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DEMASIADO TRIUNFO ES ÉSTE
Pijchando victorias junto a Filipo senador
Rafael Archondo / PULSODIGITAL
En Cochabamba, la marea cocalera ha alcanzado su primera aurora. Los ojos inquietos
de Filemón Escobar apenas pueden creer lo que observan. No sólo
ha dejado de ser el mal pronosticado único senador del MAS, sino que
ya lo secundan siete seguros colegas de su partido y hasta se atreve a esperar
a un octavo, el de Chuquisaca.
El jeep Land Rover avanza con fatiga por la avenida asfaltada y semi desierta.
Al volante, con la mirada aguijoneante y los cabellos alborotados, pisa el acelerador
un eufórico caballero. Las tres chicas de la gasolinera lo reconocen
al instante. "Ahí viene don Filipo", habrá pensado la más
risueña. El auto se detiene y de la ventanilla asoma un periódico
extendido y apremiante. "¡Ya somos primeros en La Paz, carajo!", estalla la
voz de trueno tras el telón de papel. Las muchachas se abalanzan sobre
la página. Recorren las tortas estadísticas de grafía diminuta
hasta encontrar las tres letras ansiadas: MAS. Comprenden de inmediato que algo
se ha despertado en el país. El hombre que las increpa salta del auto
radiante. El triunfo le rebalsa por los poros, mientras ellas se lo festejan
a mandíbula batiente: "No te olvidarás pues de nosotras, ahora
que eres senador, nos invitarás a cenar...". Él se ríe
y les recuerda el día en que les regaló poleras con la cara estampada
del Evo. Las chicas le subrayan que ellas ayudaron a repartir bolsas de coca
al potencial votante de paso y que sólo por eso, unos adinerados de vehículo
de lujo les gritaron "¡imillas!".
Minutos más tarde, el jeep sigue su ascenso por una callejuela empedrada.
"Esta gente tiene la bandera del Manfred sólo porque su tienda no está
legalizada en la alcaldía, pero igual han votado por nosotros", señala
Filemón, mientras, en efecto, la señora tendera alza la mano y
le despacha una sonrisa. El senador Escóbar vive en el barrio de Los
Trojes, nada menos que al frente de la casa del Bombón. La whipala y
la bandera azul, negra y blanca ondean sobre el techo del ex minero como desafiando
a la amurallada mansión del Capitán. El viernes, la gente allegada
a Evo Morales organizará una khoa en la casa del Filipo y hará
sonar música de banda a máximo pulmón para que el Manfred
se entere del tamaño de su júbilo. Dice que unos metros más
abajo hay dos casas de la DEA norteamericana. Allí también oirán
la intrusa algarabía.
Horas después, el senador más feliz de la comarca fuma y toma
café en jarro enlosado y con sobredosis de azúcar dentro de las
oficinas-galpón de la Federación de Campesinos del Trópico
Cochabambino. En la mesa está regados los periódicos. "Primeros
en La Paz, en Oruro, acá, segundos en Potosí...". El recuento
se reitera una y otra vez como oraciones en misa. Filemón dice que ésta
es su primera victoria en 50 años y que "de un solo puñete", ha
puesto fin a todos sus adversarios políticos: la derecha con la que libró
añejas batallas en sus días de trotskista o minero katarista,
pero también la izquierda que le dio la espalda para tildarlo de caduco
y radical trasnochado. "Yo me quería hacer dar un infarto esa misma noche,
porque para morir hay que morir así, victorioso", subraya, mientras rememora
el crepúsculo de aquel 30 de junio electoral, cuatro meses antes de su
cumpleaños número 68.
En 1961, Filemón Escobar fue detenido y confinado en Puerto Villarroel,
poblado escondido del Chapare. Cuatro décadas más tarde, el ex
dirigente minero siente que ese y otros sitios de deportación del pasado
son hoy el corazón de una nueva fiebre política nacional, que
tiene como cuna el vientre de la hoja de coca.
Llega un grupo de militantes airados. Son tres compañeros que quieren
denunciar que en varias mesas del trópico se han encontrado "algunos"
votos a favor del MIR y el MNR y sale un "¡cómo es posible!", proclamado
en clave de indignación. "No podemos permitir eso", advierte uno de ellos
pensando que en las circunscripciones conquistadas sólo debería
haber votos azules. "Ustedes ya también se están yendo al otro
extremo, compañeros", sacude la cabeza Filipo, mientras coge un puñado
de coca para pijchar. Y es que Evo está acostumbrado a las goleadas:
83 por ciento en el territorio que lo acaba de reponer en el curul del que todos
los partidos del sistema lo expulsaron en marzo. Muchos de esos verdugos han
quedado ahora fuera del parlamento. "Es la venganza de la coca. Jodida es cuando
castiga".
Llega hasta el escritorio un gordito preocupado. Su mayor temor consiste en
que el MAS termine primero en Potosí, departamento en el que el partido
sólo consiguió convencer a una persona para que postule al senado.
"¿A quién ponemos si ganamos?", se pregunta angustiado sin saber cómo
llenar el hueco producido por una victoria tan inesperada. "Y, ¿por qué
no tenemos pues la lista completa?", quiere saber Filemón. "Es que nadie
quería", le responden.
Muy pocos digieren con normalidad el tamaño de semejante ascenso. Uno
a uno van llegando, las caras morenas, las abarcas rotosas, los abrazos que
martillean las espaldas. Nadie sabe bien cómo lo han logrado, pero de
lo que sí están seguros es de que el MAS pondrá a raya
al gobierno que asome la cabeza el seis de agosto. Una militante de NFR se acerca
para rogarles que voten por Manfred, "hay que evitar que el Goni se consolide
y venda lo que queda de la Patria", les suplica. El viejo minero explota en
su propio vozarrón: "Tú te estás engañando, cojuda,
¿cuál ‘consolide’?, no hay eso, cualquiera que suba está para
un sopapo. Ahora sí tenemos un instrumento de masas, no podemos seguir
pensando en la teoría del mal menor, entendé de una vez a ver...".
Candidatos electos y campesinos de base ríen al escuchar el regaño.
Eso es sentirse súper poderoso.
Filipo pide otro café, más coca, "pijcharemos", todo es gracias
a la coca, sí, ahí está la causa de todo. "No, no es el
Rocha, esto ya tenía que llegar", se convencen mutuamente y no dejan
de mirar las gráficas de los diarios..."primeros en La Paz, carajo".