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Ernesto Che Guevara

El Che de mis recuerdos

Ángel Guerra Cabrera
La Jornada. México, octubre del 2002.

Últimamente el aire me trae el olor de los amaneceres y el recuerdo del Che Guevara me sorprende con frecuencia, pese a que hayan transcurrido 35 años de su paso a la inmortalidad. Atisbo de nuevo en lontananza los rayos de sol que anuncian ese "otro mundo posible" por el que no dejará de luchar el género humano. Uno de equidad y solidaridad, sin explotación, saqueo de pueblos, ni guerras de rapiña. Como la mayoría de los jóvenes cubanos de mi generación, admiraba al Che desde los tiempos de la guerra de liberación por sus proezas bélicas frente al ejército de la dictadura. Después lo admiré más, cuando me identifiqué con otras hazañas, las de su pensamiento político, creativo y herético como pocos. Más tarde, al tratarlo personalmente, llegó a cautivarme. Ya sabía que era muy exigente con sus colaboradores, pero comprobé entonces que lo era más consigo mismo que con los demás y que no eran exageradas las versiones de que ajustaba sus actos cotidianos al rigor de su prédica.
A veces irritablemente ácido, en conjunto transmitía alegría y una discreta dulzura, que al final dejaban en uno una sensación de inconformidad con el presente y de serena confianza en el futuro hasta en los momentos más difíciles. Es esa parte de su recuerdo la que más viene a mi mente en estos días. Entramos de nuevo en tiempos acaso más difíciles y peligrosos que los que experimentó el mundo en vida del Che y, al unísono, crece una ola de rebeldía social contra una situación de inequidad e injusticia mayores que las de aquella época.
Poco más de una década ha sido suficiente para evidenciar la banalidad de la euforia derechista que siguió a la derrota del socialismo este-europeo. No ocurrió el fin de la historia anunciado por Francis Fukujama. Apenas ha existido tiempo para derrotar esa fábula en el debate intelectual porque ha sido arrollada por la realidad. Esta muestra lo que ya los propios políticos burgueses habían reconocido desde la Gran Depresión de 1929: el fracaso del libre mercado y de la democracia liberal para proporcionar bienestar y estabilidad, incluso en los países capitalistas centrales. Desde Chiapas hasta las ciudades de Estados Unidos y Europa, pasando por Palestina, Argentina, Bolivia y Brasil, son incontables los sitios donde se levanta nuevamente la bandera de la redención humana y las formas diversas que ésta toma.
El Che fue producto y a la vez uno de los artífices mayores, junto a Fidel Castro, de la cultura política de la Revolución cubana. Hizo suyos el sufrimiento y las luchas de los pobres de nuestra América y del mundo y comprendió que la derrota definitiva de la injusticia y la enajenación no es tarea de un pueblo, sino de todos los pueblos. Que la transformación de la realidad exige la creación de una nueva conciencia y una nueva ética sociales radicalmente opuestas a las del capitalismo, metas sólo alcanzables mediante el empeño colectivo y consciente en ellas de los individuos. El Che estaba lejos de ser el aventurero que han tratado de vendernos los pulpos mediáticos, y su pasión revolucionaria no le nubló nunca la capacidad de apreciar con el más crudo realismo la perspectiva política estratégica. Llamó a crear muchos Vietnam en un momento en que haberlo hecho podría haber cambiado en favor de los pueblos la correlación de fuerzas en la lucha contra el imperialismo y ahorrado grandes sufrimientos humanos. Pero también advirtió sobre la inviabilidad de la lucha armada popular bajo regímenes constitucionales. Porque odiaba la violencia, la forma más despiadada de imposición de los fuertes, se dio cuenta de la necesidad de la violencia de los débiles cuando los poderosos les cierran toda posibilidad de ser oídos por otros medios.
El Che es compañía entrañable en la pelea por frenar los designios bélicos delirantes de George W. Bush. Con todo y el colosal poder militar de que dispone, es evidente que la humanidad no aceptará ser arrastrada por sus concepciones racistas y excluyentes en las que Afganistán e Irak son sólo los primeros pasos de un proyecto fascista de dominación mundial. No es casual que el argentino-cubano sea inspirador y una de las banderas enarboladas por las expresiones de rechazo a ese proyecto que hoy vemos multiplicarse por el mundo. Desde su estelar caída en Bolivia ha motivado a cada nueva generación de inconformes. Aunque muchos no conozcan su complejo y refinado ideario, intuyen su raigal humanismo y el camino que señala hacia la esperanza y el futuro.