19 de septiembre del 2003
Traición contra
Chile
Operación Centauro
Lisandro Otero
Rebelión
SE CIERNE LA TORMENTA
A las 6:20 de la mañana del 11 de septiembre, en su residencia de la
calle Tomás Moro, el presidente Salvador Allende recibió una llamada
telefónica: la Marina se había sublevado en Valparaíso.
Ocho horas después, estaba muerto.
La administración de Nixon fue opuesta a Allende desde que surgió como el posible triunfador de la campaña presidencial de 1970. La hostilidad de Washington aumentó después que el nuevo gobierno de Allende nacionalizó totalmente las minas de cobre y otras empresas industriales propiedad de compañías de Estados Unidos y declinó el pago de compensación a muchas de ellas. Las relaciones entre ambos países empeoraron cuando se reveló que la multinacional ITT había ofrecido al gobierno de Estados Unidos más de $ 1 000 000 para impedir la elección de Allende y que sostuvo discusiones con la CIA sobre las posibles maneras de apartarlo de su cargo.
El gobierno de Nixon hizo lo que pudo por hacerle la vida incómoda a Allende, sobre todo a través de la presión financiera de instituciones como el Banco Mundial. En agosto de 1971, como resultado de las quejas de Estados Unidos sobre el dudoso riesgo que comportaba el endeudado Chile, el Banco de Importación y Exportación rehusó un préstamo de 21 millones de dólares a la compañía aérea LAN-Chile para que comprase tres aviones Boeing, a pesar de que la compañía tenía una perfecta reputación en la cancelación de deudas. En total, las exportaciones a Chile declinaron en un 50 % en los tres años de Allende.
Pero el Pentágono permaneció en relativos buenos términos con la oficialidad militar de Chile. Durante el último año, por ejemplo, los Estados Unidos entregaron 10 millones de dólares a la fuerza aérea chilena para que comprara aviones de transporte y otros equipos. Las relaciones militares eran tan sólidas que funcionarios de Estados Unidos conocieron del alzamiento 16 horas antes de que tuviera lugar.
El golpe, en el cual el gobierno de los Estados Unidos tuvo participación tan decisiva, comenzó en realidad antes del 11 de septiembre. Elena de la Souchere afirmó, en el diario Le Monde Diplomatique (número 235, de octubre de 1973), que el golpe de Estado no tuvo lugar el 11 de septiembre sino el 23 de agosto, cuando el general Prats tuvo que renunciar como comandante en jefe del Ejército. Ese hecho significaba que la posición llamada constitucionalista ya no tenía una mayoría de seguidores en el consejo de generales. De ahí a la materialización del golpe de Estado, era solo una cuestión de tiempo y organización.
La víspera del golpe, en Temuco, a 675 kilómetros al sur de Santiago, un periodista local fue secuestrado por desconocidos. Le quitaron la venda de los ojos, después de un largo trayecto en auto, y se encontró en la sala de una lujosa residencia campestre. Ante él estaba Pablo Rodríguez, jefe de la organización fascista Patria y Libertad, quien lo obligó a entrevistarlo. Aparte de sus usuales conceptos, lo único importante que Rodríguez dijo fue que su regreso coincidía con el derrocamiento de Allende. La coordinación de todos los factores estaba perfectamente sincronizada.
El periodista Jorge Timossi, corresponsal jefe de Prensa Latina en Santiago, afirmó que en la noche del 10 al 11 de septiembre se realizó una operación de represión interna dentro de las filas militares para anular a los oficiales simpatizantes de la Unidad Popular o dudosos políticamente. Se arrestó al almirante Montero, al general de la Aviación, Alberto Bachelet, y a otros altos oficiales en Santiago y Valparaíso.
A pesar de ello, después del golpe, hubo alzamientos en los regimientos Buin, Infantería, en San Bernardo, Escuela de Suboficiales de Carabineros, Coraceros, en Viña del Mar, Infantería, en San Felipe, donde se fusiló a su comandante, el coronel Cantuarias. Hubo también movimientos de inconformidad con el golpe en guarniciones de Concepción y Valdivia, según las informaciones de Timossi. El Regimiento de Ferrocarrileros, en Puente Alto, fue rodeado por la Marina. En Antofagasta, el cabo Schmidt Godoy ajustició con su pistola de reglamento al jefe y al subjefe de su unidad, que se disponían a sublevarse contra el gobierno legítimo.
En aquella madrugada del 10 al 11 de septiembre las fuerzas navales estacionadas en Valparaíso fueron puestas en zafarrancho de combate y comenzaron a ocupar distintos puntos clave de la ciudad. Sobre ello, fue el primer aviso que se alertó al presidente Allende de la puesta en marcha de la conjura.
Según el corresponsal de la Associated Press, William Nicholson, en su cronología de los hechos, la flota chilena, que había zarpado de Valparaíso para las maniobras UNITAS conjuntamente con navíos norteamericanos, regresó al puerto con precipitación en la madrugada y simultáneamente, la Armada ocupó la ciudad. A las 3:00 de la mañana el Ministerio de Defensa, en la capital, era un hervidero de actividad. Había más de cien vehículos estacionados al frente. A las 4:00 de la mañana los regimientos de provincias recibieron órdenes de ocupar las oficinas públicas y las radioemisoras. A las 6:00 de la mañana se dio la alerta en la Segunda División, con base en Santiago. Media hora después, las tropas comenzaron a ocupar los centros gubernamentales y de comunicación.
EL GRUPO DE LA CIA EN CHILE
El embajador de los Estados Unidos, Nathaniel Davis, había viajado a su país el viernes 7 de septiembre. El día 8 sostuvo una entrevista con Henry Kissinger y regresó a Chile el día 9, cuarenta y ocho horas antes del golpe. (Estas fechas están corroboradas por el boletín de la NACLA, número 8, de octubre de 1973.) Desde mucho antes Kissinger había demostrado su interés por Chile, aparte de su publicitado intercambio de cartas con los dirigentes de la ITT.
El 15 de septiembre de 1970, Kissinger sostuvo un encuentro con la prensa del oeste medio, en la ciudad de Chicago. Dos días más tarde, el New York Times publicó un artículo de Cyrus Sulzberger en el que se revelaba parte de esta conversación. Otros periódicos también publicaron fragmentos. El doctor Kissinger había afirmado en esa entrevista: "Creo que no debemos ilusionarnos pensando que la instauración de Allende en Chile no va a plantearnos problemas masivos, a nosotros, a nuestras fuerzas en América Latina y, ciertamente, en todo el hemisferio occidental."
Era evidente la enorme importancia que la dirigencia norteamericana, a su más alto nivel, concedía a esta etapa chilena. El embajador de Chile en México, Hugo Vigorena, afirmó, días después del golpe, haber examinado una documentación que le mostró un agente de la CIA renegado, en la cual se exponía el plan de derrocamiento de Allende bajo el nombre clave de Plan Centauro. En él se trazaban tácticas de sabotaje económico y de guerra psicológica e, incluso, se preveía el acuñamiento de dinero falso y dispositivos químicos para alterar el ritmo de las cosechas. Pero el peso principal del trabajo lo llevó a cabo un equipo de golpe de Estado de la CIA, similar a los que han trabajado en otras partes del mundo.
Del personal destinado a Chile, tres habían trabajado en Guatemala, dos de ellos preparando el complot de Castillo Armas, en 1954, dos intervinieron en la República Dominicana durante la invasión norteamericana de 1965, uno intrigó contra los partidarios de Lumumba en el Congo y otro participó en el golpe contra Nkrumah en Ghana. La campaña del caos económico estaba a cargo de Deane Roesch Hinton, graduado en 1943 en la Universidad de Chicago. Prestó servicios en el Ejército, de 1943 a 1945, y al año siguiente ingresó en el Departamento de Estado. En los años posteriores, trabajó en Siria, en Kenya y en París, hasta 1955, cuando ingresó en la CIA. En 1956, era director de la Oficina de Investigaciones y Análisis para Europa Occidental. En 1961 y 1962, asistió a los cursos de la Escuela Nacional de Guerra. De 1963 a 1967, fue director de asuntos políticos-económicos del área del Atlántico.
Entonces fue destinado a la Agencia de Desarrollo Internacional, en su oficina de Guatemala. Allí trabajó con Nathaniel Davis en la organización de la contrarrevolución que actuó contra el movimiento de liberación nacional. En 1971, recibió la distinción más alta de su carrera, cuando fue a trabajar a la Casa Blanca, en Washington, como subdirector del Consejo de Política Económica Internacional, subordinado al Consejo de Seguridad Nacional que dirigía Kissinger. Se le asignó el control de la política de asfixia económica contra Chile.
Otros oficiales trabajaban sobre el terreno mismo, como Harry W. Shlaudeman, de quien no había indicios de que hubiese ingresado a la CIA. Se trataba, más bien, de un intelectual del Departamento de Estado. Tenía el rango de segundo jefe de misión en la Embajada norteamericana en Santiago, a donde había sido designado en junio de 1969. Shlaudeman laboró en el Consulado en Bogotá en 1956, y en 1959 en Bulgaria. A partir de 1962, trabajó como oficial jefe de la Sección Política de la Embajada en la República Dominicana. Estaba a cargo de la información sobre la izquierda y estudiaba marxismo. En 1965, desempeñó una importante función durante la invasión de los marines. Después, fue designado director adjunto de Asuntos del Caribe.
Daniel Arzac sirvió en el Ejército durante la guerra y en 1950 se graduó en Berkeley. En 1953, ingresó en la CIA como investigador y analista de Inteligencia. Trabajó en Phnom-Penh. Montevideo, Bogotá y Asunción, hasta que, en septiembre de 1971, fue asignado a la misión en Santiago, como funcionario político. James E. Anderson sirvió en la Fuerza Aérea, de 1953 a 1957. En 1960, se graduó en la Universidad de Oregon y retornó a la Fuerza Aérea como analista. En 1962, ingresó en el Departamento de Estado y posiblemente en la CIA, y fue destinado a Monterrey, México. Un mes después de la invasión a la República Dominicana, comenzó a trabajar allí hasta 1966, en que fue destinado a Ciudad de México. Allí permaneció cuatro años y fue trasladado a Chile en enero de 1971. John B. Tipton ingresó en el Departamento de Estado y en la CIA en 1958. Sirvió en México, Bolivia y Guatemala. Llegó a Chile en enero de 1972.
ORO PARA LOS GORILAS
Uno de los equipos de la CIA que trabajó contra la Unidad Popular en Chile, el grupo con protección legal adjunto a la Embajada de los Estados Unidos, fue descrito en el boletín de la NACLA. A los ya citados en el artículo anterior habría que añadir a Raymond Alfred Warren, quien sirvió en la Fuerza Aérea, de 1943 a 1946. Se graduó en la Universidad George Washington, en 1949, y en Harvard, en 1951. Durante dos años se desempeñó como investigador de asuntos laborales. Estuvo en el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. En 1954, ingresó en el Departamento de Estado y en la CIA, y se le destinó a Guatemala, donde intervino en el golpe de Estado contra Jacobo Árbenz. Trabajó ulteriormente en Caracas y Bogotá y llegó a Chile en octubre de 1970.
Arnold M. Isaacs ingresó en la CIA en 1959 y al año siguiente en el Departamento de Estado. Destinado a Tegucigalpa, Honduras, como funcionario consular, permaneció hasta 1965 en Centroamérica. Durante dos años, se especializó en asuntos latinoamericanos en la Universidad de Texas. Volvió al servicio en 1966 y fue destinado a Buenos Aires. En febrero de 1970, se le asignó a la Embajada en Chile. Allí intentó penetrar a los norteamericanos progresistas y de izquierda residentes en Chile. En junio de 1973, retornó a los Estados Unidos, destinándosele a atender la Oficina de Asuntos Chilenos en el Departamento de Estado. Allí estaba cuando ocurrió el golpe de Estado.
Frederick W. Latrash estuvo destacado en la Marina, de 1942 a 1946. En 1948, ingresó en el Servicio de Inteligencia Naval. En 1954, fue destinado a Guatemala y trabajó con la CIA en el golpe de Estado de Castillo Armas. Después, trabajó en Amman, El Cairo, Caracas y Panamá. De 1967 a 1971, trabajó en Accra, Ghana, e intervino en el golpe contra Kwame Nkrumah. En mayo de 1971, fue asignado a Chile.
Joseph F. McManus trabajó como analista del Ejército, de 1951 a 1955. Ingresó en el Departamento de Estado, en 1954, y actuó como oficial de enlace con el Pentágono. Trabajó como vicecónsul en Bangkok y Estambul. En septiembre de 1972, arribó a Chile.
Keith Wheelock fue investigador y analista de Inteligencia de la CIA, a partir de 1960. Apareció en el Congo, un año después que la CIA instigara el asesinato de Patrice Lumumba. Su trabajo estuvo destinado a barrer a los simpatizantes de Lumumba y a combatir a las organizaciones guerrilleras. En 1964, volvió al Departamento de Estado como investigador y especialista. En 1966, fue destinado a la Embajada en Chile como funcionario de la Sección Política. A finales de 1969, se retiró aparentemente del servicio diplomático pero siguió viviendo en Chile bajo una cobertura civil. Wheelock era el oficial a cargo de las operaciones del movimiento Patria y Libertad.
Donald Winters se graduó en la Universidad de Ohio, en 1958, y en 1964 en Guatemala. Fue analista de la Fuerza Aérea, de 1960 a 1962, y de 1964 a 1969 estuvo destacado en Panamá. En mayo de 1969, se le transfirió a la Embajada en Chile. Dentro de las Fuerzas Armadas chilenas había una quinta columna constituida por el personal de la Misión Militar norteamericana y parte de la propia oficialidad nativa. Desde 1953, habían pasado por las escuelas militares de la Zona del Canal en Panamá más de cuatro mil oficiales chilenos.
El general Augusto Pinochet había sido agregado militar en Washington y había visitado en varias ocasiones el Comando de la Zona del Ejército norteamericano, en Panamá. De 1950 a 1970, los Estados Unidos entregaron a Chile 176 millones de dólares para sus Fuerzas Armadas. Solo Brasil recibió asignaciones superiores. Esa inmensa cantidad equivalía al 10 % del presupuesto militar chileno de ese período. Para 1974, se proyectaba una duplicación de la asistencia económica militar, hasta 45 millones de dólares. Para ese período se suponía que el crédito norteamericano al gobierno de la Unidad Popular no alcanzaría los cuatro millones de dólares. Mientras se estrangulaba económicamente al gobierno de Allende se abría generosamente la mano a los militares chilenos.
Para la Fuerza Aérea se había viabilizado la adquisición de jets F-5E, que sustituirían a los viejos Hawker Hunter que se utilizaba en Chile. La Armada mantenía intactos sus vínculos con los Estados Unidos. Anualmente, se celebraban en el Océano Pacífico maniobras conjuntas denominadas UNITAS. Una operación de este tipo debía comenzar el mismo día en que se efectuó el golpe. Cuatro buques de guerra de los Estados Unidos se encontraban aquel día fuera de las aguas jurisdiccionales, a la altura de Valparaíso.
El Cuerpo de Carabineros recibía asesoramiento de la Oficina de Seguridad Pública de la AID (Agencia para el Desarrollo Internacional) de los Estados Unidos. Joseph Vasile, consejero jefe del programa -que en los últimos años entregó ayuda por valor de 2,5 millones de dólares, fue expulsado en 1970 por mezclarse en las conspiraciones contra la Unidad Popular. Fue destinado a Viet Nam, donde continuó trabajando en la organización de la represión.
SE CONSUMA LA TRAICIÓN
Allende llegó al Palacio de La Moneda a las 7:30 de la mañana. A las 8:10 habló por una cadena de radioemisoras. Dijo que un sector de la marinería había aislado el puerto de Valparaíso en un levantamiento contra el gobierno. Expresó su confianza en la actuación del Ejército para defender el gobierno legítimo. Exhortó a los trabajadores a que ocuparan sus lugares de trabajo, a los obreros que fueran a sus fábricas. «Estoy aquí y me quedaré aquí defendiendo el gobierno elegido por los trabajadores», afirmó, según un cable de la Associated Press.
Un grupo de radioemisoras transmitió música marcial y se identificó como la cadena de las Fuerzas Armadas, antes de difundir un comunicado firmado por la Junta Militar de gobierno, en el cual se decía que, existiendo una crisis nacional y siendo el gobierno incapaz para dominar el caos, las Fuerzas Armadas y de Carabineros exigían al presidente la entrega de su cargo «para proceder a la restauración institucional del país.» A continuación se hablaba de la liberación del marxismo y se prometía a los trabajadores que sus conquistas sociales serían respetadas. Ni siquiera en ese instante pudieron empañar lo inocultable: la Junta Militar aceptaba que la Unidad Popular aportó conquistas sociales.
La proclama estaba firmada por el general Augusto Pinochet, comandante en jefe del Ejército; almirante José Toribio Merino, comandante en jefe de la Armada; general Gustavo Leigh, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, y el general César Mendoza, director de Carabineros. Se había destituido a Montero en la Armada y a Sepúlveda en Carabineros. Pinochet y Leigh habían ocupado sus cargos pocas semanas antes. Pinochet ingresó en la Escuela Militar en 1933 y egresó en 1938 con el grado de subteniente. En 1970 se le designó general de división. Fue profesor de Geografía en las escuelas militares y tenía publicadas varias obras sobre el tema. En 1956 fue agregado militar en Washington. El presidente Allende lo designó jefe del Ejército en 1973.Merino egresó como guardiamarina en 1936. En 1940, realizó cursos de instrucción a bordo del crucero Raleigh de la Armada norteamericana. En 1954, fue profesor de Logística y Geopolítica en la Academia de Guerra Naval.
Leigh ingresó en la Escuela Militar en 1940. En 1952 fue destinado a la Misión Aérea en Washington. Fue designado agregado aeronáutico en la Embajada de Chile en los Estados Unidos, en 1964. En 1971, se le otorgó el comando de la base aérea El Bosque, en las afueras de Santiago. El presidente Allende lo designó jefe de la Fuerza Aérea en 1973. Mendoza egresó en 1940 de la Escuela de Carabineros con el grado de brigadier. En 1968, era coronel. Sirvió en múltiples comisarías de provincias en ese período.
La Junta Militar, después de la represión interna en las propias filas castrenses, había tenido presente como primera preocupación lograr la incomunicación de Allende de las masas populares: sistemáticamente se silenció a las radioemisoras y todo tipo de telecomunicaciones. Su segunda preocupación consistió en intentar contener a la clase obrera y a la juventud. Durante todo el día, una serie de proclamas y bandos de la propia Junta fueron dando una idea del desarrollo de la resistencia popular y del fracaso de los militares en sus intentos por demostrar que el pueblo apoyaba el golpe.
Alrededor de las 9:00 de la mañana comenzaron a desembocar unidades blindadas en las plazas aledañas al Palacio de La Moneda. Tanques Sherman se apostaron apuntando con sus cañones hacia el edificio construido por el arquitecto Toesca en el siglo XVIII, que tradicionalmente había sido la sede del jefe supremo de la nación. Fuerzas de infantería seguían a los tanques. El primer intercambio de disparos entre los ocupantes del Palacio y los atacantes se produjo poco después. Los blindados dispararon primero con ametralladoras calibre 30. Simultáneamente, otras tropas y carabineros se esparcían por el sector central de la capital, intentando el control de los edificios estratégicos. Comenzaron tiroteos esporádicos que se fueron nutriendo con el avance de la mañana.
Los francotiradores leales comenzaron a diezmar a los sublevados. Tan intensa llegó a ser la resistencia civil, que más tarde fue necesario que los helicópteros artillados ametrallasen azoteas y ventanas y que incluso se llegase a cañonear edificios para inutilizar a los francotiradores. Los tanques abrieron fuego con sus cañones contra La Moneda y también lo hicieron unidades de artillería situadas en la Plaza Constitución. La Junta Militar demandaba al presidente Allende su renuncia y éste se negaba.
El reportero Roberto Masón, de la United Press, pudo informar del arribo de la primera oleada de aviones. «Uno de los aviones efectuó un vuelo rasante sobre el palacio presidencial» -decía un cable ulterior-, «y dejó caer una bomba, tras lo cual volvió a pasar sobre el edificio para arrojar otras cuatro bombas. La primera bomba, aparentemente de mayor poder que las otras, hizo un impacto directo sobre el palacio, mientras las tropas rebeldes se lanzaban al asalto del edificio.» En otro cable se describía: «Los ocupantes de edificios vecinos a la casa de gobierno, ante el intenso bombardeo -en los primeros minutos se contaron por lo menos 17 bombas -se refugiaron en los sótanos. El primer bombardeo duró 15 minutos y al cabo de la primera oleada de aeronaves atacantes la acción cesó hasta las 12:18 cuando comenzó un nuevo bombardeo».
LA MASACRE INFINITA
Desde un alto edificio cercano, periodistas de la Associated Press reportaron el inicio de incendios en varios sectores del Palacio. Simultáneamente, se bombardeaba la residencia privada del presidente, en Tomás Moro, en cuyo interior se encontraba su esposa, Hortensia Bussi, y miembros de la escolta presidencial. La United Press calculaba en medio millar el número de muertos en las calles.
Unos días antes del golpe había llegado a Paraguay el equipo de acrobacia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, denominado Thunderbirds. La extraordinaria precisión del ataque aéreo al Palacio Presidencial y la dificultad de su acceso, por tratarse de un edificio bajo, situado entre otros de mayor altura, hicieron que algunos corresponsales se admirasen en sus despachos de la técnica desplegada por el equipo de los Thunderbirds, llegado secretamente desde Paraguay.
Alrededor de las 3:00 de la tarde, un despacho urgente informaba que Allende se había suicidado en una habitación de la casa de gobierno. Pero, curiosamente, esta información, que fue la primera que se difundió en tal sentido, no venía fechada en Chile: era un cable de la agencia española EFE procedente de Brasil.
El editor fotográfico del diario El Mercurio, Juan Enrique Lira, dijo que vio el cuerpo de Allende inerte en el salón comedor, débilmente iluminado por las llamas de un lugar ennegrecido por el humo. Al caer la tarde, los tiroteos se generalizaron por toda la ciudad de Santiago. Los francotiradores hacían fuego, desde los edificios, sobre las nerviosas tropas que se escurrían pegándose a las paredes. Los estampidos de la artillería pesada, que demolía los edificios desde donde se hacía resistencia, eran ensordecedores. En los cordones industriales, los obreros habían presentado combate desde las fábricas.
A esa hora proseguía la cacería humana mientras la Junta emitía listas de personalidades políticas que debían ser arrestadas. Entretanto, comenzaron a funcionar las escuadras de fusilamiento en las calles, que asesinaban a resistentes y dirigentes de la Unidad Popular.
Una de las hijas de Allende, Beatriz, ofreció su testimonio durante un acto público efectuado el 28 de septiembre de lo ocurrido el día del golpe. Beatriz logró llegar a La Moneda a las 8:50 de la mañana. Se distribuía armamento, se recibían llamadas telefónicas. Beatriz vio a su padre por primera vez, ese día, mientras hablaba por teléfono. Estaba sereno. Escuchaba las informaciones e impartía órdenes. Un general apellidado Baeza lo llamó en nombre de la Junta. Le ofrecían un avión para que escapara con su familia al lugar de su elección. Allende les respondió que siendo traidores no podrían entender a un hombre de honor. El presidente se ocupó de revisar las posiciones de combate. Inquirió sobre el agua y los alimentos almacenados. Dispuso preparar la sala quirúrgica y la destrucción de la documentación. Beatriz tuvo una conversación a solas con su padre y éste se expresó en términos que más tarde repetiría a sus ministros y colaboradores en el Salón Toesca. Afirmó que combatiría hasta el final dejando en evidencia la traición de los militares fascistas. Que en cierto modo el golpe lo aliviaba de la incómoda situación de presidir un gobierno popular en el que las Fuerzas Armadas allanaban las industrias y reprimían a los obreros. Dijo que en el futuro era muy importante la dirección unitaria de todas las fuerzas revolucionarias. Las mujeres pasaron a un local subterráneo, cerca del pabellón quirúrgico. Allí las fue a ver el presidente. Empuñaba un fusil automático AK, regalo de Fidel Castro, con una leyenda: «A mi compañero de armas. » Les exigió nuevamente que abandonaran La Moneda.
Allende, preocupado por el legado patriótico de Chile, tratando de evitar que la Declaración de Independencia firmada por O'Higgins desapareciera en las furias del combate, tomó el documento y lo entregó a su secretaria, Míriam Contreras, para que lo sacara del Palacio. Al ser ella detenida, la soldadesca tomó el pergamino y lo despedazó, destruyendo el documento con el que se fundó la nación. Era un símbolo más, de los muchos que se acumularían en aquella jornada. El fascismo, en su arrancada, extinguía todas las tradiciones y los atributos democráticos.
En un momento durante estas críticas horas, Allende quiso dejar constancia histórica de su pensamiento y así lo hizo en el mensaje radiodifundido al pueblo chileno y que hoy constituye su testamento político. Con la vida de Allende, se extinguía la legitimidad constitucional de Chile, terminaba el más serio intento emprendido en América Latina por efectuar un tránsito pacífico hacia el socialismo y concluía entre humo y ruinas, en la sangre de los mejores y en la traición de quienes debían custodiar las instituciones, el instante más luminoso de la historia chilena.
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