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RONDA DE PENSAMIENTO AUTÓNOMO
II ENCUENTRO INTERNACIONAL

20 al 23 de enero de 2005 /Buenos Aires




Visitando las entrañas del monstruo estatal

Un relato de capitalismo explicito


Daniel Velasco

La que relato a continuación es una de las tantas historias que ocurrieron a lo largo de Enero Autónomo 2005. Los protagonistas: Paula y su beba de 10 meses, Ujju, Roberto y yo.
Paula es una chilena residente en USA; antes de viajar consultó con los médicos que atienden a su beba, ya que ella nació con una severa malformación cardíaca, por la que fue operada dos veces y tiene una tercera intervención pendiente. No obstante, sus médicos consideraron que podía viajar. Nosotros, los coordinadores del colectivo de salud de Enero Autónomo, fuimos informados de la situación por mail y nos preparamos para recibirla. Nuestro encuentro fue cordial y afectuoso, conocimos a Paula, de gran calidez y simpatía, y a su beba, tranquila y saludable.
El sábado al anochecer Paula se acercó nuevamente al puesto sanitario, preocupada, pues su beba tenía fiebre y tos. Nosotros pensamos la salud desde otro lugar, como una construcción colectiva y una actitud vital que va mucho más allá de la simple ausencia de enfermedad. Entendemos, entre otras cosas, que la fiebre y la tos no son signos preocupantes, como lo considera la medicina oficial estatal, sino que son respuestas favorables de autodefensa del cuerpo que no deben ser abortadas, sino acompañadas. Igual que en los demás casos que atendimos (y que fueron numerosos), le proporcionamos a la bebita reposo, masajes terapéuticos que le hizo nuestra compañera Silvina y acompañamiento afectivo; no le dimos ninguna hierba medicinal ya que la corta edad de la beba (10 meses) no lo aconsejaba. De todas maneras, dado el especial caso por tratarse de una beba con una malformación cardíaca severa y dos intervenciones quirúrgicas acordamos con su mamá Paula que esperaríamos hasta después de la cena y en caso de persistir la fiebre (39 grados) la llevaríamos al hospital Garraham.
En un primer momento, luego de los masajes, la temperatura comenzó a bajar pero al avanzar la noche comenzó a subir de nuevo, hasta valores más altos que los que presentaba al comienzo. Sabíamos que eso podía suceder porque es habitual que de noche suba la temperatura; sabíamos que hacia la madrugada iba a comenzar a bajar (por los ritmos vitales) pero dado el caso especial preferimos llevarla al hospital para sacarle una radiografía. La llevamos Roberto y yo, nos acompañó Uyyu, norteamericana de ascendencia hindú. En menos de media hora llegamos al hospital Garraham los cinco: allí comenzó nuestra aventura en las entrañas del monstruo estatal.
Ni bien ingresamos a la guardia, un vigilador privado nos indicó que debíamos dirigirnos a la ventanilla de admisión. Nos atendió una mujer, sentada frente a una PC detrás de un vidrio. Comienza un dialogo que parece extraído de un cuento de Kafka.
– Traigo a mi beba que tiene mucha fiebre y tos. – Le dice Paula a la empleada, con cierta ansiedad.
– ¿Nombre de la madre? – Es toda la respuesta obtenida, en un tono de voz indiferente que la empleada no abandonaría nunca.
Paula da su nombre completo.
– ¿Nombre de la paciente?
Paula lo deletrea (Su beba lleva un nombre chino, ya que esa es la nacionalidad del padre)
– ¿Nombre del padre?
Paula lo deletrea. Es un nombre chino. La empleada comienza a desorientarse y mirar de reojo.
– ¿DNI?
Paula me mira pues no entiende qué le preguntan; le aclaro que le piden el documento de identidad. Paula extiende su pasaporte chileno y el pasaporte estadounidense de su beba. La desorientación de la empleada aumenta. Con un ojo mira la pantalla de la PC y con el otro a nosotros. Sin embargo continua inmutable.
– ¿Domicilio?
Paula da su domicilio, según su costumbre, primero el número y luego la calle. Cuando menciona la ciudad, Brooklin, la empleada ya empieza a dudar si no se trata de una joda de Tinelli. Pero continúa.
– ¿Teléfono?
Paula da un número de más o menos 10 cifras; la empleada le pide que primero le de la característica, con los cual la cantidad de números aumenta.
– ¡No me entran tantos números! – Exclama con cierta perplejidad.
Sin embargo, luego de un instante de vacilación, continua con el interrogatorio.
– ¿Profesión del padre?
– Trabaja en una ONG.
– ¿Qué?
Paula le explica que es una organización no gubernamental que realiza tareas educativas.
– ¿Cómo se llama la empresa?
Paula da el nombre de la ONG.
– Vayan por ese pasillo y los van a llamar de los consultorios 18 al 24. – Dice finalmente la empleada con un tono de alivio.
Al retirarnos Paula me hizo notar que la empleada no preguntó cual era la profesión de ella. ¿Daría por sentado que una mujer solo puede ser ama de casa?
Luego de unas ¡dos horas! de espera nos llamó el pediatra. Recordemos que estábamos en la guardia, donde se supone que se atienden las urgencias…
Cuando ingresamos al consultorio los cinco Roberto y yo nos presentamos como médicos que estábamos participando de un encuentro internacional y traíamos a una paciente. Pero nuestra facha no era precisamente la que cabía esperar de acuerdo con esa presentación: Roberto con una remera del MTD Solano, yo con jogging y una remera estampada. El médico, sin comprender lo que estaba sucediendo y avasallado por la irrupción solo atinó a responder que únicamente podían ingresar al consultorio la madre y el padre. Roberto le responde – No hay padre – e inmediatamente deliberamos entre los cuatro (Paula, Ujju, Roberto y yo) hasta que decidimos que yo me quedaba acompañando a Paula y su beba y los demás esperaban afuera… El médico… miraba a un costado.
Luego de una revisación exhaustiva y de leer la historia clínica de la beba que Paula traía consigo el médico le suministró un antifebril (cabe acotar que antes le tomó la temperatura, que era inferior a la registrada por mí antes de salir hacia el hospital, lo que me dio la pauta que ya había comenzado a descender).
– Bueno, a la beba se la ve en muy buen estado general, tiene un poco de cera en los oídos pero nada más, el pecho está limpio… pero igual, por sus antecedentes, vamos a hacerle un análisis de orina, otro de sangre y una radiografía de torax – nos informa el médico a la par que iba escribiendo en un recetario. Luego agrega:
– Acá estamos en el pasillo rojo, para ir al laboratorio a hacer los análisis tienen que ir al pasillo verde y después para la radiografía al pasillo naranja al fondo. Después me la traen.
Cuando salimos del consultorio les cuento a Roberto y Ujju lo sucedido y debatimos en asamblea qué actitud seguir. Paula no quería que pincharan a su beba para sacarle sangre; yo opiné que solo consideraba necesaria la radiografía para descartar cualquier complicación pulmonar. Finalmente acordamos que le haríamos hacer la radiografía, que miraría yo, y de no haber signos de patología nos retiraríamos del hospital.
Encontrar el pasillo naranja y la sala de rayos fue otra odisea en un hospital desierto y de dimensiones gigantescas, más parecido a un aeropuerto que a un centro de salud. Después de varias idas y venidas llegamos a rayos, le hicieron la radiografía a la beba y, tal como suponía, estaba bien. De manera que buscamos la salida (otra tarea nada sencilla) y nos fuimos. A manera de cierre, otra nota de color. Roberto fue registrando en fotos todos nuestros pasos, la espera en la sala de guardia, la recorrida por los inmensos pasillos… hasta que, cerca de la salida, nos topamos con otro vigilador privado que en tono nada amigable nos advirtió que estaba prohibido tomar fotos (¿Doctrina de la seguridad nacional? ¿Estupidez burocrática? ¿Nos habíamos metido en el Pentágono sin saberlo? Quien sabe).
Por suerte, media hora después, con la beba tranquila y en recuperación, estábamos nuevamente en Enero Autónomo, un espacio de libertad en medio de los espacios de encierro de la estupidez burocrática del monstruo estatal.
Daniel (integrante del colectivo de salud de Enero Autónomo)