Allende, el héroe
Angel Guerra Cabrera
La inédita experiencia socialista del gobierno de la Unidad Popular en
Chile y la heroica caída del presidente Allende frente al golpe fascista
dejaron un precioso legado humanista y revolucionario que es indispensable rescatar.
Desde los tempranos sesentas del siglo XX, Chile devino un escenario fundamental
en el enfrentamiento histórico de las fuerzas populares latinoamericanas
con el imperialismo estadunidense, agudizado de forma inédita a partir
del triunfo de la revolución cubana. En el país andino, como en
ninguno en nuestro continente, un experimentado movimiento de izquierda de orientación
marxista y una clase obrera combativa y politizada tenían posibilidades
reales –como se demostró- de llegar al gobierno por vía electoral
y desde allí realizar trasformaciones revolucionarias que condujeran
al socialismo. A Salvador Allende corresponde el gran mérito histórico
de haberse percatado de esta coyuntura singular y de haber hecho gala de excepcional
valentía política en el intento de que su partido y todas los
demás de la izquierda chilena le sacaran el mayor provecho.
El objetivo que se propuso era extraordinariamente osado. Aparte de no tener
precedentes en la historia del movimiento revolucionario, no existía
elaboración teórica al respecto excepto una breve referencia de
Engels en la Crítica al Programa de Erfurt. Además, iba a contrapelo
de lo que ocurría en casi toda América Latina, donde el cierre
de los cada vez más precarios espacios legales de expresión indicaba
en aquella etapa que la vía fundamental para la conquista del poder por
el pueblo era la armada, como lo había probado ya la exitosa experiencia
cubana.
Para hacer más complejo el problema, se había difundido dentro
de la propia izquierda una versión caricaturesca y simplista sobre el
triunfo del Movimiento 26 de Julio en Cuba. Esta magnificaba el papel –decisivo,
sin duda- de las armas y obviaba la audaz combinación que de su uso se
había hecho en la isla con la utilización de los más mínimos
resquicios legales y una tenaz labor política y organizativa con las
masas, sin las cuales sería inexplicable la gigantesca victoria popular
de enero de 1959 e incluso el curso ulterior de la revolución cubana.
El apego a aquella versión reduccionista, cuando no a la ortodoxia dogmática,
imposibilitaba a importantes sectores de la izquierda chilena sintonizar con
la propuesta de Salvador Allende.
De modo que este no sólo tuvo que enfrentar la más colosal embestida
subversiva tal vez lanzada por Washington hasta hoy contra un gobierno electo
dentro de las reglas de la institucionalidad burguesa, sino la incomprensión
de su propuesta por parte de los partidos de izquierda en su país, dentro
y fuera de la Unidad Popular. Estos, no hay duda, contaban con cuadros abnegados
y valiosos. Pero divididos y en pugna, no llegaron nunca a acordar una estrategia
común ni una dirección política centralizada. Por lo tanto,
no pudieron encausar y preparar para vencer a la subversión y al golpismo
fascista al portentoso torrente de pueblo que había hecho suyo el proyecto
de su presidente y estaba dispuesto a combatir por él hasta el último
aliento. Ello disminuyó enormemente las potencialidades existentes para
hacer avanzar, defender y profundizar la revolución chilena, que ya era
un hecho.
Pese a estas circunstancias, el gobierno de la Unidad Popular logró en
dos años lo que no habían conseguido todos sus antecesores juntos:
soberanía, control de la economía, justicia social, alegría,
esperanza y poder para los de abajo. Eso es lo que Washington y la hiperreaccionaria
oligarquía nativa no podía perdonarle. Y lo que hoy, no obstante
los esfuerzos de los trásfugas e impostores de la Concertación
por ocultarlo, comienzan a descubrir las nuevas generaciones de chilenos, intuyendo
el héroe mítico que hay en Allende, aunque sea treinta años
después del golpe.
Allende es hoy más vigente que nunca. Su ejemplo moral era ya notable
cuando contrariamente a la norma y a lo que los amos del mundo consideran políticamente
correcto actuó como presidente con absoluta lealtad al mandato que el
pueblo le había entregado. Congruente hasta el final, al resistir con
las armas en la mano el asalto de la soldadesca al Palacio Nacional, donde el
voto mayoritario lo había llevado, se inscribió para siempre entre
los grandes de nuestra América.
Desentrañar las claves que entrelazan al mismo compás el pensamiento
de hombres presuntamente contradictorios en sus métodos, como Salvador
Allende y Che Guevara, es tarea urgente para quienes luchan por ese otro mundo
ético y solidario que ya se divisa en el horizonte.
aguerra12@prodigy.net.mx