Compañeras
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El fracaso no es un tango
Andrea Franulic
Movimiento Rebelde del Afuera
Julieta Kirkwood alude al concepto sartreano de la mala fe para explicarse el
comportamiento de las mujeres con doble militancia que asisten a los Encuentros
Feministas: "... las mujeres políticas van a los Encuentros Feministas, pero no
quieren aceptar que van (...) La mala fe no engaña a los demás, es distinta de
la mentira. La mala fe es tal porque sólo se engaña a sí misma. La mala fe se
hace evidente, se hace manifiesta en la presencia divorciada del discurso. La
mala fe lleva inscrito en la frente: Queremos estar ahí como mujeres, pero no lo
reconoceremos" (en Ser política en Chile). La autora elabora una crítica certera
contra la doble militancia; sin embargo, existen feministas vergonzantes
(haciendo referencia a la expresión que usaba Elena Caffarena) que han
socializado muy mal el discurso de Julieta Kirkwood para LEGITIMAR dobles y
triples militancias.
Las dobles militancias de las feministas no son sólo específicamente partidistas
o religiosas; la principal y fundamental doble militancia radica en la adhesión
-y admiración- al proyecto civilizatorio de la masculinidad, como si fuera el
único posible. Es decir, militen o no en un partido político, esto se manifiesta
en la incapacidad de abandonar el modelo de lo femenino, que traducido en
feminismo, carece de espacios políticos independientes, capacidad de autonomía
y, en consecuencia, de pensamiento propio. El fracaso del feminismo es la no
construcción de un referente ideológico consistente y distinto a la
macroideología masculinista. Referente válido para que todas las mujeres de este
mundo desechemos la feminidad y contenedor de una propuesta humanizadora para la
sociedad en su conjunto. La "presencia divorciada del discurso" a la que se
refiere Julieta y, para mí, la más radical, se expresa en tener un cuerpo
sexuado mujer, pero usar un discurso masculino/femenil. Esta disociación da
cuenta de una profunda ENAJENACIÓN (1).
Creo que la mayoría de las feministas sospecha algún tipo de fracaso del
movimiento; sin embargo, no está dispuesta a renunciar ni a poner en cuestión
-de verdad- las repetidas estrategias políticas de siempre: acciones de
resistencia, de protesta y denuncia callejeras -los en contra-; hacer lobby,
advocacy o cabildeo -incidencia en las agendas-; retraducir al Estado -ángel de
la guarda-; atacar los núcleos duros estructurales del patriarcado -trepar por
las fisuras- (...). Todo este repertorio busca, de una manera u otra, la
legitimidad del sistema vigente y está asociado a intereses económicos y
espacios concretos de poder: programas, ONGs, redes, coordinadoras, proyectos,
partidos, medios, academia, iglesia.
La resistencia de la mayoría de las feministas a asumir, públicamente, sus
equivocaciones -aceptación que tendría que ir acompañada de un análisis crítico
y honesto, con una visión política e histórica- es la misma que surge a la hora
de explicitar la ideología que sustenta esas prácticas, pues hacerlo implicaría
que importantes sectores del feminismo no sólo pusieran en cuestión los espacios
de poder antes descritos, sino que, junto con esto, se hicieran cargo de su
responsabilidad histórica en la desarticulación del movimiento y en el continuo
reciclaje del patriarcado; es decir, tendrían que responsabilizarse de su
complicidad con el modelo político y económico de la masculinidad y reconocer el
miedo al vacío de quedarse sin proyecto de futuro, que no es otro que la
perpetuación del mismo sistema, cada vez más deshumanizado y sostenido en la
desvalorización de la mitad del género humano.
Durante el (Encuentro Nacional Feminista) ENF-2005, escuché a algunas feministas
cuestionar los resultados del feminismo de estos últimos 15 años, con argumentos
como los siguientes: "el género se ha transformado en una camisa de fuerza / la
tematización y fragmentación del conocimiento feminista / la cooptación de
líderes / la profesionalización y especialización del feminismo / la
desarticulación entre las feministas...". En esta argumentación se manifiesta,
más concretamente, la "presencia divorciada del discurso", en la medida de que
aparece disociada de las personas responsables que hay detrás, es decir, sin
cuerpo y sin historia. En otros casos, se presenta como resultados
contradictorios, legitimada por las clasificaciones de la sociología, en
planteos del tipo "hemos conseguido avances en la política, pero aún tenemos
desafíos en lo político...". En definitiva, todos estos cuestionamientos están
contenidos en un discurso sancionado por la masculinidad y tributario a su
sistema.
Más aún, en esta autocrítica (que ha empezado a sonar en los últimos tiempos
junto a un deseo de reorganización), la mala fe se expresa en la absorción de
los discursos rebeldes de pensadoras ligadas, históricamente, a la corriente
autónoma (y no a la autonomía ni-ni de hoy en día); las que hace más de 15 años
denunciaron -y analizaron- la funcionalidad del feminismo al sistema vigente.
Aquéllas contra las cuales se ejerció una marginación (cooptación, inculpación,
instalación del rumor, negación de recursos...) por no adherir al proyecto
político/económico del sistema neoliberal y del gobierno de la Concertación, y
al consecuente desmontaje del movimiento feminista chileno; más bien, por
apostar a un cambio civilizatorio(2) . Toda absorción va acompañada de una
limpieza, no sólo de nombres y apellidos (de historia), también del contenido
rebelde, político y crítico de las propuestas, es decir, de la delación de las
prácticas -poco éticas- de las feministas durante estos años.
La historia de María de la Cruz y las sufragistas también me da pistas para
comprender el proceso que estoy describiendo. Julieta Kirkwood relata el
episodio del desafuero de la senadora a principios de los cincuenta. A María de
la Cruz se la acusa de "importación ilícita de relojes"; la acusación la
presentan tres mujeres, cómplices del ataque concertado de los partidos
masculinos de la época: "Nunca más -salvo los atisbos del feminismo actual- las
mujeres quisieron asumir el derecho y la voluntad de hacer política autónoma"
(en Ser política en Chile) (3). Esta historia está inscrita en nuestras
memorias. ¿Acaso, no asumir el fracaso actual del feminismo es, finalmente, no
querer asumir "el derecho y la voluntad de hacer política autónoma"? La voluntad
solamente surge del amor propio y no del amor a los hombres y sus instituciones.
Han sido las propias mujeres las que han intentado borrar esos atisbos de
autonomía -a los que alude Julieta- del feminismo chileno de los ochenta y los
noventa; me refiero, específicamente, a la recién publicada historia oficial del
movimiento, escrita por tres feministas del Centro de Estudios de la Mujer
(CEM). Esta negación es la negación de sí mismas.
Sartre afirma que en la mala fe se juega a ser algo que no se es. Lo grave -y a
la vez iluminador- en la mala fe es que, por así decirlo, se es también lo que
no se es (Diccionario de filosofía, J. Ferrater Mora). Las mujeres no somos lo
femenino; sin embargo, en este modelo quedan atrapadas aquéllas que juegan a ser
feministas, sosteniendo el sistema vigente con estrategias que lo remozan.
Desechar este orden simbólico/valórico (masculino/femenino/feminista), ¿será un
paso para iniciar un análisis honesto sobre nuestra historia y nuestras
prácticas políticas?
Notas:
1 Para el concepto masculinidad/feminidad ver Margarita Pisano: www.mpisano.cl
2 El caso más representativo -entre otros- en Chile, y también en Latinoamérica,
es el de Margarita Pisano.
3 María de la Cruz -justicialista- se apropia del proyecto de las sufragistas;
por lo tanto, "la caída" no sólo es de ella, sino de todo el movimiento que
estaba detrás.