22 de octubre del 2002
Tratados de Libre Comercio: hilos de una enorme tela de araña continental
Carlos Powell
Rebelión
El paso por Managua de altos representantes del empresariado estadounidense,
quienes se reunieron con sus pares en esta capital en días pasados, ha
dejado una estela de ilusiones flotando en la atmósfera local. Algunos
representantes del gran capital criollo acarician ya el Tratado en sus sueños,
como si fuera una novia prometida pero aún intocable. Así, cada
vez más circulan abiertas apologías de los TLC que, sin embargo,
cual hábil comerciante textil, muestran la tela por donde no está
rasgada. Contra todas las evidencias del desastre de las políticas neoliberales
de las últimas décadas, documentadas por los informes de todas
las instituciones más respetadas por cualquier profesional de la información
(NU, CEPAL, FAO, PMA, OMS y otros), estas apologías se empeñan
en vender un producto al que si se le aplicara un estricto control de calidad,
debería salir de circulación.
Recientemente leí una nota en la que su autor, para justificar la firma
de un TLC entre Estados Unidos y Nicaragua (o Centroamérica en bloque)
enarbolaba el argumento de los extraordinarios méritos que habría
tenido para México el TLCAN, firmado entre el país azteca, Canadá
y Estados Unidos, en 1993. El único punto de este elogio radica en la
"casi triplicación del intercambio comercial" de los mexicanos con Estados
Unidos. Es ése argumento en particular lo que motiva el presente artículo.
Basándome en datos concretos y en un razonamiento sencillo, quisiera
responder a éste y a otros argumentos que circulan. No lo hago desde
la perspectiva de un empedernido globalifóbico ni un demonizador de los
TLC. Veo a la globalización como un arma de un enorme potencial. Pero
como todo lo que en la historia humana ha tenido un enorme potencial, su utilización
se torna tan ambivalente y peligrosa como la que ilustra la popular imagen del
cuchillo de doble filo. Es decir, no es la cosa en sí misma lo problemático,
sino quién empuña el mango, con qué intenciones, con qué
marco legal y dirigido hacia quién.
Hay que comenzar recordando algo básico: el cálculo del ingreso
per cápita en un país consiste en la suma total del PIB dividida
por el número de habitantes. Obviamente, este cálculo sólo
tiene de exacto lo matemático de la operación, pero está
a años luz de representar la realidad individual de la gran mayoría
de los habitantes. Cuando se dice que el IPC anual de un nicaragüense ronda
los 500 usd, ¡un buen porcentaje de la población desearía estar
dentro de ese paraíso terrenal! Y en el otro extremo, tomando un ejemplo
al azar, resulta difícil imaginar que Arnoldo Alemán tenga ese
ingreso anual. Entonces podemos despejar de entrada la idea falaz de que el
aumento del PIB de un país redunde mecánicamente en beneficios
para las grandes mayorías, como producto del aumento del volumen del
intercambio comercial. En lo que va de la historia de los países proveedores
de materias primas, dentro del esquema de la división capitalista de
funciones, esto jamás ha sido así.
El segundo punto es que la expresión "aumento del intercambio comercial",
al referirse al intercambio de bienes entre dos países (y máxime
entre dos países en condiciones productivas esencialmente diferentes,
como México y Estados Unidos), esconde realidades que distorsionan extraordinariamente
el análisis. Los productos que ofrecen los países que no tienen
una infraestructura industrial y tecnológica avanzada carecen de valor
agregado, que es la mayor utilidad de las materias primas y agroalimentarias.
Ese es el aumento del volumen del "intercambio": entregamos productos que, desde
inicios del capitalismo –y seguimos en ese esquema- nos han sido devueltos con
ganancias comparativas siderales y a precios inabordables para las grandes mayorías.
Además de esta patética y evidente realidad, en general se omite
decir que los productos no elaborados son los más golpeados por el embate
de la competencia del mercado internacional, por varios motivos. Para entender
esto es fácil compararlo con la situación de un trabajador que
no tiene una especialización, y al ofrecer su mano de obra debe competir
con una enorme masa de obreros en las mismas condiciones. Evidentemente, su
oferta carece de "valor agregado" y es objeto de depreciación en el mercado
laboral, de chantajes por el masivo desempleo, de desprotección jurídica,
en fin, de todas las "enfermedades oportunistas" que el libre mercado pone en
circulación para que sólo los que tienen el antídoto sobrevivan.
Esto es lo que les sucede a más de mil millones de productores en el
mundo. Pero no sólo eso.
La tan elogiada filosofía de "libre mercado" ha sido diseñada
por los países más ricos del planeta. Éstos practican lo
que prohíben a los demás: la soberanía alimentaria. Para
no sucumbir a la utilización de una palabra que tiene sesgos poco liberales
como "soberanía", estos países emplean un eufemismo: "mecanismos
para evitar chantajes alimentarios". ¡Y tienen razón! La alimentación,
aunque es algo primario, es la base de todo lo que queramos construir socialmente
y en este orden: salud, desarrollo humano, desarrollo nacional. Para esto los
países ricos del planeta invierten la astronómica suma anual de
400 mil millones de dólares en protección y subsidios. Mientras
esto no cambie, cualquiera sea la negociación de un tratado comercial
con uno de estos países, será básicamente injusta. Es por
esto –y no por ser histéricos globalifóbicos o ciegos demonizadores
de los TLC- que muchos están tratando de esclarecer la opinión
pública de sus conciudadanos.
Dicho esto, no hay ningún problema en aceptar el argumento de que México
ha "casi triplicado su intercambio comercial" desde la firma del TLCAN en 1993.
Pero si somos honestos, también tenemos que decir que este aumento ha
beneficiado sólo a un 20% de la sociedad rica mexicana, quienes han cedido
buena parte del control de sus acciones a capitales transnacionales que no reinvierten
los activos en el país y que ni siquiera generan una cadena productiva
local, porque se abastecen con insumos traídos de otros mercados –especialmente
asiáticos- donde los consiguen a menores costos.
También hay que decir que simultáneamente en México se
han perdido centenares de miles de puestos de trabajo, especialmente en el sector
agrícola, y que esta mano de obre no especializada, hipotecando y luego
perdiendo sus tierras, no tiene otra alternativa que ofrecer sus brazos en el
infierno de las maquiladoras, esa famosa creación de empleos, en donde
el "salario" no sobrepasa los 25 centavos de dólar la hora, es decir,
2000% menos de lo que cobra un estadounidense por el mismo trabajo.
Estas maquiladoras, como toda inversión de capital dentro de la filosofía
del "libre" mercado, se volatiliza en la estratósfera global al más
mínimo inconveniente local o si encuentra zonas del mundo desprotegido
donde la miseria es mayor y la mano de obra "más interesante". Habría
que decir, en fin, que el salario medio mexicano perdió 16% de su poder
adquisitivo desde la aplicación del TLCAN. Estos son datos, realidades,
y no generalidades como decir "aumento del intercambio comercial".
En un artículo de la revista Envío, se señalaba
el caso de ciertos deportistas estadounidenses que además de ganar millones
de dólares en las ligas, reciben otros millones de dólares como
finqueros. Es decir, no compiten en la cancha del mercado libre como lo hacen
en las canchas deportivas. Así es cómo se derrumban los precios
de los únicos productos con los que los países pobres podrían
salir de la miseria, de existir un orden económico justo: porque la agroproducción
de los países ricos practica precios de mercado artificiales, o aplica
aranceles y/o dumping, comprando toneladas de productos de los países
pobres y saturando el mercado con precios sub-valuados. Los ejemplos son legión,
como el algodón regional frente al chino, la caña de azúcar
caribeña frente a la remolacha europea, el arroz nuestro frente al de
los japoneses, el maíz y el frijol frente a los granos básicos
de Estados Unidos, etcétera. En Argentina se conoce el reciente caso
de la producción de miel: los volúmenes de esto producto aumentaron
hasta que comenzaron a inundar el mercado estadounidense, con precios competitivos.
Cuando los productores norteamericanos se sintieron amenazados, exigieron medidas
de protección. Estados Unidos aplicó un arancel de 65% y la producción
argentina se derrumbó inmediatamente, dejando en la lona a millares de
productores que habían aceptado este "reto del libre mercado".
¿Y Canadá dentro del TLCAN? Sólo basta reproducir aquí
la posición del propio Episcopado Católico Canadiense (que no
son "curas tercermundistas"), el cual se ha manifestado en documentos públicos
en contra de estos Tratados, por el humillante y tristemente célebre
capítulo 11: éste impide a los gobiernos imponer a las transnacionales
su visión estratégica de ocupación territorial y además,
autoriza a éstas a exigir a los gobiernos compensaciones por pérdidas
en las que pudiesen incurrir cuando logran probar (con legiones de abogados
muy bien pagados) que esto ocurrió por malos manejos estatales. Ahí
sí interviene el Estado, y en última instancia, el contribuyente.
Varias demandas millonarias ya han sido ganadas por transnacionales en contra
de los estados canadiense y mexicano. Estos Tratados, por ser internacionales,
tiene carácter jurídico supra-nacional.
Y los obispos canadienses ofrecen también estas cifras: desde la aplicación
del TLCAN el ingreso del 20% más pobre de la población disminuyó
de 3.8 a 3.1 % mientras que el ingreso del 20% más rico aumentó
de 41.9 a 45.2 %.
Es bueno que nos miremos con honestidad en estas realidades. Leamos esta cita
del mismísimo Colin Powell: "Nosotros queremos vender mercaderías,
tecnología y servicios estadounidenses, sin obstáculo o restricciones".
Y esta otra, de un alto jerarca del empresariado norteamericano, Robert Zoellick,
en la que transluce el abierto chantaje y la prepotencia del más fuerte
en la jungla, una cita que sin embargo ha sido publicada como un "argumento"
a favor de los TLC: "Hay países de Asia-Pacífico, África
y Medio Oriente que también están interesados en acuerdos con
Estados Unidos." ¿Qué nos dice aquí Robert Zoellick? Una de dos,
o se aceptan las condiciones que ellos ponen para los TLC, o las transnacionales
irán a buscar la mano de obra de menos de 25 centavos de dólar
de los asiáticos. Lo único que esconde esta bravuconada es que
los costos de transporte de las mercaderías disminuirían para
las transnacionales estadounidenses si la producción se hiciera en maquilas
centroamericanas. Es ahí donde entra a jugar un papel estratégico
fundamental e inequívoco el mentado Plan Puebla-Panamá.
Otra de las ilusiones que se manejan es la comparación entre la –tan
necesaria- integración centroamericana con la integración de la
Unión Europea. Imposible comparación, por razones evidentes ya
mencionadas, pero por otros motivos. La Unión Europea manejó desde
una perspectiva estatal la integración de países, procediendo
con extrema precaución a una previa nivelación socio-económica
de los candidatos para que entraran a competir con condiciones similares a los
ya unificados. Estos largos procesos implicaron referéndums nacionales,
porque suponían una enorme participación de los contribuyentes.
Pero en la perspectiva del ALCA, de los TLCs que están tejiendo una enorme
tela de araña continental, y de las estrategias subregionales como el
TLCAN, el PPP y el futuro IIRSA (que está en preparación y se
aplicará en Sudamérica), el eje central es el capital privado
o la inversión de la banca mundial controlada por el FMI. ¡La filosofía
es poner a las transnacionales como factor de arranque y al mercado libre como
factor de control!
En fin, otra diferencia sustancial es que uno de los ejes centrales de las negociaciones
europeas fue la libre circulación de mano de obra, aspecto totalmente
ausente de los tratados subregionales del ALCA, en donde, al contrario, se prevén
mecanismos aduaneros de control para evitar (¡basta ver el caso de la frontera
mexicana!) el flujo de fuerza laboral. Maquilas para unos, fuentes de trabajo
para otros. Pero no mezclemos las cosas.
* Investigador y catedrático en comunicación social