10 de septiembre del 2003
Chile: Manifiesto Universidad Social Eduardo Galeano
Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia y de cuentos!
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.
Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.
Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.
De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto.
¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.
No reniego de mi origen
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo.
Vuelvo a decirte quién eres.
Vuelvo a pensarte, suspenso.
Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo.
(G. Celaya)
Septiembre del 2003. Los noticiarios y los diversos estelares especialmente preparados sobre la época que va desde el año 1970 a 1973, nos bombardean por segunda vez la imagen colectiva de una Moneda en llamas, que fue vivido por nuestros abuelos, recordado por nuestros padres y llega a nosotros y nosotras como una imagen trágica de una época "lejana" y de "derrota".
Curioso...
Curioso que sólo hoy las generaciones que callaron rompan un silencio oficial y asuman, aunque sea por un mes, el rol de transmisión de la experiencia que, consciente o inconscientemente, nos negaron. Somos una generación que sufrió la ruptura de la cadena de la memoria, que no vivió la fiesta de la UP y tiene vagos chispazos del horror de la Dictadura Fascista, pero que sin embargo, se fue encontrado día a día en la vereda de la acción popular, algo que después de mucho andar supimos llamar "Izquierda".
¿En cuántas derechas está dividida la izquierda?
Acusamos, porque frente a las dudas de una etapa del país solo obtuvimos el silencio oficial y el recuerdo a medio truncar de las generaciones anteriores. Acusamos, porque debimos aprender nuestra historia de los últimos treinta años por documentales extranjeros y por los relatos que, tímidamente, fuimos recogiendo del encuentro en la calle con protagonistas de época que no callaron, que no olvidaron, y que prefieren el anonimato en la acción cotidiana que la gloria de una derrota asumida tras el lente de una cámara en algún cómodo lugar de Europa, de aquella whisky- izquierda que comparte el poder con el ayer enemigo.
Acusamos por nuestra memoria hecha de fragmentos, ese collage dónde fuimos pegando las imágenes que encontramos en alguna "Análisis" encontrada en la feria, una "canción contingente" del casette que corrió de mano en mano, el relato de algún familiar, un "Quimantú" que llegaba a nuestras manos, el profesor exiliado que se atreve a recordar, una "Batalla de Chile" pirateada de un amigo, las historias de represión contadas por algún manifestante que corre con nosotros y nosotras arrancando de los pacos, o enfrentándolos, el "y va a caer!" inconsciente que se nos sigue cruzando en recitales y marchas y que nos sale sorpresivo de nuestras propias gargantas.
Acusamos a una intelectualidad ciega y autista, a los Brunner, los Garretón, los Tironi, los Cardoso, los Lagos, los Guastavinos, que pasaron del acercamiento a las temáticas que se consideraron relevantes para el movimiento social popular, desarrollando teorías explicativas propias y situacionales, a disociarse del proceso histórico, posteriormente transando con el neoliberalismo. Aquellos que actualmente desde el gobierno proponen reconciliación (transición: dícese del que transa).
Por eso insistimos, ¿Qué curioso, no? Curioso que con el bombardeo de imágenes y propuestas mercantilistas de DDHH toda la clase política y sus medios de desinformación (en un Chile donde se cumple el derecho a informar, pero no el de ser informado) traten de purgar sus culpas de silencio de treinta años. Pero a medida que se suceden dichos y programas, los que están detrás del juego mediático quedan en evidencia: sacralizar la imagen de Allende, insistir en la polarización social como justificación directa de un Golpe de Estado, mostrar la "incapacidad" de un pueblo para construir su proyecto, una imagen de la UP ligada, por la derecha, al desabastecimiento, las colas y la "injustificada" violencia de la lucha de clases y por la izquierda, un lloriqueo que trata a los caídos como un número, el proceso como un fracaso y una renuncia casi militante al futuro.
Por eso, frente a las nuevas preguntas, las más antiguas, al asombro que nos causa todavía el tiempo de hace treinta años atrás. Desde nuestra práctica, como necesidad de nuestro empeño cotidiano por construir un mundo digno, socialista, humanista y libertario, nosotros hemos decidido tomarnos la palabra. Nunca encontramos respuesta en ustedes, nuestras respuestas salieron de la calle, del proceso, del creer y del crear, de los que cayeron y de los que no renunciaron, hoy, somos nosotros y nosotras, los y las que, frente al cargamento de preguntas que nos asaltan y asaltaron venimos a hablar de un proyecto y no de los 30 años de una "derrota". Nuestra mirada es una mirada crítica que intenta reapropiarse de la historia construida para seguir construyendo la nuestra. Por eso, vamos a tomarnos las respuestas por asalto tal como el futuro: y que no se diga que no lo advertimos.
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El Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 es la manifestación de la alternancia entre la "clase política civil" y "clase política militar" en la historia de nuestro país, que se inserta en un proceso de larga duración caracterizado por la permanencia de proyectos históricos antagónicos. Por lo tanto, el elemento central en este período no es el Golpe de Estado, sino la intención de truncar sistemáticamente el proyecto popular por medio de la fuerza.
Afirmamos esto, porque la versión impuesta desde el discurso dominante señala al Golpe como el desenlace casi obvio de un proceso de polarización social; discurso que se ha constituido en la versión masificada, tipo "chileno-medio" de nuestra sociedad. Como contraparte, en las altas esferas de la "intelectualidad burguesa", las versiones no se mueven más allá de un tibio progresismo que explica el proceso que llevó al Golpe como la expresión del conflicto entre un proyecto socialista ''anclado" en la institucionalidad y su sueño tejido en las urnas y la derecha política y groseramente económica, lo que se traduciría en una pugna entre sociedades civiles y militares.
Pero curioso resulta también la búsqueda de la total eliminación del 'proyecto popular' en la jerga intelectual (salvo la insistencia de unos pocos), en las razones con que nos han querido explicar la historia: el destierro de las versiones y sub-versiones de un proyecto que se tejía paralelo y en las raíces de lo que era el Gobierno de la Unidad Popular.
Entonces, nuestra mirada cambia de golpe: su Golpe es para nosotros y nosotras la expresión (una vez más) de la violencia institucional en contra del proyecto popular que se materializaba y hacía protagonista del proceso, que se tomaba fábrica-terreno- escuela-población y tomaba conciencia de que crear y ejercer el poder popular era más que una consigna, un gobierno, una institución. Lo que decimos, en el fondo, es que el gobierno de la Unidad Popular, amarrado o no, voluntaria o involuntariamente, hizo parte de esa institucionalidad que impidió el avance y a-salto del poder por parte de quienes sentían en la base misma de su vida como ésta se iba transformando.
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La necesidad de generar acuerdos en torno al Golpe Militar implica posicionarse en una esfera superficial del problema, la esfera de lo político (el quiebre de la institucionalidad, etc.). Superficial, porque no se pueden explicar las relaciones sociales sólo en la esfera política; aunque sí pueda ser explicada la esfera política en lo social. Así, la reconciliación es la manifestación del reacomodo de la idea nacional, que es la anulación sistemática de la diversidad en la esfera social.
La formación del Estado chileno responde a una meta-idea de nación para anular la diversidad dentro de un cuerpo social único con la finalidad de generar un status quo que permita su reproducción. Esta idea de nación intenta desestimar la diferencia, lo que implica desconocer dentro del cuerpo social distintas formas de construir relaciones sociales que nacen desde el pasado para proyectarse en el futuro. El Golpe, desde ésta perspectiva, busca la destrucción de la idea de nación, y la necesidad de reconstruirla por medio de la reconciliación. Una idea de nación, que frente al conflicto interno de diversos proyectos sociales se destruye y reconstruye por los milicos y la derecha político-económica con una ideología a su medida, que mantenga sus privilegios.
La "reconciliación" tiene por objetivo destruir la diversidad en el mundo social para mantener el status quo, por tanto, que las instituciones vuelvan al supuesto normal funcionamiento, construyendo un cuerpo "coherente", con lo cual se intenta aparentar la homogeneidad dentro del cuerpo social, negando las fuerzas que seguirán operando bajo ella.
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El programa de la Unidad Popular interpreta al proyecto popular pero no lo contiene debido a que no propone el cambio estructural de la sociedad, sino el generar las condiciones para ello a través de una vía: la vía chilena al socialismo, no como el proceso revolucionario en sí, sino como el inicio de algo más.
El período de la Unidad Popular visto como la conjunción del proyecto popular con un programa de gobierno con orientación marxista, permite visualizar el 11 de septiembre de 1973 como la derrota del programa, no así del proyecto histórico popular ni del marxismo, donde existe una derrota política coyuntural, no ideológica.
El Golpe de Estado, además de buscar, en el terreno político, la derrota por la fuerza de un proyecto que cuestionaba los privilegios políticos y sociales de la clase dominante, (proyecto que era el resultado de una alianza entre la clase política y el movimiento popular), perseguía la destrucción de los espacios de ejercicio social de la autonomía y de los actores sociales que la sustentaban. Para la destrucción del proyecto político, hubiese bastado la toma del poder institucional, lo cual podría expresarse simbólicamente en el bombardeo a La Moneda; sin embargo, esto no aseguraría su triunfo, era necesario desarticular el movimiento social autonomista que, por su accionar revolucionario y desbordamiento, había transformado a la Unidad Popular en un proceso "peligroso" para los intereses del capital. Lo que se logra derrotar, entonces, es la manifestación política concreta que en aquél tiempo asumieron los sectores populares, pero el proyecto popular autonomista mantuvo su marcha, encarnándose en nuevas formas organizativas y formas de expresión.
La democracia y la justicia social están vigentes en el marco de la trayectoria de un pueblo en permanente construcción de espacios de autonomía, lo que es necesario recordar y aplicar. Asistimos al intento de coartar la capacidad propositiva y constructiva del ejercicio de la memoria, en tanto se imponga la conmemoración de los treinta años del Golpe de Estado como la derrota del proyecto popular y no como la derrota de un programa de gobierno que rescataba los elementos constitutivos de éste, pero que a la vez servía como elemento de contención.
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El proyecto histórico es la articulación de aspiraciones en torno a un objetivo común, que es el modo de construir sociedad, lo que lo constituye en un objetivo social que trasciende a un proyecto de vida, entendido como la lucha por conseguirlo. El proyecto histórico se manifiesta como utopía, realidad y proyección, el horizonte de aquellos que proponen una nueva forma de relaciones sociales, quienes se constituyen en actores sociales aun cuando no se reivindiquen como tal mediante una práctica discursiva consciente. Por lo tanto, para analizar la historia, es necesario analizar el ejercicio de estos actores como la contraposición de, a lo menos, dos proyectos históricos, lo que nos hace comprender el 11 de septiembre de 1973 como el clímax de enfrentamiento del proyecto oligarca y popular.
El proyecto oligarca se caracteriza por ser monopólico (en lo económico), patrimonial (en el modo de acumulación), verticalista en las relaciones sociales y elitista en la participación social, condiciones que se ponen en riesgo en la medida que un sector social intente reapropiarse de los elementos de los que han sido usurpados, posibilitando el quiebre del status quo, lo que origina una reacción defensiva del proyecto oligarca mediante el aparato jurídico y militar, así como la criminalización de la imagen y ejercicio de los sectores populares.
El proyecto popular se define en función de los valores de la práctica popular y se caracteriza por ser autonomista en lo social, político y económico; es social porque no requiere de la subyugación de una clase por otra sino el autogobierno de la sociedad; es productivista (o sea, realiza una acción productiva, diferenciándose de aquellos que viven de la renta o usufructo del trabajo ajeno) y su ejercicio económico es un mecanismo circular igualitario de redistribución; es horizontal porque establece relaciones entre iguales; y es social en la toma de decisiones en cuanto ejercita la ciudadanía y la autonomía mediante un sistema de carácter participativo.
El proyecto histórico popular es permanente y durante el siglo XX converge con una vertiente político intelectual de izquierda socialista debido a que existen elementos de coincidencia. En la medida que el proyecto popular no tiene una estrategia única, establecerá la táctica y la estrategia del marxismo a través de la Unidad Popular, entendido como herramienta teórico práctica del pueblo para la realización de su proyecto histórico, para lo cual se establece una alianza.
La importancia del marxismo en el proceso es que se articula como el vínculo entre la Unidad Popular y el proyecto popular, la unión del movimiento social popular con la Unidad Popular como programa de gobierno en torno a postulados que aún son objeto de discusión. Por lo tanto, el marxismo se constituirá en un elemento de convergencia que dota de construcción teórica al proyecto popular. No estamos hablando de un pueblo marxista, sino de un pueblo que usa al marxismo para sus fines.
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La nación es una idea autolegitimante, que utiliza como herramienta la memoria, su memoria, construida sobre la base de los intereses particulares de su grupo.
El Estado necesita imponer un discurso sobre la memoria de modo hegemónico para validar la idea de unidad nacional, con lo que se transforma en un elemento de dominación que permite mantener el status quo. Dicho de otro modo, el manejo o discurso oficial de la memoria es un "recordar para olvidar", intentando con ello perpetuar una idea fija, una imagen, no una memoria proyectiva.
La memoria en el movimiento social popular tiene el sentido contrario, "recordar para hacer" con sentido de futuro. Por tanto, se construye sobre la base del ejercicio de experiencias que aporten a la construcción futura.
La memoria se constituye como una reserva histórica del ejercicio político de las clases populares, lo que permite palpar el proyecto popular a través de su accionar.
Por eso hoy, para nosotros y nosotras el ejercicio de la memoria no pasa por la cuantificación de las víctimas de la represión sino la cualificación de luchadores y luchadoras sociales del proyecto popular, el accionar que al ser construido históricamente y al satisfacer los intereses de la mayoría se valida y se diferencia del proyecto oligarca porque no es excluyente, manifestando en la práctica relaciones de futuro. Aun cuando quieran convencernos de la crisis del proyecto popular, su avance es continuo.
Es necesario recordar para hacer, a través de una memoria activa que permita construir las bases de nuevas relaciones sociales a partir del reconocimiento de triunfos y derrotas con un sentido proyectivo, no revisionista, que permita proponer mediante el ejercicio del proyecto popular, lo que hace treinta y tres años se vivió en las calles.
Por tanto, para nosotros y nosotras, el avance del proyecto popular tendrá, de ahora en más, la experiencia de la derrota de esa forma de construcción ligada a lo institucional, pero no de aquellas experiencias autonomistas que, desarrollándose en medio de ésta, terminaron desbordándola. Ellas se transforman en nuestro referente. Hoy, el desafío está en tomar estas experiencias que se acumulan y replantean en nuestra memoria, para hacerlas política expresiva del movimiento popular autónomo. Replantearlas no necesariamente desde esta figura institucional que ocupó el movimiento popular como medio para lograr sus objetivos, sino que, precisamente criticar las formas de la que se reviste el movimiento popular, indistintamente de las que estas sean, para saber cómo, y cuándo tomarlas, trabajarlas y abandonarlas con el fin de sustentarse a si mismo como movimiento popular, reafirmar su autonomía y no perder el sustrato de éste en pos de la forma que ocupe para sus fines.
Para nosotros y nosotras, la historia que comenzamos a tejer debe recuperar la experiencia de las construcciones organizativas de base, que tendían al fortalecimiento de la creación de poder popular más allá de la mera consigna y cuyo centro era y continúa siendo la constitución de un sujeto histórico, consciente de su realidad y protagonista de su historia y su palabra. Un proyecto popular emanado del pueblo y sus organizaciones, perteneciente a él, y no un proyecto "para" el pueblo, instalado desde la institucionalidad, que tiende a cooptar todo su carácter subversivo permanente, motor de las transformaciones sociales: haciéndolos ley, dogma, museo de las revoluciones.
Desde esta perspectiva es que asumimos la construcción en el ámbito de la educación popular como trascendental para este periodo. De este modo interpretamos, sintetizamos y difundimos estas experiencias colectivas que nutren la Memoria y que nos permitirán encontrar la táctica y estrategia frente a los problemas concretos que se presentan. Apostamos a la recreación constante de las formas organizativas populares, a la creación de herramientas propias que nos permitan reinventar nuestro presente y crear nuestro futuro, rescatando y sosteniendo todas aquellas prácticas que tiendan a nuestra propia liberación. Aprender a mirar nuestra realidad desde nosotros mismos, avanzar en la construcción de una visión crítica acerca de nuestra historia, apropiarnos de la palabra y echarse a andar...
¡¡¡ A crear una, dos, mil Universidades Populares!!!
Santiago, Septiembre del 2003
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