La Izquierda debate
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La posguerra de los movimientos
Toni Negri
Espacio Alternativo
Si hay algo que la expansión del movimiento contra el liberalismo y su
transformación en movimiento por la paz han puesto inequívocamente de
manifiesto, se trata del fin de toda ambigüedad de tipo juvenil: el movimiento
se ha hecho adulto. La lucha por la paz ha integrado los objetivos contra el
liberalismo, ha permitido el reconocimiento de la guerra como un dispositivo
feroz de legitimación del poder capitalista. De esta suerte, el movimiento se ha
visto obligado a definirse como resistente siguiendo la vía del éxodo, mostrando
su capacidad de oponerse a la guerra en el preciso momento en el que se propone
la constitución de una sociedad anticapitalista.
Cuando la guerra se convierte en la razón de la soberanía capitalista e
imperial, la resistencia es necesaria: la paz, y no la violencia, es la forma de
la resistencia, la lucha anticapitalista es su contenido. Es preciso ser claros
y explicar que no hay posibilidad de continuar en el éxodo ni de construir
nuevas instituciones en el proceso de liberación del capitalismo si no se asume
la resistencia (y la capacidad de expresarla) como un tránsito fundamental. La
posguerra de los movimientos llega con esta decisión a su madurez. A la par que
las multitudes que se han unificado en la lucha por la paz están compuestas de
muchas singularidades, sabiendo que las articulaciones y las recomposiciones de
estas diferencias se basan en el respeto recíproco y en las decisiones comunes,
se plantea igualmente el problema de la resistencia como algo fundamental.
Con la guerra, el golpe de Estado de G. W. Bush se ha esclarecido en todas sus
dimensiones y ha expresado los elementos de un proyecto hegemónico del
capitalismo mundial organizado por la dirección estadounidense. En el terreno
monetario y financiero, a través del golpe de Estado asistimos a la confirmación
de que "un dólar es un dólar", de que éste es y sigue siendo una moneda de
reserva mundial y de que esta condición no puede ser puesta en tela de juicio.
En el terreno de las instituciones jurídicas internacionales (y de sus
correspondientes garantías), se proclama que ni los ciudadanos ni el gobierno
estadounidenses pueden ser procesados internacionalmente, mientras que, por el
contrario, todos los demás ciudadanos y gobiernos pueden ser procesados por el
gobierno estadounidense. En el terreno del desarme (y en lo que atañe, en
particular, a las armas de destrucción masiva), se dice que Estados Unidos puede
desarmar a cualquiera, pero que nadie puede plantear el problema de su desarme.
En el terreno de las instituciones internacionales para la promoción y el
control de la paz, G. W. Bush sostiene que estas instituciones deben servir a la
política estadounidense, pero que los estadounidenses no están sometidos a
ellas. Por último, la información: Estados Unidos informa al mundo, interviene
en los ritmos biopolíticos y culturales de su reproducción, prefigura lenguajes
--sin embargo, todo esto no es recíproco. El golpe de Estado de G. W. Bush
confirma y refuerza todos estos principios. Él ha planteado la guerra, así como
la capacidad militar de sostenerla y ganarla, como base de legitimación de una
nueva soberanía imperial.
Sin embargo, la guerra no ha terminado. Bush se hace ilusiones cuando lo declara
desde el puente del portaaviones Lincoln. No ha terminado porque la llegada a
Bagdad no pone fin a la guerra, porque una política que se apoya tan sólo en la
fuerza militar no puede resolver ningún problema, porque el universalismo
democrático (cuya exportación se pretende hacer a través de la guerra) es algo
que no se puede imponer unilateralmente. El golpe de Estado de Bush se ha
llevado a cabo contra la nueva figura que ha cobrado la soberanía en el mundo
global: una soberanía biopolítica que coloca a quien manda y a quien obedece, al
empresario y al trabajador, dentro de una relación complementaria aunque no en
un plano de reciprocidad: esta sociedad es demasiado compleja para que alguien
pueda pretender dominarla por sí solo, Ni mucho menos desde un punto de vista
exclusivamente militar. La posguerra consiste precisamente en esto: consiste en
el hecho de que la guerra continúa a través de la posguerra. La guerra de los
ejércitos ha terminado y, sin embargo, la guerra continúa en forma de acción de
policía, de baja intensidad frente a alta intensidad, de administradores y
Karzais en vez de generales y Sharons: la intensidad biopolítica no cambia,
mientras que la acción policial afecta no obstante a todos los aspectos de la
vida. Sin embargo, en ésta, en la vida, se presenta la resistencia y los
movimientos resurgen, en primer lugar contra la explotación, luego contra la
guerra y más tarde, de nuevo, contra las feroces medidas liberales de
organización del mundo, las operaciones de nation-building y, por último, contra
la próxima guerra.
Los vencedores en el campo de batalla tienen ahora el pequeño problema del pago
de los costes de la guerra: se trata de una guerra que ha costado a Estados
Unidos mucho más de lo que el petróleo iraquí podrá restituir en los próximos
años. ¿Quién pagará la diferencia? Cuando no salen las cuentas, cuando queda
claro que la llamada "guerra por el petróleo" ha sido una guerra por el control
estratégico de los recursos mundiales (y que esta guerra no ha concedido),
entonces, como se suele hacer en los Imperios, tendrán que pagarla los vasallos.
En este terreno vuelve a abrirse la lucha y las consecuencias de la posguerra se
revelan más contradictorias aún. ¿Hasta cuándo podrá ser mantenido el dólar como
moneda de reserva en el ámbito global? ¿Hasta cuándo las políticas unilaterales
de apoyo a la moneda estadounidense, a pesar de la enorme deuda de Estados
Unidos con el resto del mundo, se harán sin suscitar oposición? Ahora bien,
también en este terreno un movimiento maduro debe comenzar a desarrollar su
propia respuesta. Los golpistas de Washington lo saben. De ahí que estén
organizando, además de guerras preventivas contra los "rogue States", guerras
monetarias y económicas "preventivas" contra aquellas economías que pueden
oponerse a la hegemonía estadounidense. El "Washington consensus", responsable
de los desastres de la pasada década, de Indonesia a Argentina, pretende
presentarse ahora como un dispositivo dinámico, encaminado ya no sólo a la
defensa del orden liberal del comercio y de la redistribución de la riqueza,
sino orientado a la determinación de posibilidades de guerra. Así, pues, cabe
esperar "ataques preventivos" contra todos aquellos que rechacen el pago de los
costes bélicos estadounidenses. La situación está agravándose (antes las
pretensiones de Washington) hasta tal punto que los mismos organismos
internacionales que hasta hace muy poco erán súcubos de la voluntad
estadounidense empiezan a preocuparse. El hecho es que organismos como el FMI o
el Banco Mundial ya ni siquiera consiguen dar cobertura a sus operaciones bajo
el manto de coherencia de las políticas liberales: están obligados a intervenir
en favor del Estado x o y sencillamente para apoyar la aleatoria voluntad de
guerra del Emperador, o para encubrir su debilidad política en determinados
sectores del tablero mundial. Esperábamos la vuelta del "Big Government" en el
ámbito de los Estados nacionales: lo estamos experimentando en el ámbito global,
como máquina de la soberanía imperial.
Sin embargo, se trata de una soberanía usurpada. Estados Unidos no tiene dinero
para pagarse esta guerra, y mucho menos para pagarse todas las guerras que
tendrán que emprender para afirmar el orden neoliberal. Está quedándose solo y
aun así continúa imponiendo la crisis hasta a sus aliados más estrechos. A las
aristocracias multinacionales cada vez les cuesta más adherirse al
unilateralismo del orden imperial. Empieza a haber defecciones. En realidad,
cuando hablamos de posguerra de los movimientos, empezamos a hablar de los
movimientos en la guerra venidera. La resistencia desarrollada hasta el momento
ha sido una resistencia contra el "acontecimiento-guerra": ahora se trata de
comprender cómo los movimientos pueden seguir manteniendo su consistencia y su
capacidad de acción en la guerra que continúa, en la "guerra infinita". El
movimiento está desorientado pero no ha retrocedido: las banderas de la paz
siguen ondeando en todos los balcones.
No obstante, el problema ya no consiste en limitarse a decir "no a la guerra":
consiste en articular cada comportamiento y cada reivindicación del movimiento a
una batalla contra la guerra, aun cuando ésta se presenta como legitimación
cotidiana y ubicua de la política imperial.
No se deben pagar los impuestos para la guerra, no se debe colaborar en los
proyectos de la guerra infinita, se debe protestar contra los representantes
serviles del poder imperial que gobiernan en municipios y provincias, en
regiones y Estados, en definitiva, en todas las divisiones administrativas.
¡Como el primer ministro polaco, crecido en el "socialismo real", que va a
dirigir el régimen militar de una región iraquí!
Así, pues, hay que trasladar la resistencia al terreno biopolítico, hay que
organizarla en todos los aspectos de la vida cotidiana. Hemos dicho que los
movimientos se han hecho adultos en la campaña contra la guerra: ser adultos
significa moverse en el ámbito que impone la dimensión global de la política.
Traducción del italiano de Lenz / IndyACP