El reciente maremoto del Océano Indico vuelve a poner en la palestra el tema de los "desastre naturales". Pero, ¿es tan asesina la naturaleza? .
Un terremoto escala 7.4 sacudió California en 1992 y produjo un muerto. En Nicaragua, en 1972, con un fenómeno de igual magnitud, fueron 15.000 las víctimas mortales. El huracán Elena en Estados Unidos dejó 5 muertos. Un ciclón similar en Bangladesh, medio millón...... Más que la naturaleza nos mata la pobreza . .
Definitivamente hay fenómenos que escapan a las manos del ser humano. ¿Pero hasta qué punto son tan "naturales"? No cabe duda que una serie de eventos como terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, inundaciones, suceden independientemente de la acción humana. Pero su ocurrencia y sus consecuencias deben considerarse en un contexto histórico-social: son circunstancias que influyen distintamente según el lugar y el momento en que se dan, de las que se sale con suertes muy distintas. Si los vemos desde una perspectiva ecológica global no son sólo naturales sino que, en todo caso, denuncian (catastróficamente) la forma en que las comunidades están organizadas y se relacionan con el medio circundante. .
Estos "desastres de la Naturaleza" vienen a mostrar la "naturaleza del desastre" de modelos de desarrollo económico-social excluyentes que exponen a situaciones de alta vulnerabilidad a grandes mayorías. Muchos de los daños ocasionados por estos fenómenos podrían tener impactos menores a los que alcanzan, o simplemente podrían no suceder, si las sociedades afectadas presentaran otros patrones de organización. .
Las regiones más pobres del Tercer Mundo –que, lamentablemente, son muchas, cada vez más– son una elocuente demostración de esto. Las poblaciones más afectadas son las que históricamente viven en situación de mayor exclusión y vulnerabilidad: los sectores pobres de las áreas rurales, los asentamientos precarios de las ciudades. Estos grupos, ya marginalizados antes de las catástrofes, también pueden ser fácilmente olvidados en la planificación de la rehabilitación subsecuente..
Las respuestas de los Estados en general no pasan de planteamientos asistenciales centrados en la emergencia y el corto plazo, con una notoria politización de toda la ayuda, a veces con ribetes grotescamente proselitistas. A lo que se suman –y lamentablemente no son pocos los casos– hechos de corrupción en el manejo de la asistencia recibida. .
La reconstrucción a mediano y largo plazo no es muy tenida en cuenta por parte de los gobiernos. De hecho se ve en los niveles locales la debilidad logística, administrativa y ejecutiva de los municipios, y la ausencia de planes integrales donde genuinamente interactúan y se complementan autoridades y sociedad civil. .
Pasado el momento de la emergencia (dicho crudamente: cuando ya todo deja de ser noticia, cuando el desastre ya no "vende") no se ve por parte de los gobiernos una clara propuesta superadora que apunte a reconstruir lo dañado con nuevos modelos de equidad social, sostenibilidad y cambio real de las estructuras. Todo indica que luego de la asistencia humanitaria inmediata, generalmente de la comunidad internacional, la ocurrencia de un nuevo fenómeno natural de magnitud puede volver a convertirse en tragedia por la precariedad en que seguirán viviendo las grandes mayorías, y la falta de voluntad política en modificar esa situación de base. En tal sentido estos desastres naturales patentizan los desastres ocultos de las sociedades. .
El tsunami asiático mató a más de 150.000 personas en unos minutos; el hambre (primera causa de mortandad en el mundo: un ser humano cada 7 segundos), la diarrea (segunda causa de mortandad: 11.000 muertos diarios a escala planetaria por falta de agua potable), la violencia cotidiana (tercera causa: dos muertos por minuto por efecto de un arma de fuego en todo el orbe) no golpean tanto como las tragedias que los shows mediáticos nos presentan cada vez con mayor pomposidad. Pero producen más muertos, más dolor, más miseria. ¿Hasta cuándo vamos a permitir todo esto?