Tras los restos del Che
Promesa cumplida
Luis Hernández Serrano
"Cuando yo tenía nueve años, el Che me pidió algo
y le prometí hacerlo. Por cumplirlo pude integrar después el grupo
multidisciplinario de profesionales que buscó y encontró en Bolivia
sus restos y los de sus compañeros."
El ingeniero agrónomo Greco Cid Lazo, de Ciudad de La Habana, de 49 años,
especialista del Instituto de Investigaciones de Riego y Drenaje del Ministerio
de la Agricultura, formó parte del colectivo que realizó esa ardua
tarea, dirigida por el doctor en Medicina Jorge González (Popi).
"Sobre la base de las precisiones hechas, fundamentalmente por Popi, y
por la historiadora María del Carmen Ariet y a partir de otras evidencias
acumuladas, se seleccionó la superficie de 20 hectáreas para las
excavaciones. Yo estuve entre los compañeros que investigaron el terreno
donde se suponía que se encontraban las tumbas del Che y de otros combatientes,
en la antigua pista del aeropuerto de Vallegrande.
"Hicimos estudios previos del entorno, investigamos la formación
de los suelos, cómo se originó el valle, su evolución,
su topografía, posibles cambios sufridos por efectos del tiempo, de la
erosión o de la mano del hombre. Conmigo estaban Fernando Ortega y unos
colegas de GeoCuba.
"La función mía específicamente estaba vinculada a
la física del suelo, al conocimiento de su perfil pedológico,
en la parte que yo dominaba, es decir, el ámbito agrícola, desde
la superficie hasta los dos metros, y en ello estuve laborando allí hasta
marzo de 1997, con un gran colectivo donde aprendí mucho de todos, en
otras ramas afines a mi especialidad.
"En agosto de 1996 se me habló por primera vez del viaje a Bolivia
y en diciembre de ese año partí hacia ese país, con Fernando
Ortega, también pedólogo, experimentado compañero del Centro
de Antropología."
II
"Fue muy difícil recopilar en Vallegrande datos sobre los supuestos
sitios de enterramiento de los guerrilleros. María del Carmen Ariet podría
explicarlo mejor. Uno de los escollos se basaba en el temor que infundía
en algunos posibles testigos o informantes de aquellos parajes, el hablar del
tema, ante lo que muchos atribuían a la maldición del Che.
"Voy a explicarlo. Cuando Guevara lleva a cabo los últimos combates,
en el Altiplano donde operaba, comenzaba una violenta sequía, lo cual
en Bolivia es algo sumamente serio, pues comporta una cadena fatal. Con la escasez
de agua, el ganado se pone muy flaco, se enferma y muere. Entonces escasea la
carne y la leche, y la gente, por desnutrición, también se enferma
y fallece.
"Como hacía años que no se veía por esos sitios una
sequía tan grande, los campesinos de la zona pensaron que era el castigo,
la venganza o la maldición que el Che enviaba a las montañas por
haberlo asesinado.
"El campesino boliviano es muy supersticioso y religioso hasta el fanatismo.
Cuando expusieron por única vez el cadáver del Che en la batea
de mampostería de la lavandería del Hospital Señor de Malta,
en Vallegrande, se iniciaron cultos a él. Llegó a hacerse una
foto con una corona de espinas y le llamaron San Ernesto de La Higuera, por
su parecido a Jesucristo. A partir de ese instante le depositan flores, le rezan,
le hacen promesas y hasta le piden milagros."
III
"Estando yo allá en Vallegrande, el doctor Soto, antropólogo
experto del grupo, que venía de La Habana, me trajo la triste noticia
de la muerte de mi padre. Él fue uno de los colaboradores cercanos del
Che en el departamento de Industrias del Instituto Nacional de la Reforma Agraria
(INRA). Entonces, un domingo, varios días después, fui a la lavandería
del hospital, cuyas paredes están llenas con los escritos, firmas y mensajes
de cientos de visitantes de distintas partes del mundo.
"Recordé la dedicatoria que el Comandante le hizo a mi padre en
un libro: Para Guillermo Cid, un científico de manos callosas.
"Entonces con un pedazo de hierro puntiagudo, en una de las paredes aquellas,
parafraseando esas palabras y como una suerte de tributo al viejo y a él,
grabé esta expresión: ‘Aquí estuvo Guillermo Cid, un científico
de manos callosas, amigo del Che, 6 de enero de 1997’. Lo hice como si mi padre
hubiera estado en ese lugar y justamente en la fecha de su fallecimiento.
"No olvido que en aquellos días de investigaciones del suelo, mis
equipos no eran tan apropiados como los de otros especialistas del grupo. Mis
sondas electromagnéticas, por ejemplo, exploraban hasta dos metros y
medio o tres. Con ellas podía medir si el suelo fue fracturado o no,
si poseía grietas, si tenía perdigones de hierro, si había
agua en el lugar. Ese es mi trabajo y sé interpretar lo que en tal sentido
reflejaban mis instrumentos. Pero no podía saber si había un cuerpo
humano enterrado en un área concreta. Por eso, para calibrar mi técnica
y ponerla a punto, tuve que pedir permiso al sepulturero del cementerio próximo
al sitio de nuestras excavaciones y probar mis equipos sobre las tumbas."
IV
"En mi tiempo de descanso, pude ir a la Quebrada del Churo, o del Yuro,
donde el Che fue herido y capturado el domingo ocho de octubre de 1967. Una
boliviana, doña Nelly, dueña de un orfelinato de 200 ó
300 niños, me prestó su camioneta, conducida por uno de sus hijos.
Fui con varios jóvenes, entre ellos con una pareja de chilenos hospedados
cerca de donde nosotros estábamos albergados.
"Primero llegué a La Higuera. El guía que acompaña
a todo el mundo siempre, tenía una pierna fracturada, pero le dijo a
su hija adolescente que nos guiara y ella aceptó. Pero nos llevó
por un trayecto de la selva muy intrincado, casi inhóspito, inexplorado.
"Le pregunté si en verdad conocía el camino y me dijo que
sí. Íbamos por un trillo muy estrecho y abrupto que se perdía
y volvía a aparecer, a veces con un árbol en el medio, y a los
tres kilómetros aproximadamente comprendí que estábamos
perdidos. En resumidas cuentas caminamos durante seis horas, porque volvíamos
sobre el mismo punto de nuevo, hasta que al fin pudimos llegar al lugar exacto,
a la quebrada donde el Che libró su última batalla, pero arribamos
allí de pura casualidad.
"Subimos una loma contigua y apareció la choza casi paleolítica
de la mujer medio enana que el Che menciona en la última página
de su Diario, el sábado siete de octubre de 1967. Como nos habíamos
visto varias veces en los alrededores de la Iglesia del Señor de Malta,
en Vallegrande, la enanita me conocía y me preguntó qué
yo hacía por esos lares.
"Le conté lo ocurrido y por dónde había ido y me dijo
que sin saber, anduvimos el sendero por el que el Ejército en octubre
de aquel año, para evitar encontrarse con otros guerrilleros, llevó
al Che caminando, con su pierna herida, hasta La Higuera. Es un trayecto de
unas dos leguas por el que se ha transitado muy poco, pues para ir a la casucha
de ella se va por un terraplén turístico, mucho más amplio
y más corto, por donde pasan los vehículos motorizados."
V
"El Che designó a mi padre director de la Unidad Experimental Ciro
Redondo, de Jovellanos, en Matanzas, donde puso a estudiar y a trabajar en el
campo, cultivando plantas para experimentos, a un nutrido grupo de combatientes
rebeldes de su Columna Invasora. Tres veces estuve junto a él, cuando
conversaba con mi viejo. Y mi madre, Cora Lazo Jesús, que aún
vive, doctora en Farmacia, trabajó en el Hospital Oncológico en
investigaciones químicas vinculadas contra el cáncer a partir
de plantas que se cultivaban en aquella Unidad matancera, hoy recuperada, por
cierto.
"Mi viejo fue periodista, fundador de la revista Bohemia de Venezuela y
de la revista Carteles, de Cuba. Siempre se inclinó por la agronomía
y por eso fue amigo de sabios cubanos como Julián Acuña y Juan
Tomás Roig. Él conoció a Guevara en su trabajo en el INRA
y en esta institución llegó a ser su asesor agrícola. Posteriormente,
a petición del Che, subdirector de Botánica Industrial del Centro
Nacional de Investigaciones Científicas (CENIC).
"El Che un día, a principios de 1962, hace cuarenta años
—yo era un niño de nueve— me preguntó qué yo iba a estudiar
o en qué trabajaría cuando fuera grande. Le dije que yo quería
ser igual que mi papá, ingeniero agrónomo. Y entonces me dijo:
‘Muy bien, eso es lo que tienes que hacer y luchar por ser tan bueno como él’.
"Tal planteamiento nunca lo olvidé. Mi respuesta a su pregunta fue
una doble promesa hecha a mi padre y a él. Y cumplí lo que les
prometí. Precisamente por mi especialidad me mandaron a Bolivia en el
grupo que buscó y halló sus restos y los de sus compañeros.
Es una tranquilidad que tengo en mi alma. Allá en Vallegrande, en la
lavandería del Hospital, quedó mi letra como constancia de que
colaboré en aquella jornada, hace un lustro. Allí está
mi firma, como si fuera la de mi padre, en la pared."