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CHE, AYER, HOY Y SIEMPRE

11 de julio del 2003

Sobre el Ché que todos llevamos dentro

Antonio José Quesada Sánchez
Rebelión
Hoy me voy a dejar de literaturas y me voy a lanzar a la arena de lleno. Pero como soy un caso perdido, comentaré de entrada que estoy cerrando una vieja frustración personal, que era haber abandonado "La ciudad y los perros", la novela que escribiera Don Mario Vargas Llosa cuando era joven, revolucionario sentimental y no sé qué cosas más que luego dejó de ser (dejó de ser joven, dejó de ser revolucionario sentimental y dejó de ser unas cosas para dedicarse a ser otras, entre ellas español). Estoy disfrutando el libro como sólo disfruto de los libros de Don Mario: gozando con otra obra maestra de la Literatura sin mirar su fotografía, no vaya a ser que empiecen a gustarme los toros, me haga neoliberal y se me ocurra perseguir rojetes (idiotas, les llaman éstos) látigo en mano. Por cierto, el otro día me regaló una amiga "El otoño del patriarca" en edición buena y me hizo el hombre más feliz del mundo. Si es que saben dónde tocarme...

A lo que iba: hoy me atrevo a responder a una pregunta que no debiera plantearme en público, pues estas cosas hoy no sólo no te ayudan en el mundo en que vivimos, sino que te perjudican bastante. Pero como también yo veo gigantes donde un hombre políticamente correcto ve molinos, pues me meto en líos yo solito, sin que nadie me provoque.

Escribo una pequeña novelita que incluso puede que me publiquen (¡ahí es nada!; no me fío hasta que no lo vea...) y, por varios sitios, se me ha colado el Ché, mira por dónde. Como en otras cosas que he escrito, se me ha colado de perfil, como entró en el Congo y en Bolivia. He pensado que debía aclarar mis ideas sobre él: ¿qué significa para mi ese desgraciado al que, como a Jesucristo, matamos entre todos y dejamos atrapados en iconos, uno en un póster, el otro en una cruz de madera que tan bien le sienta en el pecho a las niñas guapas?. Desde pequeño me llamó la atención el Ché: le veía en la pared de mi vecina de enfrente, en pintadas por las calles y en imágenes de Cuba, grandote y eternamente joven, llamando a no sé qué lucha.

Vaya por delante que no me interesan, para aclararme mis ideas, sus interminables discursos contra el imperialismo. Entiendo que vivir en América Letrina (aún hoy no se puede hablar de América Latina...la dejaron en Letrina) proporciona una experiencia que yo, desde mi posición de europeo blanquito y más o menos alimentado, con el Jefe del cotarro lejos, no podría tener. Yo no he visto a los jefes petroleros norteamericanos instalados del Río Grande hacia abajo recibir a los empleados nativos de espaldas para no tener que mirarlos (era algo tan miserable que Cárdenas nacionalizó estas empresas y se montó la de Dios, claro). Yo no he visto a los marines buscando mujeres latinas para fornicarlas en los cordones de tolerancia de La Habana, del Canal de Panamá o incluso de Guatemala, cuando decidieron que en Nicaragua no se respetaban los derechos humanos y había que hacerlos respetar como en el resto del continente, y montaron la Contra, que llevó gringos, armas y prostitutas a Guatemala. Las cholas tenían un potito rico esperando a quien pagara en dólares y los johnnys volvían a casa presumiendo de haberse tirado a una india por cuatro duros. No me interesa todo eso para hacerme una idea de lo que fue el Ché, aunque entiendo su predisposición anti-norteamericana, después de ver lo que vio. Sus tesis económicas, de economista aficionado y bien intencionado, no me interesan tampoco (aunque soy consciente de los problemas que generaron al llevarlas a la práctica).

Tampoco me interesa su destreza militar de soldado aficionado y progresista, de hombre valiente, de guerrillero que contradijo sus tesis alguna vez y le acabó costando la vida. Para decir lo que me lleva a admirar a Guevara no me hace falta nada de todo eso con lo que me bombardean. Para decir lo que me lleva a admirar a Guevara no me hace falta ni Guevara, siquiera.

No estoy de acuerdo en tantas cosas con él que no podría llevar una camiseta con su rostro (aunque entre guevaristas siempre estoy entre amigos). La guerrilla no es la única salida (aunque sí la única que dejaron a bastantes, es cierto, más en esos años). No es un Dios:

como se dijo en su día de Rommel, es un hombre. Especialmente capaz, mítico, pero un hombre. A veces me indigna, como cuando creo que sus discursos podían estar coloreados de literatura y no lo están (era buen lector: debió darnos alguna satisfacción en ese sentido), o con su actitud respecto de algunos temas (por ejemplo, la Revolución la hicieron hombres machos, y eso se dejó notar después...), o su comportamiento con ciertos escritores (véase Virgilio Piñera en la embajada en Argel), aunque con otros sea increíblemente estético (un guerrillero que lleva en su zamarra el "Canto General" es alguien especial: yo me lo llevé a Roma cuando fui, e iba en el Metro con mi libro de poesía de trinchera muy contento, intentando crear un Vietnam en cada parada de metro, salvo en Termini, a la que siempre respeté no sé bien por qué). No entro siquiera en su polémica y dura labor guerrillera o revolucionaria en La Cabaña. Ésa de la que hablan desde Miami.

No necesito todo eso para admirar al Ché. No quiero que piensen que estoy obnubilado ante el comandante de la foto de Korda y lo quiero exponer en este artículo, porque tampoco es cierto. Tengo al Ché en su sitio, no en un altar laico. Le ubico con sus virtudes, sus excesos, sus valentías, sus fanatismos, sus injusticias y sus bondades. Admiro algunas cosas que veo simbolizadas en él mejor que en cualquier otro, como me pasa con Jesucristo, y jamás renunciaré a esas cosas buenas de estos dos desgraciados que al final pagaron sus osadías sociales con su propia vida.

Y después de tanto preámbulo, ¿qué será eso que admiro en el Ché y que no termino de confesar? Pues vamos a ver: observo en el Ché una gran integridad personal, una falta de apego al poder y sus pompas, un rechazo de servilismos evidente, una sobriedad interesante, la lucha por unas ideas que consideraba justas sin medir a sus enemigos y una toma de posición ética de estar siempre junto al débil. Soy lo suficientemente quijotesco para admirar eso a estas alturas de la Historia. Es mi corazón el que opina, no mi mente, que me dice que eso que pretendía es irrealizable porque no somos perfectos. No me preocupa pensar con el corazón, que al menos es parte de mi cuerpo. Hay quien piensa con la billetera y nadie lo critica, aunque esa parte del cuerpo no aparece en ningún libro de anatomía humana. En fin, soy carne de ser clavado en una cruz, claro.

Cuando veo a alguien que medra en la sombra para obtener sus fines y los de los suyos, pienso que esa persona tendría enfrente al Ché, combatiendo esa conducta. Cuando alguien se aprovecha de su cargo para fines ajenos a ello, cuando el profesor se acuesta con la alumna, el casco azul con la indígena a la que viene a proteger, el director de la oficina bancaria se aprovecha de la becaria, esas personas tendrían enfrente al Ché. Cuando las personas de misa dominical miran de reojo entre sus pares para encontrar un buen partido para sus cachorros y amigos con los que relacionarse ellos y dan de lado a quien no pertenece a su casta económica porque hace feo o no tiene clase, esas personas tendrían enfrente al Ché. Cuando alguien es clasista, tendría enfrente al Ché. Claro, todos ellos dirán que era un loco (como si no existieran locos al frente de naciones y otras empresas), un sanguinario (como si no existieran sanguinarios costeados con fondos públicos), un violento (como si no existiera la violencia institucional), un desfasado (eso sí es cierto: no está de moda ser así, y no llegarás a ningún lado) y tantas otras cosas (por ejemplo, que no respetaba los derechos humanos, como si ellos se ciñeran a aquella declaración escrupulosamente). Todo eso asumo que me lo lanzarán a la cara. Además, pese a ser un hombre guapo, no puedes enseñarlo a las visitas, pues te mete en un lío diciendo lo que no debe y oliendo mal (un chancho suele oler mal).

Pero en todos esos casos que cito, el Ché estaría enfrente. Anda, como yo, qué casualidad.

A ESE REBELDE ADMIRO. Como estaría enfrente de aquellos que utilizan su nombre o su imagen en vano. Como le pasó a Jesucristo. Ya sé que a Ernesto no le gustaba el paralelismo, pero soy dueño de tener mis mitos, y admiro a Cristo sin creer en Dios como admiro a Guevara sin tener fe en la plasmación auténtica de sus ideas. Me duele decirlo, pero ambas construcciones no son realizables por un dato que obviaron con toda inocencia estos dos soñadores: el hombre no es bueno y se mueve por intereses económicos. Y a partir de ahí, intentar construir algo que parta de la base de la bondad humana, se queda en una linda idea no realizable o en un microparaíso para algunos elegidos. Pero en el resto del mundo TODO ES ECONOMÍA O CORTEZA PERIFÉRICA DE ÉSTA, NUNCA LO OLVIDEN. Fíjense en que mayo del 68, tan glorioso él, con sus adoquines y sus playas subterráneas, sus boulevares y sus universidades tomadas, su De Gaulle y su Malraux, su Dani el Rojo y sus otras cosas, sirvió al final para escribir canciones, para inculcar en la sociedad algunas ideas (pocas, y la mayoría sexuales) y para que aumentara la natalidad en febrero-marzo de 1969. Después de todo lo que se montó... El hombre nuevo es una lindeza sólo apta para héroes como Guevara, como el mensaje evangélico es para seres especiales, cuando es auténtico (no el que suelen pregonar cada domingo los obispos, que eso es otra cosa). Todas esas utopías tienen un defecto de contrucción, y es que se asientan sobre una premisa falsa: la bondad humana.

Pero soy así de quijote, y sigo creyendo que allí donde una persona es ejecutada, allí está el mensaje de rebeldía que simbolizó el Ché, frente al ejecutor. Allí donde un Catedrático coloca a su hijo o sobrino en su Departamento, allí está también el Ché, mirando con sus ojos de futuro esa situación, ávido por intervenir frente a la injusticia. Allí donde la capillita de bienpensantes tuerce la nariz porque una chica o un chico no tiene el estilo que a ellos les gusta (ése del que pasa el cepillo en la iglesia), ahí está también el Ché. Allí donde a alguien se le mira mal por su color de piel, su acento o por llevar una camiseta del propio Ché, también está el Ché dando guerra, no sólo en la camiseta. Todos llevamos un Cristo y un Ché dentro, y yo dejaré salir los míos hasta que me claven en la cruz que tienen reservada para mi desde hace tiempo.

Comandante, la experiencia me hace no confiar en la Victoria (porque del hombre como colectivo nunca haremos nada de provecho), pero, además, habría que trabajar mucho para que esa Victoria fuese justa, y no un mero cambio de elites como siempre (Thermidor, Thermidor... leamos a Orwell, por favor). Pero Comandante, pese a todo, no podrán impedirnos soñar, no nos pueden quitar eso también, pues lo sueños de hoy pueden ser los derechos de mañana. Y por ahí revoloteas, Comandante, pese a lo que ha llovido y a que no somos los mismos de entonces, ni siquiera ésos que no existíamos entonces. "Hasta la Victoria siempre", con perdón.