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CHE, AYER, HOY Y SIEMPRE

El amor en tiempos de guerrilla junto al Che


JOSÉ ANTONIO FULGUEIRAS

Israel Chávez y Zobeida Rodríguez son una pareja atada por más de 50 años de amor legítimo y entereza patriótica. Dos cónyuges que el asedio de la tiranía de Batista obligó a subir a las montañas del Escambray y dejar sus críos en su pueblo de Manacas. Incorporados a la guerrilla del comandante Víctor Bordón, una tarde de octubre de 1958 conocieron a un hombre que los imantó para toda la vida: Ernesto Che Guevara.

Mimí junto al Che y otros combatientes, tras la liberación del poblado de Fomento.

Chávez es un hombre de semblante pausado, rasgo que trae desde su juventud y mantiene hoy cuando ya frisa los 80 años de edad. Mimí, sobrenombre de Zobeida, extraído -según ella- del mote de una gatica hogareña, es una mujer pintoresca, que le saca chilindrinas a la vida.

Mimí intenta -y lo logra- que me traslade con ella para el campamento de Cuevitas. Para eso tiene que rebajarse casi 80 libras de pesos y 40 años de edad. La expresión en el rostro debe andar cerquita como la manera única de sacarles sonrisas a las palabras. El cabello hay que estirarlo también más debajo de la cintura y después recogerlo en una auténtica cola de caballo. Ella quiere hacerme partícipe de la alegría que sintió por dentro al conocer la noticia de la llegada del Che al Escambray.

"Desde que lo supe me dije: Ahora sí esto se puso bueno. Saqué esa conclusión porque si él venía en una invasión no podía venir desarmado. Nos ordenaron que fuéramos a su encuentro en un lugar conocido como Las Piñas. Partí muy contenta para allá. Yo era una guinea caminando.

"Al llegar allí sentí un dolor en mi alma cuando vi, en un secadero de café, a aquellos invasores todos ripiados, con sus partes afuera, destrozados. Entonces observé a Rogelio Acevedo, lampiño y con un pelo largo... Todo el mundo pensaba que yo era un hombre, pues era muy delgada y me recogía el pelo para atrás. Aquella noche me cortaron hasta la hamaca aquellos nuevos compañeros, quienes a pesar de la larga travesía, no perdían los deseos de joder.

"El Che les habló a los combatientes y de ahí nos fuimos hacia Gavilanes. Estando allí es que él se entera de que en la tropa de Bordón había una mujer. Mandó a buscar a Israel y le preguntó: `żEsa compañera está con usted? ˇSí, es mi esposa!', le respondió. `Ella no puede estar en la tropa', le indicó. Luego reflexionó: `Bueno, mejor vamos a pasarla para la enfermería.'"

"Israel le contestó rápidamente: `ˇLo que usted diga, Comandante!.'"

"Sí, porque nosotros siempre tuvimos la lucidez de que lo que él decía, eso era. Me mandó a buscar y me comunicó: `Bueno, usted va a ser enfermera desde ahora'. Yo jamás había curado a ningún enfermo.

Chávez evoca la impresión que tuvo del Che:

Desde que lo vi me di cuenta de que estaba delante de un hombre extraordinario. Esa conclusión la reafirmé en Las Piñas, tras una larga discusión con nuestra tropa, donde exhibió sus dotes singulares de guerrero y de político, de un hombre superior en su forma de actuar, de expresarse y hasta de mirarte.

Y no es que fuera diferente a nosotros, que no fuera de carne y hueso, que no acumulara errores, pero tenía una visión distinta de cuidar al compañero que lo secundaba, de implantar una disciplina a la que todos nos íbamos sumando sin darnos cuenta, atraídos por su imán de honestidad, entereza y lucha.

Recuerdo cuando me llamó por primera vez.

-żUsted es el que anda con esa combatiente?

-Es mi esposa, le aclaré.

-ˇCómo!, żla señora suya?

-Ella está con nosotros desde hace cuatro meses. Tuvo que alzarse, e incluso dejó a nuestros dos hijos allá abajo prácticamente botados y sin saber lo que va a pasar.

Cambió el rostro, y tras unos segundos de reflexión, decidió: "Por el momento ella va a seguir de enfermera, de ayudante, porque esto está muy malo, y cuando se normalice, veremos".

Junto con su extraordinaria capacidad, su conciencia de cumplir la orden de Fidel, traía un concepto muy claro de que la única manera de lograr la unidad era buscando la verdad en cada combatiente.

A todos nos aclaró la realidad existente en el país y luego trazó sus líneas. Y al final triunfaron sus tácticas y sus conceptos de golpear continuamente a los cuarteles, de no darle reposo al enemigo.

En la ofensiva final, tras entregárseme una ametralladora 30, él designó a mi mujer como mi ayudante. Era una manera de cumplir su palabra, de entender nuestra unión en la montaña.

Mimí escucha atentamente las valoraciones de su esposo como si las oyera por primera vez. Ella guarda muchas anécdotas con el Che. Las cuenta de una manera muy graciosa, imposible de imitar.

"El Che siempre repetía que el fusil había que ganárselo. Y yo me preguntaba: żY cómo me lo voy a ganar inyectando, curando heridos y bañando a veces a los enfermos?"

"Al comenzar la ofensiva me dejaron a mí en Piedra Gorda, con seis hombres, cuidando unas mochilas y otras provisiones. Pasaban las horas y les propuse: ˇVamos a ganarnos los fusiles! Cogí por una banda del cuartel y me encontré con los combatientes capitán Yayo Machín y Juan Sabina, quienes me preguntaron extrañados qué yo hacía allí: Vengo a buscar un fusil. Me matan o lo cojo."

"En medio del combate la avioneta enemiga tiraba unos bultos que al principio creí que eran bombas, pero al ver que no explotaban me acerqué a uno de ellos y vi que eran jamones que se los tiraban a los casquitos y caían algunos en nuestra parte. Los empecé a picar y a entregárselos a mis compañeros, que estaban muertos de hambre.

"A los tres días tomamos el cuartel, y mientras los guardias se rendían, yo cogí un garand y me lo puse al lado. El Che venía revisando todo el armamento, pero no se había fijado en mí todavía. Tan pronto me vio exclamó: `Vos, qué haces aquí'. ˇUsted dijo que había que ganarse el fusil, vine a ganármelo, y aquí lo tengo."

"żY los hombres que estaban con usted?"

-Bueno, si no los han matado, también están ganándose un fusil por ahí.

"Sabes que eso es un libretazo y una gran indisciplina tuya."

"Yo empecé a llorar por el bochorno que sentí cuando me dijo aquello.

"Él me cogió por el rabo de mula y me calmó: `Levanta la cabeza, media naranja, que ese fusil es tuyo, pues te lo ganaste.'"

Israel Chávez es un hombre de pequeña estatura, de mente y ademanes ágiles. Tiene la cara aplanada y redonda con una nariz ancha y pequeña del boxeador que otrora fue, bautizado en Las Villas como Kid Relámpago. De vez en cuando saca expresiones picarescas y anécdotas chispeantes como esta:

"Tras el triunfo de la Revolución llegué a La Cabaña con los grados de capitán y me designaron como jefe de unidad. Una mañana, a finales de enero de 1959, me entraron unos deseos inmensos de ir a Manacas a ver a mi mamá, pues la noche anterior había soñado que estaba enferma.

"Existía una resolución de que para trasladarse a otra provincia tenía que estar autorizado por el Jefe del Estado Mayor, que en mi caso era el Che. De más está decir que no tuve valor para pedírselo, ya que era muy subjetivo mi presentimiento y al final opté irme sin permiso, porque mi único deseo era ver a la vieja, comprobar que estaba bien y virar el mismo día.

"Llegué a Manacas, y como era de esperar, mi mamá estaba muy bien. Almorzamos juntos, y ya iba a regresar cuando ella me propuso que reposara aunque fuera una hora, no fuera que me quedara dormido manejando. Me insistió tanto que acepté, y como había muchos mosquitos me puso un mosquitero y obligó a que me quitara las botas y la camisa para que descansara mejor.

"Estaba dormitando y sentí que me movían el mosquitero. Pensé de primer momento que era la vieja que estaba matando los mosquitos, mas al abrir los ojos me vi frente al mismísimo rostro del Che.

"Creí que era una pesadilla, pero él me haló por los pies y yo me tiré descalzo y así mismo me puse en atención y le dije: Mire, Comandante, aquí vive mi mamá y yo... Él me cortó con esta frase: `ˇCómo es posible que con tanto trabajo que hay que hacer en este país, usted esté durmiendo el mediodía!'"

Él se dio cuenta de que yo estaba loco, aturdido, y me dio la espalda y se retiró para la sala. Ahí mismo yo me pongo apurado las botas y la camisa. Al salir me encuentro que mi mamá le está brindando una taza de café amargo, como ella sabía que le gustaba, y eso lo calmó un poco.

Al salir al portal me dijo: "Quiero que me lleves al central Washington". Los monté en mi carro, junto a Aleida y el piloto. Al llegar al central había una manifestación de gente. Me ordenó que regresara y protegiera la avioneta que habían dejado a unos pocos kilómetros de mi casa.

Parece que al aterrizar, alguien le dijo que yo estaba allí y por eso fue a buscarme. Luego me enteré de que él había venido a nombrar de interventor del central al compañero Montes de Oca, quien después cayó junto a él en la guerrilla boliviana.

(Fragmento de un libro en preparación).