Los movimientos y las
elecciones
Guillermo Almeyra
En un reciente artículo del 6 de agosto en La Jornada titulado "Bolivia:
dilemas de los movimientos" Raúl Zibechi escribe que
"el problema común que atraviesa en este momento a los movimientos (por
movimientos sociales, nota de G:A.) es cómo evitar que la potencia de la
movilización (se refiere a la que derribó dos presidentes y obligó a convocar
una Asamblea Constituyente. Nota de G.A.) se disuelva en las urnas". Concluye el
periodista: "El problema no se resuelve con un instrumento político sino con la
creación de una nueva cultura en la que el poder resida en las bases y se ejerza
de forma rotatoria. El terreno electoral no parece el más adecuado para dar vida
a esa nueva cultura política, y quizá tampoco lo sea el insurreccional. Se trata
de un largo y doloroso proceso, en el que prácticas comunitarias que ya existen
en la vida cotidiana se expandan y multipliquen hacia el resto de la sociedad,
hasta volverse sentido común".
La primera frase es un diagnóstico acertado sobre el problema central que
enfrenta la sociedad boliviana y la segunda contiene un ciento por ciento de
verdad ya que, en última instancia, nos remite a un sistema social sin
conflictos de clase y con alto nivel general de cultura, que algunos llamamos
socialismo y otros Reino de los Justos.
Sin embargo hay un pero. Estamos en una sociedad dividida en clases y los
explotadores se niegan a dejar de explotar, los opresores a dejar de oprimir y
los racistas a dejar de considerar inferiores a los indios, los extranjeros y
quienes no les gusten. Las clases dominantes se apoyan en buena parte de las
clases subalternas (no sólo de las clases medias sino también de los más
explotados) y sacan provecho de la promoción de la ignorancia mediante sus
instrumentos mediáticos y estatales y de la miseria misma que ellas provocan y
que mina la capacidad de autoorganización, la confianza, la autoestima y la
capacidad de comprensión de sus esclavos (a lo que habría que agregar los daños
a la capacidad física y síquica producidos por siglos de subalimentación y
enfermedades). La "nueva cultura" sólo puede surgir del conflicto, de la
victoria en éste sobre quienes tratan de perpetuar la vieja cultura de clase,
con sus jerarquías, su sistema de jefes, caciques, poder sobre la gente. O sea,
de un cambio de régimen que no puede ser indoloro y gradual porque lo viejo
tiene el Estado y el dinero y no se deja enterrar vivo de a poquito. Si la
construcción de partidos (la "forma partido" sobre la cual tanto se escribió en
los 70) se basa en la delegación de responsabilidades y diferencia los líderes
que deciden de una "base" que aprueba o rechaza las decisiones de aquéllos, la
insurrección exige un mando centralizado, con una táctica y una estrategia con
gran margen para la clandestinidad para evitar la reacción preventiva del
enemigo. O sea, jefes carismáticos. Es decir que la vía legal afirma
desigualdades al igual que la revolucionaria.
¿Qué queda entonces, la parálisis política y social, dar por perdido todo,
adaptarse a lo que el capitalismo quiera dar, retirarse a una ermita en el
desierto, cosa que, por otra parte, muy difícilmente resultará factible a
millones de trabajadores? Zibechi habla de "nudo gordiano": como sabemos, éste
no se podía desatar y Alejandro Magno resolvió el problema cortándolo con su
espada.
La solución está en la acción. Y ésta, siempre, lleva a ensuciarse las manos, a
enlodarse, a resolver los dilemas partiendo de la realidad y de modo innovativo.
Esa realidad, en Bolivia y en el resto de América Latina, México incluido,
consiste en que la inmensa mayoría de la población y de las clases
subalternas todavía cree en el sistema capitalista, no desea una insurrección
y la guerra civil y, en cambio, espera defender lo que queda de su nivel de
vida y de sus siempre menguantes conquistas sociales por la vía legal (la del
poder actual) y ve las elecciones como una forma de expresarse y de pesar en
la vida pública. El hecho de que, al votar por partidos que no quieren
cambiar el sistema, lo refuercen y de que los votantes tengan ilusiones es sin
duda fundamental Pero así es como ven lo que se puede hacer, ese es su nivel de
comprensión y de conciencia y, si se quiere ayudarles a obtener "otra cultura"
de ahí hay que partir, ayudándoles a hacer su experiencia.
Marcos sostiene que López Obrador "nos va a partir la madre" si triunfa.
Puede ser, aunque también lo hará Madrazo que, sin oposición, triunfará. Pero el
asunto no es AMLO sino qué piensan los cientos de miles de personas que llenaron
el 24 de abril el Zócalo no tanto para defender a AMLO sino para evitar que Fox,
el PAN y el PRI "les partieran la madre" a sus derechos a elegir, a decidir, a
ser ciudadanos y no súbditos, a evitar un fraude electoral mediante la supresión
de candidatos. Sin duda un millón o más de personas pueden equivocarse, pero
entonces hay que tenderles un puente, partir de sus deseos y de sus luchas,
educarles dándoles una alternativa también en el terreno electoral. Porque si
las elecciones no son el terreno de elección de los movimientos sociales por
ellas, le guste o no a muchos, pasa también la lucha de clases sin la cual "otra
cultura" es imposible.
¿Qué recomienda Zibechi para Bolivia? ¿la abstención, o sea dejar en el poder a
las transnacionales y sus agentes? ¿la insurrección popular y la guerra civil
que, a lo mejor, termina por ser el desenlace del proceso pero no puede ser
ahora de ningún modo su comienzo? En la actual relación de fuerzas ¿cómo se
organiza una Constituyente que realmente produzca un cambio social si no se
cambia la relación de fuerzas social y política en el país? ¿si la insurrección
como vía de imposición de la Constituyente no funciona o las elecciones, o sea,
la obtención de una mayoría en las Cámaras, tampoco, qué sentido tiene hablar de
una Constituyente que podría resultar incluso negativa si es dirigida por la
derecha y sus aliados? Esta misma pregunta sirve para el EZLN. Porque el
tránsito por el camino legal sin duda abolla la pureza principista y enloda,
pero las alianzas son indispensables si no se depende sólo de la intervención
divina y se quiere hacer avanzar a la gente hacia "otra cultura donde el poder
resida en las bases y se ejerza de forma rotatoria". El problema central,
entonces, no reside en no hacer concesiones sino en saber con quién uno se alía
y hasta dónde se puede marchar juntos (pero separados) no dejar de decir lo que
se piensa, incluso de los aliados, no hacer concesiones fundamentales que
impidan avanzar hacia "otra cultura". Hay que acompañar a los sujetos del cambio
en sus experiencias y facilitárselas, pero discutiendo las implicaciones de las
mismas y no compartiendo sus ilusiones. Sobre todo, hay que poner en primer
plano la acción, guiada por los principios, pero la acción, la acción, no el
inmovilismo. Se puede decir "gracias, no fumo" y rechazar un cigarro, pero eso
no es válido cuando decenas de millones deben decidir sobre quién y cómo
dirigirá el país durante años. En ese caso no basta con el no y se necesita
proponer una alternativa y el modo de concretarla.
galmeyra@jornada.com.mx