La CIA apretó el gatillo
Tras el disparo del ebrio y titubeante soldado boliviano que asesinó al Che en la escuelita de La Higuera estaba la orden de los servicios secretos norteamericanos. Estos seguían su actividad revolucionaria desde que se incorporó al proceso nacionalista de Jacobo Arbenz en Guatemala
Amaury E. Del Valle
Diez de la mañana. Hace algo de frío en el altiplano, aunque el sol ya salió.
—Permiso.
—Sí, pase.
—Ha llegado este telegrama.
Félix Ramos coge el papel de manos del ranger boliviano y lo va descifrando en su mente. La orden es clara. El código trae la sentencia de muerte.
El agente de la CIA avanza hacia la escuelita junto a Andrés Selich. Manda a retirarse al joven oficial Eduardo Huerta Lorenzetti, quien ve cómo Ramos, de origen cubano, sacude al prisionero intentando que hable, le hala la hirsuta barba y lo amenaza de muerte gritando.
Huerta intentó intervenir y se produjo una fuerte discusión con Ramos. La pelea fue interrumpida por la llegada de un cadáver y otro prisionero, casi ciego.
La escena se repite en este caso, cuando Ramos, quien viste un uniforme sin insignias, vuelve a violentarse con el Chino, como todo el mundo le decía en la guerrilla al peruano Juan Pablo Chang. Con una bayoneta le provoca varias heridas intentando que hable, sin lograrlo.
La llegada del coronel del ejército boliviano Zenteno Anaya interrumpe el martirio. Ramos le explica la decisión de eliminar a los prisioneros, y se ofrece con gusto para dispararle al principal. Sin embargo, poco después desiste y propone buscar voluntarios entre los soldados.
Cerca de las doce, con el sol ya en lo alto, dos mujeres se acercan al preso. Le llevan una sopa de maní. Es su último alimento. Él lo sabe. Come tranquilo, sin demostrar alarma ninguna, lo cual sorprende a la maestra Ninfa Arteaga y a su hija, cuya escuela sirve de cárcel.
Los voluntarios, Mario Terán, Carlos Pérez y Bernandino Huanca, han sido entrenados por asesores norteamericanos. Carlos y Bernandino se encaminan a donde están el Chino y el boliviano Willy Cuba. Al lado, el otro escucha los disparos.
—ˇDispara cojudo, dispara!, le grita Ramos a Terán.
No puede. Después diría que lo impresionó, que "los ojos le brillaban intensamente. Lo veía grande, muy grande, y que venía hacia mí."
Más bebida. Promesas, amenazas, gritos. Vuelve a entrar al aulita, las manos le tiemblan, no ve bien. "Por la cara no, coño, por la cara no", oye como le repiten una y otra vez. "ˇAcaba, carajo!"
Cierra los ojos, no quiere verle el rostro, la mirada serena. No puede. Aprieta el gatillo. Después dispara el resto de los presentes.
DESDE EL PRINCIPIO
La orden de matar al Che no fue una casualidad, ni mucho menos una iniciativa del general Barrientos y sus secuaces, a la sazón gobernantes en Bolivia. Desde mucho antes de que Ernesto Guevara de la Serna se convirtiera en líder del movimiento guerrillero cubano y posteriormente latinoamericano, los perros de presa del gobierno yanqui le seguían las huellas para eliminarlo.
Ya en 1954, cuando Guevara se encontraba en Guatemala, entonces encabezada por el nacionalista Jacobo Arbenz, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) comenzó sus primeras pesquisas sobre "un médico de nacionalidad argentina a quien debemos abrir un expediente".
Cuando poco después los aviones y mercenarios de la Agencia, pagados y auspiciados por la United Fruit Company, convirtieron el pequeño país latino en un infierno de metralla y muerte, el joven argentino intentaría junto a un grupo de amigos organizar la resistencia armada a la invasión.
Entonces, la CIA ya no alertaría sobre "abrir un expediente". En un informe secreto desclasificado por los propios Estados Unidos, los agentes afirmaron que: "Lo mejor es que comencemos a abrir una guerra a este hombre".
Y así fue. Al reaparecer Ernesto Guevara en las montañas de la Sierra Maestra cubana, en 1957, varios periodistas o "simpatizantes" que visitaron a los insurgentes tuvieron como misión específica espiar en especial al conocido como el Che, ya fuera para el Buró Federal de Investigaciones, la CIA o el Departamento de Estado. Así lo revelaron dos investigadores norteamericanos, Michael Ratner y Michael Steven Smith en su libro Che Guevara and the FBI, basado en cientos de documentos secretos desclasificados por el FBI en 1997.
Los intereses iban más allá de simple recolección de información. En el caso del Che, como revelan los escritos, buscaban principalmente información sobre el asma y los medicamentos que usaba para combatirla, así como sus movimientos, gustos, amistades y aficiones.
Un pasaje oscuro y poco conocido, lo reveló hace un tiempo el diario argentino Clarín, cuando afirmó que la CIA utilizó a otro argentino con tal de poder acercarse al Che.
Alfonso Manuel Rojo Roche, apodado el Che.50, fue reclutado por la CIA y enviado a Cuba en 1958, con el claro objetivo de calmar la curiosidad que despertaba el mítico guerrillero en Washington.
Se trataba de un antiguo colaborador de la Agencia, quien había nacido en la provincia de Buenos Aires —presumiblemente en 1918— y había recorrido medio mundo antes de ir a parar a Costa Rica, donde estaba casado y trabajaba como mecánico de aviación.
Como afirma el reportaje de Clarín, realizado a partir de una investigación histórica, el hecho de conocer sobre la aviación, le facilitó a Rojo Roche enrolarse en un avión C-47 que trajo armas a Cuba el 30 de marzo de 1958.
El cargamento, fruto de la ayuda de amigos latinoamericanos de la causa contra Batista, contaba con miles de balas de fusil, morteros con sus proyectiles, ametralladoras portátiles, rifles Mauser y ametralladoras Madsen calibre 50.
Por esta razón, a este nuevo "che" se le conoció con el nombre de Che.50, apodo que perduró incluso hasta después de su salida de Cuba varios meses más tarde, según él por problemas familiares. Sin embargo, la misión en esa ocasión no fue todo lo fructífera que quisieron sus organizadores, pues el verdadero Che desconfió desde el primer momento de este hombre que quería fotografiarse con todo el mundo, lo preguntaba todo, y buscaba de cualquier forma ganarse su confianza.
Che.50 reaparecería al triunfo de la Revolución cubana en la Isla, y trataría de nuevo de ganarse la confianza del Guerrillero Heroico. Después de trabajar durante algunos meses en la Comisión Nacional de Vivienda, puesto que perdió por su negligencia, y de vagar de una a otra ocupación sin rumbo fijo, tratando de mantenerse cerca de la dirigencia revolucionaria, infructuosos todos sus esfuerzos, Alfonso Manuel Rojo salió de Cuba el 24 de diciembre de 1959 en dirección a Costa Rica.
Según refiere la pesquisa del diario Clarín, el 18 de enero de 1960 Che.50 se embarcó rumbo a Estados Unidos, y el 22 y 23 de enero compareció ante una comisión de senadores, en Washington, como consta en una declaración de estos del 18 de mayo de 1960.
De Che.50 no se volvió a saber más, y todo parece indicar que la historia de espionaje que él protagonizó se la tragó el tiempo. Pero no sucede lo mismo con otros tantos que siguieron al Che, primero en Cuba, después en África y posteriormente en Bolivia.
SUCIOS PAPELES
Trece documentos sacados a la luz recientemente, los cuales se pueden consultar en el sitio web de la Universidad George Washington con la dirección electrónica www.hfni.gsehd.gwu.edu, forman parte de miles de memorándums, notas al Presidente, dossier informativos, estudios de analistas o informes detallados, que integran el gran expediente sobre el Che, aún oculto en su totalidad por la CIA.
Con tachaduras deliberadas, nombres ocultos tras la tinta negra, e incluso párrafos completos anulados con premeditado cuidado, estos atisbos permiten, no obstante, desentrañar los últimos capítulos de la truculenta historia del crimen concretado en La Higuera.
Bastaría señalar que al salir hacia África, para ayudar a los patriotas congoleses en su lucha, el Che tuvo que disimular por completo su identidad y dar un largo recorrido por varios países, antes de llegar a su destino, con tal de despistar a sus seguidores.
Para salir de las selvas del ex Congo Francés, Tatú, el médico blanco, también recurrió al enmascaramiento para burlar los cercos y persecuciones al fracasar este intento por diversas circunstancias. Entraría en Cuba con esa fachada, y de ella saldría con una similar hacia Bolivia.
Ejemplo evidente de que en ningún momento la CIA dejó de seguir al Che, es un memorando de la Casa Blanca del 11 de mayo de 1967, donde el consejero presidencial Walt Rostow informó al presidente norteamericano Johnson en una corta nota sobre "los esfuerzos de Estados Unidos por seguir los movimientos de Guevara", y le aclaraba que su supuesta "desaparición de Cuba puede ser ‘operacional’, y no absoluta como la CIA creía al principio".
Esto también constituía una referencia velada a contradicciones que nunca existieron entre la máxima dirección de la Revolución cubana y el Che, la cual, por demás, apoyó incondicionalmente la gesta liberadora del Guerrillero, como lo reconoció un cable de inteligencia de la propia CIA, con fecha 17 de octubre de 1967, que resume informaciones recolectadas entre septiembre del 66 y junio del 67, donde destaca la posición vertical del Comandante en Jefe Fidel Castro, incluso en desacuerdo con la dirigencia en aquel entonces de la ex URSS, que se oponía al intento guevariano en Bolivia.
Ya en ese territorio sudamericano, los sabuesos de la CIA harían lo imposible por hacer fracasar el movimiento guerrillero. Campañas propagandísticas entre la población autóctona, asesinato y desmembramiento de la oposición a Barrientos, y hasta asesoramiento, armas y entrenamiento al ejército boliviano, fueron algunos pasos dados.
Un acuerdo de entendimiento entre los cuerpos armados de ambos países, con fecha 28 de abril de 1967, referente a "la activación, organización y entrenamiento del 2do. Batallón", preveía la creación de un cuerpo élite de lucha contrainsurgente formado bajo la férula de los "boinas verdes" de la 8va. división de las fuerzas especiales norteamericanas con sede en Southcom, Panamá.
No sería casualidad que fuera este "2do. batallón", el que cercara y capturara al Che y a otros compañeros suyos en la Quebrada del Yuro, asesinados horas más tarde por orden del agente "Félix Ramos", pseudónimo que utilizaba el oficial CIA Félix Rodríguez, quien junto al también agente CIA Gustavo Villoldo pidió a los soldados "no tirar a Guevara en la cara, de modo que sus heridas parecieran ocasionadas en combate".
Para que no queden dudas sobre la mano yanqui en el asesinato, un informe de la CIA del 3 de junio de 1975 reconoce la implicación en el asesinato del Che. El mismo recoge un interrogatorio que efectuara el inspector general de esta entidad a Félix Rodríguez, precisamente cuando la Agencia era objeto de una investigación congresional por su participación en atentados y asesinatos de líderes extranjeros.
En sus palabras, el propio Rodríguez reconoció haber sido enviado con el expreso objetivo de capturarlo, y, que si bien tenía instrucciones de hacer "todo lo posible por mantenerlo vivo" (subterfugio para librar de responsabilidades a Estados Unidos), había ordenado su muerte.
Esta última versión se contradice de manera flagrante con los propios documentos revelados, pues en una comunicación al presidente Johnson de su consejero Rostow, con fecha 9 de octubre de 1967, le informa que un batallón boliviano "el mismo que hemos entrenado", ha conseguido "capturar a Che Guevara".
Lo más curioso de todo es que los documentos desclasificados avalan que fue el embajador Douglas Henderson quien envió la confirmación oficial de la muerte del Che el día 18. Ocultan, no obstante, que en la noche del 8 de octubre de 1967, el dictador Barrientos se reunió con varios miembros de la cúpula castrense, visto bueno por medio de Henderson, y decidieron que el Che debía "morir en combate".
A esa hora, el Comandante Guevara estaba maniatado en la escuelita de La Higuera, después de que una herida y la inutilización de su arma lo convirtieran en prisionero de los "rangers" bolivianos.
DETRÁS DEL DISPARO
El 19 de enero de 1962 representantes del Pentágono, la oficina del presidente de los Estados Unidos, la CIA, el Estado Mayor Conjunto y el Departamento de Estado, se reunieron en las oficinas del secretario de Justicia norteamericano.
El Proyecto Cuba, nombre clave de la operación, planteaba como tarea primordial el derrocamiento de la Revolución, y la eliminación física, por cualquier medio, de sus principales dirigentes, incluido el Che.
Por esa razón, cuando el 8 de octubre de 1967, sobre las once de la noche, el dictador boliviano Barrientos recibió por conducto del embajador Henderson la orden de muerte del Che, no hubo mucho que discutir. No se quería un juicio largo. Mucho menos un símbolo en prisión. Era preferible crear un mito, que la propaganda trataría de desvirtuar después.
No hay dudas. Sobre la una de la tarde, cuando los disparos de Terán, un soldado ebrio, fueron el detonador para que el resto de los presentes abriera fuego sobre el cuerpo desarmado y herido del Che, hacía mucho tiempo que la CIA había apretado el gatillo.
Fuentes: •La CIA contra el Che (Addys Cupull y Froilán González)
• El diario del Che en Bolivia.
• Desclasificate Document CIA. University George Washington. (www.hfni.gsehd.gwu.edu)
• Che Guevara and The FBI. Michael Ratner y Michael Steven Smith