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La Izquierda debate

Estudio sobre las redes estadounidenses de influencia
Cuando la CIA financiaba a los intelectuales europeos

Denis Boneau *
Red Voltaire

Para contrarrestar la influencia soviética en Europa, los Estados Unidos crearon a fines de la II Guerra Mundial una red de élites pronorteamericanas. De ese modo, la CIA financió el Congreso por la Libertad de la Cultura, en el cual participaron numerosos intelectuales europeos entre los que se destacaron Raymond Aron y Michel Crozier. Encargadas durante la Guerra Fría de elaborar una ideología anticomunista aceptable en Europa, tanto por la derecha conservadora como por la izquierda socialista y reformista, esas redes fueron reactivadas por el gobierno de Bush. Hoy constituyen la caja de resonancia europea de los conservadores estadounidenses.

Raymond y Suzanne Aron, Michael Josselson y Denis de Rougemont

(c) Diana Josselon.

En 1945, arruinada por la Segunda Guerra Mundial, Europa se convierte en el blanco de luchas de influencia entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, que desean dominar el continente. Para refrenar el avance de los partidos comunistas en Europa, desde 1947 los gobiernos estadounidenses aplican una política intervencionista apoyada en los servicios secretos, principalmente en la CIA.

Por una parte, se trata de desarrollar un grupo de élites pro estadounidenses mediante el Plan Marshall, secundado en Francia por el Comisariado del Plan y, por otra, de financiar a los intelectuales anticomunistas. Ese proyecto de diplomacia cultural toma cuerpo con la fundación del Kongress für Kulturelle Freiheit (Congreso por la Libertad de la Cultura), que agrupa a figuras por lo general implicadas en diversas operaciones de injerencia estadounidense en Europa (comisiones de modernización, proyecto de una Europa federal...).

Financiado en secreto durante 17 años por la CIA hasta el escándalo de 1967, el Congreso por la Libertad de la Cultura constituye la punta de lanza de la diplomacia cultural estadounidense de la posguerra. Intelectuales, escritores, periodistas, artistas se reúnen para elaborar un programa diplomático cuyo objetivo es la derrota ideológica del marxismo. Revistas, seminarios mediatizados, programas de investigación, la creación de becas universitarias, el desarrollo de redes de relaciones informales permiten que la organización ejerza un verdadero impacto en los medios universitarios, políticos, artísticos...

Durante 25 años, el Congreso por la Libertad de la Cultura recluta intelectuales para construir redes duraderas de injerencia en Europa, especialmente en Francia, país designado como uno de los objetivos prioritarios de Washington. Tales redes sobrevivieron a la disolución de la organización y fueron reactivadas actualmente por el gobierno de Bush.

Hoy constituyen la caja de resonancia europea de la diplomacia cultural trazada por los neoconservadores y por los neoliberales estadounidenses, ellos mismos salidos de las filas del Congreso por la Libertad de la Cultura.

El surgimiento del Kongress für Kulturelle Freiheit

El Kongress für Kulturelle Freiheit surgió en junio de 1950 en Berlín en la zona de ocupación estadounidense. El secretario general de la reunión, Melvin Lasky, es un periodista neoyorquino que reside en Alemania desde finales de la guerra. Militante de la izquierda antiestalinista, pasa a ser redactor en jefe de Der Monat (El mes), revista creada en 1947 con el apoyo de la Office of Military Government of the United-States y particularmente del general Lucius Clay, «procónsul» de la zona de ocupación estadounidense en Alemania.

Melvin Lasky

Apoyado por un comité «no oficial e independiente», Melvin Lasky trata de agrupar a intelectuales liberales y socialistas en una organización única, una «internacional» anticomunista. El comité de apoyo incluye a personalidades como el filósofo alemán Karl Jaspers, el socialista francés Léon Blum, a escritores franceses como André Gide y François Mauriac, a profesores universitarios como Raymond Aron y a intelectuales estadounidenses como James Burnham y Sidney Hook, principales teóricos de los New York Intellectuals. Aunque el Congreso reúne a personalidades del mundo entero, incluido el Tercer Mundo, su campo de acción es exclusivamente europeo.

El Congreso por la Libertad de la Cultura es controlado por intelectuales estadounidenses, en su mayoría trotskistas neoyorquinos como Sol Levitas, animador de la publicación New Leader, y Elliot Cohen, fundador de Commentary [1], así como por partidarios de la Europa Federal (Altiero Spinelli, Denis de Rougemont...).

Por detrás de la fachada pública, las instancias dirigentes del Congreso mantienen múltiples conexiones con las redes de injerencia estadounidense de la posguerra: la administración del plan Marshall y también el American Comittee for United Europe (ACUE).

Creado durante el otoño de 1948 con el apoyo de personalidades gubernamentales (Robert Paterson, secretario de Guerra, Paul Hoffman, Jefe de la administración del Plan Marshall, Lucius Clay), y financiado por la CIA, el ACUE se encarga de promover la construcción de una Europa federal, de acuerdo con los intereses de Washington [2].

Este acercamiento es incluso reivindicado públicamente en 1951, cuando Henri Freney, en nombre del ACUE, se reúne con carácter oficial con los responsables del Congreso por la Libertad de la Cultura.

Un manifiesto: la era de los organizadores de James Burnham

El Congreso por la Libertad de la Cultura se basa en un manifiesto, la obra de James Burnham publicada en 1941: The managerial revolution [3]. Este libro plantea el surgimiento de una nueva ideología: la retórica tecnocrática.

Contra la filosofía marxista de la Historia, basada en la lucha de clases, James Burnham insiste en el fracaso económico e ideológico de la Unión soviética y anuncia el advenimiento de la «la era de los managers». En su criterio, tanto en el Este como en Occidente, una nueva clase dirigente posee el control del Estado y de las empresas; dicha clase, llamada de los directores, enfoca de manera nueva la distinción entre capital y trabajo.

James Burnham, por tanto, rechaza indirectamente las tesis marxistas de la filosofía de la historia (al afirmar que la dicotomía capital/salario es ya obsoleta) y la perspectiva de la victoria de las democracias parlamentarias (al pretender que la decisión pase del Parlamento a las oficinas). De hecho, los políticos y los propietarios tradicionales son reemplazados gradualmente por una nueva clase de técnico, de managers.

Con esta teoría, que debe recordarse es el movimiento tecnocrático de los «sinarcas» en los años 30, Burnham se erige en vocero de una visión alternativa del futuro «ni de izquierda, ni de derecha» según la expresión de Raymond Aron. Y ése es precisamente el objetivo: enrolar en la cruzada anticomunista a los conservadores y, sobre todo, a los intelectuales de la izquierda no comunista. Esas tesis son inseparables de la trayectoria social del autor.

Hijo de un dirigente de una compañía de ferrocarriles, después de estudiar en Oxford y Princeton, James Burnham se da a conocer con la creación de la revista Symposium. Abandonando la filosofía tomista, se interesa por la traducción de la primera obra de Trotski, The history of the russian revolution (La historia de la revolución rusa). Conoce a Sidney Hook y se enfrasca en actividades políticas trotskistas con la fundación en 1937 del Socialist Workers Party.

Al cabo de un período de militancia (participa en la IV Internacional), una polémica con Trotski sirve de punto de partida para su conversión política. Así, en 1950, participa en la creación del Congreso por la Libertad de Cultura en Berlín, donde ocupa cargos importantes hasta fines de los años 60. No obstante, a pesar de su participación en las redes del Congreso, «marcado» por su pasado revolucionario, James Burnham pierde su cargo universitario durante el período del maccartismo.

Es en el marco de ese viraje político -del trotskismo a la lucha anticomunista- que James Burnham escribe The managerial revolution, que constituye un instrumento práctico de conversión (tanto para su autor como para los demás miembros del Congreso, a menudo provenientes también de los círculos trotskistas, en especial los New York Intellectuals [4]).

La importación-exportación de la retórica de la Tercera Vía

La retórica de la Tercera Vía («el fin de las ideologías», «la competencia técnica de los dirigentes») agrupa en toda Europa Occidental a grupos políticos que participan en las actividades del Congreso, verdadero think tank [centro de investigación, de propaganda y divulgación de ideas, generalmente de carácter político] encargado de elaborar una ideología anticomunista aceptable en Europa, tanto por la derecha conservadora como por la izquierda socialista y reformista.

En Francia, tres corrientes políticas colaboran con el Congreso: los militantes del ex RDR (Roussy y Altman), los intelectuales gaullistas (partidarios del famoso general francés De Gaulle) de la revista Liberté de l’esprit (Libertad del espíritu) como el escritor francés Malraux, y los federalistas europeos.

La doctrina oficial del Congreso es sobre todo elaborada por los New York Intellectuals. Sus publicaciones son difundidas en los países europeos por «pasadores» transatlánticos que garantizan el traslado de esa información como ocurre con Raymond Aron, quien desde un inicio se vinculó con la traducción del libro L’ère des organisateurs (La era de los organizadores); Georges Friedmann, quien retoma las tesis de Daniel Bell, autor de The end of ideology (El fin de la ideología) publicada en 1960...

En Francia, esos «pasadores» son esencialmente intelectuales relativamente marginados en los medios universitarios; el Centro de Estudios Sociológicos (CES) constituye una de las canteras de reclutamiento del Congreso, en la estela del Comisariado del Plan [5].

Los planificadores, en efecto, atribuyen la mayor parte de los créditos de investigación a los economistas y sociólogos que desean enrolar con el objetivo de legitimar sus decisiones. De ese modo, Edgar Morin, Georges Friedmann, Eric de Dampierre, investigadores del CES, están presentes en el Congreso aniversario de 1960.

Edgar Morin

Los intelectuales franceses del Congreso tienen su medio de expresión en la revista Preuves (Pruebas), equivalente francesa de Der Monat (El Mes). El reclutamiento es garantizado por el delegado parisino al Congreso, cargo que ocupa un intelectual neoyorquino, Daniel Bell, quien otorga créditos de investigación y becas de estudio (en los Estados Unidos) a jóvenes intelectuales europeos a cambio de su colaboración en la lucha anticomunista.

Esa eficaz estrategia de reclutamiento culmina en la «desmarxización» (según la expresión utilizada por Domenach, director de Esprit) de determinados círculos intelectuales más o menos vinculados al Partido Comunista.

Raymond Aron: un intelectual de la primera generación

Raymond Aron, implicado en las actividades francesas del Congreso hasta el escándalo de 1967, es el importador de las tesis de los New York Intellectuals. En 1947 hace traducir el libro de su amigo James Burnham (el socialista Léon Blum hace el prólogo de la primera edición de L’ère des organisateurs) y organiza la difusión de las teorías de la Tercera Vía.

Después de la publicación de L’homme contre les tyrans (El hombre contra los tiranos) en 1946 y del Grand schisme (El gran cisma) en 1948, verdaderos manifiestos de los conservadores franceses, Raymond Aron se incorpora a las redes del Congreso desde su creación en Berlín en 1950.

Fuertemente implicado en sus estructuras de decisión, en plano de igualdad con Michel Colliny y Manès Sperber, Raymond Aron es también reconocido como uno de los principales teóricos de «la Internacional» anticomunista.

En 1955, en la conferencia internacional de Milán, es uno de los cinco oradores que intervienen en la sesión de apertura (conjuntamente con Hugh Gaitskell, Michael Polanyi, Sidney Hook y Friedrich von Hayek [6]).

Ese mismo año publica L’opium des intelectuales (El opuim de los intelectuales), texto inspirado en las ideas de James Burnham, donde denuncia la neutralidad de los intelectuales de la izquierda no comunista. En 1957, redacta el prefacio de La révolution hongroise, Histoire du soulèvement (La revolución húngara, Historia de una revuelta) de Melvin Lasky y François Bondy, dos importantes figuras del Congreso.

Nacido en 1905, en «una familia de la burguesía media del judaísmo francés» [7], Raymond Aron, normalista (1924), profesor agregado (1928), en vísperas de la II Guerra Mundial cursa una carrera de filosofía. En 1948, a pesar del éxito de las tesis fenomenológico-existencialistas, no es seleccionado para suceder a Albert Bayy en la universidad de la Sorbona y se ve obligado a aceptar cargos, relativamente poco prestigiosos, en escuelas gubernamentales (ENA, IEP París).

Paralelamente a ese revés, asume posiciones importantes en el sector periodístico (es editorialista del diario parisino Figaro de 1947 a 1977, labora en la revista L’Express hasta su muerte en 1983) y en la esfera política (en 1945, es miembro del gobierno del general De Gaulle).

Esta conversión a la «derecha» (en vísperas de la guerra, Aron es un intelectual socialista), en momentos en que Sartre domina el escenario intelectual, se ve intensificada por su participación en las redes del Congreso y por su participación activa en las comisiones de modernización organizadas por la Asociación Francesa para el Crecimiento de la Productividad, creada en 1950 con carácter adjunto al Comisariado del Plan.

La fabricación de un intelectual «pronorteamericano»: la trayectoria política de Michel Crozier

Michel Crozier

Michel Crozier, otro miembro del dispositivo, puede ser considerado como un producto fabricado por las redes del Congreso, al que se integra a fines de los años 50; su recorrido refleja las formas en son utilizados los jóvenes intelectuales en el marco de la diplomacia cultural estadounidense.

A principios de los años 50, Michel Crozier es un joven intelectual conocido gracias al éxito de un artículo publicado en Les temps modernes, la revista dirigida por Sartre. En ese texto, titulado «Human engineering», el autor ataca virulentamente el New Deal, condena el enrolamiento de los científicos y denuncia los métodos del patronato.

El artículo es fundamentalmente «antinorteamericano», «ultraizquierdista». Michel Crozier participa además en «Socialisme et Barbarie», grupo dirigido por Cornelius Castoriadis y funda La tribune des peuples (La Tribuna de los Pueblos), una revista tercermundista; lo apoya Daniel Guérin, un trotskista francés.

En 1953, Michel Crozier rompe con las redes del trotskismo francés e ingresa en el grupo Esprit, donde publica un artículo criticando a la intelectualidad de izquierda. Esa ruptura es reforzada por el encuentro en 1956 con Daniel Bell, delegado parisino del Congreso. Este último le facilita a Crozier una beca de estudios en Stanford. [8]

En 1957 participa en el congreso de Viena. Su intervención en el sindicalismo francés se publica en Preuves.

Como parte de las redes de los pasadores, Michel Crozier participa en las comisiones de modernización y se convierte, junto con Raymond Aron, en uno de los principales ideólogos de la Tercera Vía. Redacta una parte del manifiesto del club Jean Moulin [9], agrupación de personalidades allegadas a los planificadores (Georges Suffert, Jean Ripert, Claude Gruson). Dicho texto resume fielmente las directivas de la propaganda de la Tercera Vía: fin de las ideologías, racionalidad política, participación de los obreros en la gestión de la empresa, desvalorización de la actividad parlamentaria y promoción de los tecnócratas...

En 1967, gracias al apoyo de Stanley Hoffmann (colaborador de Esprit y fundador del Center for European Studies), Michel Crozier es reclutado en Harvard. Entra en contacto con Henry Kissinger y Richard Neustadt, ex asesor de Truman, autor del best-seller The power of presidency. Por intermedio de un club organizado por Neustadt, Michel Crozier se reúne con frecuencia con Joe Bower, el protegido de MacGeorge Bundy, jefe del Estado Mayor de Kennedy y de Johnson y presidente del staff de la Fundación Ford.

Después del escándalo de 1967, Michel Crozier, intelectual «pronorteamericano» fabricado por el Congreso, es una de las figuras solicitadas para reconstruir la organización anticomunista.

Del Congreso por la Libertad de la Cultura a la Asociación Internacional por la Libertad de la Cultura

En 1967 estalla de hecho el escándalo del financiamiento oculto del Congreso por la Libertad de la Cultura, hecho público en plena guerra de Vietnam por una campaña de prensa. No obstante, desde 1964, el diario New York Times había publicado una investigación sobre la fundación Fairfield, principal proveedor oficial de empréstitos del Congreso, y sus vínculos financieros con la CIA.

En esa época, la agencia de inteligencia estadounidense, por intermedio de James Anglyon [10], trató de censurar las referencias al Congreso.

Los dirigentes del Congreso hacen una limpieza en la organización con la ayuda de la Fundación Ford que, desde 1966, asume todo el financiamiento. Con motivo de esa reorganización, MacGeorge Bundy propone a Raymond Aron presidir la reconstrucción del Congreso; éste se niega en 1967, alarmado por el escándalo desencadenado en Europa.

Ese año, a pesar de una campaña de calumnias organizada por los servicios secretos [11], un artículo de la revista Ramparts provoca una ola de escándalos sin precedentes en la historia del Congreso por la Libertad de la Cultura.

Thomas Braden (llegado a la CIA en 1950, encargado de organizar la División Internacional de Oposición al Comunismo) confirma el financiamiento oculto del Congreso en un artículo con título provocador: «Me siento orgulloso de que la CIA sea amoral».

Después de los sucesos de Mayo de 68, Jean-Jacques Servan-Schreiber, una de las figuras principales del club «Jean Moulin», autor de un ensayo conocido del otro lado del Atlántico (el best-seller Le défi américain (El desafío americano) publicado en 1967), viaja a Princeton como «quasi-Jefe-de Estado [...] acompañado por una corte que sorprenderá a de más de una persona» [12].

Michel Crozier es encargado de redactar las conclusiones del seminario de Princeton para la prensa internacional (el seminario de Princeton es la primera reunión de la Asociación Internacional).

A partir de 1973, MacGeorge Bundy reduce gradualmente las actividades de la Fundación Ford en Europa. La Asociación Internacional pierde su influencia y deja de existir (a pesar de la creación de organizaciones paralelas) en 1975, fecha de la firma de los acuerdos de Helsinki.

Al igual que el Plan Marshall, la ACUE y el ala militar del stay-behind, el Congreso por la Libertad de la Cultura contribuyó a instalar de manera estable en Europa, en el contexto de la Guerra Fría, a elementos dependientes de los créditos norteamericanos encargados de llevar a la práctica la diplomacia injerencista concebida en Washington.

Esta colaboración continúa hoy en Francia por medio de la ayuda brindada por las fundaciones estadounidenses a los intelectuales de la nueva Tercera Vía francesa.

Denis Boneau
Periodista francés, miembro de la sección francesa de la Red Voltaire
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