Miles de cerebros y gargantas, miles de ojos y brazos en alto frente a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, en sus escalinatas, parques y puente callejero.
Sensaciones de mucha alegría en todos los presentes y en quienes desde los televisores de todo el país podían estar presentes también a la distancia.
Ojos vidriosos y llenos de lágrimas, miradas atentas, respeto inigualable, organización ajustada a las necesidades impuestas por la muchedumbre.
Varias horas de espera desde el mediodía, en muchos casos, iban poblando la Avenida del Libertador para escucharlo y verlo recién alrededor de las ocho y media de la noche. Hasta el viento se había puesto de acuerdo con las banderas.
En lo alto, como desde la Sierra Maestra, va apareciendo El Líder, El Comandante, El Ejemplo, El Revolucionario y El Valiente. Nuestro Barbudo.
Los mayores recordarían las largas esperas hasta poder escuchar, luego de mucho intentar sintonizar los aparatos de radio de onda corta, los que nacimos con la revolución teníamos delante a ese barbudo de los largos discursos escuchados con nuestros discos en el Winco y leídos en las hojas prohibidas, los más jóvenes encontrarían al personaje siempre vivado y respetado.
Pensábamos algunos que cuando termine de hablar se lo contaríamos a nuestros desaparecidos padres a la distancia que impone la muerte, otros lo guardaran en su memoria para contárselo a sus hijos a la distancia que la vida permite.
Todos llenos de un agradecimiento que solamente podemos tener por los seres humanos que con su ejemplo y bravura nos ha enseñado, ¡Y como lo hizo!, que únicamente la dignidad triunfa en los corazones de los hombres que sólo comprenden a la vida desde la libertad.
Venían, con seguridad, a nuestra memoria casi medio siglo de hechos y de discusiones interminables sobre su personalidad y la hidalguía de su pueblo, nuestro querido pueblo caribeño. Llegaban los recuerdos de tantos acontecimientos que fueron formando nuestra personalidad y amoldando nuestras ideas e ideales.
Un poco menos de tres horas nos colmaron de sabiduría. Un poco más de dos horas nos bastó para saber que otro mundo, desde el ejemplo, es posible.
¿Qué más? Nada más, solamente Muchas Gracias Compañero.
27 de mayo del 2003