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La Izquierda debate

CIVILIZACIÓN O BARBARIE
Encuentro internacional "Desafíos y problemas del mundo contemporáneo"
(Serpa, Portugal, 23-25 de septiembre de 2004)

¿Crisis de la política y de los partidos?


Octavio Rodríguez Araujo*

Una preocupación en el presente entre amplios sectores sociales es la llamada crisis de la política, que incluye a los partidos políticos. Los días 19 y 20 de diciembre de 2001 miles de trabajadores y desempleados argentinos se volcaron a las calles gritando "que se vayan todos", en referencia a los políticos, a los cuadros de gobierno, a los partidos del sistema que llevó a Argentina a un increíble tránsito de la prosperidad a la pobreza y a la incertidumbre sobre el futuro.
Más allá de Argentina, en muchos otros países de América Latina y de Europa, principalmente, la tónica ha sido muy semejante, incluso en el Foro Social Mundial de Porto Alegre (I, II y III) y de Mumbai. Más recientemente (mayo de 2004), un supuesto grupo guerrillero autodenominado Comando Jaramillista Morelense-23 de Mayo (que hizo explotar sendas bombas en tres bancos en el estado de Morelos, México), usó como parte de su principal consigna la misma expresión: "que se vayan todos", en clara referencia al gobierno local y a los partidos políticos.
El descrédito de los partidos políticos entre amplios sectores populares llevó a éstos a demandar en Bolivia el registro de candidatos no partidarios para las elecciones municipales del 5 de diciembre de este año. El 7 de julio el gobierno boliviano convocó a estos comicios en los que, por primera vez, participarán "agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas con capacidad de presentar candidatos, en las mismas condiciones que los partidos políticos."1 En México esta crisis de la política parece haber adquirido grandes proporciones. En este 2004, con vistas a las elecciones para el cambio de poderes en 2006, la política ha sido sustituida, según todas las evidencias, por temas propios de nota roja. Las descalificaciones del contrario o de los contrarios no son como antes, mediante intentos de desarrollos filosóficos sobre la negación del otro o por medio de debates políticos de ideas y proyectos.
Y el resultado de esta ausencia de principios ha llevado a partidos históricamente antagónicos a alianzas electorales con el único propósito de obtener cuotas de poder en estados y municipios.
Mi propósito en este ensayo es intentar explicar por qué la política se ha convertido en lo que estamos viendo en el presente y por qué amplios sectores populares de la población, sobre todo los jóvenes urbanos, tienden a suscribir, de manera explícita o no, la idea de que todos los políticos (gobierno y partidos) deberían de irse para dejar espacio a la autogestión social, sin jerarquías ni nadie que pueda imponer sus posiciones sobre los demás.
* Profesor emérito de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Texto actualizado.
1 Antonio Peredo Leigue, "Democracia participativa. Los partidos ya no tienen monopolio electoral", Servicio informativo en internet de ALAI-América Latina, 12/07/04.
1 La hipótesis que trataré de demostrar es que la crisis de la política comenzó, en buena medida, con la crisis de los partidos y que fueron éstos los que iniciaron su propia crisis al asumir como posición fundamental el pragmatismo utilitario-electoral: ganar votos y, con éstos, cargos y posiciones, al margen de principios, programas y proyectos.

La adopción del pragmatismo

El pragmatismo en los partidos se inició hace más de un siglo con los posibilistas en el amplio espectro de la izquierda (la derecha suele ser, por definición, pragmática al privilegiar la acción y la utilidad de ésta para el logro de sus fines). En 1882 Engels diferenciaba entre un partido de clase y un partido para ganar votos, y decía: "La alternativa es puramente de principios: ¿la lucha ha de ser realizada como lucha de clases del proletariado o de la burguesía, o ha de permitirse que en buen estilo oportunista [es decir posibilista2] ha de olvidarse el carácter de clase del movimiento y el programa cuando por este medio se presenta una oportunidad de ganar más votos, más afiliados?"3 Y añadía que los posibilistas, para ganar más votos, sacrificaron el carácter "clasista, proletario, del movimiento haciendo inevitable la división".
Paul Brousse fue uno de los líderes de los posibilistas en Francia. La diferencia fundamental entre los marxistas y los posibilistas era que los primeros, si bien aceptaban participar en el Parlamento y otras instancias públicas, lo hacían para presionar por leyes y políticas públicas así como vía para hacer propaganda a favor del socialismo, pues su objetivo era la toma del poder para, desde éste, sentar las bases del desarrollo socialista, mientras que los segundos, los posibilistas, sostenían que desde el Parlamento, pero sobre todo desde posiciones de gobierno (más que todo local), se podrían conseguir reformas inmediatas favorables a los trabajadores, sin necesidad de modificar sustancialmente el capitalismo. De este modo, los posibilistas sostenían la política de ganar gobiernos locales, mientras los marxistas pensaban en una organización nacional y centralizada para la toma del poder nacional y, con éste, hacer los cambios necesarios hacia el socialismo.
A la derecha de los posibilistas estaba Alexandre Millerand, quien a mi manera de ver tiene importancia porque habría de ser un precursor de la socialdemocracia de mediados del siglo XX en adelante, es decir de la Internacional Socialista, especialmente a partir de la Conferencia de Bad Godesberg (a la que me referiré más adelante). En un célebre discurso en 1896 Millerand "combatió la idea de que los socialistas deberían tratar de conseguir sus objetivos por otros medios que no fuesen los constitucionales, o sin lograr el apoyo de una mayoría del pueblo […] Proclamó como objetivos del socialismo la difusión general de la libertad y de la propiedad y declaró su devoción por la república. Además, empezó rechazando la idea de que el socialismo podía ser introducido de pronto, y lo presentó como una tendencia inevitable que los socialistas no podrían crear, pero sí sólo guiar cooperando con las fuerzas necesarias de la evolución social."4 Es evidente que en este punto Millerand guardaba semejanzas con las posiciones de la Sociedad Fabiana en Inglaterra, incluidas las referidas a los cambios sociales sin modificar sustancialmente al capitalismo y sin combatir 2 Oportunista, en la tradición marxista del siglo XIX era sinónimo de posibilista.
3 Carta de Engels a Bebel, 28 de octubre de 1882. En esta carta Engels hacía alusión a la escisión de Guesde y Lafargue del grupo de Malon y Brousse, caracterizados por Engels como posibilistas, es decir oportunistas (las cursivas en el original).
4 G.D.H. Cole, Historia del pensamiento socialista, 7 tomos, México, Fondo de Cultura Económica, (2ª ed.), 1963, Tomo III (La Segunda Internacional, 1889-1914), p. 319.
el Estado existente.5 De aquí que no resultara sorprendente que Millerand aceptara el ministerio de comercio e industria en el gobierno burgués de "defensa de la república". Él mismo, según señalaba Cole, se autodenominaría "apóstol del socialismo reformista".6 Como puede apreciarse, el pragmatismo en los partidos de izquierda no es nuevo, por más que hace un poco más de un siglo se encubriera con razonamientos estratégicos menos toscos que en la actualidad. Como no se trata de hacer aquí una historia del pragmatismo entre los partidos del amplio espectro de la izquierda, hago una pausa en la ya mencionada Conferencia de Bad Godesberg, por la importancia que tuvo para la reorientación de la socialdemocracia europea en la segunda mitad del siglo XX. En aquella Conferencia, llevada a cabo en 1959, se abandonó el marxismo, incluso como referencia teórica, y se aceptó la economía de mercado, con lo que el partido dejó de ser de la clase obrera para convertirse en un partido del pueblo, pluriclasista. En esa conferencia hubo un cambio en la estrategia al que se le ha dado muy poca importancia, si alguna, y que tiene mucho que ver con la actualidad. Ahí se reafirmó un principio que había estado ausente en el pasado: que el socialismo sólo puede alcanzarse mediante la democracia, a través de ésta, aunque también se decía que la democracia sólo podría ser satisfecha plenamente en el socialismo. Este planteamiento, más el rechazo a la propiedad pública de todos los medios de producción, imprimiría un giro fundamental en la socialdemocracia de esos y posteriores años. La competencia económica fue otro elemento muy significativo. De hecho la fórmula adoptada en la Conferencia fue: "tanta competencia como sea posible, tanta planeación como sea necesaria".7 La socialdemocracia, en este caso la alemana, se preparaba para participar en elecciones con mayores probabilidades de triunfo. Su oferta no era el socialismo, aunque se mencionara, sino reformas en el capitalismo a través de la conquista electoral del poder institucional, tanto en el gobierno como en los órganos de representación parlamentaria. Su referencia no sería más la clase obrera (posición que de suyo era excluyente), sino la población en general (incluyente). La idea era competir con posibilidades de triunfo con la Democracia Cristiana gobernante, y diez años después de sus cambios ideológicos y estratégicos, en 1969, lo logró para mantenerse en el poder hasta 1981. Después del largo gobierno de Kohl (1982-1998), la socialdemocracia volvió a ganar con Schroeder quien, con su nuevo centro (que no es otra cosa que la tercera vía de Giddens), disminuyó la participación del Estado en la economía como lo hubiera hecho cualquier liberal democristiano.
Una conclusión que puede obtenerse hasta aquí es que los partidos de izquierda reformista han adoptado posiciones pragmáticas para alcanzar el poder institucional por la vía electoral. No podía ser de otra manera. Cualquier partido que aspire a competir con la derecha (que siempre se presenta como plural aunque en realidad defienda los intereses de minorías empresariales), no puede ser excluyente como lo sería si explícitamente defendiera los intereses de los trabajadores contra la burguesía. Junto con ésta, la clase media rechazaría a un partido de trabajadores, y éste no triunfaría electoralmente. La participación en las elecciones, entonces, obliga a un partido que se diga socialista, aunque sea sólo discursivamente, a actuar en la lógica del pragmatismo utilitario. La idea es ganar votos, no 5 Pienso que es interesante mencionar que algunos de los fabianos fundaron la London School of Economics y que muchos años después, casi un siglo, Anthony Giddens, escribiría su "tercera vía" en la misma escuela londinense.
6 Cole, ídem, p. 324 (cursivas en el original). Años más tarde, a partir de 1900, la Internacional decretó que se prohibiera a los socialistas formar parte de gobiernos burgueses, salvo en situaciones excepcionales.
7 Frase tomada del Programa básico del Partido Socialdemócrata Alemán, citada por Giles Radice y Lisanne Radice, Socialists in the Recession, London, Macmillan Press, 1986, p. 15.
defender un programa de clase. Éste debe sacrificarse, como decía Engels. No hay otra fórmula.
Otro aspecto no menos importante que se planteó desde la Conferencia de Bad Godesberg fue la oposición a cualquier forma de autoritarismo y, por extensión, a cualquier dictadura, capitalista o supuestamente socialista, del capital o del proletariado. Esta posición de la socialdemocracia alemana se extendería a prácticamente todos los partidos de la Internacional Socialista, pero también o en coincidencia, la nueva izquierda de esos mismos años y los siguientes, hasta 1968, adoptaría una postura semejante aunque con bases filosóficas un tanto distintas. Los movimientos estudiantiles del 68, que se fueron perfilando desde varios años antes, se nutrieron de diversos debates y autores que no viene a cuento citar aquí, pero que, para nuestro interés, se manifestaron en contra del autoritarismo, desde la familia y los amos del comercio y la publicidad hasta las burocracias gobernantes y de los partidos políticos, tanto en el mundo capitalista como en el llamado socialista. La represión soviética a la protesta de Praga (agosto de 1968) fue la demostración empírica de que los estudiantes europeos tenían razón. La guerra de Estados Unidos contra Vietnam fue la otra gran demostración.
Algo parecido ocurre actualmente con los movimientos altermundistas, con una diferencia muy importante: en el 68 se mencionaba como objetivo el socialismo, pese a que el concepto de éste era diferente entre las diversas corrientes ideológicas de aquellos años.
Ahora, con excepciones muy significativas, los altermundistas no se plantean el socialismo como objetivo.
Después de los movimientos del 68 y ante el rechazo de los estudiantes (sobre todo europeos) a las formas autoritarias y burocráticas de los gobiernos y de las estructuras partidarias, los partidos de la izquierda comunista intentaron reformarse internamente, enfatizando su ideología más que sus formas organizativas. A ese fenómeno se le conoció como eurocomunismo, porque empezó en Europa occidental, pero muy pronto y con el mismo nombre se extendió a muchos otros países fuera del "viejo continente". Los partidos eurocomunistas, además de adoptar posiciones semejantes a las de la socialdemocracia, trataron de disfrazar su aceptación del capitalismo, con todo lo que esto implica, con una teoría que si bien defendieron con muchos textos no se sostenía científicamente. Es decir, la lucha contra el capitalismo fue sustituida por la lucha contra los grandes capitales asociados —decían— con el Estado (el capitalismo monopolista de Estado8). Se abandonó el marxismo-leninismo, como fórmula de interpretación de Marx y de Lenin a partir del stalinismo de los años 30, al igual que se hizo a un lado la tesis de la lucha de clases y, desde luego, la de la dictadura del proletariado como fase intermedia y de transición entre el capitalismo y el socialismo.
Se suponía que con tales cambios, que en realidad eran adecuaciones a las demandas de las nuevas izquierdas y a las exigencias de otros amplios sectores de población, los partidos comunistas tendrían mejores ventajas competitivas en las elecciones. No es casualidad que en México, a partir de la reforma político-electoral de López Portillo (aprobada a finales de 1977), el Partido Comunista adoptara (1978) las posiciones del eurocomunismo, particularmente las del Partido Comunista francés, y se convirtiera en un partido electoral sin interés real por las luchas de la clase obrera y de los campesinos.
Los partidos comunistas, en general, cayeron también en el pragmatismo utilitarioelectoral, abandonando el programa de clase y la exclusión que éste supone respecto de 8 Una crítica a mi juicio excelente al CME, en Jacques Valier, El partido comunista francés y el capitalismo monopolista de Estado, México, Ediciones Era, 1978.
otras clases sociales. Sin embargo, a diferencia de los partidos socialdemócratas europeos, los comunistas, dentro y fuera de Europa, no lograron aumentar la votación en su favor, sino que incluso ésta disminuyó, aun en la Federación Rusa donde, en opinión del experto Kagarlitsky, el PC, después de una severa escisión, se puede dar por desaparecido desde mediados de julio de 2004. Para 1988 el antiguamente poderoso Partido Comunista Francés obtuvo la misma votación que el ultraderechista Frente Nacional en las elecciones presidenciales y en los siguientes comicios le fue peor. En México los comunistas mexicanos, incluso cambiando el nombre de su partido, vieron descender la votación en su favor. Y junto con ellos, los otros partidos que eran o se presentaban de izquierda. El pragmatismo, ciertamente, no se tradujo en triunfos para los comunistas. Su crisis no se hizo esperar: en la mayor parte de los países en donde existían partidos comunistas, estos desaparecieron o se transformaron en otro tipo de organizaciones partidarias, pluriclasistas, con una ideología difusa y, por supuesto, no anticapitalistas (con algunas excepciones).
Queriendo ganar, perdieron.
La gran tragedia de los partidos, especialmente de los partidos reformistas de izquierda, es que adoptaron las estrategias de la derecha, se desdibujaron ideológicamente, disminuyeron sus programas de acción y sus proyectos para el caso de que tuvieran el poder, y terminaron por parecerse a los partidos que antes combatían. Peor aún, cuando algunos partidos de izquierda (socialdemócrata) han ganado el gobierno han seguido políticas muy semejantes a las de los partidos de derecha también en el gobierno. Y con la expansión del neoliberalismo como corriente ideológica dominante en la actual globalización económica, no han logrado un sello especial que los distinga de los gobiernos propiamente de derecha ante las consecuencias de sus políticas. De aquí, en buena medida, que sean repudiados en las elecciones, no sólo con votos de castigo sino con la indiferencia o la abstención electoral de millones de ciudadanos, sobre todo jóvenes.
En este orden de ideas, los partidos que no han asumido el pragmatismo utilitarioelectoral, aunque participen en elecciones, concretamente los partidos de izquierda radical, no son ni pueden ser, por sus posiciones clasistas y definidamente anticapitalistas (socialistas), competitivos. Por esta razón los sufragios en su favor son pocos, proporcionalmente hablando. La mayoría de los dirigentes de la izquierda radical, tanto en Europa como en América Latina, no parece coincidir con lo que para mi y otros autores es una evidencia: que una cosa es la lógica de la participación de los partidos de esta corriente en los movimientos sociales, donde suelen ser ampliamente reconocidos, y otra la lógica de la participación electoral en la que obtiene pocos votos.9 La lógica de los movimientos sociales, sobre todo de tipo reivindicativo o defensivo, se dirige a conseguir o mantener algo concreto (mejores condiciones de trabajo y de salario, empleo, jubilaciones, tierra, seguridad, etcétera), en tanto que la lógica de las elecciones se desarrolla en el ámbito de lo posible apostando a la más alta probabilidad de éxito entre partidos competitivos, es decir al voto útil que, frecuentemente, se puede identificar con el voto de castigo.
La gente común, incluso la que participa en movimientos muy beligerantes pero que no milita en un partido, tiende a votar por el candidato y el partido que le significan una pequeña esperanza a sus aspiraciones pero que, a la vez, tienen probabilidades de triunfo. A este voto es al que le llamo útil, útil porque hay probabilidades de ganar, en tanto que el voto por un partido sin probabilidades es un voto no útil (que no quiero llamar inútil aunque sean sinónimos). ¿Y qué partidos tienen mayores probabilidades de triunfo? Aquellos con 9 Entre esos otros autores quisiera destacar a Alex Callinicos en su artículo "Don’t duck the politics", Socialist Worker 3/04/04.
posiciones plurales que en política se acercan al centro (al centro derecha o al centro izquierda), puesto que las mayorías de una sociedad, plural por definición, son las que le dan el triunfo a un partido o a otro, y estas mayorías son, en lo fundamental, conservadoras, temerosas de los cambios y de los extremismos.
Mención aparte merecen los partidos de ultraderecha, especialmente en Europa donde intentan ganar espacios de poder mediante las elecciones. (En América Latina y en Estados Unidos los partidos de ultraderecha han jugado y juegan papeles diferentes a los de Europa, además de mantener posiciones diversas que impiden una clasificación más o menos común para todos.) La ultraderecha europea de la actualidad, si bien es más ideológica que la derecha, comparte con ésta un cierto pragmatismo que podríamos llamar de coyuntura. Se trata de un pragmatismo basado más en sentimientos generalizados de la población mayoritaria que en justificaciones ideológicas basadas en filosofías que merezcan esta denominación. Uno de estos sentimientos es culpar del desempleo y de la inseguridad (a veces exagerada) a los inmigrantes, así como a los grandes capitales que han atentado ciertamente contra los pequeños y los medianos. En este punto también se diferencian de las amplias derechas, pues en contraste con éstas, las ultraderechas no coinciden con las supuestas bondades de la unificación europea, y menos a partir de la incorporación de los países del Este.
Gracias a la explotación de estos sentimientos (y subrayo sentimientos) es que la ultraderecha, en algunos países del llamado viejo continente, ha ganado posiciones de gobierno, con frecuencia local, y ha aumentado la votación a su favor en los últimos años, incluso restándole votos a partidos de izquierda que antes lograban canalizar la simpatía de los desempleados y de los trabajadores de más bajos ingresos, como fue el caso de los partidos comunistas.

Los efectos del pragmatismo en relación con los partidos

Con la adopción del pragmatismo utilitario-electoral, como hemos visto, los partidos del amplio espectro de la izquierda perdieron definición, y aunque el centro-izquierda de origen socialdemócrata ha conseguido mantener un alto nivel de simpatías electorales y ha ganado por momentos gobiernos y mayorías en los parlamentos, una vez en estas posiciones no ha logrado, si acaso fueron esas sus intenciones, que la pobreza y las desigualdades sociales se hayan mitigado.10 Este hecho, así planteado de manera general, ha provocado que anchas franjas de la población se decepcionen de la política, de los partidos y de los políticos, y no acudan a las urnas.
La globalización neoliberal de los últimos 25 años, ciertamente se ha visto acompañada de una mayor democratización formal en cada vez más países, pero a la vez ha producido más pobreza y crecientes desigualdades sociales. De aquí se deduce que la democracia formal y la prosperidad de los pueblos no guardan ninguna correlación. Una investigación, por ahora fuera de mi alcance, quizá demostraría que en el mundo votan más personas ahora que hace 30 o 40 años, y no sólo por el crecimiento demográfico, pero en los países donde las elecciones existen desde hace un siglo o más se aprecia que la abstención en términos relativos ha aumentado; quizá porque los pobres y los miserables no 10 El caso de Chile podría ser ilustrativo: En 1990, con Patricio Aylwin en la presidencia, los ingresos del decil más pobre de la población correspondían a 1.4 por ciento y los del decil más rico a 42.2, pero en 2000, con un gobierno en el que han participado socialistas y socialdemócratas, esta proporción era de 1.1 y 42.3 respectivamente. Véase Ángel Guerra, "El milagro chileno",
ALAI-amlatina@alainet.org, 2004.
encuentran las ventajas derivadas de la ampliación de la democracia formal.11 Si a este fenómeno le agregamos el hecho de que los partidos competitivos se parecen entre sí por sus planteamientos y programas, los ciudadanos no tienen especiales motivos para comprometer su voto por ninguno de ellos, y tampoco por los que tienen pocas probabilidades de ganar por ser más ideológicos (y excluyentes) que los demás.
La izquierda socialista, aunque reducida, carga sobre sus hombros el peso del fracaso de los llamados países socialistas. Si bien estos países nunca llegaron a ser propiamente socialistas, para la gente común no especializada en estos temas sí lo fueron, tanto porque la persistente propaganda anticomunista decía que eran comunistas (para atacarlos) como porque estos también lo afirmaron para defender sus posiciones. De este modo, si fracasaron los países llamados comunistas la conclusión lógica y generalmente aceptada entre no especialistas fue que el socialismo/comunismo fracasó. Si a esto se añade que el llamado socialismo no sólo no fue democrático sino muy limitado por cuanto a libertades y derechos humanos, los partidos de esta denominación habrían de perder simpatías entre los electores, particularmente entre los jóvenes formados en el periodo de ampliación democrática mundial y de la caída del "comunismo". No parece casual que Mitterrand en su campaña electoral de 1988 no haya mencionado la palabra socialismo una sola vez, a pesar de haber sido el candidato del Partido Socialista y de que en su campaña de 1981 sí se refirió al concepto. Ya en esos momentos, con Gorbachov en el gobierno de la URSS, el socialismo como idea era cuestionado no sólo en Francia sino en toda Europa, la occidental y la oriental. Y ya conocemos cuáles fueron sus estruendosos resultados.
Tampoco parece casual que la socialdemocracia iniciara en esos años, especialmente en los 90 del siglo pasado, su declinación. Este fenómeno ha podido verse no sólo en el Parlamento Europeo sino en la conformación de los gobiernos occidentales desde Noruega hasta Italia. Prácticamente la relación izquierda-derecha se ha invertido: de una mayoría de gobiernos socialdemócratas (solos o en coalición) a una mayoría de gobiernos de derecha, en algunos casos, aunque muy pocos, en alianza con partidos de ultraderecha.
Finalmente, entre las nuevas izquierdas llamadas genéricamente altermundistas, que suman cientos de miles de activistas en muchos países, el pragmatismo de los partidos grandes (competitivos) y el fracaso del llamado socialismo han influido considerablemente.
Los altermundistas, en su mayoría jóvenes, han tendido más al movimientismo que a la organización con objetivos y estrategias. En los cuatro foros mundiales que ha habido hasta ahora se han opuesto a obtener conclusiones y declaraciones conjuntas de índole propositiva por considerar que éstas los dividirían. De hecho, un alto porcentaje, según apreciaciones de algunos participantes, se ha opuesto no sólo a los gobiernos por el hecho de ser tales, sino también a los partidos y a la participación en elecciones. El anarquismo, por definición anti-autoritario, parece ser el esquema conceptual más atractivo para los jóvenes altermundistas, por lo que el "que se vayan todos" ha sido una consecuencia lógica (no necesariamente racional) del desprestigio de la política, de los partidos y de los gobiernos que no han sabido (o querido) resolver los grandes problemas mundiales que vivimos.
Debería de ser evidente que si los partidos políticos, en particular los que se precian de ser competitivos, han abandonado principios y programas con definición clasista, al llegar al gobierno no puedan (o no quieran) comprometerse con políticas que pudieran ser interpretadas como contrarias al mantenimiento del statu quo y a sus principales y 11 Para un mayor desarrollo sobre este tema puede consultarse mi libro Derechas y ultraderechas en el mundo, México, Siglo XXI Editores, 2004.
poderosos beneficiarios. La falta de compromiso político de los gobiernos con las mayorías de sus países, como señalara Bernardo Kliksberg —asesor del BID—, es una de las principales razones por las cuales han crecido la pobreza y las desigualdades sociales.12 Y esta falta de compromiso viene desde antes, de los partidos políticos competitivos que, para serlo, no han querido comprometerse o, habiéndolo hecho, como fue el caso del Movimiento Unidad Plurinacional Pachakutik - Nuevo País en Ecuador, con Lucio Gutiérrez como candidato, una vez en el poder rompió todos sus compromisos. Algo semejante se le reclama a Lula y al Partido de los Trabajadores en Brasil a un año y medio de gobierno.

Una conclusión

La crisis de la política obedece en parte a la crisis de los partidos, y ésta tiene su origen en el pragmatismo utilitario-electoral que se refleja, al alcanzar posiciones de poder, en la falta de compromiso político de gobernantes y representantes parlamentarios con las necesidades nacionales y de soberanía, y con las necesidades mayoritarias de la población en un marco de justicia social. La ampliación de la democracia formal, innegable en nuestros días, no se ha visto acompañada de ventajas económicas y sociales para las mayorías ni para los jóvenes cada vez con menores expectativas de realización humana. Por esta razón, al menos, la democracia formal no es asumida como bandera de pobres y miserables que preferirían carecer de ella con tal de que tuvieran sus necesidades básicas cubiertas. El 45 por ciento de los latinoamericanos apoyaría a un gobierno autoritario si resolviera los problemas económicos; es decir, casi la mitad de los latinoamericanos prefiere el desarrollo económico a la democracia.13 De aquí que el juego político, las elecciones, la alternancia, los gobiernos y los partidos, a pesar de la ampliación democrática, no inspiren confianza entre las mayorías de la población, especialmente en los países subdesarrollados donde las desigualdades sociales son muy evidentes.
¿Qué hacer para devolverle a los partidos la credibilidad que tuvieron en el pasado? Este es el gran reto para los dirigentes partidarios y para los estudiosos del tema, pues no visualizo grandes sociedades sin partidos ni formas de representación distintas en un mundo suficientemente complejo como para pensar en cambios sin la participación de gobiernos.
12 Bernardo Kliksberg (compilador), ¿Cómo enfrentar la pobreza? (Aportes para la acción), Buenos Aires, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo y Grupo Editor Latinoamericano, 1992, pp. 12-13.
13 José Blanco, "Círculo de hierro", La Jornada, 27/04/04, con base en La democracia en América Latina, informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 2004.