La Izquierda debate
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Los límites reales del clientelismo
Sobre punteros, piqueteros y clientelismo político Javier Auyero, sociólogo, enseña en Nueva York y es un especialista en protesta social y organizaciones de base. En esta nota marca los peligros de generalizar y acusar a punteros y piqueteros y explica cómo y porqué funcionan ciertas redes.
José Natanson
Se habla mucho del clientelismo político, los punteros, la compra de votos.
La discusión se superpone con el debate en torno al movimiento piquetero y las
nuevas lógicas de protesta social, y el resultado es a menudo un debate
demasiado simplificado. Sociólogo, profesor en la Stony Brook de Nueva York,
Javier Auyero escribió La política de los pobres, acaba de publicar Clientelismo
político, las caras ocultas y se encuentra de paso en Buenos Aires para
presentar Vidas Beligerantes, un estudio de los episodios de protesta en Cutral
Có y Santiago del Estero a partir de la historia personal de dos de sus
protagonistas.
-¿Cómo es la relación entre el clientelismo político y las organizaciones
piqueteras?
-La discusión encierra una trampa. Así como se usa el término clientelismo
para acusar a los pobres, también se usa para acusar a quienes protestan.
Conexiones posibles entre maneras personalizadas de hacer política, que es la
mejor definición de clientelismo, y formas de acción colectiva hay muchas. Una
obvia es que las redes de acción colectiva de las organizaciones piqueteras y el
clientelismo peronista estarían compitiendo entre sí.
-¿Por qué?
-Se plantean como formas diferentes de resolución de problemas dentro de los
sectores populares. Hay organizaciones piqueteras que, quizás, atentan contra
los intereses de ciertos punteros. Pero la cuestión central desde mi punto de
vista es la que generaliza el clientelismo a cualquier práctica. Se dice que los
piqueteros, todos ellos, hacen clientelismo. Se los acusa. Y la realidad es que
la acción colectiva necesita recursos. Los piqueteros utilizan los planes para
fortalecer sus organizaciones. A eso, que sucede en cualquier movimiento social,
se lo tilda de clientelismo.
-Usted sostiene que el clientelismo político funciona como una instancia de
resolución de problemas para los sectores populares, ¿Esto significa que es
legítimo?
-Hay que separar las cosas. El clientelismo se puede definir como el
intercambio personalizado de favores por apoyo político.
Desde un punto de vista normativo me parece que no es la mejor manera de
conquistar el voto, acercar voluntades, construir consensos. El problema del
término clientelismo es que termina reemplazando la idea de la conducta de la
pobreza: los pobres son pobres porque tienen este tipo de conductas. Si se mira
la discusión sobre los planes sociales se descubre esta manera perversa de
instalar el tema: decir que los planes fomentan la vagancia, desalientan el
trabajo. No son discusiones, son intervenciones políticas.
Yo, como sociólogo, las tomo como eso. No hay nada que pruebe que un plan de 150
pesos desincentive el trabajo en un país con 25 por ciento de desempleo.
Por otro lado, plantean los cortes como si fuera un juego, y la verdad es que
cortar rutas no es un tema gracioso. Implica mucho sacrificio. Yo invitaría a
cualquiera a pasarse dos días a la intemperie en Cutral Có y que después me
digan si es tan fácil. Me parece que hay que reemplazar el término clientelismo
y pensar que se trata de redes personalizadas de resolución de problemas.
-Y en algunos casos son las únicas que existen.
-Claro, en primer lugar, las interacciones entre un puntero y un cliente no
son episódicas. La gente tiene que comer todos los días. Esas redes, con el
tiempo, sedimentan. Y son esenciales no sólo por el acceso a un plan, sino
también a la comida, a la leche, a medicamentos. Y si esto es así es porque el
hospital, que supuestamente es público, no brinda los medicamentos. Entonces
tienen que recurrir a estas redes. Uno puede tener un punto de vista moral, pero
para ver cómo funcionan estas redes el punto de vista moral no sirve. Es
población que está en la miseria. Pedirle a esa gente que tenga un juicio sobre
el clientelismo exterior a su propia práctica es absurdo. En estos días hice
trabajo de campo en Avellaneda yMoreno. Los chicos comen en comedores populares.
Allí funciona una cooperativa, el Plan Vida, las Manzaneras. Antes se llamaban
Unidad Básica, y ahora el nuevo nombre es comedores populares.
-¿A qué obedece el cambio?
-El Ministerio de Desarrollo Social no quiere que la distribución de recursos
se haga a través de las redes políticas tradicionales. Si yo soy un puntero
enraizado en el barrio y necesito que bajen los recursos, cambio el cartel. El
tema es complejo. Si se comparan los comedores vinculados al aparato municipal y
aquellos controlados por organizaciones piqueteras suele haber diferencias de
recursos, porque unos están más vinculados al Estado que otros. Por ejemplo, en
los comedores relacionados con la Municipalidad se come carne y en los otros no.
Esto genera competencia al interior de un barrio, más allá de la voluntad del
puntero. No quiero salvar a los punteros, pero creo que se está haciendo lo
mismo que con los piqueteros. Se generaliza a partir de un puntero corrupto, o
se lo toma a Castells y a partir de ahí se sacan conclusiones que abarcan a
todos los piqueteros. Muchos de ellos son buenos vecinos con buenas intenciones.
En muchos casos han sido dirigentes barriales que saben que la máquina
recaudadora de votos y acumuladora de recursos es el peronismo.
-¿Cómo funciona la contrapartida de los "servicios" de los punteros?
-Se crean lazos políticos personalizados, cotidianos, que generan
solidaridades, lealtades, y que se naturalizan. Esto permite que el peronismo
funcione como una organización con penetración territorial. Cualquier partido
político moderno tiene el problema de cómo funcionar entre elecciones. Esto
resuelve este problema porque crea un aparato para los 365 días del año.
Mantiene al partido activo. Y hay evidencias de que los punteros le dan el sobre
a la señora en el comedor para que vaya a votar. Ahora, esto no significa una
capacidad total de la máquina para conquistar el voto. Nunca se va a saber si
votan a Quindimil porque alguien se lo dijo o porque creen que es un buen
intendente.
-¿Son legítimos?
-Bueno, eso depende de qué lado se mire. Si lo mira un funcionario del
Ministerio de Desarrollo Social quizá sean ilegítimos, e incluso ilegales. Desde
el punto de vista de muchos punteros y clientes son legítimos.
-Lo ideal sería que estos lazos personalizados no fueran necesarios.
-La evidencia histórica prueba que lo único que atentó contra las máquinas
políticas o electorales fue el Estado de bienestar. Clientelismo hay en todos
los países. En Brasil, en las favelas d e Río de Janeiro, con redes
interpenetradas por redes de narcotráfico. En México, en Estados Unidos. Pero lo
que cambia la situación es el Estado de bienestar. En Estados Unidos, Roosevelt
fue un producto de la máquina clientelar del Partido Demócrata, y a partir del
New Deal marcó la defunción de esa maquinaria. La única manera de que no tengan
que acercarse a alguien para que les resuelva estos problemas es que el acceso
esté garantizado