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Salvador Allende

16 de septiembre del 2003

El otro y casi olvidado 11/9

Saul Landau
Progreso Weekly

"El verdadero norteamericano no marcha al exterior en busca de monstruos que destruir..."
-- John Quincy Adams, 4 de julio de 1821

"Estoy listo a resistir por cualquier medio, incluso al precio de mi vida, de manera que esto sirva de lección a la ignominiosa historia de aquellos que usan la fuerza, no la razón".
-- Dr. Salvador Allende, en su último discurso por radio al pueblo chileno (11/9/73)

¿Qué tienen en común la conspiración de Richard Nixon y Henry Kissinger en 1970-1973 para derrocar el gobierno de Chile, con la del 2000 de Osama bin Laden y al Qaeda para destruir el World Trade Center y el Pentágono?
Respuesta: ambas intrigas criminales alcanzaron su clímax un 11 de septiembre.

Casi todos los norteamericanos saben que el 11/9 se refiere ahora a los horrorosos sucesos de hace dos años, cuando casi 3 000 personas murieron en ataques terroristas. Sin embargo, pocos norteamericanos recuerdan que el 11/9 también se refiere al día de 1973 en que las fuerzas armadas chilenas, con el aliento y la ayuda de EE.UU., lanzaron ataques aéreos y terrestres contra el palacio presidencial, la oficina del Dr. Salvador Allende, el presidente electo. Allende murió esa mañana. Un reino de terror siguió al golpe en el que decenas de miles de chilenos sufrieron tortura, cientos de miles fueron obligados o huyeron al exilio y las instituciones democráticas del país fueron destruidas sistemáticamente. El líder del golpe, General Augusto Pinochet, se mantuvo como dictador militar de Chile por diecisiete años, cuatro años más que Hitler.

"Los terroristas odian nuestras libertades", podrían haber dicho los trabajadores, campesinos y estudiantes chilenos como un eco de los comentarios post 11/9 de George W. Bush. Sin embargo, ellos estarían explicando lo que había tras los conspiradores norteamericanos y chilenos que ayudaron a que el golpe fuera posible, al igual que George W. Bush explicó simplistamente el ataque del 2001 por parte de terroristas casi todos árabes saudís.

Su predecesor republicano en 1970, Richard Nixon, comprometió el poder encubierto de EE.UU. precisamente para destruir la libertad de los chilenos, quienes habían elegido a un presidente en elecciones más libres y justas que las de EE.UU. en el 2000. Ciertamente los chilenos vieron como su democracia ardía. Sus militares, con el apoyo total de Washington, se dedicaron a arrasar con su antigua legislatura bicameral, poder judicial independiente, órganos locales y regionales elegidos, sindicatos y medios de comunicación libres y sus libertades civiles de amplia base.

El gobierno de EE.UU. aún no ha admitido su verdadero papel en el golpe en sí. Según una fuente de seguridad nacional, la Armada chilena había coordinado con la Marina de EE.UU. para realizar maniobras cerca de la costa precisamente en el momento en que se daría el golpe. Los barcos militares espías de EE.UU. interceptaron comunicados provenientes de bases millares chilenas y los enviaron hacia los traicioneros golpistas. Los amotinados pudieron así enviar suficientes fuerzas para reprimir a aquellas unidades cuyos mensajes indicaban lealtad al gobierno electo, y de esa manera evitar la guerra civil.

El Secretario de Estado Colin Powell admitió en abril de este año que "esta no es una parte de la historia norteamericana de la cual estamos orgullosos". Powell atribuyó el papel de EE.UU. en la desestabilización de Chile entre 1970 y 1973 (parte de la cual está demostrada en el Volumen 7 del informe acerca de la inteligencia de EE.UU. por el Comité Senatorial Selecto Church de 1975) a la Guerra Fría. Esto se refiere al "pecado" político de Allende de permitir que el Partido Comunista formara parte del agrupamiento de cinco partidos políticos dentro de su coalición de la Unidad Popular.

Durante más de cien años los responsables de la política de EE.UU. han conspirado consistentemente para derrocar a los regímenes "desobedientes", como la coalición socialista de Allende en Chile. Fuerzas de EE.UU. ocuparon Nicaragua y Haití durante unos 20 años a principios del siglo 20, después de expulsar a gobiernos de esos países que fueron suficientemente obedientes a Washington. De manera similar en Cuba, bajo los términos de la Enmienda Platt impuesta por EE.UU., fuerzas norteamericanas ocuparon la isla en varias ocasiones (1906-09, 1912 y 1917-22).

Entre 1900 y 1910, tropas de EE.UU. desembarcaron en Colombia, Honduras, República Dominicana y Panamá, principalmente para aplastar movimientos revolucionarios. Estos desembarcos de tropas se refieren solamente a acciones militares en el hemisferio. Durante la misma década, los presidentes desplegaron tropas de EE.UU. en China (1900), Siria (1904-05) y Marruecos (1904).

En el período entre 1910 y 1920, las tropas de EE.UU. hicieron numerosas incursiones en México durante su era revolucionaria y desembarcaron también fuerzas expedicionarias en Guatemala y Costa Rica. Fuera del hemisferio, las tropas norteamericanas desembarcaron nuevamente en China (1991, 1912 y 1920), Turquía (1912) y Unión Soviética (1918-22), además de la participación de EE.UU. en la 1ra. Guerra Mundial.

Así que cuando Powell dio una excusa como la de la "Guerra Fría", ignora significativos antecedentes intervencionistas en la política exterior del siglo 20. Cierto, durante la Guerra Fría la CIA actuó en flagrante violación de un número de nuevos tratados firmados por Estados Unidos que condenaban la intervención en los asuntos internos de otras naciones.

Pero al diablo con la Carta de las Naciones Unidas y de la OEA, la OTAN y el Tratado de Río, dijo el Presidente Eisenhower en 1953 mientras ordenaba a la CIA que derrocara al gobierno democráticamente electo de Irán. En 1954 la Agencia derrocó al gobierno de Guatemala. En 1964 Lyndon Johnson apoyó un golpe en Brasil y, según las palabras del ex Primer Ministro de Jamaica Michael Manley, él mismo víctima de la desestabilización por la CIA en 1976 y 1980, "aplastó el buen orden de la sociedad" en varios países. El ex oficial de la CIA Phillip Agee demostró la interferencia rutinaria de la CIA en la política de Ecuador, Uruguay y México.

Pero el golpe de Chile en 1973 se ganó el premio de la flagrante ilegalidad imperial. Sólo unos días después de la victoria electoral de Allende en septiembre de 1970, el Secretario de Estado Henry Kissinger y el Presidente Nixon conspiraban en la Oficina Oval para "corregir" el destino de los chilenos que habían elegido tontamente como presidente al hombre equivocado. Durante tres años después del triunfo electoral de Allende la CIA usó la violencia, el sabotaje económico y la guerra psicológica contra su gobierno, porque éste no seguía la línea que Washington dictaba: no permitir que los comunistas formaran parte de un gobierno; no expropiar, aunque fuera con compensación, propiedades de EE.UU.; seguir la economía de libre mercado; eliminar toda relación con la Cuba de Castro; y nunca votar contra Estados Unidos en un foro internacional.

Como atestiguó el entonces director de la CIA Richard Helms ante el Comité Church, Nixon "quería un esfuerzo mayor para impedir la ascensión de Allende al poder". Nixon también ordenó, como indican las notas de Helms, que la "economía (de Chile) fuera apretada hasta que gritara".

La CIA fracasó en evitar la toma de posesión de Allende, aunque en octubre de 1970 contrató a matones para que asesinaran al Jefe del Ejército, General René Schneider, ya que éste se oponía a un golpe militar.

Nixon y Kissinger intentaban "salvar" a Chile, como dijeron a Helms, lo que significaba que no diferenciaban al socialista elegido y parlamentarista convencido Allende de los comunistas soviéticos. Aunque Moscú no dio ayuda significativa a Allende, no obstante el dogma ideológico Nixon-Kissinger fue suficiente para motivar a la CIA en su política de fomento de golpe de estado y terrorismo abierto.

¿Habrá sido un lapsus mental lo que hizo a George W. Bush a nombrar a Kissinger, quien retiró su nombre unos días más tarde, para investigar el terrorismo del 11/9/01, o pensó algún sabio de la Casa Blanca que "como Kissinger era un practicante del terrorismo en la vida real tendría el tipo de conocimiento y experiencia para dirigir una investigación cerca del tema"?

Efectivamente, veamos nuevamente las notas del jefe de la CIA Helms, tomadas en su conversación de septiembre de 1970 en la Oficina Oval con Nixon y Kissinger, donde recibió órdenes de derrocar al gobierno de Chile.

"No preocupación por riesgos implicados", escribió Helms. "$10 000 000 disponibles, más si hace falta". Una conversación similar podría haber tenido lugar en algún lugar de Arabia Saudí dos años antes del 11/9/01 con Osama bin Laden hablando con sus demonios acerca de los riesgos y los costos implicados en secuestrar a los aviones de pasajeros y lanzarlos contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

Supongamos, me pregunto, que yo hubiera perdido a mi padre o a mi hermano en el Palacio de La Moneda en 1973. Uno no puede acusar a Kissinger o al menos buscar la justicia en el exterior. Los militares y los funcionarios políticos de EE.UU., insiste Bush, deben poseer inmunidad fuera de Estados Unidos, lo cual protege a los terroristas de su Administración y a esos violentos fantasmas de regímenes anteriores.

En esta nación muy vuelta a nacer, con gente que hace peregrinaje al recientemente eliminado monumento a los Diez Mandamientos en Alabama, y con la piedad goteando de los labios fundamentalistas de los líderes políticos, parece extraño que pocos puedan recordar las palabras que siguen a la primera frase del refrán cristiano: "Compórtate con los otros".

* Saul Landau es profesor en la Universidad Cal Poly Pomona y es miembro del Instituto para Estudios de la Política. Su nuevo libro, Imperio preventivo: una guía al reino de Bush, será publicado en septiembre por Pluto Press. www.saullandau.net