José Saramago:
Che Guevara ya existía antes de haber nacido
Jos
No importa que retrato. Uno cualquiera: serio, sonriendo, arma en mano, con
Fidel o sin Fidel, diciendo un discurso en las Naciones Unidas, o muerto, con el
torso desnudo y ojos entreabiertos, como si del otro lado de la vida todavía
quisiera acompañar el rastro del mundo que tuvo que dejar, como si no se
resignase a ignorar para siempre los caminos de las infinitas criaturas que
estaban por nacer. Sobre cada una de estas imágenes se podría reflexionar
profusamente, de un modo lírico o de un modo dramático, con la objetividad
prosaica del historiador o simplemente coma quien se dispone a hablar del amigo
que descubre haber perdido porque no lo llegó a conocer...
Al Portugal infeliz y amordazado de Salazar y de Caetano llegó un día el retrato
clandestino de Ernesto Che Guevara, el más célebre de todos, aquel hecho con
manchas fuertes de negro y rojo, que se convirtió en la imagen universal de los
sueños revolucionarios del mundo, promesa de victorias a tal punto fértiles que
nunca habrían de degenerar en rutinas ni en escepticismos, antes darían lugar a
otros muchos triunfos, el del bien sobre el mal, el de lo justo sobre lo inicuo,
el de la libertad sobre la Necesidad. Enmarcado o fijo a la pared por medios
precarios, ese retrato estuvo presente en debates políticos apasionados en la
tierra portuguesa, exaltó argumentos, atenuó desánimos, arrulló esperanzas. Fue
visto como un Cristo que hubiese descendido de la cruz para descrucificar a la
humanidad, como un ser dotado de poderes absolutos que fuera capaz de extraer de
una piedra con que se mataría toda la sed, y de transformar esa misma agua en el
vino con que se bebería el esplendor de la vida. Y todo esto era cierto porque
el retrato de Che Guevara fue, a los ojos de millones de personas, el retrato de
la dignidad suprema del ser humano.
Pero fue también usado como adorno incongruente en muchas casas de la pequeña y
de la media burguesía intelectual portuguesa, para cuyos integrantes las
ideologías políticas de afirmación socialista no pasaban de un mero capricho
coyuntural, forma supuestamente arriesgada de ocupar ocios mentales, frivolidad
mundana que no pudo resistir al primer choque de la realidad, cuando los hechos
vinieron a exigir el cumplimiento de las palabras. Entonces, el retrato del Che
Guevara, testimonio, primero, de tantos inflamados anuncios de compromiso y de
acción futura, juez, ahora, del miedo encubierto, de la renuncia cobarde o de la
traición abierta, fue retirado de las paredes, escondido, en a mejor hipótesis,
en el fondo de un armario, o radicalmente destruido, como se quisiera hacer con
algo que hubiese sido motivo de vergüenza.
Una de las lecciones políticas más instructivas, en los tiempos de hoy, sería
saber lo que piensan de sí mismos esos millares y millares de hombres y mujeres
que en todo el mundo tuvieron algún día el retrato de Che Guevara a la cabecera
de la cama, o enfrente de la mesa de trabajo, o en la sala donde recibían a los
amigos, y que ahora sonríen por haber creído o fingido creer. Algunos dirían que
la vida cambió, que Che Guevara, al perder su guerra, nos hizo perder la
nuestra, y por tanto era inútil echarse a llorar, como un niño a quien se le ha
derramado la leche. Otros confesarían que se dejaron envolver por una moda del
tiempo, la misma que hizo crecer barbas y alargar las melenas, como si la
revolución fuera una cuestión de peluqueros. Los más honestos reconocerían que
el corazón les duele, que sienten en el movimiento perpetuo de un remordimiento,
como si su verdadera vida hubiese suspendido el curso y ahora les preguntase,
obsesivamente, adonde piensan ir sin ideales ni esperanza, sin una idea de
futuro que de algún sentido al presente.
Che Guevara, si tal se puede decir, ya existía antes de haber nacido, Che
Guevara, si tal se puede afirmar, continúa existiendo después de haber muerto.
Porque Che Guevara es sólo el otro nombre de lo que hay de más justo y digno en
el espíritu humano. Lo que tantas veces vive adormecido dentro de nosotros. Lo
que debemos despertar para conocer y conocemos, para agregar el paso humilde de
cada uno al camino de todos.