Evo Morales Ayma (de aquí en adelante sólo Evo) encarna la irrupción
del oponente más grande del neoliberalismo en Bolivia. Los datos de la
Corte Nacional Electoral son contundentes: ocupa el segundo lugar en el cómputo
final. Este hecho, único en la historia reciente del país, se explica,
entre otros factores, por las transformaciones internas del sistema político.
La expulsión de Evo de la Cámara de Diputados, cinco meses antes
de las elecciones, activó la ira de los electores de sectores de ínfimos
ingresos y marginados del sistema político. Aquel acto de intolerancia
se tradujo en lo que ahora conocemos como el "voto bronca", que expresa la rabia
contenida de grandes sectores de la población por la exclusión de
los espacios de poder estatal.
Las declaraciones del Embajador de los Estados Unidos, convocando disimuladamente
a no votar por el Movimiento al Socialismo (MAS), solamente constituye un elemento
accidental.
Más allá de aquel factor, la emergencia de un caudillo irreverente
y valiente ("macho", en términos populares) en el unilateral (es decir,
sin oponentes) escenario político boliviano, hegemonizado por políticos
que convalidan su vigencia en el sistema con una visa para viajar a los Estados
Unidos, cautivó a los electores.
Por primera vez en mucho tiempo, un político boliviano, de origen aymara
y líder de los cultivadores de coca de Chapare, para el colmo, se enfrentaba
abiertamente y de igual a igual nada menos que con el enviado de George W. Bush
y, en -en partidas internas- con los líderes de los partidos tradicionales.
Así nace el "voto macho", según el cual los pobladores de sectores
rurales andinos y zonas periféricas de las ciudades occidentales del país
(el MAS ganó en La Paz, Cochabamba, Oruro y Potosí) primero se identifican
con Evo y luego le confían su representación.
Además de ambos elementos (el "voto bronca" y el "voto macho"), el factor
que catapultó la votación del MAS y que explica la posibilidad de
que su líder dispute, según las reglas constitucionales, la Presidencia
de la República es la transformación interna, para bien, del sistema
político, vía la constitución de 314 poderes locales y la
instalación de 68 diputaciones uninominales.
La Ley de Participación Popular, una de las "tres leyes malditas" (además
de la Ley de Capitalización y de la de Reforma Educativa) para los extremistas
de izquierda y ahora seguramente también para los de derecha, abrió
la posibilidad real de que muchos líderes índígenas y/o campesinos
accedan a espacios de poder en los municipios.
La participación de las organizaciones territoriales de base en la elección
municipal de 1995 fue indecisa; pero lograron copar algunas alcaldías.
Ya en 1999, conscientes de sus posibilidades y con mucha certeza, emprendieron
la toma de muchos municipios rurales. En Cochabamba, por citar algunos ejemplos,
el MAS administra Villa Tunari, Morochata, Pojo y, hasta hace poco, Sacaba.
A esta manifestación de madurez del sistema político en espacios
locales, se suma la elección de diputados uninominales. Durante el proceso
de 1997, solamente en Cochabamba, cuatro candidatos vinculados con Evo y con la
sigla de Izquierda Unida capturaron cuatro circunscripciones con población
campesina.
Tanto la Ley de Participación Popular como la elección de diputados
uninominales convencieron a los electores del campo y de las ciudades que el "voto
kamacheq" (ése que permite ejercer el poder real desde el Estado) era posible
y se lo dieron a Evo.
Por acción (el "voto kamacheq") o por omisión, es decir, debilidad,
(el "voto bronca" y el "voto macho"), Evo constituye una criatura poderosa del
sistema político.