cambio
de la mitad. A la vera del camino están quedando los restos de las conquistas
arrancadas por dos siglos de luchas obreras en el mundo. Las plantas maquiladoras
de México, Centroamérica y el Caribe, que por algo se llaman "sweat shops", talleres
del sudor, crecen a un ritmo mucho más acelerado que la industria en su conjunto.
Ocho de cada diez nuevos empleos en Argentina están "en negro", sin ninguna protección
legal. Nueve de cada diez nuevos empleos en toda América Latina corresponden al
"sector informal", un eufemismo para decir que los trabajadores están librados
a la buena de Dios. La estabilidad laboral y los demás derechos de los trabajadores,
¿serán de aquí a poco un tema para arqueólogos? ¿No más que recuerdos de una especie
extinguida?
En el mundo al revés, la libertad
oprime: la libertad del dinero exige trabajadores presos de la cárcel del miedo,
que es la más cárcel de todas las cárceles. El dios del mercado amenaza y castiga;
y bien lo sabe cualquier trabajador, en cualquier lugar. El miedo al desempleo,
que sirve a los empleadores para reducir sus costos de mano de obra y multiplicar
la productividad, es, hoy por hoy, la fuente de angustia más universal. ¿Quién
está a salvo del pánico de ser arrojado a las largas colas de los que buscan trabajo?
¿Quién no teme convertirse en un "obstáculo interno", para decirlo con las palabras
del presidente de la Coca-Cola, que hace un año y medio explicó el despido de
miles de trabajadores diciendo que "hemos eliminado los obstáculos internos"?
Y en tren de preguntas, la última: ante la globalización del dinero, que divide
al mundo en domadores y domados, ¿se podrá internacionalizar la lucha por la dignidad
del trabajo? Menudo desafío.