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Ernesto Che Guevara

35 años después...
Un combatiente sueña con su Comandante

JOSÉ ANTONIO FULGUEIRAS,
(de su libro en preparación Cerca del Che)


Pombo no se arrojó a las llamas devoradoras, como el indio Hatuey.
La luz de Yara, desprendida de la inmensa hoguera, le danzó en la pupila en un convite de hidalguía y entrega patriótica, y se fue hasta aquel rincón de la Sierra Maestra a encontrarse con un gaucho andino, expedicionario del Granma y a quien los cubanos identificaban con un monosílabo: Che.
Él no imaginaba que iba a ser la sombra protectora por más de 10 años de aquel hombre más bien escuálido con un ronquido de asmático anunciándole los cambios de tiempo tropicales y una manera de decir las cosas: Tajante y sin cortapisas.

Entonces Harry Villegas no pasaba más allá de los 14 años de edad y abandonaba el resguardo hogareño de una madre comerciante y un padre carpintero de venas canarias, de cultura superior a los demás del pueblo, y de humildad a prueba de los mayores sacrificios por cualesquiera de los habitantes del caserío apretado entre la montaña misteriosa, con una impresionante tradición de lucha independentista que iluminaba, también, el primer combate libertador de Carlos Manuel de Céspedes y sus esclavos insurrectos, el 11 de octubre de 1868.
"El Che venía sobre un mulo. Montaba erecto sobre el animal. No asomaba en él la búsqueda de una pose gallarda ni altanera, mas cabalgaba distinto a los demás. Traía una gorra con la visera de medio lado, puesta al descuido, pero no le restaba a su imagen jerárquica. El Chino Figueredo fue a su encuentro y le confidenció en voz baja, aunque oímos claramente.
— Son unos muchachos de Yara que quieren incorporarse a nuestra tropa.
"żY qué armas traen?
— Unos fusilitos calibre 22.
"Entonces se nos acercó y preguntó: żA qué vienen?
— A luchar por Cuba, y le mostramos con entusiasmo nuestro armamento.
"Él se echó a reír y nos espetó: żY con esos fusilitos van a derrotar a la tiranía de Batista?
"Y sin dejarnos reponer indicó: Bajen de nuevo al pueblo y velen que un soldado esté solo y desármenlo. Y regresen mejor armados.
"Nosotros vimos aquella orientación como algo extremadamente fácil y retornamos muy contentos al pueblo. Nada más que nos vio un carnicero que era chivato, se lo dijo a la guardia rural y en el caso mío me salvé en un tilín al escaparme por la puerta de atrás de mi casa y escabullirme en un platanal. Concentré de nuevo a los compañeros y cambiamos la táctica. Visitamos comerciantes y campesinos y mejoramos el armamento. Dos escopetas y revólveres 38. Y volvimos a la Sierra.
"Llegamos a la zona conocida como la Pata de la Mesa y nos presentamos de nuevo al Che. No le mentimos, le dijimos la realidad. `Lo importante es la decisión que tuvieron de luchar y de lograr el objetivo', nos dijo y nos aceptó. En ese momento había recibido la orden de Fidel de entregar la Columna 4 y trasladarse hacia Minas de Frío y ponerse al frente de la escuela de reclutas. Me escogió de mensajero y escolta y empezaba así una vida de largos años a su lado."
"En Minas de Frío comencé a participar en la escuela militar que allí existía y en una particular que tenía el Che para brindarle superación a su gente más cercana. Yo tenía un sexto grado, pero estaba más preparado que Hermes y Argudín, que eran analfabetos. Me usaba de monitor para enseñar a mis compañeros a leer y a escribir."
En el rechazo de la llamada ofensiva de verano, el Che lo envió de refuerzo a la Columna 1 de Fidel y junto al Comandante en Jefe participó en los históricos combates del Jigüe, Las Vegas, San Lorenzo, Meriño y Las Mercedes. En este último lugar fue testigo de la famosa reunión de Fidel y Cantillo. Concluida esta donde Fidel, como Maceo, no aceptó pacto indigno, el Che demostró su inteligencia y olfato guerrillero.
"Al otro día de la entrevista con Cantillo llegaron los aviones a bombardear. Nos metimos en un refugio que habíamos construido y en el primer pase tiraron una bomba que cayó como a 15 metros de la boca del túnel. El Che ordenó al instante: Vamos a salir de aquí inmediatamente que esos hijos de puta aprovecharon la reunión para marcar el lugar del refugio y en esta próxima vuelta van a colocar la bomba por la misma boca del túnel. Y así mismo fue. No habríamos quedado ni uno vivo."
Villegas fue uno de los que estuvieron cerca del Che en toda la vorágine de la invasión de la Sierra al Escambray. Permaneció a su lado en cada movimiento y decisión.
"La columna de nosotros tenía la misión de dividir el país en dos y se cumplió cabalmente. El Che ejecutó en Las Villas lo que Martí quería realizar en el 95 con la Invasión de Oriente a Occidente. Desde que llegó el 16 de octubre y en menos de 3 meses logró la unidad, liberó a todos los pueblos de la provincia y culminó con la epopéyica batalla y liberación de la ciudad más importante del centro del país, lo cual liquidó, junto a los combates librados en Oriente, la sangrienta tiranía batistiana."
En la legendaria batalla de Santa Clara, Harry Villegas pasó por instantes difíciles y radiantes junto al jefe guerrillero. Allí, en medio del estallido de la ofensiva, pudo apreciar y comprobar una vez más cómo el Che mantenía el legado de Fidel: El jefe en primera línea.
"Cuando entramos en Santa Clara el Che me ordenó que saliera con mi pelotón al frente por la vía que entronca con la carretera de Camajuaní. Yo organicé una escuadra a la izquierda y otra a la derecha y otra en la que iba yo, más retrasada, y por el centro que daba la posibilidad de avanzar y si venía el enemigo permitía replegarnos y realizar el contraataque.
"Pero al Che no le gustó esa manera de avanzar y me ordenó que marchara en la punta y con todo el mundo por el centro de la calle. Caminé un pedazo y la lógica me decía que no, que era mejor utilizar la primera forma. Entonces el Che me volvió a llamar y me gritó enfurecido que yo era un cobarde y que caminara como él me decía. Y así lo hice y cuando llegué al edificio de Obras Públicas, donde se encontraba su Comandancia, me llamó para un lado y me dijo bajito: C... chico, tú no ves que ese pelotón que te di es de gente nueva y yo lo que quería que le dieras un ejemplo de que tú eres un valiente, no ves que no te conocen y si te ven apendejado no te siguen.
"Entonces me dijo: ˇVen!, y salimos él, Aleida, Pardo y yo para el centro de la ciudad. Los aviones estaban dando vuelta y tiroteando. De momento apareció una tanqueta y se lanzó hacia nosotros. La gente al ver aquello le abría las puertas al Che y lograron meterlo en una casa, pero yo que venía delante no pude entrar y la tanqueta enfiló los disparos hacia mí y me siguió tirando por toda la calle hasta que logré desviarme en una esquina y salirme de aquel infierno. Cuando pasé el sofocón me dije para mis adentros: C..., qué manera de enseñarme a que hay que ser audaz y valiente."
Había triunfado su Revolución, la causa por la que había expuesto su vida, ya no habrían más ni explotados ni explotadores. Él continuaba como jefe de escolta del Che, estudiaba y vivía sus momentos más felices.
Dice Villegas que en la Sierra Maestra él se montaba en un mulo a la zanca del Che y este le señalaba para los árboles y le preguntaba jocosamente: żA ver, cómo se llama ese? y cuando él le contestaba, se llevaba las manos a la cabeza y alardeaba: ˇEres un genio, eres el mejor graduado de la universidad de Yara!
Este calificativo se lo volvió a recordar en una mañana de 1961, cuando lo sacó temporalmente de jefe de su escolta para enviarlo de administrador de Sanitarios Nacionales, una fábrica a la salida de La Habana, propiedad mixta de un cubano y un mexicano.
Me puso la mano en el hombro y me dijo: "Ahora me vas a demostrar tu inteligencia de la universidad de Yara." Y acto seguido me presentó como administrador de la fábrica. Luego me dijo en un aparte: Si trabajas con dedicación y amor, saldrás adelante.
Acepta con orgullo y sin resquemor que fue el color de su piel lo que le abrió el camino para acompañar al Che, en 1965, a la guerrilla en el Congo Belga. "Cuando decidió enviar gente de su escolta para apoyar misiones internacionalistas se reunió conmigo y me dijo que yo no podía ir a la Argentina con Masetti, porque yo era negro y en aquel momento no era aconsejable mi presencia allí. Entonces mandó a Castellanos. Por eso sentí mucha alegría al verme junto a él en aquel paraje africano".
"Me bautizó como Pombo, sobrenombre que también llevé a Bolivia y por el que actualmente me llama mucha gente. Estuve todo el tiempo a su lado en la Comandancia."
Comenta Harry que muchos como él asimilaron todo aquello por la fidelidad y la admiración que le tenían al Che. "Entendíamos que si él estaba allí, era una causa justa. También teníamos un compromiso con Fidel, de acompañarlo bajo cualquier circunstancia".
Revela Pombo que el objetivo de Tatu (nombre de guerra del Che) era preparar aquella gente para la liberación del país. "No íbamos a combatir, sino a entrenarlos, pero desconocíamos la sicología de los africanos. Para los latinoamericanos y especialmente para los cubanos hay que ser ejemplo personal. Y en el combate para ser ejemplo hay que ponerse al frente de la tropa y no decirle a nadie ve, sino: ˇVamos! Una de las cosas que el Che más valoraba de Fidel era eso. Nos decía: `Fidel tiene el derecho a gobernar porque fue el primero en el Moncada, el primero en el Granma, la Sierra, Girón, y empezaba a enumerar las cosas en la que Fidel había sido el primero".
En Morogoro, ya en el camino de regreso, el jefe guerrillero se reúne con Pombo, Tuma (Carlos Coello) y Mbili (José María Martínez Tamayo) y los convoca para otra batalla. "Nos dijo que iba a continuar la lucha en América Latina y si estábamos dispuestos a acompañarlo. Para nosotros fue muy estimulante que nos tuviera en cuenta. Él sabía que esa iba a ser nuestra decisión".
Estos tres hombres, en noviembre de 1966, fueron los primeros en arribar de manera clandestina a La Paz, capital de Bolivia, como vendedores de sanitarios y productos de cerámica. Allí esperaron la llegada del Che con el sobrenombre de Ramón. El 27 de marzo de 1967 se produciría el primer encuentro con el ejército.
De la historia de Harry Villegas en la selva boliviana se ha escrito mucho. En 1996 vio la luz un libro suyo titulado: Pombo, un hombre de la guerrilla del Che, el cual recoge diario y testimonios inéditos de 1966 a 1968. Hoy tengo frente a mí este hombre historia, quien confiesa que en momentos de su vida ha expresado para sus adentros:
"ˇC... por qué yo no estoy en el grupo de los que cayeron en la Quebrada del Yuro!", y después él mismo, juez, reflexiona: "Combatí y luché hasta el último momento, rompí el cerco y tuve que librar 15 combates más antes de llegar a la frontera de Chile. No les podía decir a los carabineros vengan y mátenme, porque lo más importante era mantener la llama guerrillera".
"En aquel momento cuando Urbano y yo oímos por la radio Altiplano, primero que el Che estaba gravemente herido y después, ya en la noche, de que había muerto, acordamos continuar la lucha porque sus ideas estaban más vivas que nunca. Recuerdo al Ñato, herido en un ojo, cuando nos hacía señales y gritaba: ˇDice el jefe que se retiren! Pero ni yo ni Urbano lo aceptábamos. Fuimos a su encuentro bajo un tiroteo que la chaqueta que llevaba me la atravesaron por delante y por detrás. Así llegamos al puesto de mando y nos percatamos que se había retirado quebrada abajo. Sentimos un tiroteo en esa dirección y después disparos esporádicos. Fue en ese momento donde perdimos definitivamente nuestro contacto con el Che."
"Cumplimos todo lo que él nos orientó hasta el último momento. Nuestra misión no era inmolarnos, sino continuar la lucha. Por eso cuando llegamos a Cuba, Fidel nos dijo que estábamos vivos porque luchamos, aceptamos el reto y combatimos. 'Si hubieran claudicado estarían muertos', sentenció el Comandante en Jefe."
Harry Villegas no entregó ni ha entregado su fusil, cumplió misión internacionalista en Angola en una sumatoria de 10 años. Su mayor recompensa está en una de las páginas del Diario del Che en Bolivia cuando lo evaluó como uno de los pilares de la guerrilla. Él sueña despierto con su Comandante y lo sigue escoltando por la vida y la entrega.
Por dentro le arde una inapagable hoguera que le brota por las pupilas en cuantos de luz.