TODOS
CONTRA EL ALCA
Vendiendo el futuro: el ALCA y los obispos canadienses
Víctor Quintana
Ya que está de moda hablar de obispos, hablemos, pero de los canadienses.
Porque la Conferencia de Obispos Católicos de Canadá, mediante
su Oficina de Asuntos Sociales, ha publicado un excelente documento sobre el
Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Su título entraña
ya una toma de posición bien clara: Vendiendo el futuro: una reflexión
sobre la relación entre inversionistas y Estado en el TLCAN y su expansión
al resto de América Latina.
El Episcopado canadiense sostiene una larga tradición de vigilancia y
de opinión crítica sobre problemas sociales y económicos.
Con energía puso en tela de juicio desde 1987 el Acuerdo de Libre Comercio
entre su país y Estados Unidos; cuestionaron duramente el Acuerdo Multilateral
de Inversiones, abortado en 1998, y apoyaron la reunión de la sociedad
civil celebrada paralelamente a la Cumbre de las Américas en Québec,
en abril del año pasado.
La preocupación central de los obispos en este documento es "(dentro
de los acuerdos de libre comercio) la capacidad de las compañías
privadas de poner demandas a los estados en el contexto de aparentes pérdidas
de ganancias. Estas demandas o reclamaciones afectan en primer lugar la condición
soberana de los estados; en segundo la capacidad de proteger legalmente el ambiente
y, por último, la participación democrática del pueblo
en su futuro gobierno".
El documento hace una evaluación sumaria de los efectos del TLCAN, considerando
que el ALCA sólo pretende una expansión del mismo. A pesar de
cierto crecimiento de la economía y del comercio en los tres países
socios, se da en ellos un distanciamiento creciente entre los ricos y los pobres,
un aumento de las dificultades e incertidumbres para las mayorías, "mientras
que un número cada vez menor de inversionistas, ejecutivos y profesionistas
se vuelve cada vez más rico".
Dan algunas cifras: en los siete años del TLCAN, Canadá vio disminuir
de 3.8 a 3.1 por ciento los ingresos del 20 por ciento más pobre de su
población, en tanto que el 20 por ciento más rico vio incrementarse
sus ingresos de 41.9 a 45.2 por ciento. En ese mismo lapso en Estados Unidos
se eliminaron 760 mil oportunidades de empleo. Y en México, durante los
años noventa el poder adquisitivo del salario mínimo se redujo
casi a la mitad.
Reseñan las 15 demandas que diversas corporaciones han presentado en
el contexto del TLCAN para atacar la capacidad de los gobiernos de producir
orientaciones políticas y salvaguardar la soberanía nacional,
en particular en lo referente a la protección ambiental. Un ejemplo,
el pleito de la trasnacional Metalclad contra el gobierno de México por
casi 17 millones de dólares por la planta de tratamiento de desechos
tóxicos en Guadalcázar, San Luis Potosí.
Para los obispos canadienses, el ALCA es "el tratado de comercio y de inversión
más arrollador de la historia". Las negociaciones del mismo se han hecho
excluyendo del debate a la ciudadanía y a los grupos populares. Se trata
de dar libre flujo por todo el hemisferio a los capitales, pero de ninguna manera
a la fuerza de trabajo.
Y lo más preocupante: hay serios indicios de que dentro de él
"lo comercial y la inversión podrían desligarse de cualquier forma
de control ciudadano y de la autoridad de los gobiernos", como expresa el capítulo
11 del TLCAN. El objetivo de éste es "limitar la capacidad del gobierno
de proteger el ambiente, la salud y otros valores públicos frente a los
intereses comerciales".
Certeramente apunta el documento que los tratados comerciales deben asegurar
el respeto a los derechos humanos básicos, los derechos laborales, el
ambiente y los derechos de los pueblos indígenas "como han sido definidos
por protocolos internacionales (y que) tienen precedencia sobre los derechos
de los inversionistas". Insisten en que las negociaciones del ALCA se hagan
con transparencia y con la participación de los ciudadanos y sus líderes
para que enfrenten el impacto social y ecológico.
Terminan diciendo que "en lugar de extender las fallas del TLCAN a todas las
Américas, los líderes deberían sentarse a diseñar
un modelo de integración económica que trabaje en beneficio del
mundo laboral del continente".
Los obispos canadienses sacan la cara por la soberanía nacional, por
los derechos civiles y sociales, por un desarrollo "que respete la dignidad
de los individuos y comunidades". żLes harán caso nuestros católicos
gobernantes? Aunque no les besen el anillo.