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Eduardo Galeano

Algunas modestas proposiciones
Por Eduardo Galeano

El soldado Timothy McVeigh puso la bomba, mató a 168 en el estado de Oklahoma y ahora está en el infierno. El gobernador George W. Bush puso la firma, mató a 152 en el estado de Texas y ahora es rey del planeta. Bush suele decir: “Hazlo a mi manera o de ninguna manera”.
Y de eso se trata. El está ocupando a su manera el trono del mundo y, a su manera, hace y deshace, pero su categórico estilo, que tan exitoso había resultado antes de la coronación, choca ahora con cierta incomprensión universal. Da la impresión de que el mundo no lo entiende, y a veces parece que el buen hombre está reinando en soledad.
Aquí van algunas sugerencias, animadas por el constructivo propósito de colaborar en su gestión. Provienen de uno más entre sus seis mil millones de súbditos, desde un país más bien ignoto que no es miembro del G-7, ni del G-8, sino del G-181.

Mejor que Kioto

180 contra 1: los acuerdos de Kioto fueron votados por unanimidad menos uno. El maestro Ronald Reagan había estudiado Ciencias Políticas en las películas del Far West. Ahora su alumno se bate, él solito, como en las películas, contra todos los demás.
Bien sabe el justiciero que todo este asunto de Kioto no es más que una conspiración. Se pretende sabotear la iniciativa privada y la libertad individual. Está en juego el derecho de los Estados Unidos a seguir desarrollando su modo de vida, que se funda en el amor a los miembros más queridos de la familia: los que duermen en el garaje. Y ellos no tienen más remedio que sufrir en silencio las calumnias. Los ecoterroristas, agitadores a sueldo del transporte público, andan diciendo que los autos echan veneno al aire y arruinan la atmósfera. Así se abusa impunemente de la paciencia de los ciudadanos de cuatro ruedas, que no pueden decir ni pío. Resulta escandaloso, pero es así: los coches no tienen todavía derecho de voto, aunque son más numerosos que toda la población norteamericana adulta.
Los enemigos del progreso miran la realidad con lentes negros y anuncian catástrofes: cielo intoxicado, clima enloquecido, planeta recalentado... A este paso, dicen, nadie se salvará. Ni siquiera nosotros, los uruguayos: a la larga, si se siguen derritiendo los hielos del polo, nos quedaremos sin agua potable y sin playas. Pero el nuestro es un país libre. Si nos quedamos sin agua para beber, tendremos la libertad de elegir entre la Coca-Cola, la Pepsi y otros refrescos. Y si nos quedamos sin playas, que son las culpables de la holgazanería nacional, nuestra maltrecha economía podrá remontar espectacularmente sus índices de productividad. ¿Y qué? ¿Nos van a asustar con eso?
¿Hasta cuándo seguirá el mundo soportando estas apocalípticas profecías? ¿No habrá llegado la hora de prohibir de una vez por todas, en todos los idiomas y en todos los países, la circulación de los informes científicos que andan sembrando la alarma en la opinión pública?

Cómo vender paraguas

Otro tema espinoso: el paraguas antimisiles. El presidente Bush no está consiguiendo que se tome en serio la amenaza del terrorismo internacional. No se comprende la urgente necesidad de elevar al espacio un escudo que nos defienda de la agresión inminente desde las bases terroristas en las estrellas. El mundo libre está actuando como si no hubiera más misiles que los misiles de juguete que McDonald’s regala a los niños en su cajita feliz.
Me tomo la libertad de opinar, y perdón por la insolencia: el invento es bueno y muy necesario, yo diría que imprescindible, pero me parece que el vendedor se ha equivocado de clientes. El presidente Bush insiste en promover el paraguas entre los países que no sufren ninguna lluvia. Aunque suene a pedantería, me parece oportuno recordar la ley primera del mercado: entre la oferta y la demanda, la víbora debe morderse la cola. Esta sabia enseñanza fue legada a la humanidad por Marco Licinio Craso, que vivió entre los años 115 y 53 antes de Cristo. Don Marco Licinio fundó la primera empresa de bomberos en Roma. Tuvo mucho éxito. El provocaba los incendios y después cobraba por apagarlos.
Creo que rompe los ojos: la demanda está en Irak, que viene sufriendo bombardeos desde hace diez años. El presidente Bush ha sabido perpetuar una tradición familiar que su padre inició en 1991, descargando misilazos sobre Irak en misiones de rutina que no perdonan ni a las canchas de fútbol. Es Saddam Hussein quien necesita el escudo defensivo. Y si él se niega a comprar el invento, no habrá más remedio que bombardear a otros países, para diversificar el mercado.

La conquista de la luna

El “Acuerdo que regula las actividades de los estados en la luna y en otros cuerpos celestes” establece que “ni la superficie ni el subsuelo de la luna será propiedad de ningún estado, organización ni persona”. Los Estados Unidos no han firmado este tratado internacional. Y el US Space Command, que coordina sus fuerzas armadas de aire, mar y tierra, está proclamando oficialmente, y públicamente, la necesidad de “controlar el espacio” para poder “dominar” la tierra. Y ésos son los términos, palabra más, palabra menos, con que el presidente Bush explica su resurrección de la Guerra de las Estrellas, que había iniciado Ronald Reagan.
Esto ha multiplicado las dudas y la desconfianza. Los países aliados, reinos menores en torno del reino mayor, sospechan que el monarca del planeta quiere apoderarse de la luna y de los demás astros del cielo. Ya se lo imaginan clavando carteles que dicen “Private property” en todo el espacio sideral.
Quizás, quién sabe, ciertas dificultades de expresión no ayudan a la buena fortuna que merecen sus mensajes: el presidente Bush suele no decir lo que quiere decir y con frecuencia dice lo que no quiere. Humildemente sugiero que aclare sus intenciones. Que haga pública la verdad, mediante una declaración escrita por quien sepa y pueda, sin agregar dudas a las dudas: los Estados Unidos quieren la luna para que allí puedan reunirse los que aquí en la tierra ya no encuentran lugar. Me refiero a los organismos internacionales que velan por la felicidad de un mundo que les niega sitio. Parece una sopa de letras, pero se trata nada menos que del FMI, BM, OMC, OTAN, UE, G-7 y G-8. Lo han intentado en Seattle, Washington, Los Angeles, Filadelfia, Praga, Quebec, Gotemburgo y Génova, y la furia de los vándalos les ha hecho imposible la tertulia. En la luna no tendrán ruidos molestos y el US Space Command les asegurará una protección militar invulnerable ante las amenazas de las huestes de Atila.
Y ya me dejo de dar la lata. San George está muy atareado en su guerra solitaria contra el dragón de la envidia y no hay que robarle el tiempo.