La Izquierda debate
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Pensar la decadencia
El
concepto de crisis a comienzos del siglo XXI.
Jorge Beinstein
jorgebeinstein@yahoo.com
.
1. El concepto.
El concepto de crisis es
extremadamente ambiguo, ha tenido m�ltiples usos, muchas veces contradictorios.
A lo largo del siglo XX ha gozado de per�odos de enorme popularidad en contraste con otros donde su existencia futura, como
fen�meno social de amplitud y duraci�n significativas, era casi descartada. As�
ocurri� hacia finales de la era keynesiana, en los lejanos a�os 1960 y a�n muy
al comienzo de los 1970, en esa �poca el mito del estado burgu�s regulador,
domesticador de los ciclos econ�micos, hac�a que un economista prestigioso en
esa �poca como Marchal se�alara en 1963 que "en
el estado actual de los conocimientos y de las ideas, una crisis prolongada
ser�a imposible" (Marchal J. M, 1963). Mientras que el premio Nobel de
econom�a Paul Samuelson afirmaba poco antes de la crisis de 1973-74: "El National Bureau of Economics
Research� ha trabajado tan bien que de
hecho ha eliminado una de sus propias tareas principales, a saber: las
fluctuaciones c�clicas"�
agregando que "Gracias al
empleo apropiado de pol�ticas monetarias y fiscales, nuestro sistema de
econom�a mixta puede evitar los excesos de los booms y de las depresiones y
desarrollar un crecimiento sano y sostenido" (Mandel E., 1978).����� �
Pero antes de la primera guerra mundial en plena hegemon�a del liberalismo y de
la ideolog�a del progreso (que muchos supon�an indefinido) tambi�n era
subestimada la idea de crisis, arrojada��
al museo de antig�edades anarquistas y marxistas catastrofistas.� Pero el para�so se derrumb� en 1914.
Y m�s recientemente en los a�os 1990, sobre todo en el segundo lustro, en pleno
delirio burs�til, la prosperidad de Estados Unidos� sol�a ser presentada como el modelo del futuro, la matriz de un
capitalismo que finalmente hab�a logrado desatar una din�mica de crecimiento
imparable durante un largu�simo per�odo. Se nos explicaba que la revoluci�n
tecnol�gica hacia subir los ingresos y en consecuencia la demanda, incitando a
m�s revoluci�n tecnol�gica, aumentando la productividad laboral y generando
nuevos ingresos, etc. etc. Pero el c�rculo virtuoso de las tecnolog�as de punta
ocultaba al circulo vicioso de la especulaci�n financiera que termin� por
pudrir completamente a la mega fortaleza del capitalismo global. Ese frenes�
neoliberal de los 90 fue bendecido en sus comienzos por personajes como Francis
Fukuyama quien nos informaba que est�bamos entrando no solo en una era sin
crisis significativas sino en el mism�simo "fin de la historia" (Fukuyama F, 1990).
Como es sabido el origen del concepto de crisis es muy remoto, si nos
restringimos a la historia de Occidente suele ser situado en la Grecia Antigua,
lo emple� Tuc�dides en "La guerra
del Peloponeso" para se�alar el momento de decisi�n en la batalla pero
tambi�n la evoluci�n de la peste en Atenas atravesando ciertos puntos de
inflexi�n, y por supuesto Hip�crates, anclando el tema en la medicina donde
estuvo instalado con casi exclusividad durante muchos siglos en los que
apareci� t�midamente en algunas reflexiones sobre acontecimiento sociales.� �
Habr� que esperar el ingreso pleno a la modernidad (a partir del siglo XVIII y
sobre todo del XIX) para encontrar la expresi�n en su extensi�n actual
(curiosamente su destino es similar a los t�rminos� progreso
y decadencia). Hoy su ubicuidad, su
empleo abrumador lo ha terminado por convertir en una suerte de comod�n dif�cil
de encasillar.
M�s all� de las utilizaciones individuales o para fen�menos de peque�a
dimensi�n humana (grupales, etc.) y cuando entramos en los grandes procesos
sociales podemos distinguir "crisis" extremadamente breves de otras
de larga duraci�n (d�cadas, siglos), diferenciamos tambi�n las crisis de baja
intensidad de otras que sacuden profundamente a la estructura. Tambi�n podemos
distinguir a las causadas por la propia din�mica del sistema involucrado, es
decir� con causas end�genas, de la
provocadas por factores externos al mismo (causas ex�genas), ejemplo de las
segundas es la crisis catastr�fica producida en Am�rica a ra�z de la conquista
europea, ejemplo de las primeras son la crisis cl�sicas de sobreproducci�n del
capitalismo industrial que se insin�an desde comienzos del siglo XIX pero que
se expresan plenamente desde mediados del mismo.����� �
Cierto reduccionismo econ�mico las limita al momento de cambio de fase del ciclo cuando se pasa de la etapa de
crecimiento a la de recesi�n dejando de lado las turbulencias sist�micas que se
prolongan mucho m�s all� de esos momentos. �
Adem�s resulta saludable descartar la idea de crisis puramente econ�micas,
ellas forman siempre parte de un conjunto social m�s amplio abarcando hechos
pol�ticos, institucionales, culturales y muchos otros m�s.��� �
Simplificando tal vez demasiado podr�a definir a la crisis como una turbulencia
o perturbaci�n importante del sistema social considerado m�s all� de su
duraci�n y extensi�n geogr�fica, que puede llegar a poner en peligro su propia
existencia, sus mecanismos esenciales de reproducci�n. Aunque en otros casos le
permite a este recomponerse, desechar componentes y comportamientos nocivos e
incorporar innovaciones salvadoras. �
En el primer caso la crisis lleva a la decadencia y luego al colapso. En el
segundo a la recomposici�n m�s o menos eficaz o durable sea como supervivencia
dif�cil o bien como "crisis de
crecimiento", propia de organismos sociales j�venes o con reservas de
renovaci�n disponibles. �
En cualquier caso la crisis es un tiempo
de decisi�n donde el sistema opta (si hay lugar para ello) entre
reconstituirse de una u otra manera o decaer (tambi�n transitando alguno de los
varios caminos posibles). En la base de esta opci�n est� el fondo cultural que predispone hacia un
comportamiento u otro, la cultura no
como stock, como patrimonio inamovible, sino como evoluci�n, como din�mica de
seres vivientes que incluye espacios de creatividad reformista o revolucionaria
y espacios de rigidez, de conservadurismo letal. En ese sentido "la crisis propone pero la cultura
dispone" (Le Roy Ladurie, 1976), las sociedades� desarroll�ndose y agravando sus
contradicciones llegan a las crisis y de sus propias entra�as emergen (desde
una suerte de mara�a, de laberinto de memorias, de reservas hist�ricas)
se�ales, empujones, zancadillas, sabidur�as que alientan caminos futuros.
Obviamente nunca podemos hablar hist�ricamente de sistemas cerrados, es muy
raro encontrarlos en el pasado e impensable en el presente mundializado, pero
a�n hoy es superficial limitarnos a las "corrientes
globales de cambio" (imperialistas, perif�ricas, regionales, etc.) e
ignorar las especificidades producto
de largos y complejos procesos locales-globales, de supervivencias y
entrelazamientos de ciclos hist�ricos m�s o menos antiguos, etc.�� �
Como la crisis es un detonador, una caja de pandora, desde donde irrumpen
pasados supuestamente enterrados para siempre, iniciativas inconcebibles poco
antes de la turbulencia, interacciones de diversa amplitud geogr�fica;
constituye siempre una avalancha de "sorpresas"
muchas de ellas previsibles a condici�n de no estar sumergidos en la rutina
conservadora aferrada a la creencia ilusoria de que lo que fue y es seguramente
ser�.��� .
2. Las viejas crisis occidentales. .
Las crisis mejor estudiadas son las occidentales, reducidas a ese espacio o con
repercusiones m�s amplias incluso planetarias, lo que permite establecer una
larga secuencia hist�rica..
a. Precapitalismo: Roma..
Ahora a comienzos del siglo XXI cuando asistimos a la acumulaci�n de
incertidumbres en un planeta profundamente occidentalizado (inmerso en la
civilizaci�n burguesa) resulta sumamente �til iniciar el recorrido
remont�ndonos a la crisis multisecular del Imperio Romano.� En los �ltimos tiempos han proliferado
comparaciones, varias de ellas muy atractivas, entre la declinaci�n romana y la
situaci�n actual de Occidente. Denis Duclos por ejemplo establece tres
similitudes notables (Duclos Denis, 1997). En primer lugar : la agravaci�n
extrema de la opresi�n-explotaci�n de las clases inferiores del sistema, no
como primera acumulaci�n sangrienta, despiadada, apuntando a la expansi�n
imperial sino como ultimo recurso ante el estancamiento del proceso expansivo
cuya continuaci�n aporta m�s costos que beneficios. Al respecto Engels se�alaba
que en el comienzo del fin del Imperio "el
estado romano se hab�a convertido en una m�quina gigantesca y complicada con el
exclusivo fin de explotar a los s�bditos. Impuestos, gabelas y requisas de toda
clase, sum�an a la masa de la poblaci�n en una pobreza cada vez m�s miserable,
por las exacciones de los gobernantes, de los recaudadores, de los soldados...
(en consecuencia) los b�rbaros contra los cuales pretend�a proteger a los
ciudadanos eran esperados por estos como salvadores" (Fernandez
Urbi�a� J., 1982). La comparaci�n con la
sobre-explotaci�n actual de la periferia combinada con d�ficits crecientes
(fiscal, comercial...) en los Estados Unidos es inmediata. El caso de la
guerras coloniales de Irak y Afganist�n cuyo costo provoca graves problemas
financieros a la superpotencia, con grandes dificultades para enviar m�s tropas
al combate, puede ser f�cilmente comparado con situaciones similares del
Imperio romano declinante.�� �
En segundo t�rmino el distanciamiento f�sico de las clases altas respecto del
resto (actualmente el refugio de los ricos en sus "barrios privados" y residencias alejadas y en la Roma
decadente de la aristocracia en sus palacios rurales). Se trata de la
profundizaci�n del abismo social que reproduce de manera ampliada dos
subculturas cada vez�� m�s separadas, expresi�n
de la desvinculaci�n creciente de la �lite respecto de su base productiva. Pero
en ambos casos es tambi�n distanciamiento de los de arriba con relaci�n a sus responsabilidades p�blicas, la funci�n
integradora del Estado es despreciada, el Estado solo aparece como coto de caza, lugar de rapi�a. En el
mundo de hoy eso es evidente desde los pa�ses perif�ricos� hasta el centro del Imperio, Estados Unidos.
En Roma "desde el siglo IV ya no son
m�s lo grandes gastos en favor de su ciudad lo que distingue a un hombre (de la
clase alta)...el financiamiento de edificios p�blicos a trav�s de fondos
privados tiende a disminuir... el lujo se refugia en los palacios y residencias
rurales que devienen mundos aislados" (Rostovtzeff M. I., 1973).������ �
Como vemos, la privatizaci�n extrema� no
es una creaci�n original de los neoliberales y sus mafias financieras, hace m�s
de 1700 a�os la practicaba la decadente aristocracia romana.
En tercer lugar, la irrupci�n aplastante del parasitismo, en el caso de Roma
desde el siglo III, Rostovtzeff se refiere al predominio "de una nueva burgues�a mezquina... que utilizaba diversos
subterfugios para eludir las obligaciones impuestas por el estado y que fundaba
su prosperidad en la explotaci�n y la especulaci�n lo que no impidi� su
decadencia" ( Rostovtzeff, op. cit.). Nuevamente el paralelo con la
mafia financiera actual es inmediato. Pero tambi�n en ambos casos el poder
imperial (en� Roma desde el siglo III y
en Washington hoy) es visto por sus jefes como una maquina de pillaje, la
reproducci�n del sistema de dominaci�n, complejo articulador de iniciativas
productivas, culturales, pol�ticas, institucionales, militares... y de saqueo,
es casi reducido a esta �ltima funci�n lo que lleva a reemplazar la b�squeda de
consenso por el empleo de la sola fuerza bruta. Ayer las operaciones punitivas
de los emperadores romanos hoy Irak. Parasitismo, especulaci�n,
militarizaci�n...
Pero debemos ir m�s all� de los s�ntomas que acabo de se�alar y entender al
ciclo milenario de Roma, desde su origen modesto hasta la dominaci�n mundial, como un proceso donde la ciudad
esclavista de ciudadanos-soldados desarroll� su "conquista en una sucesi�n (expansiva) de c�rculos conc�ntricos
produciendo una creciente depredaci�n de hombres y productos de la periferia.
Lo propio de dicho sistema era que exclu�a entre otras cosas el estado
estacionario, solo pod�a subsistir incorporando nuevas zonas de pillaje"
(Chaunu P., 1981). Se trataba de una din�mica imparable de enriquecimiento del
centro imperial que generaba nuevas necesidades de conquista. Cuando hacia el
siglo II el Imperio alcanz� aproximadamente los tres millones de kil�metros
cuadrados, llagando hasta la Mauritania�
y Armenia, cubri� la m�xima superficie de territorio habitado explotable
dadas las condiciones t�cnicas� (medios
de comunicaci�n y transporte) de la �poca. En ese punto de inflexi�n la
reproducci�n del sistema solo pod�a proseguir aumentando los niveles de
explotaci�n de recursos naturales y humanos del espacio ya conquistado. La
acumulaci�n hab�a tocado techo, los mecanismos de reproducci�n comenzaron a
generar crecientes desarrollos parasitarios, el consenso interior se fue
deteriorando al ritmo de la autofagia del sistema.� El siglo III marc� el principio de la decadencia.���������� �
Dicho en otros t�rminos la victoria "planetaria" del Imperio, la
ocupaci�n de todo el �mundo�
(t�cnicamente) posible se�alaba el principio de una crisis-declinaci�n que se
prolong� durante varios siglos hasta la desintegraci�n f�sica completa del
sistema. Solo diecisiete siglos despu�s, hacia 1900, Occidente volvi� a ocupar
su espacio m�ximo, esta vez
coincidente con la totalidad del planeta. En ese momento salvo Jap�n y algunos
territorios� marginales, el mundo estaba
integrado por pa�ses occidentales, colonias y semicolonias de Occidente. �
La crisis del imperio romano estuvo atravesada en su etapa inicial por
tentativas fracasadas de recomposici�n para entrar luego en la decadencia. Fue
una crisis larga, multisecular que engendr� formas aut�rquicas de supervivencia
hasta llegar a estructuras institucionales que agrupaban, conservaban
interrelaciones, lazos culturales, comunicaciones, parasitando durante mucho
tiempo sobre los restos del antiguo imperio para ir engendrando poco a poco
formas renovadas, aunque restringidas� de
articulaci�n del viejo espacio. La Iglesia cumpli� un rol esencial no solo de
preservaci�n de cierta continuidad cultural sino tambi�n de preparaci�n del
pr�ximo salto imperial de Occidente.
Visto desde el futuro de ese universo decadente, es posible afirmar que la
desintegraci�n fue desarrollando los embriones de lo que a mediados del milenio
siguiente ser�a el camino capitalista de dominaci�n mundial. Le Roy Ladurie lo
afirma de manera contundente: "la
inmensa crisis post-imperial del segundo tercio o de la segunda mitad del
primer milenio de la era cristiana gener� un dato socioecon�mico radicalmente
nuevo; m�s all� de la �poca medieval, prefigura y prepara nuestra modernidad
capitalista" (Le Roy Ladurie, op cit).����� .
.
b. Protocapitalismo..
En el largo per�odo que se extiende entre el a�o 1000 y el comienzo del siglo
XVIII podemos distinguir dos grandes crisis seculares: la de mediados del siglo
XIV (hasta mediados del siglo XV) y la del siglo XVII, ambas pueden ser
incluidas en el t�rmino com�n de crisis del protocapitalismo.� �
El proceso de decadencia se revierte completamente hacia comienzos del nuevo
milenio cuando se produce en Occidente la convergencia� de tres fen�menos. En primer lugar una
revoluci�n t�cnica que genera un significativo crecimiento de la productividad
agr�cola; la reintroducci�n masiva de los molinos de agua, las mejoras de
semillas, el empleo de instrumentos de hierro. Se establece as� un c�rculo
virtuoso involucrando a la artesan�a y la agricultura conformando lo que autores
como Gimpel denominan "revoluci�n industrial" de la baja Edad Media
(Gimpel J., 1985).
Segundo, la extensi�n de redes comerciales en el interior del territorio y su
conexi�n con polos de comercio mar�timo, lo que impulsa la reproducci�n de una
burgues�a mercantil que comienza a presionar sobre las estructuras productivas
existentes. Y tercero,� hecho decisivo,
el retorno del pillaje colonial motorizado por las Cruzadas. Todo ello desata
una ola de prosperidad protocapitalista y la consiguiente explosi�n demogr�fica:
la poblaci�n de Europa Occidental se duplica entre aproximadamente los a�os
1100 y el 1300 (Gaudin T., 1988).������ �
Pero la expansi�n colonial se frustra porque las cruzadas no logran� restaurar el dominio occidental sobre el
Mediterr�neo y el saqueo prolongado y sistem�tico de su zona de influencia. Lo
que bloquea la fuente decisiva de recursos del desarrollo occidental.�� �
A comienzos del siglo XIV retorna la penuria alimentaria y la peste de 1348 se
abate sobre una poblaci�n fragilizada por el deterioro econ�mico produciendo
una cat�strofe demogr�fica. Se trata de una crisis larga, de aproximadamente un
siglo donde se suceden guerras intestinas, pestes, ca�das poblacionales, pero
tambi�n desarticulaciones institucionales y culturales significativas. Se trata
de un prolongado proceso de trituraci�n del mundo medieval del que van a
emerger hacia mediados del siglo XV burgues�as comerciales peque�as pero
relativamente liberadas de los controles feudales, grandes extensiones de
tierras f�rtiles con baja densidad de poblaci�n (guerras-pestes mediante) y un
desarrollo de ideas t�cnicas (propias o copiadas-adaptadas) que permitir�n el
salto colonial de un protocapitalismo arrollador cuya �rea principal de
exp�nsi�n ya no ser� el mundo mediterr�neo sino el Oc�ano Atl�ntico primero
hacia el Africa occidental, luego hacia Am�rica y despu�s hacia el Oriente.
En ese sentido resulta apropiada la idea de Chaunu cuando interpreta al largo
derrumbe del imperio romano como un proceso de paedomorf�sis; retroceder para saltar luego con m�s fuerza hacia
adelante. "La paedomorf�sis
significa que llegada a un cierto punto cr�tico y a condici�n de no haber
cometido errores irreparables, de no haber ido demasiado lejos por la ruta
equivocada, la evoluci�n puede retroceder, desandar buena parte del camino que
la hab�a llevado a un callej�n sin salida y recomenzar la marcha en una nueva
direcci�n"�� (Chaunu,
op.cit).� La involuci�n de los dos
�ltimos tercios del primer milenio, es sucedida por un primer salto imperial (las
cruzadas) que es seguido por un nuevo proceso de crisis y paedomorfismo, entre
mediados del siglo XIV y mediados del siglo XV, de alta intensidad, con enormes
derrumbes demogr�ficos y productivos que dar� lugar al comienzo de la aventura
planetaria de Occidente conclu�da exitosamente hacia 1900. �
Pero en el comienzo de esa larga marcha ocurri� una nueva crisis secular, la
llamada "larga crisis del siglo
XVII"� que Le Roy Ladurie
denomina "largo siglo XVII" extendiendolo desde las �ltimas d�cadas
del siglo XVI hasta comienzos del siglo XVIII. Hobsbawn considera que "durante el siglo XVII la econom�a
europea sufri� una crisis general, �ltima fase de la transici�n global desde
una econom�a feudal hacia una econom�a capitalista"� (Hobsbawm, 1983). La desaceleraci�n de la
gran expansi�n colonial europea ocurrida en torno del siglo XVI aparece como
tel�n del fondo del fen�meno (proceso heterog�neo con algunas excepciones m�s o
menos durables). Como se�ala Trevor-Roper: "el
XVI fue un siglo de expansi�n econ�mica. Fue el siglo en que por primera
vez� Europa estuvo viviendo a costa de
Asia, Africa y Am�rica" (Trevor-Roper, 1983). Atenuada la avalancha
colonial se desata una sucesi�n de convulsiones econ�micas, pol�tico-militares,
religiosas al final de las cuales ya nada se opone al avance del capitalismo,
los restos feudales son eliminados, la ciencia moderna emerge irresistible, es
la �poca de Newton y Descartes, de grandes avances en matem�ticas y f�sica, en
suma de una renovaci�n intelectual que se contrapone a las penurias econ�micas
y a significativos retrocesos demogr�ficos. El fin de la primera ola de
prosperidad colonial desata la crisis que opera como un mega catalizador de la
reestructuraci�n burguesa de Europa.�����
�
Es posible desarrollar un modelo general de las crisis anteriores al
capitalismo incluyendo a las formas protocapitalistas m�s avanzadas, no solo en
Occidente sino en el conjunto de civilizaciones del planeta. En s�ntesis, se
trata de crisis de subproducci�n propias
de econom�as donde el sector agr�cola consagrado a la producci�n de alimentos
era dominante sobredeterminando de manera absoluta al conjunto del sistema. El
ciclo cl�sico es el siguiente; la prosperidad agr�cola (1) provoca aumento de
poblaci�n y del aparato estatal y otras estructuras parasitarias (religiosas,
etc.), sube la masa de tributos y dem�s exacciones a los campesinos y la
presi�n alimentaria general de la sociedad. Esto, en condiciones de rigidez
t�cnica a mediano plazo (o de progresos hiper lentos en las t�cnicas vinculadas
al desarrollo agr�cola), termina por causar el agotamiento de los recursos
naturales empleados: la productividad de la tierra disminuye lo que exacerba la
explotaci�n de las elites sobre los campesinos y de estos sobre los recursos
naturales declinantes lo que agrava la situaci�n. La fase decadente puede ser
anticipada, acelerada o provocada debido a cambios clim�ticos negativos (que
muchas veces no constituyen factores "ex�genos"� sino el resultado de manipulaciones
depredadoras del ecosistema), guerras internas, invasiones, etc. (2).��� �
En numerosos casos la ca�da productiva al causar penuria alimentaria fragiliza
a las clases inferiores haci�ndolas v�ctimas f�ciles de pestes y otras
calamidades sanitarias lo que suele provocar derrumbes demogr�ficos. �
La escasez de alimentos causa el aumento de sus precios (del que solo se
benefician unos pocos acaparadores). Se trata en suma de una combinaci�n
explosiva de alza general de precios y ca�da de la producci�n. A largo o
mediano plazo la cat�strofe elimina poblaci�n campesina y libera recursos
(tierra cultivable) lo que permite recomenzar el ciclo m�s adelante. �
Este sistema empieza a ser superado en Occidente a partir del desarrollo
primero t�mido y luego arrollador de la modernidad industrial.
���� �
c. Capitalismo industrial� .
Desde comienzos del siglo XVIII se inicia una era de ascenso de la civilizaci�n
burguesa y su base colonial que llega al punto de dominio planetario m�ximo
hacia el a�o 1900. El crecimiento econ�mico, salpicado por numerosas turbulencias,
algunas con estancamientos o depresiones de duraci�n variable, se prolonga
hasta la actualidad. Y hacia finales del siglo XX, importantes rupturas
anticapitalistas (en primer lugar la Revoluci�n Rusa) hab�an sido reabsorbidas
por el sistema. Sin embargo es necesario profundizar el an�lisis.
Una primera distinci�n debe hacerse entre las viejas crisis de subproducci�n
que todav�a se sucedieron en el siglo XVIII y las crisis de sobreproducci�n no
muy prolongadas, pero c�clicas, propias del capitalismo industrial ascendente.
Estas �ltimas aparecen como crisis de sobreoferta general de mercanc�as (o
demanda insuficiente relativa) combinada con la baja de la tasa de ganancia.
Los capitalistas ingresan en una din�mica donde compiten unos con otros al mismo
tiempo que frenan la participaci�n de los asalariados en los beneficios
obtenidos por el incremento de su productividad (gracias al flujo incesante de
innovaciones t�cnicas). Cada vez necesitan invertir m�s para sostener sus
ganancias (decrece la tasa de beneficio) y el grueso de la poblaci�n afectada
por la concentraci�n de ingresos tiene crecientes dificultades para comprar la
masa de productos ofrecidos por el sistema econ�mico.� La crisis de sobreproducci�n aparece como
consecuencia de diversos factores: la sobreacumulaci�n de capitales que
engendra una capacidad de oferta que desborda a la demanda, el subconsumo
relativo vinculado a lo anterior, el desorden productivo y econ�mico en general
y la declinaci�n de la rentabilidad de las actividades productivas. La
evoluci�n negativa puede ser desacelerada o bloqueada gracias a ciertas
iniciativas estatales (reducciones fiscales, compras p�blicas a precios
artificialmente altos, etc.), una mayor explotaci�n de la periferia, y eludida
por algunos capitalistas a trav�s del canibalismo financiero, as� como el
subconsumo relativo puede ser paliado por medio de cr�ditos, presiones
consumistas, etc. Pero finalmente el peso de las grandes tendencias termina por
imponerse provocando la crisis y con ella�
deflaci�n, desocupaci�n, cierre de empresas, etc. Hasta que el desastre
produzca una baja decisiva en los salarios y vac�os significativos de oferta,
entonces la inversi�n productiva encuentra espacios de alta rentabilidad, puede
incrementar el empleo de� asalariados
(baratos) y vender a mercados vacantes; el ciclo econ�mico recomienza.� Aunque como lo demostraron Marx y Engels al
describir las crisis del siglo XIX y su reproducci�n futura, no se trata de
simples repeticiones sino de una sucesi�n de ciclos cada vez mas degradados.
Ello solo puede ser entendido desde una visi�n hist�rica, superando las
modelizaciones ahist�ricas de la teor�a
econ�mica. Como se�ala Marx: "Hasta
1825... se puede decir que las necesidades del consumo� general marchaban m�s r�pido que la
producci�n, y que el desarrollo del maquinismo era la consecuencia forzosa de
las necesidades del mercado... (en Inglaterra) la industria acababa de salir de
su infancia, como lo prueba el hecho de que�
es solo con la crisis de 1825 que ella inaugura el ciclo peri�dico de la
vida moderna. Y fue solo en 1830 que se produjo una crisis realmente
caracter�stica (de sobreproducci�n)" (Marx-Engels, 1978).����� �
Se abri� entonces un per�odo de crisis decenales de crecimiento� que marcaron el ascenso del capitalismo
industrial ingl�s, pero en 1870 Engels afirmaba que por lo menos para la vieja
Inglaterra� esas regularidades
pertenec�an� al pasado: "La supresi�n del monopolio ingl�s
sobre el mercado mundial y los nuevos medios de comunicaci�n han contribuido a
liquidar los ciclos decenales� de la
crisis industrial" pronosticando desde entonces la tendencia hacia un
acortamiento del ciclo hasta llegar asint�ticamente a una crisis cr�nica, una
supercrisis muy probablemente acompa�ada�
por guerras, anticipando el desastre de 1914-18 (ibid). Pero antes de
ese momento el capitalismo exacerb� su presi�n expoliadora, engendrando
deformaciones parasitarias-financieras que fueron extendiendo su dominaci�n al
conjunto del sistema, incluido el Estado, abriendo la era del imperialismo
contempor�neo, que Bujarin definir� mas tarde como "la pol�tica del capital financiero" (Bujarin, 1971) ,
expresi�n seg�n Lenin de la "degeneraci�n
del capitalismo" correspondiente a su etapa hist�rica de
descomposici�n parasitaria (Lenin, 1960). Obviamente ninguno de ellos
estableci� plazos precisos aunque su optimismo los llevaba frecuentemente como
es l�gico a inclinarse por una aceleraci�n de los tiempos. �
Podemos entonces describir la trayectoria de las crisis en Occidente a lo largo
del siglo XIX partiendo de "crisis
mixtas" , muy al comienzo, donde se mezclaron fen�menos propios de las
viejas crisis de escasez o subproducci�n, correspondientes a las econom�as con
predominio agrario, con las nuevas crisis de sobreproducci�n inscriptas en la
era industrial, pasando por las crisis de sobreproducci�n "cl�sicas"�
descriptas por Marx, sus repeticiones decenales, hasta llegar hacia
fines de ese siglo a la emergencia dominante del capital financiero. Todo ese
largo periodo se inscribe en una ola m�s extendida que arranca a comienzos del
siglo XVIII marcada por la expansi�n imperial de Occidente. Es una tercera
arremetida depredadora luego de las cruzadas al iniciarse el milenio y las
conquistas coloniales de los siglos XV y XVI. .
�
d. Capitalismo drogado.
Desde fines del siglo XIX se abre la era de las crisis del "capitalismo drogado", del imperialismo contempor�neo , "reacci�n de la forma
capitalista ante su envejecimiento... tentativa destinada a sostener y acelerar
de manera artificial el proceso productivo"� (Roger Dangeville en Marx-Engels, op. cit.).� Dichas turbulencias se suceder�n a lo
largo del siglo XX.
La primera de ellas fue la super crisis de sobreproducci�n que deriv� en la
Primera Guerra Mundial de la que emergi� una civilizaci�n burguesa amputada por
la Revoluci�n Rusa. �
La segunda fue la de 1929 y su secuela depresiva llegando a la tercera, la
Segunda Guerra Mundial, desde donde el capitalismo global sali� con decisivos
retrocesos territoriales que continuaron hasta fines de los a�os 1970: la
p�rdida de Europa del Este, de China de 1949, en 1959 Cuba hasta llegar a
Vietnam a mediados de los 70...��
vinculada a una ola tricontinental, perif�rica, de revoluciones
antiimperialistas amenazando desplazar al capitalismo como sistema mundial.�� �
Aqu� nos encontramos con un capitalismo caracterizado por una abrumadora
intervenci�n del Estado, la extensi�n de grandes burocracias p�blicas, la
instalaci�n de la industria militar y los aparatos institucionales
correspondientes como muleta decisiva del sistema, la hipertrofia de
producciones de bienes suntuarios y de consumos artificiales, el sostenimiento
estatal de la demanda (subvenciones al consumo, gastos de prestigio, obras
p�blicas, gastos militares...), el manejo voluntarista del cr�dito.�� ��������
Esa fase despeg� en los �ltimos a�os del siglo XIX con una avalancha
militarista ligada a las grandes empresas�
del sector y sus tramas financieras, fen�meno que destac� Engels hacia
el final de su vida (Marx-Engels, op.cit.) y que hizo eclosi�n en la guerra de
1914-18. Sigui� con los fascismos en los a�os 1920 y 1930, pero tambi�n con el
New Deal en Estados Unidos... y la Segunda Guerra Mundial.
Despu�s de 1945 se consolid� como mega parche keynesiano que estabiliz� a
Occidente, permiti�ndole integrar a sus clases bajas y asegurar algo m�s de dos
d�cadas de crecimiento sostenido.� �
Puede resultar �til destacar cuatro fen�menos que bajo diversos envoltorios
ideol�gicos y pol�ticos atravesaron el per�odo (entre fines del siglo XIX y
comienzos de los a�os 1970). �
Primero, la idea de que las crisis capitalistas pod�an ser domesticadas e
incluso anuladas gracias a la aplicaci�n de dosis variables de voluntarismo
estatal. Fue una convicci�n fuerte en los delirios fascistas pero tambi�n lo
fue despu�s de 1945 durante la prosperidad keynesiana. La crisis iniciada a
fines de los 1960 y que estall� incontrolable hacia 1973-74 aplast� dicha
ilusi�n.�� �
Segundo, el ascenso del capital financiero como centro dominante del mundo
burgu�s hasta llegar a la hegemon�a absoluta desde finales de los a�os 1970. En
su origen el fen�meno fue descripto entre otros por Hilferding, Lenin, Bujarin,
pero en dicha �poca y hasta mucho despu�s (por lo menos hasta los a�os 1960)
esa dominaci�n econ�mica creciente debi� coexistir con la hegemon�a cultural
del productivismo, la legitimidad burguesa se encarnaba en la figura de la
empresa productiva sus gerentes e ingenieros industriales. Todo cambi� con la
llegada del neoliberalismo, los ingenieros industriales fueron opacados por el
ascenso de los ingenieros financieros, los capitalistas innovadores productivos
fueron desplazados del altar de la cultura burguesa por los especuladores
financieros, los Henri Ford por los George Soros. La dominaci�n financiera
discreta devino hegemon�a civilizacional del parasitismo.���� �
Tercero, la persistencia y expansi�n permanente en el largo plazo de los
complejos econ�mico-militares (industrias, sistemas de espionaje, burocracias
militares, camarillas pol�ticas y financieras, etc.). La expectativa de su
reducci�n luego de la primera guerra mundial fue r�pidamente descartada, lo
mismo sucedi� despu�s de 1945 y del fin de la guerra fr�a. �
Cuarto, la combinaci�n perversa del retroceso territorial del capitalismo
(entre la primera guerra mundial y fines de los a�os 1970) con la reproducci�n
de su hegemon�a cultural planetaria. Las rupturas anticapitalistas de esa
�poca� fueron desde el punto de vista
ideol�gico rupturas a medias, h�bridos culturales, prisioneras de los mitos de
la revoluci�n tecnol�gica occidental (subestimando su peso cultural
capitalista), de la eficacia del nuevo estado burgu�s del siglo XX, del
capitalismo de estado, de la planificaci�n��
autoritaria, de las formas militarizadas de organizaci�n, del modelo de
consumo occidental, de la ideolog�a del progreso. La tragedia de ese per�odo
fue protagonizada por tentativas heroicas de construcci�n de un mundo nuevo,
socialista, que chocaban con gigantescas barreras civilizacionales que les
imped�an desarrollar plenamente una cultura superadora del desarrollo y del
subdesarrollo burgu�s. Lo que di� lugar a degeneraciones monstruosas como la
del stalinismo cuyo tel�n de fondo fue el fracaso de la Revoluci�n Rusa,
deglutida por el aparato burocratico herencia del pasado zarista (forma espec�fica
del capitalismo perif�rico, subdesarrollado) pero recompuesto al consolidarse
la Uni�n Sovi�tica, modernizado seg�n las t�cnicas autoritarias (occidentales)
m�s avanzadas de la �poca (3).� �
Con las revoluciones y reformas nacionalistas de la periferia a medio camino
entre la imitaci�n de los �xitos idealizados de las transformaciones
keynesianas en los pa�ses centrales y los h�bridos socialistas (en primer lugar
la URSS) el resultado fue similar.
En s�ntesis, el retroceso del capitalismo mundial fue compensado, amortiguado
por un reaseguro, una reserva descomunal de poder, nutrida por la
superacumulaci�n hist�rica de riquezas y de desarrollo cultural, lo que le
permiti� bloquear las rupturas perif�ricas (anticapitalistas y nacionalistas) y
tambi�n las que� emergieron en su propio
seno. Pero la declinaci�n sigui� su curso, atravesando crisis de distinta
envergadura, prosiguiendo la mutaci�n parasitaria del sistema.����� .
3. La crisis actual.
La �ltima gran ola de prosperidad del capitalismo condujo hacia fines de los
a�os 1960 a una acumulaci�n de desequilibrios que fueron forjando las
condiciones de una crisis general de sobreproducci�n. Como en otras ocasiones
la misma no se restring�a a la esfera econ�mica sino que abarcaba al conjunto
de la reproducci�n social, mientras emerg�an las tensiones monetarias, los
desajustes comerciales, las aventuras militaristas (Vietnam), estallaron hacia
1968 inesperadas rupturas pol�ticas en los pa�ses centrales. Europa se vio
sacudida por una serie de rebeliones que establecieron un corte cultural
profundo que marcaba el fin del optimismo burgu�s, del renacimiento de las
ilusiones del progreso indefinido.
Lleg� luego la crisis monetaria de 1971 y finalmente la estampida de precios
del petr�leo de 1973-74. Esta �ltima fue el detonador de la crisis mundial. Que
no se expreso bajo el aspecto deflacionista convencional sino como una
combinaci�n novedosa de estancamiento (hasta llegar a la recesi�n) e inflaci�n.
La otra "novedad"� fue la naturaleza del "detonador ", el alza del precio del petr�leo, llev� en
ese momento a Le Roy Ladurie a se�alar que no se trataba de una tradicional
crisis de sobreproducci�n sino de una "crisis mixta": de
sobreproducci�n, principalmente industrial, y de subproducci�n, de
escasez de materia prima energ�tica (Le Roy Ladurie, op.cit). Mandel respondi�
acertadamente a este tipo de argumentaciones�
se�alando que no era la primera vez que la escasez de una materia prima
cumpl�a esa funci�n; por ejemplo la crisis de 1866 fue provocada por la penuria
de algod�n debida a la guerra de secesi�n en Estados Unidos (Mandel E., op.
cit). Evidentemente no es el tipo de detonador lo que define la din�mica de la
crisis aunque no se trat� de un factor coyuntural, de una penuria acccidental o
reversible en el marco hist�rico capitalista sino de un fen�meno que desde
comienzos de los a�os 1970 fue emergiendo de manera irresitible como parte de
un proceso m�s amplio de destrucci�n de recursos naturales. Esta subestimaci�n
permiti� a Mandel explicar dicha crisis sin apartarse del esquema marxista
convencional dejando de lado una evaluaci�n civilizacional de mayor alcance. La
escasez de materia prima energ�tica (petroleo), pudo ser paliada e incluso
revertida a mediano plazo (ahorros de energ�a, sustituciones parciales) pero
termin� por imponerse en el largo plazo..
No se trataba del retorno al mundo de comienzos del siglo XIX sino de una
fen�meno a la vez "nuevo" (desde
el punto de vista del capitalismo) pero
que enlazaba inesperadamente con
crisis antiguas, civilizatorias muchas de ellas.
Estados Unidos, hab�a llegado a comienzos de los a�os 1970 al cenit de su
producci�n de petr�leo a partir de all� la misma descendi� de manera
irresistible. Pero fue a mediados de los 1980 cuando la tendencia se aceler�;
entre 1986 y 2004 la extracci�n cay� cerca de un 40 %. Uno de cada cuatro
barriles de petr�leo vendidos en el mercado internacional es a comienzos de
2005 comprado por Estados Unidos que representa solo el 9 % de la producci�n
mundial de petr�leo, aunque consume el 25 % de la misma. A ello se agrega la
Uni�n Europea que importa el 80 % del petr�leo que consume, mientras Jap�n
compra al exterior casi el 100 % de su consumo. Si sumamos a las tres potencias
tendremos el 12% de la producci�n�
mundial pero el 50 % del consumo y el 62% de las importaciones
internacionales (Beinstein J., 2004). �
La declinaci�n petrolera estadounidense fue pronosticada por King Hubbert en
los a�os 1950� por medio de un modelo
matem�tico que fue luego aplicado por destacados expertos a la producci�n
global llegando a la conclusi�n de que el planeta alcanzar�a el punto de m�xima
producci�n de petr�leo entre 2008 y 2012, sin embargo nuevas evaluaciones han
llevado a muchos de ellos a aproximar la fecha a 2007 e incluso a 2006. �����������
Actualmente a la presi�n sobre los recursos ejercida por la tres potencias
mencionadas se agrega la demanda adicional (en expansi�n explosiva)� de China. El resultado durante 2004 fue una
fuerte elevaci�n del precio del petr�leo. A esta escasez para el corto-mediano
plazo es necesario sumar otras menos cercanas como la de los recursos h�dricos
y� la de tierras f�rtiles sobre todo en
extendidas �reas de la periferia donde la aplicaci�n de tecnolog�as avanzadas
va degradando ese recurso natural (por ejemplo, las t�cnicas de "siembra
directa" asociadas al empleo de agroqu�micos depredadores en la producci�n
de soja o ma�z transg�nicos impuestos por trasnacionales del sector como la
firma Monsanto).��� �
Una conclusi�n te�rica importante es que el modelo marxista convencional de crisis
de sobreproducci�n es a la vez un instrumento indispensable pero al mismo
tiempo insuficiente para comprender la crisis iniciada a fines de los a�os
1960. Esta crisis mixta de sobreproducci�n y subproducci�n (de materias primas
debido al agotamiento de recursos naturales) aparece entonces como un resultado
muy original de la sucesi�n de crisis capitalistas de sobreproducci�n pero con
v�nculos, similitudes hist�ricas con crisis civilizatorias anteriores al
capitalismo. Porque de lo que se trata, visto desde el largo plazo, es de un
fen�meno de rigidez t�cnica (mas bien
tecnol�gica en esta era de fusi�n
entre ciencia e industria) que bloquea cambios en m�todos de producci�n
esenciales (de productos energ�ticos y otros) provocando agotamiento de
recursos naturales. Dicha rigidez no es�
un obst�culo superable en el marco civilizacional existente sino uno de
los resultados centrales de una proceso cultural prolongado, de un modo de
producci�n (capitalista en el caso presente) que se instal� y consolid� en un
largo per�odo hist�rico hasta adquirir dimensi�n planetaria. Podr�a
argumentarse que actuales y futuras revoluciones tecnol�gicas terminar�n por
solucionar esos problemas, pero esa es una respuesta limitada (prisionera de
abstracciones tecnologistas), deben ser considerados� los costos y tiempos de reconversi�n, y su
compatibilidad con la l�gica de la rentabilidad capitalista, presionada como
nunca antes por el comportamiento cortoplacista propio de la hegemon�a
financiera.��������� �
Al desatarse la crisis entre 1968 y 1974, se exacerbaron las tendencias a la
concentraci�n de empresas y de ingresos entre centro y periferia y al interior
de ambos subsistemas, lo que produjo crecientes masas de marginales acentuando
una crisis de sobreproducci�n (y subconsumo relativo global) que devino
cr�nica, con agravaciones y respiros ef�meros. La tasa de crecimiento de la
econom�a mundial fue decreciendo gradualmente desde entonces bajo el empuje
declinante de los pa�ses centrales. El estancamiento japon�s desde comienzos de
los 1990 acentu� la tendencia, la desaceleraci�n alemana fue menos pronunciada
debido a los beneficios pasajeros de la anexi�n de Alemania del Este y la
depredaci�n financiera de los ex pa�ses socialistas de Europa y la URSS. Y la
de Estados Unidos menos a�n, por lo menos hasta ahora (comienzos de 2005),
gracias a las sucesivas burbujas especulativas que inflaron su demanda
absorbiendo porciones crecientes del ahorro global.� �
Enfriamiento de la producci�n y la demanda que engendr� un c�rculo vicioso
financiero cada vez m�s ingobernable. Los estados de los pa�ses ricos� sosteniendo sus demandas internas con
subsidios, exenciones fiscales, gastos militares y otros, para lo cual� recurren al endeudamiento. Empresas colocando
excedentes� en esas deudas y en papeles
de otras empresas que absorben recursos para invertirlos en sus guerras
tecnol�gicas y comerciales cada vez m�s costosas. Lo cual crea nuevos
excedentes orientados tambi�n hacia la rapi�a en la periferia y finalmente
hacia negocios ilegales, lo que a su vez genera m�s excedentes. Burbujas
financieras que estallan o se desinflan una tras otra para� reconstituirse en pa�ses y rubros variables.
La crisis financiera japonesa de comienzos de los 1990, seguida poco despu�s
por la de M�xico, en 1997 por Asia del Este, Rusia en 1998, hasta llegar al
desinfle de la superburbuja burs�til en Estados Unidos a comienzos del milenio
actual sucedida en ese mismo pa�s por una nueva burbuja especulativa mucho m�s
grande que la anterior combinada con� un
desborde militarista. Que precipita a la superpotencia a la sobre-extensi�n
estrat�gica: obligada por su l�gica imperial a ampliar su despilfarro militar
con consecuencias desastrosas para sus finanzas p�blicas.������� �
Un concepto muy �til para describir este panorama es el de "capitalismo senil" �que puede ser asociado a visiones parecidas
correspondientes a otras crisis de civilizaci�n. Por ejemplo San Cipriano a
mediados del siglo III se refiri� al envejecimiento del mundo romano como causa
de su decadencia (Fernandez Urbi�a J., op. Cit.). Hacia finales de los a�os
1970 Roger Dangeville de manera pionera instal� el concepto anticipando as� el
desarrollo futuro de la crisis que entonces comenzaba (Marx-Engels. op. cit.).� �
Para Dangueville se estaba iniciando un proceso de crisis de sobreproducci�n
cr�nica, con estallidos controlados, sin los derrumbes espectaculares de la
grandes crisis capitalistas anteriores (por lo menos en un primer y largo
recorrido). Pero sin las recuperaciones vigorosas que por ejemplo se sucedieron
en el siglo XIX (secuencia de "crisis de crecimiento"), por el
contrario cada turbulencia importante en la era del "capitalismo senil"�
(entendida como una �nica super crisis, cr�nica, de larga duraci�n) no
es sucedida por una nueva expansi�n durable sino por supervivencias plagadas de
deterioros, de p�rdidas de vitalidad.�� �
Es posible se�alar indicadores evidentes de la senilidad del mundo burgu�s,
entre otros: primero, la tendencia de largo plazo, persistente (m�s de tres
d�cadas hasta hoy) a la desaceleraci�n del crecimiento econ�mico global. Todos
lo "milagros" anteriores
que promet�an contrarrestar esa tenencia se esfumaron uno tras otro (Jap�n
hacia 1990, los tigres asi�ticos en 1997), y el actual, China, esta tan atado
como sus antecesores a los avatares de la euforia parasitario-consumista de
Estados Unidos lo que no le augura un porvenir brillante. La p�rdida de
dinamismo aparece como un fen�meno irresistible.��� �
Segundo, la hipertofia (hegem�nica)
financiera global, el parasitismo ya ha hecho met�stasis invadiendo
(controlando) a la totalidad del sistema mundial.� �
Tercero, la evidencia de rendimientos
productivos decrecientes de la revoluci�n tecnol�gica que sometida a la
din�mica del capitalismo parasitario se va convirtiendo en un factor de
destrucci�n neta de fuerzas productivas. Ya cit� el caso de los transg�nicos,
podr�amos agregar el de la pareja inform�tica-financierizaci�n destructora
masiva de empleos, de econom�as nacionales en la periferia.� �
Cuarto, la decadencia del estado
burgu�s, pieza maestra de la civilizaci�n burguesa. Que se expresa en el
desquicio estatal de buena parte de la periferia, la podredumbre institucional
norteamericana, la creciente crisis de representatividad-legitimidad en los
estados de la Uni�n Europea, etc. Los neoliberales de los� 1990 sol�an alegrarse ante ese hecho, muchos
de ellos vaticinaban la emergencia de una suerte de "autoridad global
transnacional" (amalgama de FMI, Banco Mundial, OMC, Naciones Unidas...).
Fue una fantas�a ef�mera, la profundizaci�n de la crisis ha degradado y
desacreditado a esas organizaciones, las necesidades imperiales de Estados
Unidos (empleando brutales iniciativas militares y financieras) contribuy�
decisivamente a ello. �
Quinto, la ultraprivatizaci�n de la
riqueza que se manifiesta como desprecio de la burgues�a imperial (pero tambi�n
de las perif�ricas) hacia la funci�n p�blica. Es decir el desinter�s de las
clases dominantes por la integraci�n de las clases inferiores a trav�s del
Estado. El apartheid social es una de sus consecuencias.��� �
Sexto, la desintegraci�n social, marginalizaci�n en ascenso de grandes masas
humanas.
S�ptimo, vinculado a lo anterior, la
subutilizaci�n y destrucci�n a escala global de fuerzas productivas (en el
sentido amplio del t�rmino).
Octavo, la inutilidad pr�ctica creciente de los sofisticados y car�simos
aparatos militares, cuyo gigantismo apabullante se contrapone a su incapacidad
para ganar guerras coloniales como la de Irak.
Es necesario constatar que la larga crisis actual motorizada por una sobredosis
de parasitismo financiero, sin reconversiones productivas a la vista,
desintegrando de manera permanente grandes masas de poblaci�n, apuntando hacia
el agotamiento de recursos naturales; ha quebrado numerosas rutinas
caracter�sticas del viejo capitalismo. Entre ellas la repetici�n de grandes
ciclos de depresi�n-expansi�n como las ondas largas de Kondratieff. Hacia el
final del siglo XIX Engels sosten�a que los ciclos decenales que hab�an
atravesado a la econom�a inglesa empezaban a formar parte del pasado
(Marx-Engels, op. cit.), ahora la experiencia reciente nos muestra que la
din�mica de los ciclos de Kondratieff de aproximadamente cincuenta a�os (un
cuarto de siglo de ascenso y un cuarto de siglo de descenso) a partir de la la
"crisis" del cambio de fase (1968-74) se convirti� desde hace m�s de
tres d�cadas en "crisis
cr�nica" �(pronto cumplir�
cuarenta a�os de edad). Su duraci�n supera ampliamente a todas las
declinaciones capitalistas anteriores (siglos XIX y XX) y cualquier evaluaci�n
m�nimamente rigurosa concluir�a con el pron�stico de que esta ola descendente
durar� f�cilmente m�s de medio siglo equivalente a m�s de un ciclo completo de
Kondratieff (con su ascenso y su descenso). Quienes (neoliberales, neokeynesianos,
etc.) desde fines de los a�os 1990 esperan confiados el "inminente"
recomienzo de una nueva era de prosperidad capitalista deber�n transformar su
impaciencia en resignaci�n. El mundo ha cambiado. La profundidad de la
decadencia no admite nuevos parches (keynesianos u otros), si admitir� cada vez
m�s cambios revolucionarios integrales, tentativas de abolici�n (superaci�n)
del marco civilizacional actual, de la civilizaci�n burguesa que luego de su
recorrido milenario y de haber llegado a la hegemon�a planetaria� ha devenido antag�nica a la grandes fuerzas
humanas que ella misma desat�. El postcapitalismo aparece ahora, mucho m�s que
a comienzos del siglo XX (cuando comenz� la primera etapa de la� decadencia del sistema) como una necesidad
profunda del g�nero humano. ������
Notas:.
(1) La prosperidad agr�cola pod�a eventualmente ser el resultado de la
recuperaci�n de una crisis anterior, de la incorporaci�n de nuevas tierras
f�rtiles, la realizaci�n de grandes obras de regad�o y en ciertos casos impulsadas
por rapi�as a otras poblaciones� bajo la
forma de tributos, trabajo esclavo, etc. .
(2) La fase descendente pod�a ser frenada por la obtenci�n de riquezas
provenientes de rapi�as externas o bien por la introducci�n de mejoras
t�cnicas..
(3) El ascenso de Stalin al poder debe ser interpretado no como la victoria del
"atraso asi�tico" sino como la reinstalaci�n de formas desp�ticas de
modernizaci�n, siguiendo y radicalizando modelos organizativos autoritarios
provenientes de Occidente y reconectando con la trayectoria trazada por los
�modernizadores� Ivan el Terrible y Pedro el Grande. �
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