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ELECCIONES 2002, LA POLÍTICA EN TRANSICIÓN
La dimensión desconocida
Víctor Orduna / PULSO DIGITAL
Las elecciones 2002 deberían declararse desiertas: sin ganador. El festejo democrático no alcanzó al día después, no hubo multitudes en las calles, ni proclamas, ni candidatos en hombros. Goni, Manfred, Jaime —y hasta Evo— lucían, frente a las cámaras, la misma cara de aflicción, de aturdimiento, preguntándole al televidente y votante: ¿Y ahora qué?
Qué hacer con un resultado electoral que plantea un verdadero crucigrama: dos puntos de diferencia entre el primero y el tercero (menos de cien mil votos) y una combinatoria de senadores y diputados que favorece al MNR pero que le obliga a pactar gobierno con alguno de sus enemigos: MIR o NFR (ambos simpatizantes del MAS).
¿A qué tipo de de "unidad nacional" se puede convocar así? Hacer gobierno resulta, en esta ocasión, un ejercicio de desgana y de "resignación nacional" frente a la evidencia de que, sea el gobierno que sea, lo único garantizado es una demoledora oposición.
Que la oposición va a tener más fuerza que el gobierno es indudable después de este conteo de votos por goteo que apenas quiere acabar a cinco días de las elecciones. Con su posición —hasta ahora inamovible— de "no negociar el voto", Evo Morales partió por la mitad el eje de la ansiada gobernabilidad.
Goni vs Evo
Oposición —la del bloque del MAS— que tiene mucho que ver con la manifestación sin matices de dos posiciones ideológicas que han salido a flote como nunca lo hicieron desde 1985: La defensa del neoliberalismo (MNR) y su impugnación (MAS) desde la raíz más radical, la defensa de la coca.
Y entre estas dos posiciones —con unos diez parlamentarios de diferencia— pululan dos partidos —MIR y NFR— que han querido resolver sus dudas existenciales apelando a un populismo insustituible después de Condepa y el compadre (Palenque no se reencarna ni en empresarios turísticos ni en capitanes).
Pero estos partidos "sobrevivientes" (MIR y NFR) no podrán seguir jugando mucho tiempo más con la indefinición. Los dos polos (MNR y MAS) les obligarán, tarde o temprano, a tomar partido.
El sistema de partidos es, después del 30-j, mucho más pequeño pero también, mucho más complejo. Los comodines de la gobernabilidad —UCS desde 1993— se extinguieron por la vía rápida.
Los lores descalzos
Y es en la Cámara Alta donde retumban con más fuerza los ecos del cambio. Que el 30 por ciento del Senado —donde se sentarán ocho representantes del MAS— esté en manos de Evo Morales es algo que la izquierda nunca consiguió en 20 años de no saber hacia dónde caminar. A ver quién se atreve a decir ahora que el lugar más selecto del Legislativo nacional está tomado por el narcotráfico. "Nadies".
A diferencia de Condepa, la bancada del MAS ofrece, en principio, una auténtica resistencia al pactismo —y a la división por la vía de la compra-venta— y promete trasladar al parlamento el debate de temas tradicionalmente excluidos del hemiciclo.
La del MAS es la renovación congresal más asombrosa desde que la democracia se acostumbró a escuchar el rugir popular siempre al otro lado de las paredes del legislativo.
Camino a la Constituyente...
Y esta sacudida congresal se produce mientras el actual gobierno convoca —tras firmar varios compromisos— a un Congreso que más que Extraordinario parece póstumo para decidir, ni más ni menos que la aprobación de una Ley de Necesidad de Reforma a la Constitución. Una ley que, en caso de aprobarse y por su carácter de post-electoral, tendrá sabor a apócrifa y poco legítima.
Sin embargo, este Congreso Extraordinario puede ser más importante para el próximo gobierno que para este. Después de que las urnas dieran la razón a la Constituyente, esta palabra pronunciada entre dientes por el sistema político durante medio año puede ser el nombre de su salvación.
Un sistema político que muestra síntomas de agotamiento, de descreimiento en el futuro de lo que hasta ayer fue su mayor estímulo: los parentescos la gobernabilidad.
¿Terrorismo electoral?
Una muestra de este agotamiento es la imagen del cuarto disconforme, Jaime Paz —un cuatro de julio y a las puertas de la embajada— echando pestes contra Goni, el embajador y Evo Morales por haber tramado supuestos "crímenes" electorales en su contra. Todo para luego, entrar a la embajada —como mandan los cánones— para celebrar con un cóctel y una palmadita en la espalda de mister Rocha el 226 aniversario de la independencia de los Estados Unidos de América.
Si la política tuviera un poco de decencia —más aún después de haber censurado públicamente la actitud electoral del embajador— habría actuado de otra manera este cuatro de julio.
Evo presidente, ¿por qué no?
Aunque a un cinco por ciento de concluir el escrutinio las posibilidades de que Evo sea segundo son mínimas, su proximidad con los dos primeros y el "miedo" generalizado a que pudiera haber alcanzado uno de los dos puestos presidenciables han abierto un nuevo debate: ¿Por qué no Evo presidente?
La negación es casi irreflexiva: Evo no puede ser presidente simplemente porque no. Se entiende que este sea un mandamiento aprendido de memoria por el sistema político pero lo que muestra cierta deformidad democrática es el pánico momentáneo con que ciertos sectores de la sociedad han reaccionado frente a esta posiblidad. Se puede deducir que el máximo coeficiente de tolerencia o de flexibilidad democrática admite a un Evo opositor pero no a un Evo presidente. Siempre hay un último nivel de exclusión.
El otro indio
El "susto" de Evo Morales —que superó en un seis por ciento las encuestas más optimistas— ha eclipsado otro fenómeno —el de Felipe Quispe— que ratifica la llegada de una nueva era en la política nacional.
Con un 5.7% a nivel nacional, siete diputados y un espectacular tercer lugar en La Paz (16.9%), la primera experiencia electoral del MIP ha batido los máximos históricos de un katarismo que nunca superó la barrera del tres por ciento nacional.
El katarismo, más el indigenismo de Evo Morales, sumados, registran un 40 por ciento de la votación en el enclave político nacional: La Paz. Que el MNR sea gobierno, con el cuarto lugar en La Paz parece, fríamente, una osadía. Después del último domingo la capital política del gonismo está en el Oriente (en el Beni donde recaudó un 42% de los votos).
Transición
Con todos estos condimentos, el gobierno que salga de estas elecciones, tendrá un carácter de transición hacia no se sabe qué.
Con una difícil mayoría parlamentaria y dos tercios que se pintan crudos, el nuevo gobierno será todo lo contrario de aquella esplendorosa e ingenua megacoalición que gobernó hace cinco años de la mano de un general. Todo eso quedó en el pasado pretérito.